El capítulo 14 de 1ª. Corintios es notable por ser la única
Escritura en la cual se declara el orden de la iglesia cuando "toda la
iglesia se reúne en un solo lugar" (1ª. Corintios 14:23). Esto debería
darle, ciertamente, alguna importancia a los ojos de aquellos que creen que
Aquel que "amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella"
(Efesios 5:25), no ha cesado de amar y de cuidar; y además, que la Cabeza de
ella no ha renunciado a su jefatura.
Para los que piensan que el mero asunto de la conducta de
las reuniones de los santos es una cosa de ninguna o de poca importancia, es
bueno comentar cuán solemnemente finaliza el capítulo con la seguridad de que
las cosas que el apóstol escribió eran "mandamientos del Señor." (1ª.
Corintios 14:37).
Estos mandamientos, ¿han dejado de ser aplicables, o han
sido revocados? O, ¿se tomó todo este cuidado por la Iglesia al principio, y
ahora este cuidado ya no existe?
«No ha cesado el cuidado, ciertamente», la gente responde;
«pero los dones regulados en el capítulo han cesado y, por lo tanto, la
regulación de ellos también.»
Pero, entonces, no es verdad que el capítulo completo se
ocupa meramente de la regulación del don. Este presenta, más bien, la
regulación de la asamblea como estando «reunida». "Vuestras mujeres
guarden silencio en las iglesias" (1ª. Corintios 14:34 - VM), no
despertaba el interrogante de si acaso ellas tenían don o no. Algunas, de
hecho, profetizaban, que es la cosa principal que se regula en este capítulo;
pero la cosa está aquí: ellas no lo podían hacer en "las iglesias"
(VM) o "en las congregaciones" (RVR60); fuera de eso, lo que ellas o
los demás podrían hacer, no se considera en absoluto.
Entonces, de nuevo, "cada uno de vosotros tiene salmo,
tiene doctrina (una enseñanza)" (1ª. Corintios 14:26). Lo último no ha
cesado, ciertamente; no, ni tampoco lo anterior, porque no hay terreno para
suponer que fuera alguna alocución inspirada o incluso recién incitada. Lo que
debía dirigir la manifestación de todo esto en la asamblea era el principio,
"Hágase todo para edificación." (1ª. Corintios 14:26).
De este modo, el capítulo completo trata de la asamblea, y
se supone el caso de un incrédulo que entra, mientras tales o cuales cosas
sucedían en la asamblea, y cuál sería el efecto sobre aquel que entraba. Ahora
bien, suponiendo que ciertos dones han cesado - como claramente lo han hecho
las "lenguas" y las «interpretaciones» - esto no destruiría los
principios generales que debían gobernar esta «reunión». Puntos de detalle
podrían dejar de ser aplicables, mientras que aun así, los principios
permanecían intactos. Aun en aquellos días, el don de lenguas podría estar escaseando
en algunas asambleas; pero eso no afectaría la aplicación general del capítulo
a estos principios. Si ellos no tenían más que un "salmo" o una
"doctrina" (enseñanza), ello tendría aplicación. Estas eran
verdaderamente, y son, una especie de tipo o muestra de lo que ocupaba a la
asamblea cuando se reunía, dirigiéndose el salmo a Dios en alabanza, u oración,
con una melodía de corazones conscientes de Su favor "mejor que la
vida" (Salmo 63:3), mientras la doctrina (la enseñanza) se dirigía de Dios
a los hombres. Lo uno era adoración; lo otro, ministerio. Ciertamente, si estos
dos permanecen, no estamos totalmente desprovistos de lo que puede equipar a
nuestra asamblea; y si no tuviésemos nada más, los principios del capítulo
serían aplicables a nosotros.
Es verdaderamente claro, que el apóstol tiene especialmente
dos cosas en su mente como estando relacionadas con la asamblea, pero que
afectaban su mente en forma muy diferente. Estas eran: la profecía y el don de
lenguas. Él los vio a ellos enorgulleciéndose acerca de lo último, y cayendo en
completa locura en su orgullo, de tal manera que ellos se estaban exponiendo a
la vergüenza incluso delante de los incrédulos por medio de ello; hablando en
lenguas que nadie entendía, y donde nadie podía entrar o ser edificado mediante
ellas. Hablando comparativamente, a la profecía se le atribuía poca importancia
en presencia de este don más llamativo. Lo que era "una señal, no para los
que creen, sino para los incrédulos" (1ª. Corintios 14:22 - LBLA), estaba
usurpando el lugar de aquello que hablaba a los incrédulos "para
edificación, exhortación y consolación." (1ª. Corintios 14:3). Si en la
asamblea, entonces, la norma era que todas las cosas debían ser hechas para
edificación, la profecía que estaba expresamente pensada para eso, era
realmente la cosa mayor y mejor.
De este modo, él los alienta diciendo, "desead
ardientemente el poder profetizar" (1ª. Corintios 14:39 -
VM), pero por otra parte, "no impidáis el hablar lenguas."
(1ª. Corintios 14:39 - VM). Estas dos cosas tienen, en la estimación del
apóstol, un lugar ampliamente diferente. Yo estoy, en una medida, preparado
para oír acerca de la desaparición de aquello de lo cual los hombres abusaban
tanto. Por otra parte, mientras más yo pienso acerca del lugar que él atribuye
a la profecía, como eso que era "para edificación, exhortación y
consolación", de tal manera que él los exhorta a desearlo ardientemente
como siendo lo que edificaba la asamblea, yo menos puedo suponer que sea
posible que ella desaparezca hasta que la Iglesia sea perfeccionada y llevada
al cielo.
Por otra parte, yo puedo entenderlo siendo aún una cosa
menospreciada y pasada por alto por los hombres hasta cualquier medida
imaginable. Yo encuentro, tanto aquí en 1ª. Corintios 14 como nuevamente en 1ª.
Tesalonicenses 5:20 (pasaje este último que junta las dos advertencias, "
No apaguéis al Espíritu. No menospreciéis las profecías."), la seguridad
de que ellos ya estaban haciendo esto. Había en la naturaleza de este don
precioso, aquello que lo exponía peculiarmente al menosprecio y a la
desestimación del hombre. Lo que comenzó en ese entonces bien puede haber
avanzado en nuestro día hasta la negación completa del don.
Si nosotros preguntamos en cuanto a la naturaleza de este
«profetizar» - un "profeta" era, según el estricto significado de la
palabra, «uno que hablaba en nombre de otro»; y el nombre fue dado entre los
paganos a aquellos que hablaban en nombre de un dios y daba a conocer su
voluntad a los hombres. Ello no estaba, de ninguna manera, necesariamente en la
enunciación de la predicción, apropiadamente llamada así; para esto, se usó
otra palabra que la Escritura no emplea. Aun un "poeta" era un
profeta, como uno que hablaba en nombre de las Musas, hablando así, como se
suponía, bajo una especie de inspiración, no meramente de su propia mente. Aun
Pablo habla así acerca de un "profeta" de los Cretenses. (Tito 1:12).
El Nuevo Testamento no conoce nada acerca de un simple
vidente de futuro. El profeta era uno que hablaba en nombre de
Dios. Así, "un hombre de Dios" es tan a menudo la hermosa y
significativa designación de un profeta. En días de tinieblas y apostasía, ellos
estuvieron firmes de Su parte, a quien los hombres habían olvidado, y les
trajeron Su palabra y Su voluntad. Sus predicciones no eran sino una parte de
estas palabras, las cuales trataban la condición moral de aquellos a quienes
iban dirigidas, llamándoles al arrepentimiento; animando, advirtiendo,
consolando, exhortando, instruyendo en justicia. De entre semejantes rasgos, el
rasgo más distintivo era que ellos eran «hombres de Dios.» El apóstol Pablo
habla muy significativamente como si "toda Escritura" fuese escrita
para los tales. "Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar,
para reprender, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de
Dios sea perfecto, equipado para toda buena obra." (2
Timoteo 3: 16, 17 - LBLA). Aquí estaba la condición necesaria de las profecías,
esa verdad y consagración al Dios viviente que los capacitaba (o, equipaba)
como viviendo cerca de Él para conocer Su mente. Esto realza la declaración de
Amós, "Porque no hará nada Jehová el Señor, sin que revele su secreto a
sus siervos los profetas." (Amós 3:7). Semejante a eso, nuevamente en
Apocalipsis, "para manifestar a sus siervos las cosas que deben
suceder pronto." (Apocalipsis 1:1).
De este modo, ello se podría dar a conocer de diferentes
maneras - mediante nueva revelación positiva, la cual para nosotros ha cesado
de existir, desde que se completó la Palabra de Dios; o por medio del Espíritu
en viviente frescura, usando esa Palabra según lo que Pablo dice a Timoteo. El
hombre de Dios es aquel que, en ambos casos, tiene la mente de Dios en cuanto a
la escena a través de la cual él pasa. Para un tal, "el conocimiento del
Santo es inteligencia." (Proverbios 9:10 - LBLA).
Ahora bien, si esta es la base del profetizar, no es de
extrañar que el apóstol lo valore tan elevadamente. Si el profetizar es
solamente hablar en nombre de Dios, la Palabra de Dios en medio de Su pueblo,
es fácil ver de qué manera el pueblo debería ser exhortado a «desearlo
ardientemente», y a hacerlo fervientemente. El "amor", no buscando lo
suyo propio, procuraría aquello que será tan provechoso "para edificación,
exhortación y consolación." (1ª. Corintios 14:3). Siendo suficientemente
distinto de la "doctrina" (o, enseñanza), no se deducía necesariamente
algún don para lo último, ni tampoco, de hecho, para hablar en público, en
absoluto. "Cinco palabras" (1ª. Corintios 14:19), y no siendo estas
palabras las propias del que habla, podían ser suficiente: la Palabra de Dios
leída sencillamente podría llevar su sencillo e inteligible significado a los
corazones de todos los presentes. No eran necesarios ni la elocuencia de
ninguna forma, ni el poder de presentar la verdad arreglada ordenadamente. La
Palabra Divina podría entrar en palabras y frases entrecortadas, y ser, aun
así, el cumplimiento del mandato, "Si alguno habla, hable conforme a los
oráculos de Dios" (1ª. Pedro 4:11 - RVR1865), de modo que aun el más
simple que se encuentra allí, o el incrédulo que entra allí, cae bajo el poder
de esa Palabra, es convencido por todos, es juzgado por todos, y habiéndose
manifestado los secretos de su corazón, cae sobre su rostro, y adora a Dios, y
declara que verdaderamente Dios está allí (1ª. Corintios 14: 24, 25). El
apóstol deseaba ardientemente esto para ellos, y quería que ellos lo desearan
ardientemente también para ellos mismos; este trato directo de Dios con el
corazón y con la conciencia que el hombre podía, de hecho, evitar, pero que, no
obstante, estaba lleno de bendición para él.
Apenas necesito decir que la reunión de la iglesia en este
capítulo 14 de 1ª. Corintios era, aun en este relato, una reunión «abierta», en
este sentido y para este propósito, para que Dios pudiera hablar en Su propia
manera soberana por aquel que Él quisiera. Fue así, abierta en la manera más
completa, a tal punto que el hombre podía, y de hecho abusaba de ello allí en
Corinto. "Cada uno de vosotros tiene salmo, tiene doctrina, tiene lengua,
tiene revelación, tiene interpretación." (1ª. Corintios 14:26). Él afirma
el hecho, no se pronuncia en cuanto si está bien o mal, sino que añade sólo,
"Hágase todo para edificación." Para que ello pudiera ser así, los
que tenían don de lenguas podrían hablar, dos o tres, no más, y sólo cuando
hubiese un intérprete. Similarmente en cuanto a los profetas: pueden hablar dos
o tres. Sólo las mujeres debían guardar silencio absoluto en la asamblea. No
hubo otra línea de prohibición, en absoluto, en cuanto a quienes habían de ser
los que hablasen.
Esta puerta abierta, tan ampliamente abierta, era una
necesidad especial. Se podía abusar de ella. Se abusó de ella. Eso no alteraba,
en absoluto, la necesidad real. Habría sido mejor excluir a Dios, aun mediante
un pre-arreglo, que los que eran los más dotados hubiesen sido los que
hablasen. ¿Quién tenía derecho a arreglar esto? Ninguno entre los hombres, ni
siquiera uno. La Escritura no reconoce un poder de esta especie en la Iglesia,
excepto el de la Cabeza de la Iglesia. En cuanto al uso, ello podría excluir,
sin duda, alguna especie de desorden, pero sólo a expensas del desorden
muchísimo peor.
El don no significa espiritualidad. La iglesia en Corinto no
se quedaba atrás en cuanto a dones, aun así el apóstol no les pudo hablar como
a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo. (1ª. Corintios
3:1). No es menospreciar el don decir que sin el acompañamiento de la
espiritualidad, aquel que posee el don más precioso podría ser bastante
incompetente para edificar. Y, ¡es lamentable!, los hombres cambian y los
hombres decaen. Aquellos altamente dotados, algunas veces, incluso mediante los
dones, hacen que aquellos que los siguen se extravíen. Por eso, cuando la
iglesia se reúne, Dios no hará que se levante ninguna voz que excluya la Suya.
En perfecta sabiduría, Él puede, a Su voluntad, poner a un lado al más dotado,
para traer Su Palabra mediante algún pobre, simple hombre, que ha estado sobre
su rostro delante de Él, y ha aprendido Su mente donde el hombre aprende mejor,
en la más humilde de las escuelas. Aquel, a quien, quizás, ellos habrían
excluido totalmente de que les enseñase, el cual es verdaderamente, en cuanto a
la medida del don, por debajo de cualquiera que está allí, puede ser aquel que
es presentado para enseñar a todos.
Y el apóstol pone así este poder de profetizar ante ellos, y
los exhorta a desearlo ardientemente, "Por lo cual, hermanos, desead
ardientemente el poder profetizar." (1ª. Corintios 14:39 - VM). Un don tal
como sólo el amor, que tuviese a Cristo como motivo, y la bendición de los
hombres como el deseo del corazón, podía desear ardientemente. Ello no
conduciría por una senda fácil. La Palabra misma "No menospreciéis las
profecías" (1ª. Tesalonicenses 5:20), puede mostrar a qué situación ello
llevaría. Y, ¿cuál ha sido siempre la historia de los profetas? Los «hombres de
Dios» deben, de entre todos los hombres, ser hombres de fe, estar satisfechos
con esperar en Dios, y andar con Dios, y quizás, además, andar solitarios.
"¿A cuál de los profetas no persiguieron vuestros padres?" (Hechos
7:52). ¿Creen ustedes que esto no podría suceder en una asamblea de Cristianos?
Bien por nosotros, si ello fuese así. Pero yo estoy seguro de esto, que ningún
hombre, en sus sentidos, asumiría la vocación de la cual hablo, para ganar
alabanzas aun de parte de los santos.
Pero, ¿dónde están los «hombres de Dios»? Yo puedo encontrar
muchos hombres amables, afables. Y no pocos hombres justos, honestos y rectos.
Pero hombres salvados que lo sepan, y gracias a Dios por ello, son muchos
menos, pero aun así, son muchos. Pero, ¿dónde están los hombres para quienes "el
vivir es Cristo" (Filipenses 1:21)? ¿Dónde están Sus siervos, los que son
absolutamente Suyos? ¿Acaso no es eso lo que todos nosotros somos, como
habiendo sido comprados por Su sangre preciosa? ¿Es eso lo que nosotros somos
en la realidad práctica?
Hay pocas cosas adicionales que han de ser deseadas
ardientemente para la asamblea de los santos aparte de este
"profetizar." Los hombres pueden enseñar la verdad, y pueden
enseñarla bien; pero ello es absolutamente otra cosa. El lugar prominente dado
a la profecía en este capítulo que regula la reunión de la asamblea, debería
asegurarnos de su importancia especial en este lugar [*]. Esa importancia es
que la voz del Dios vivo debería ser oída por Su pueblo, dirigida claramente a
la necesidad de ellos, a la condición completa de ellos en el momento. ¡Qué
cosa más diferente de personas hablando para llenar el tiempo; o del más
inteligente orador, para suplir la ausencia de un maestro; o, una vez más, del
maestro mismo debido a que él es un
maestro, o porque tiene algo en su mente que le ha interesado o le ha
impresionado! "La palabra de Jehová que había hablado por sus siervos los
profetas" (2 Reyes 24:2) no era ninguna de estas cosas: era un mensaje
directo desde el corazón de Dios a los corazones y conciencias de Su pueblo. Y
aun así, "si alguno habla", él ha de hablar "conforme a los
oráculos de Dios" (1ª. Pedro 4:11 - RVR1865), como siendo, meramente, la
boca de Dios.
[*] Una reunión a cargo de un maestro es una cosa bastante
distinta de la asamblea reuniéndose. Él es responsable de enseñar, ciertamente;
y los santos no son menos responsables de oír; pero se trata de otro asunto.
Pero una cosa es afirmar que eso debería ser,
y otra cosa es decir, ello es. Una cosa es decir, «yo debería hacer esto», y
otra cosa es decir, «lo he hecho». La humildad será aquí, ciertamente, la
sabiduría más verdadera. No necesitamos reclamar nada: "El que juzga es el
Señor." (1ª. Corintios 4:4).
Soli Deo Gloria