Doble predestinación. Las palabras
mismas suenan ominosas. Una cosa es contemplar el benévolo plan de Dios para la
salvación de los elegidos. Pero ¿qué de aquellos que no son elegidos? ¿Están
también predestinados? ¿Existe un horrible decreto de reprobación? ¿Destina
Dios a algunos desgraciados al infierno?
Estas cuestiones salen a colación
inmediatamente tan pronto como se menciona la doble predestinación. Tales
cuestiones hacen que algunos consideren el concepto de la doble predestinación
terreno prohibido. Otros, si bien creen en la predestinación, declaran enfáticamente
que creen en una predestinación simple. Esto es, si bien creen que algunos son
predestinados para salvación, no ven la necesidad de suponer que otros sean
igualmente predestinados para condenación. En resumen, la idea es que algunos
son predestinados para salvación, pero todos tienen la oportunidad de ser
salvos. Dios se asegura que algunos la alcancen proveyendo ayuda adicional,
pero el resto de la humanidad aún tiene una oportunidad.
Aunque hay un fuerte sentimiento para
hablar solamente de la predestinación simple y evitar cualquier discusión sobre
la doble predestinación, aún debemos afrontarlas cuestiones sobre la mesa. A
menos que concluyamos que todo ser humano está predestinado para salvación,
debemos afrontarla otra cara de la elección. Si existe en absoluto tal cosa
como la predestinación, y si esa predestinación no incluye a todos, entonces no
debemos rehuir la necesaria inferencia de que la predestinación tiene dos
lados. No es suficiente hablar acerca de Jacob; debemos también considerar a
Esaú.
Igualdad final
Existen ideas diferentes acerca de la
doble predestinación. Una de ellas es tan aterradora que muchos rehúyen
totalmente el término, de forma que su idea de la doctrina no se confunda con
la idea temible. Esta idea se llama la igualdad final.
La igualdad final se basa en un
concepto de simetría. Procura un equilibrio completo entre la elección y la
reprobación. La idea clave es ésta: al igual que Dios interviene en las vidas
de los elegidos para crear fe en sus corazones, así también Dios interviene
igualmente en las vidas de los réprobos para crear u obrar incredulidad en sus
corazones. La idea de que Dios obre activamente la incredulidad en los
corazones de los réprobos se deduce de afirmaciones bíblicas acerca del hecho
de que Dios endurece los corazones de las personas.
La igualdad final no es la idea
reformada o calvinista de la predestinación. Algunos la han llamado
"hipercalvinismo". Yo prefiero llamarla "subcalvinismo" o,
mejor aún, "anticalvinismo". Aunque el calvinismo ciertamente tiene
una idea de la doble predestinación, la doble predestinación que sostiene no es
la de la igualdad final.
Para entender la idea reformada acerca
del asunto, debemos prestar estrecha atención a la crucial distinción entre los
decretos positivos y negativos de Dios. Lo positivo tiene que ver con la
intervención activa de Dios en los corazones de los elegidos. Lo negativo tiene
que ver con el hecho de que Dios pasa por alto a los no elegidos.
La idea reformada enseña que Dios
interviene positiva o activamente en las vidas de los elegidos para asegurar su
salvación. A los restantes seres humanos Dios los abandona a su libre albedrío.
No crea incredulidad en sus corazones. Esa incredulidad está ya allí. No los
fuerza a pecar. Pecan por elección propia. Según la idea calvinista, el decreto
de elección es positivo; el decreto de reprobación es negativo.
La idea del hipercalvinismo acerca de
la doble predestinación puede llamarse predestinación positiva-posititiva. La
idea del calvinismo ortodoxo puede llamarse predestinación positiva-negativa.
Observémosla en forma de diagrama.
Calvinismo
|
Hipercalvinismo
|
Positiva-negativa
|
Positiva-positiva
|
Idea asimétrica
|
Idea simétrica
|
Desigualdad final
|
Igualdad final
|
Dios pasa por alto a los réprobos
|
Dios obra incredulidad en los corazones de los réprobos
|
El terrible error del hipercalvinismo
es que implica a Dios en forzar el pecado. Esto hace una violencia radical a la
integridad del carácter de Dios.
El ejemplo bíblico primario que pudiera
tentarnos al hipercalvinismo es el caso de Faraón. Repetidamente leemos en el
relato del Éxodo que Dios endureció el corazón de Faraón. Dios dijo a Moisés de
antemano que haría esto:
“Tu dirás todas las cosas que yo te
mande, y Aarón tu hermano hablará a Faraón, para que deje ir de su tierra a los
hijos de Israel. Y yo endureceré el corazón de Faraón y multiplicaré en la
tierra de Egipto mis señales y mis maravillas. Y Faraón no os oirá; mas yo
pondré mi mano sobre Egipto, y sacaré a mis ejércitos, mi pueblo, los hijos de
Israel, de la tierra de Egipto, con grandes juicios. Y sabrán los egipcios que
yo soy el Señor, cuando extienda mi mano sobre Egipto, y saque a los hijos de
Israel de en medio de ellos” (Ex.
7:2-5).
La Biblia enseña claramente que Dios
endureció, efectivamente, el corazón de Faraón. Ahora bien, sabemos que Dios
hizo esto para su propia gloria y como señal tanto a Israel como a Egipto.
Sabemos que el propósito de Dios en todo esto era un propósito redentor. Pero
nos queda aún un difícil problema. Dios endureció el corazón de Faraón y
después juzgó a Faraón por su pecado. ¿Cómo puede hacer Dios responsable a
Faraón o a cualquier otro de un pecado que fluye de un corazón que Dios mismo
ha endurecido?
Nuestra respuesta a esa pregunta
depende de cómo entendemos el acto de endurecimiento por parte de Dios. ¿Cómo
endureció el corazón de Faraón? La Biblia no responde a esa pregunta
explícitamente. Al pensar acerca de ello, nos damos cuenta que, básicamente, sólo
hay dos maneras en que podía haber endurecido el corazón de Faraón: activa o
pasivamente.
Un endurecimiento activo implicaría la
intervención directa de Dios en el interior del corazón de Faraón. Dios se
entremetería en el corazón de Faraón y crearía nueva maldad en él. Esto
ciertamente garantizaría que Faraón produciría el resultado deseado por Dios.
También garantizaría que Dios es el autor del pecado.
El endurecimiento pasivo es totalmente
otra historia. El endurecimiento pasivo implica un juicio divino sobre el
pecado que ya está presente. Lo único que Dios necesita hacer para endurecer el
corazón de una persona cuyo corazón ya es perverso es "entregarle a su
pecado". Encontramos este concepto del juicio divino repetidamente en la
Escritura.
¿Cómo funciona esto? Para entenderlo
adecuadamente debemos considerar primero brevemente otro concepto, el de la
gracia común de Dios. Esto se refiere a esa gracia de Dios que todos los
hombres gozan en común. La lluvia que refresca la tierra y riega nuestras
cosechas cae igualmente sobre justos e injustos. Los injustos,
ciertamente, no merecen tales beneficios, pero gozan de ellos igualmente. Así
ocurre con el Sol y los arco iris. Nuestro mundo es un escenario de gracia
común.
Uno de los elementos más importantes de
la gracia común que gozamos es el refrenamiento del mal en el mundo. Ese
refrenamiento fluye de muchas fuentes. El mal es refrenado por los policías,
las leyes, la opinión pública, el equilibrio de poder, etc. Aunque el mundo en
que vivimos está lleno de iniquidad, no es tan inicuo como podría ser. Dios
utiliza los medios mencionados anteriormente, al igual que otros medios para
mantener controlado el mal. Por su gracia, controla y refrena la cantidad de
maldad en este mundo. Si se dejase al mal totalmente descontrolado, entonces la
vida en este planeta sería imposible.
Lo único que Dios tiene que hacer para
endurecer los corazones de las personas es quitarlos frenos. Les da más
libertad de acción. En lugar de refrenar su libertad humana, la incrementa. Les
deja seguir su propio camino. En un sentido, les da la soga con que ahorcarse.
No es que Dios ponga su mano en ellos para crear nueva maldad en sus corazones;
meramente, su santa mano deja de refrenarlos y les permite hacer su propia
voluntad.
Si hubiéramos de determinar cuáles son
los hombres más inicuos y diabólicos de la historia humana, ciertos nombres
aparecerían en la lista de casi todos. Veríamos los nombres de Hitler, Nerón,
Stalin y otros que han sido culpables de masacres y otras atrocidades. ¿Qué
tienen esas personas en común? Fueron todos dictadores. Todos tenían,
virtualmente, un poder y autoridad ilimitados dentro de la esfera de sus
dominios.
¿Por qué decimos que el poder corrompe
y que el poder absoluto corrompe absolutamente? (Sabemos que esto no se refiere
a Dios, sino sólo al poder y la corrupción de los hombres.) El poder corrompe,
precisamente, porque eleva a una persona por encima de los frenos normales que
restringen al resto de nosotros. Yo soy refrenado por los conflictos de interés
con personas que son tan poderosas o más poderosas que yo. Aprendemos pronto en
la vida a restringir nuestra beligerancia hacia aquellos que son mayores que
nosotros. Tendemos a entrar en conflictos de forma selectiva. La discreción
tiende a prevalecer sobre el valor cuando nuestros oponentes son más poderosos
que nosotros.
Faraón era el hombre más poderoso del
mundo cuando Moisés fue a verle. Casi el único freno que había contra la
iniquidad de Faraón era el santo brazo de Dios. Lo único que Dios tenía que
hacer para endurecer más a Faraón era quitar su brazo. Las malvadas tendencias
de Faraón hicieron el resto.
En el acto del endurecimiento pasivo,
Dios toma la decisión de quitar los frenos; la parte inicua del proceso es
realizada por Faraón mismo. Dios no hace violencia a la voluntad de Faraón.
Como hemos dicho, simplemente le da a Faraón más libertad.
Vemos el mismo tipo de cosa en el caso
de Judas y de los inicuos que Dios y Satanás utilizaron para afligir a Job.
Judas no fue una pobre víctima inocente de la manipulación divina. No era un
hombre justo a quien Dios forzó a traicionar a Cristo y después lo castigó por
la traición. Judas traicionó a Cristo porque quería treinta monedas de plata.
Como declara la Escritura, Judas era el hijo de perdición desde el principio.
Sin duda, Dios utiliza las malvadas tendencias y las malvadas intenciones de
los hombres caídos para llevar a cabo sus propios propósitos redentores. Sin
Judas no hay cruz. Sin la cruz no hay redención. Este no es un caso en que Dios
fuerza la maldad. Por el contrario, es un caso glorioso del triunfo redentor de
Dios sobre la maldad. Los deseos malvados de los corazones de los hombres no
pueden frustrarla la soberanía de Dios. En realidad, están sujetos a la misma.
Cuando estudiamos el modelo del castigo
divino de los inicuos, vemos emerger una especie de justicia poética. En la
escena del juicio final del libro de Apocalipsis leemos lo siguiente:
“El que es injusto, sea injusto
todavía; y el que es inmundo, sea inmundo todavía; y el que es justo, practique
la justicia todavía; y el que es santo, santifíquese todavía” (Ap. 22:11).
En su acto final de juicio, Dios
entrega a los pecadores a sus pecados. En efecto, los abandona a sus propios
deseos. Así ocurrió con Faraón. Mediante este acto de juicio, Dios no manchó su
propia justicia creando nueva maldad en el corazón de Faraón. El estableció su
propia justicia castigando la maldad que ya había en Faraón.
Así es como debemos entender la doble
predestinación. Dios muestra misericordia a los elegidos obrando la fe en sus
corazones. El administra justicia a los réprobos dejándolos en sus propios
pecados. No hay simetría aquí. Un grupo recibe misericordia. El otro grupo
recibe justicia. Nadie es víctima de injusticia. Nadie puede quejarse de que
haya injusticia en Dios.
Romanos 9
El pasaje más significativo en el Nuevo
Testamento que tiene que ver con la doble predestinación se encuentra en
Romanos 9.
“Porque la palabra de la promesa es
esta: Por este tiempo vendré, y Sara tendrá un hijo. Y no sólo esto, sino
también cuando Rebeca concibió de uno, de Isaac nuestro padre (pues no habían
aún nacido, ni habían hecho aún ni bien ni mal, para que el propósito de Dios
conforme a la elección permaneciese, no por las obras sino por el que llama),
se le dijo: El mayor servirá al menor Como está escrito: A Jacob amé, mas a
Esaú aborrecí. ¿Qué, pues, diremos? ¿Que hay injusticia en Dios? En ninguna
manera. Pues a Moisés dice: Tendré misericordia del que yo tenga misericordia,
y me compadeceré del que yo me compadezca.
Así que no depende del que quiere, ni
del que corre, sino de Dios que tiene misericordia. Porque la Escritura dice a
Faraón Para esto mismo te he levantado, para mostrar en ti mi poder, y para que
mi nombre sea anunciado por toda la tierra. De manera que de quien quiere,
tiene misericordia, y al que quiere endurecer, endurece” (Ro. 9:9-18).
En este pasaje tenemos la expresión
bíblica más clara que podemos encontrar para el concepto de la doble
predestinación. Se expresa sin reservas y sin ambigüedad. "De manera que
de quien quiere, tiene misericordia, y al que quiere endurecer, endurece."
Algunos reciben misericordia, otros reciben justicia. La decisión en cuanto a
esto está en la mano de Dios.
Pablo ilustra el carácter doble de la
predestinación mediante su referencia a Jacob y Esaú. Estos dos hombres eran
hermanos gemelos. Estuvieron en el mismo vientre y al mismo tiempo. Uno recibió
la bendición de Dios y el otro no. Uno recibió una porción especial del amor de
Dios, el otro no. Esaú fue "aborrecido" por Dios.
El odio divino que aquí se menciona no
es expresión de una actitud insidiosa de malicia. El odio divino no es
malicioso. Implica una retención de favor. Dios está "por" aquellos a
quienes ama. Vuelve su rostro contra aquellos inicuos que no son objeto de su
favor redentor especial. Aquellos a quienes ama reciben su misericordia.
Aquellos a quienes "aborrece" reciben su justicia. Una vez más, nadie
es tratado injustamente.
¿Por qué escogió Dios a Jacob y no a
Esaú? ¿Previo Dios en Jacob algún acto justo que justificaría este favor
especial? ¿Observó Dios los corredores del tiempo y vio a Jacob haciendo la
elección acertada y a Esaú haciendo la elección equivocada?
Si esto era lo que el apóstol se
proponía enseñar, no hubiera sido difícil aclarar este punto. Aquí tenía Pablo
una magnífica oportunidad de enseñar una idea de presciencia en cuanto a la
predestinación, si hubiese querido. Parece extraño ciertamente que no aproveche
tal oportunidad. Pero esto no es un argumento de silencio. Pablo no guarda
silencio sobre el tema. El elabora lo contrario. Enfatiza el hecho de que la
decisión de Dios se tomó antes del nacimiento de estos gemelos y sin tomar en
consideración sus acciones futuras.
La frase de Pablo en el versículo 11 es
crucial. "Pues no habían aún nacido, ni habían hecho aún ni bien ni mal,
para que el propósito de Dios conforme a la elección permaneciese, no por las
obras sino por el que llama". ¿Por qué dice esto el apóstol? El acento
aquí se pone claramente en la obra de Dios. Niega enfáticamente que la elección
sea resultado de la obra del hombre, prevista o de cualquier otra forma. Es el
propósito de Dios conforme a su elección lo que aquí se considera.
Si Pablo quería decir que la elección
se basa en alguna decisión humana prevista, ¿por qué no lo dijo así? Por el
contrario, declara que el decreto se hizo antes que los hijos nacieran y antes
que hubieran hecho algún bien o mal. Ahora bien, concedemos que una idea de la
presciencia en cuanto a la predestinación es consciente de que el decreto
divino se hizo anteriormente al nacimiento. Pero esa idea insiste en que la
decisión de Dios se basó en su conocimiento de elecciones futuras. ¿Por qué no
afirma esto Pablo aquí? Lo único que dice es que el decreto se hizo antes del
nacimiento y antes que Jacob y Esaú hubieran hecho algún bien o mal.
Concedemos que en este pasaje Pablo no
dice expresamente que la decisión de Dios no se basó en el futuro bien o mal de
ellos. Pero no necesitaba decir eso. La implicación está clara a la luz de lo
que sí dice. Pone el acento donde corresponde, en el propósito de Dios y no en
la obra del hombre. La carga aquí está sobre aquellos que quieren añadir la
noción modificadora crucial de elecciones previstas. La Biblia no la añade aquí
ni en lugar alguno.
La cuestión es ésta: Si Pablo creía que
la predestinación de Dios se basaba en elecciones humanas previstas, éste era
el contexto en que podía expresarlo.
Debemos dar un paso más. Aunque Pablo guarda
silencio acerca de la cuestión de elecciones futuras aquí, no continúa
haciéndolo. En el versículo 16 lo deja claro. "Así que no depende del que
quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia." Este es el
golpe de gracia al arminianismo y a todas las demás ideas no reformadas de la
predestinación. Esta es la Palabra de Dios que requiere que todos los
cristianos desistan de las ideas acerca de la predestinación que hacen que la
decisión final para la salvación dependa de la voluntad del hombre. El apóstol
declara: "No depende del que quiere". Las ideas no reformadas deben
decir que depende del que quiere. Esto es una contradicción violenta de la
enseñanza de la Escritura. Este versículo solo es absolutamente fatal para el
arminianismo.
Es nuestro deber honrar a Dios. Debemos
confesar con el apóstol que nuestra elección no se basa en nuestras voluntades,
sino en los propósitos de la voluntad de Dios.
Pablo suscita dos preguntas retóricas
en este pasaje que debemos considerar. La primera es: "¿Qué, pues,
diremos? ¿Qué hay injusticia en Dios?" ¿Por qué anticipa Pablo esta
pregunta? Nadie suscita esa pregunta a un arminiano. Si nuestra elección se
basa, en última instancia, en decisiones humanas, no hay necesidad de suscitar
tal objeción.
Sin embargo, acerca de la doctrina
bíblica de la predestinación sí se suscita esta pregunta. Es la predestinación
basada en el propósito soberano de Dios, en su decisión sin tener en cuenta las
elecciones de Jacob o Esaú, la que incita el clamor: "¡Dios no es
justo!" Pero el clamor se basa en un entendimiento superficial del asunto.
Es la protesta del hombre caído quejándose de que Dios no es lo suficientemente
benévolo.
¿Cómo responde Pablo a la pregunta? No
se da por satisfecho con decir meramente: "No, no hay injusticia en
Dios." Por el contrario, su respuesta es tan enfática como le es posible
hacerla. Dice: "¡En ninguna manera!"
La segunda objeción que Pablo anticipa
es ésta: "Me dirás: ¿Por qué, pues, inculpa? porque ¿quién ha resistido a
su voluntad?" Una vez más nos preguntamos por qué anticipa el apóstol esta
objeción.
Esta es otra objeción que nunca se
suscita contra el arminianismo. Las ideas no reformadas de la predestinación no
tienen que preocuparse acerca de afrontar preguntas como ésta. Dios,
evidentemente, inculparía a aquellos que sabía que no escogerían a Cristo. Si
la base final para la salvación depende del poder de la elección humana,
entonces se puede achacar la culpa fácilmente, y Pablo no tendría que
enfrentarse con esta objeción anticipada. Pero se enfrenta con ella porque la
doctrina bíblica de la predestinación exige que se enfrente con ella.
¿Cómo responde Pablo a esta pregunta?
Examinemos su respuesta:
“Más antes, oh hombre, ¿quién eres tú,
para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: ¿Por qué
me has hecho así? ¿O no tiene potestad el alfarero sobre el barro, para hacer
de la misma masa un vaso para honra y oír o par a deshonra? ¿Y qué, si Dios,
queriendo mostrar su ira y hacer notorio su poder, soportó con mucha paciencia
los vasos de ira preparados para destrucción, y para hacer notorias las
riquezas de su gloria, las mostró para con los vasos de misericordia que él
preparó de antemano para gloria, a los cuales también ha llamado, esto es, a
nosotros, no sólo de los judíos, sino también de los gentiles?” (Ro. 9:20-24).
Esta es una respuesta de peso. Debo
confesar que tengo un conflicto con ella. Mi conflicto, sin embargo, no es
acerca de si este pasaje enseña la doble predestinación. Esta claro que lo
hace. Mi conflicto tiene que ver con el hecho de que este texto suministra municiones
a los defensores de la igualdad final. Suena a que Dios está haciendo pecadores
a los hombres activamente. Pero el texto no requiere eso. El hace vasos de ira
y vasos de honra de la misma masa de barro. Pero si observamos atentamente el
texto, veremos que el barro con que trabaja el alfarero es un barro
"caído". Una porción de barro recibe misericordia con objeto de
llegar a ser vasos de honra. Esa misericordia presupone un barro que es ya
culpable. De la misma manera, Dios debe "soportar" los vasos de ira
preparados para destrucción porque son vasos culpables de ira.
Una vez más, el acento en este pasaje
recae en el propósito soberano de Dios, y no sobre las elecciones libres y
buenas del hombre. Aquí vienen al caso las mismas suposiciones que en la
primera pregunta.
La respuesta arminiana
Algunos arminianos responderán
indignadamente a mi tratamiento de este texto. Están de acuerdo en que el
pasaje enseña una firme idea de la soberanía divina. Su objeción tiene que ver
con otro punto. Insisten en que Pablo no está ni siquiera hablando acerca
de la predestinación de individuos en Romanos 9. Romanos 9 no tiene que ver con
individuos sino con la elección de naciones por parte de Dios. Pablo está
hablando aquí acerca de Israel como pueblo escogido de Dios. Jacob representa
meramente a la nación de Israel. Su nombre mismo fue cambiado a Israel, y sus
hijos llegaron a ser los padres de las doce tribus de Israel.
El hecho de que Dios favoreciera a
Israel por encima de las demás naciones no se disputa. Jesús procedía de
Israel. Fue de Israel de quien recibimos los Diez Mandamientos y las promesas
del pacto con Abraham. Sabemos que la salvación es de los judíos.
Todo eso es cierto de Romanos 9.
Debemos considerar, sin embargo, que al elegir a una nación, Dios eligió a
individuos. Las naciones están formadas por individuos. Jacob era un individuo.
Esaú era un individuo. Aquí vemos claramente que Dios eligió en su soberanía a
individuos al igual que a una nación. Debemos apresurarnos a añadir que Pablo
amplía este tratamiento de la elección más allá de Israel en el versículo 24,
cuando declara: "A los cuales también ha llamado, esto es, a nosotros, no
sólo de los judíos, sino también de los gentiles."
Elección incondicional
Volvamos por un momento a nuestro
famoso acróstico, TULIP. Ya hemos altercado con la T y la I y lo hemos cambiado
a RULEP. Si bien prefiero el término elección soberana a elección
incondicional, no dañaré más el acróstico. Si lo cambiásemos a RSLEP ni
siquiera rimaría con TULIP.
La elección incondicional quiere decir
que nuestra elección es decidida por Dios conforme a su propósito, conforme a
su voluntad soberana. No se basa en alguna condición prevista que algunos de
nosotros cumpliríamos y otros no. No se basa en nuestro querer o en nuestro
correr, sino en el propósito soberano de Dios.
El término elección incondicional puede
despistar y ser utilizado erróneamente. En cierta ocasión conocí a un hombre
que nunca había cruzado la puerta de una iglesia y que no mostraba evidencia
alguna de ser cristiano. No hacía profesión de fe ni estaba implicada en
actividad cristiana alguna. Me dijo que creía en la elección incondicional.
Estaba confiado en que era elegido. No tenía que confiar en Cristo, no tenía
que arrepentirse, no tenía que obedecer a Cristo. Declaraba ser un elegido y
que eso era suficiente. No necesitaba más condiciones de salvación. Estaba, en
su opinión, salvado, santificado y satisfecho.
Debemos tener cuidado de distinguir
entre las condiciones que son necesarias para la salvación y las condiciones
que son necesarias para la elección. Con frecuencia hablamos de la elección y
la salvación como si fueran sinónimas, pero no son exactamente lo mismo. La
elección es para salvación. La salvación es, en su sentido más pleno, la obra
completa de la redención que Dios realiza en nosotros.
Hay toda clase de condiciones que deben
ser cumplidas por alguien para ser salvo. La principal entre ellas es que debe
tener fe en Cristo. La justificación es por la fe. La fe es un requisito
necesario. Sin duda, la doctrina reformada de la predestinación enseña que
todos los elegidos son ciertamente llevados a la fe. Dios se encarga de que se
cumplan las condiciones necesarias para la salvación.
Cuando decimos que la elección es
incondicional, queremos decir que el decreto original de Dios por el cual escoge
a algunos para ser salvos no depende de alguna condición futura en nosotros que
Dios prevé. Nada hay en nosotros que Dios pudiera prever y que le indujera a
escogernos. Lo único que prevería en las vidas de criaturas caídas abandonadas
a su propia suerte sería el pecado. Dios nos escoge simplemente conforme al
beneplácito de su voluntad.
¿Es Dios arbitrario?
Que Dios nos escoja no por lo que
encuentre en nosotros, sino conforme a su beneplácito, suscita la acusación de
que esto hace a Dios arbitrario. Sugiere que Dios hace su selección de manera
antojadiza o caprichosa. Parece como si nuestra elección fuese el resultado de
un sorteo ciego y frívolo. Si somos elegidos, ello se debe solamente a que
tenemos suerte. Dios sacó nuestros nombres de un sombrero celestial.
Ser arbitrario es hacer algo por
ninguna razón. Ahora bien, está claro que no hay en nosotros razón alguna para
que Dios nos escoja. Pero eso no es lo mismo que decir que Dios no tiene alguna
razón en sí mismo. Dios no hace nada sin tener alguna razón para ello. No es
caprichoso o antojadizo. Dios es tan sobrio como soberano.
Un sorteo depende intencionadamente del
azar. Dios no obra por azar. El sabía a quiénes seleccionaría. Conocía y amaba
de antemano a sus elegidos. No fue una suerte ciega porque Dios no es ciego.
Sin embargo, debemos aún insistir en que la razón decisiva para su elección no
fue algo que conociera, viera o amara de antemano en nosotros.
A los calvinistas no nos gusta, en
general, hablar de suerte. En lugar de desear a la gente "buena
suerte", preferimos decir: "bendiciones providenciales". Sin
embargo, si hubiésemos de hablar de nuestro "día de suerte",
señalaríamos aquel día en la eternidad cuando Dios decidió escogernos.
Volvamos nuestra atención a la
enseñanza de Pablo sobre este asunto en Efesios:
“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro
Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares
celestiales en Cristo, según nos escogió en él antes de la fundación del mundo,
para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos
predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el
puro afecto de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, con la
cual nos hizo aceptos en el Amado” (Ef.
1:3-6).
Según el puro afecto de su
voluntad. Esta es la afirmación apostólica que
parece sugerir arbitrariedad divina. Pero cuando la Biblia habla del afecto de
Dios, el término no se usa con frivolidad. Aquí afecto significa simplemente
"lo que agrada". Dios nos predestina según lo que le agrada. La
Biblia habla del puro afecto de Dios. El puro afecto de Dios nunca debe
confundirse con un afecto erróneo. Lo que agrada a Dios es la bondad. Lo que
nos agrada a nosotros no siempre es la bondad. Dios nunca se deleita en la
iniquidad. Nada hay de inicuo acerca del puro afecto de su voluntad. Aunque la
razón para escogernos no reside en nosotros sino en el afecto soberano de Dios,
podemos estar seguros de que el afecto soberano de Dios es un afecto bueno.
Recordamos también cómo instruyó el
apóstol a los cristianos filipenses. Les dijo: "...ocupaos en
vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros
produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Fil.
2:12,13).
En este pasaje, Pablo no está enseñando
que la elección es una empresa conjunta entre Dios y el hombre. La elección es
exclusivamente la obra de Dios. Es, como hemos visto, monergista. Pablo está
hablando aquí acerca de la puesta en práctica de nuestra salvación que sigue a
nuestra elección. Se está refiriendo específicamente aquí al proceso de nuestra
santificación. La santificación no es monergista es sinergista. Esto es,
demanda la cooperación del creyente regenerado. Somos llamados a trabajar para
crecer en la gracia. Hemos de trabajar duramente, combatiendo contra el pecado
hasta la sangre si es necesario, golpeando nuestros cuerpos si eso es lo que se
requiere para subyugarlos.
Somos llamados a esta obra seria de la
santificación por exhortación divina. La obra ha de ser llevada a cabo en un
espíritu de temor y temblor. Nuestra santificación no es un asunto ocasional.
No lo enfocamos de forma caballeresca, diciendo simplemente: "Eso es cosa
de Dios." Dios no lo hace todo por nosotros.
Tampoco, sin embargo, nos deja Dios
ocuparnos en nuestra salvación por nosotros mismos, en nuestra propia fuerza.
Somos consolados por su segura promesa de producir en nosotros así el querer
como el hacer lo que a Él le agrada.
Recientemente oí un sermón del gran
predicador escocés Eric Alexander, en el cual enfatizaba que Dios está obrando
en nosotros por su buena voluntad. Pablo no dice que Dios esté obrando en
nosotros por nuestra buena voluntad. No siempre estamos completamente a gusto
con lo que Dios está haciendo en nuestras vidas. A veces, experimentamos un
conflicto entre el propósito de Dios y nuestro propio propósito. Yo nunca
escojo sufrir a propósito. Sin embargo, puede estar dentro del propósito
soberano de Dios que yo sufra. Él nos promete que, por su soberanía, todas las
cosas obran para el bien de los que le aman y son llamados conforme a su
propósito.
Mis propósitos no siempre incluyen el
bien de Dios. Yo soy pecador. Afortunadamente para nosotros, Dios no es
pecador. Él es totalmente justo. Sus propósitos son siempre y en todo lugar
justos. Sus propósitos obran para mi bien, aun cuando sus propósitos estén en
conflicto con mis propósitos. Quizá debería decir: "Especialmente, cuando
sus propósitos están en conflicto con mis propósitos". Lo que le agrada a
Él es bueno para mí. Esa es una de las lecciones más difíciles que los
cristianos aprendan jamás.
Nuestra elección es incondicional
excepto por una cosa. Hay un requisito que debemos cumplir antes que Dios nos
elija jamás. Para ser elegidos, debemos primero ser pecadores.
Dios no elige a los justos para
salvación. No necesita elegir a los justos para salvación. Los justos no
necesitan ser salvados. Sólo los pecadores necesitan un salvador. Los que están
sanos no tienen necesidad de médico.
Cristo vino a buscar y a salvar a los
que estaban realmente perdidos. Dios le envió al mundo no sólo para hacer
posible nuestra salvación, sino para hacerla segura. Cristo no ha muerto en
vano. Sus ovejas son salvadas a través de su vida impecable y su muerte
expiatoria. Nada hay de arbitrario en eso.
Resumen
1. No
todos los hombres son predestinados para salvación.
2. Hay
dos aspectos o lados de la cuestión. Hay aquellos que son elegidos y aquellos
que no son elegidos.
3. La
predestinación es "doble".
4. Debemos
tener cuidado de no pensar en términos de igualdad final.
5. Dios
no crea el pecado en los corazones de los pecadores.
6. Los
elegidos reciben misericordia. Los no elegidos reciben justicia,
7. Nadie
recibe injusticia por parte de Dios.
8. El
"endurecimiento de los corazones" por parte de Dios es en sí mismo un
justo castigo por el pecado que ya está presente.
9. La
elección que Dios hace de los elegidos es soberana, pero no arbitraria.
10. Todas
las decisiones de Dios fluyen de su santo carácter.
Soli Deo Gloria