Así que, ofrezcamos siempre a
Dios, por medio de él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios
que confiesan su nombre. (Hebreos 13:15)
La esencia de la salvación y la esencia
de la adoración es la vida con Dios. La meta de la salvación es la vida con
Dios: la vida con Dios que mora con nosotros, el Dios a quien le agrada tener
contacto con su pueblo. Esa es la esencia de nuestra salvación, la esencia de
nuestra adoración.
Esta perspectiva se expresa desde el
principio hasta el final de nuestra Biblia. Lo vemos, por ejemplo, en Éxodo
capítulo veintinueve; en este capítulo tenemos este testimonio de nuestro
Antiguo Testamento. Allí encontramos las bendiciones de la adoración
sacrificial reglamentada por Dios, en las que Él expresa la esencia de la
promesa de Su pacto.
En Éxodo capítulo veintinueve y
comenzando en el versículo cuarenta y dos leemos: “Será” [aquí se refiere al
holocausto y al incienso]:
“Será holocausto continuo por vuestras
generaciones a la entrada de la tienda de reunión, delante del Señor, donde yo
me encontraré con vosotros, para hablar allí contigo. Y me encontraré allí con
los hijos de Israel, y el lugar será santificado por mi gloria. Santificaré la
tienda de reunión y el altar; también santificaré a Aarón y a sus hijos para
que me sirvan como sacerdotes. Y habitaré entre los hijos de Israel, y seré su
Dios. Y conocerán que soy el Señor su Dios, que los saqué de la tierra de Egipto
para morar yo en medio de ellos. Yo soy el Señor su Dios”.
Esta es la esencia de la bendición
salvífica de Dios sobre Su pueblo que le adora: que Él mora en medio nuestro
como nuestro Dios y nosotros como pueblo suyo.
Esto se expresa también en el Nuevo
Testamento, en la era de la iglesia actual en segunda de Corintios, capítulo
seis, desde el versículo dieciséis y hasta el versículo dieciocho leemos:
“¿O qué acuerdo tiene el templo de Dios
con los ídolos? Porque nosotros somos el templo del Dios vivo, como Dios dijo:
Habitaré en ellos, y andaré entre ellos; y seré su Dios, y ellos serán mi
pueblo. Por tanto, salid de en medio de ellos y apartaos, dice el Señor; y no
toquéis lo inmundo, y yo os recibiré. Y yo seré para vosotros padre, y vosotros
seréis para mí hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso”.
Yo habitaré en medio de ellos. Yo seré
su Dios. Ellos serán mi pueblo. La nueva familia del pacto de Dios, hijos e
hijas para Dios, constituidos como un templo, el templo del Dios vivo. Y aquí volvemos
a tener nuestra esperanza final en la era venidera.
En Apocalipsis capítulo veintiuno,
comenzando desde el versículo uno y hasta el versículo tres encontramos:
“Y vi un cielo nuevo y una tierra
nueva, porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no
existe. Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, de
Dios, preparada como una novia ataviada para su esposo. Entonces oí una gran
voz que decía desde el trono: He aquí, el tabernáculo de Dios está entre los hombres,
y Él habitará entre ellos y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará entre
ellos”.
Y luego viene el versículo más
glorioso, que es el versículo siete:
“El vencedor heredará estas cosas, y yo
seré su Dios y él será mi hijo”.
Dios morará con nosotros; nosotros
seremos los hijos de Dios y viviremos en una creación que habrá sido
transformada en el tabernáculo mismo, el santo templo de Dios. Hermanos, yo
creo que si nos aferráramos a esta verdad fundamental de que Dios mora en medio
nuestro, una gran parte de nuestra confusión sobre la adoración empezaría
inmediatamente a despejarse.
Si sintonizáramos nuestra fe para
concretar la presencia de Dios con nosotros; si nos concentráramos en que Dios
mora en medio de nosotros; si aprendiéramos a identificar que esto es la
esencia de la adoración aceptable, que también se encuentra en otras iglesias,
distintas a las nuestras en ciertas formas, pero en medio de las cuales podemos
ver, a pesar de todo, la presencia de Dios; si aprendiéramos a reconocer esa
presencia de Dios en medio nuestro y en otras iglesias, en mi opinión creo que
se habría conseguido hacer un gran progreso que permitiría cultivar la unidad
del Espíritu en los vínculos de la paz, y haría que nos alentáramos unos a otros
para ir en busca de una adoración que diera honra a Dios.
Entre las iglesias cristianas
encontramos diferencias. En mi opinión no estaría de más, llegado el caso,
distinguir entre los elementos de adoración y las formas en que esta se puede
llevar esta a cabo; los elementos de la adoración y las formas de adoración.
Por ejemplo, la oración es un elemento;
es un componente, una actividad prescrita por la Biblia como elemento de
adoración. Debemos orar, pero la oración corporativa puede tomar formas distintas.
Hay iglesias que recitan al unísono el Padre Nuestro. Hay otras iglesias donde
la oración se escribe y se utiliza un libro de oración. En otras iglesias lo
que se practica es la oración extemporánea.
Ahora bien, por nuestra tradición, por
nuestros antecedentes y por nuestra experiencia, nosotros podemos preferir una
forma u otra. Sin embargo, podemos reconocer el elemento de la oración y, por
este medio, nuestra conciencia puede ser dirigida. Por medio de la oración
podemos llegar a creer que Dios está presente en medio de unas personas que,
ciertamente están orando pero que, quizás, lo están haciendo de una forma
distinta a lo que nosotros estamos acostumbrados y practicamos en nuestra
iglesia local.
Luego, claro está, tenemos el elemento
del cántico. Aquí nos encontramos con un verdadero reto hoy en día. Me produce
temor incluso el simple tanteo del terreno en el que se encuentra este tema ya
que es una mina que, sin duda, explotará bajo mis pies. Sin embargo, seguiré
adelante con ello.
Cantar es un elemento de la adoración
bíblica, pero existe toda una variedad de formas en las que se pueden presentar
los cánticos en la adoración. Algunas iglesias tienen un coro y un tipo de
música especial; en otras iglesias solo se practica el canto congregacional;
otras solo cantan los Salmos.
Algunas iglesias usan coritos, en otras
se usan los himnarios; las hay en las que se proyectan las palabras en una
pantalla y en otras se canta a capela sin instrumentos; o solo con el piano; a
veces solo la guitarra, y así sucesivamente. En algunas iglesias hay una
pequeña orquesta.
Bueno, evidentemente yo tengo mis
preferencias en estas cosas, y creo que tengo buenas razones para ello. Sin
embargo, como hermano en Cristo que intenta fomentar la unidad de espíritu en
los lazos de la paz, puedo al menos reconocer el elemento aunque admita que
haya diferencias en las formas.
Ahora bien, yo creo que en consciencia
podemos ser guiados a preferir una forma más que otra, según la información
bíblica que tengamos. Pero lo que pretendo decir, en principio, es que debemos
aprender a distinguir entre el elemento y la forma. Esto os liberará, y no
constituirá una atadura ¿me comprendéis? Os liberará y hará que os sintáis
hijos de Dios, alguien conciliador, e hijos del Altísimo; actuareis en gracia y
os sentiréis unificados con los hermanos en la forma en que el Espíritu nos ha
dado esa unidad.
Ahora, necesitamos conseguir un
equilibrio en estas cosas; un equilibrio entre lo que está establecido y lo que
está permitido; un equilibrio entre la ley y la gracia; un equilibrio en el
compromiso con las normas bíblicas inflexibles, aunque reconociendo la
presencia de Dios en las tradiciones y formas de adoración que expresan los
elementos bíblicos. Quizás se trate de formas que son un tanto distintas a las
que, de otro modo, contarían con nuestra preferencia y serían las que nosotros
practicásemos.
Queremos tener una buena conciencia y,
mientras adoramos, queremos saber que lo estamos haciendo en una forma de
adoración bíblicamente establecida, en vez de hacerlo mediante elementos de
adoración. Queremos tener una buena conciencia hacia los hermanos cuyas formas
de adoración puedan ser distintas a las nuestras, aunque tengan igualmente sus
principios y también sean bíblicas.
Necesitamos discernimiento, y para ello
debemos darnos cuenta de que aquí hay un factor que entra en juego: el papel
legítimo que tenemos como ancianos y pastores en la iglesia a la hora de
dirigir la adoración a Dios.
Debemos dirigir a nuestra gente en
adoración, y guiarles en una adoración que sea según las normas bíblicas. Pero
debemos liderar a nuestra gente en la adoración. Esto significa que debe haber
una sensibilidad hacia quiénes son, hacia su condición de pueblo de Dios. De
este modo, junto con el pueblo de Dios y con nuestras Biblias abiertas, los
líderes debemos guiar al rebaño a esa adoración que es según las normas
bíblicas y que expresa la verdadera adoración que sale del corazón, en medio de
ese pueblo en particular.
Somos específicamente responsables de
generar el clima en el que se dirige la adoración, y gran parte de las formas
de nuestra adoración proporcionará la información sobre el ambiente que se está
generando en nuestra adoración. Si nuestras formas son descuidadas; si la forma
en la que oramos, la forma en la que se presenta nuestra música; si las formas
son informales y mundanas y no se distinguen por su reverencia; por darle honra
a Dios, entonces el clima que estamos generando hace que a las personas les
resulte difícil entender que han salido del mundo para entrar en la presencia
de Dios.
Hay ciertas libertades que podríamos
utilizar a la hora de expresarnos, pero por amor a la honra que hay que darle a
Dios, necesitamos ser sabios en la forma en la que adoramos a Dios, en las
formas de nuestra adoración en cualquier entorno cultural y en cualquier
generación y tiempo.
Necesitamos dirigir a nuestra gente
ejerciendo la autoridad bíblica, para poder establecer la clara distinción de
que ahora hemos entrado en la presencia de Dios. Esto no solo debe hacerse por
medio de los elementos de adoración, sino también por medio del ambiente, que
tanto dice de las formas que usamos y, también, por la manera en la que
llevamos a cabo nuestra adoración.
Debemos dirigir a nuestra congregación
en estas cosas también, y cabe ejercer la autoridad legítima; esa autoridad de
la que habla la Biblia que debemos utilizar a la hora de decir, como líderes o
como ancianos, que esas son las formas que hemos elegido utilizar.
Es posible que algunos no estén
expresamente de acuerdo con ello, o que quizás no les guste específicamente;
pero cuando se trata de hacerlo, vosotros sois los ancianos y no ellos.
Vosotros tenéis la responsabilidad de poner orden en la casa de Dios, en el
tema de la adoración, y necesitáis tomar el liderazgo y guiar a vuestra gente a
lo que sea más reverente y aquello que más honra le dé a Dios.
Así pues, debéis tener discernimiento;
tenéis que tener sabiduría y aquí es donde el Espíritu Santo está más
involucrado. Nos proporciona la gracia para ejercer nuestro liderazgo de manera
que, por una parte, no ordenemos cosas que violen las normas bíblicas y que no
seamos unos tiranos con respecto a la conciencia del hombre. Por otra parte, se
encarga de que no seamos tan descuidados, negligentes y ególatras como para no
tener la sensibilidad necesaria en el tema de conducir a las personas a una
experiencia de santidad, una experiencia sagrada porque nos estamos acercando a
la presencia de Dios.
No somos una reunión como otra
cualquiera de las que se mantienen en nuestra cultura. A veces siento pena por
mucha gente, especialmente por los jóvenes, por los niños, porque les puede
resultar difícil expresar cuál es la diferencia entre ir a un concierto de
música o ir a la iglesia. ¡Y debería haber una diferencia!
Nos corresponde a nosotros como líderes
asegurarnos de que la diferencia sea palpable, que se pueda experimentar, de
manera que en nuestras reuniones vengan a la presencia de Dios, que se postren
y digan de verdad “Dios está en medio de vosotros”.
No tienen esa experiencia en una sala
de conferencias en la universidad. No experimentan esto en un concierto de
música. No tienen esa experiencia en una manifestación política, pero ¡sí la
tienen en la iglesia! Por ese motivo tenemos que ser sabios en los tipos de
formas que introducimos en la adoración a Dios y debemos guiar a las personas
hacia elementos de adoración que estén dentro de la normativa bíblica.
Y bien, ¿cuáles son esos elementos? Propongo
que sigamos el principio que se expresa, de forma sucinta, en Santiago capítulo
cuatro y versículo ocho. En ese texto encontramos una exhortación que vamos a
leer: “Acercaos a Dios, y Él se acercará a vosotros”.
Aquí es donde voy a dividir nuestro
estudio, en la hora final, en dos partes: las cosas que hacemos y por las que
nos acercamos a Dios, y las cosas que se hacen en adoración por medio de las
cuales Dios se acerca a nosotros. Como veis, la adoración es una dinámica en
dos sentidos: lo que le damos a Dios y lo que recibimos de Él. Le ofrecemos
nuestro sacrificio espiritual como sacerdotes, y Él responde morando en medio
de nosotros y transmitiendo su presencia y su amor hacia nosotros.
Ahora bien, ¿cuáles son las actividades
por medio de las cuales le damos nuestro sacrificio espiritual? En mi opinión
el primero es la oración. En Mateo capítulo veintiuno, versículo trece, Jesús
dice: “Mi casa será llamada casa de oración”. En Hebreos, capítulo trece y
versículo quince: “Por tanto, ofrezcamos continuamente mediante Él, sacrificio
de alabanza a Dios, es decir, el fruto de labios que confiesan su nombre”.
Dar gracias y alabar son sacrificios.
Son la adoración del sacerdocio del nuevo pacto. Nuestras oraciones deben
expresar nuestra gratitud a Dios; debemos hacer oraciones en las que le demos
gracias, oraciones de alabanza y adoración. La ingratitud mata a la adoración;
un pueblo desagradecido no puede adorar.
Pablo nos habla acerca de la raíz de la
idolatría, en Romanos capítulo uno, versículo veintiuno. Nos dice que aunque
ellos conocían a Dios, no le honraban como Dios, ni le daban gracias, sino que
se volvieron fútiles en sus especulaciones.
Era un pueblo incapaz de venir delante
de Él con acción de gracias, y de ser agradecido en todo. Cualquiera que sea
nuestra situación, sean cuales sean los retos a los que tengamos que
enfrentarnos, somos un pueblo bendecido con la presencia de Dios; somos salvos.
Tenemos un Dios en el que nos gozamos y
debemos ser agradecidos. Las oraciones de acción de gracias y alabanza son
también oraciones de confesión de pecado. Una vez más es una adoración
sacrificial y así lo vemos en el Salmo cincuenta y uno, versículo diecisiete:
“Los sacrificios de Dios son el espíritu contrito; al corazón contrito y
humillado, oh Dios, no despreciarás”.
Adoramos a Dios en nuestra condición de
pecadores creyentes; por consiguiente, en nuestra adoración corporativa,
nuestras oraciones deben expresar la confesión de nuestro pecado. Estamos
confiando en Jesús como sacrificio expiatorio por nuestro pecado. Venimos
delante de Dios y confesamos nuestro pecado, con humildad y con un corazón
quebrantado y contrito.
Si la esencia de la adoración es
conocer y experimentar a Dios en medio nuestro, entonces en Isaías cincuenta y
siete, versículo quince Él nos dice dónde podemos encontrarle:
“Porque así dice el Alto y Sublime que
vive para siempre, cuyo nombre es Santo: Habito en lo alto y santo, y también
con el contrito y humilde de espíritu, para vivificar el espíritu de los
humildes y para vivificar el corazón de los contritos”.
Si adorar es conocer al Dios que mora
en medio nuestro, entonces Dios dice: he aquí el pueblo en medio del cual yo
habito, un pueblo contrito, un pueblo humilde, un pueblo que confiesa sus
pecados, que ofrece el sacrificio de la oración y la confesión que procede de
un corazón contrito. Tenemos también la oración de intercesión en primera de
Timoteo, capítulo dos, versículos uno y dos:
“Exhorto, pues, ante todo que se hagan
rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias por todos los hombres;
por los reyes y por todos los que están en autoridad, para que podamos vivir
una vida tranquila y sosegada con toda piedad y dignidad”.
El versículo catorce del capítulo tres
dice: “Te escribo estas cosas, esperando ir a ti pronto, pero en caso que me
tarde, te escribo estas cosas para que sepas cómo debe conducirse uno en la
casa de Dios, que es la iglesia del Dios vivo, columna y sostén de la verdad”.
Pablo, ¿qué quieres que hagamos? Pues
bien, en primer lugar quiero que oréis y quiero que vuestras oraciones incluyan
peticiones de intercesión en favor de los hombres, pidiendo por aquellos que
están en puestos de autoridad, para que podamos vivir vidas pacíficas. Esto es
aceptable a Dios, y también que intercedamos por los que aún tienen que venir
al conocimiento del único Dios y el único mediador entre Dios y los hombres,
que es Cristo Jesús, porque Dios desea que los hombres sean salvos. Orad por
ellos, elevad oraciones de intercesión. “Quiero”, dice el capítulo dos,
versículo ocho, “que en todo lugar los hombres oren levantando manos santas,
sin ira ni discusiones”.
¿Qué más deberíamos hacer para
acercarnos a Dios? Junto con la oración, creo que la congregación debería
cantar; pienso que nuestros cánticos son una expresión de la oración; es una
aproximación a Dios.
En el antiguo pacto, la música era algo
muy destacado cuando el pueblo adoraba a Dios. En Éxodo 15, Israel canta el
cántico de Moisés. Los Salmos son cánticos al Señor, oraciones a las que se les
pone música. Sabemos que en el templo había un coro formado por la tribu de
Leví; estos eran los cantores en el templo de Dios.
En primera de Crónicas capítulo nueve,
versículo treinta y tres vemos: un coro compuesto por los sacerdotes escogidos
de Dios. ¿Pero quiénes son los sacerdotes escogidos en el Nuevo Pacto? Son el
pueblo de Dios.
En Mateo capítulo veintiséis y
versículo treinta el propio Jesús, junto con Sus discípulos, cantó un himno al
concluir la Pascua cuando instituyó la Cena del Señor para Su iglesia. En
Colosenses capítulo tres, versículo dieciséis leemos: “Que la palabra de Cristo
habite en abundancia en vosotros, con toda sabiduría enseñándoos y amonestándoos
unos a otros con salmos, himnos y canciones espirituales, cantando a Dios con
acción de gracias en vuestros corazones”.
La palabra de Cristo tiene que gobernar
todo nuestro corazón a la hora de expresar nuestra adoración. Debemos enseñar y
amonestar con toda sabiduría, y debemos cantar con salmos, himnos y cánticos
espirituales.
Todo esto debe hacerse con gratitud en
nuestros corazones hacia Dios, para que constituya lo que Hebreos capítulo
trece, versículo quince define como “un sacrificio espiritual”. Por medio de Él
ofrezcamos sacrificio de alabanza con salmos, himnos, cánticos espirituales,
fruto de nuestros labios que dan gracias a su nombre. El canto congregacional
es un elemento de adoración por medio del cual nos acercamos a Dios.
En tercer lugar, yo incluiría las
ofrendas económicas. Las contribuciones del pueblo de Dios han sostenido
siempre el templo; han promocionado y fomentado la adoración a Dios, y han
constituido una provisión para los necesitados dentro del pueblo de Dios.
Así pues, en primera de Corintios
capítulo dieciséis, Pablo dice a la iglesia de Corinto en el versículo uno:
“Ahora bien, en cuanto a la ofrenda para los santos, haced vosotros también
como instruí a las iglesias de Galacia. Que el primer día de la semana, cada
uno de vosotros aparte y guarde según haya prosperado, para que cuando yo vaya
no se recojan entonces ofrendas”.
Pablo no quiere que se le vea como
alguien que solo viene a recaudar sostén económico. Esto debe formar parte de
la adoración a Dios. El primer día de la semana debe hacerse esta contribución,
para que la obra de Dios sea llevada adelante por medio del pueblo de Dios, en
beneficio de esos hermanos, incluso del más insignificante de ellos que
necesite ser alimentado, vestido y visitado, como vemos en Mateo capítulo
veinticinco.
La iglesia debe recoger donativos como
parte de su adoración. Yo he estado en iglesias donde el cepillo se encuentra
en la parte trasera, en el vestíbulo, y los miembros saben que es allí donde
deben aportar sus contribuciones. He asistido a iglesias donde los diáconos
pasan al frente y se recoge la ofrenda. Esta es la forma.
Yo creo que el elemento implica esto
mismo: que debemos contribuir como acto de sacrificio, como acto de adoración
de nuestros primeros frutos. En Filipenses capítulo cuatro, versículo
dieciocho, leemos: “Pero lo he recibido todo y tengo abundancia; estoy bien
abastecido, habiendo recibido de Epafrodito lo que habéis enviado”. ¿Cómo lo
describe? “Fragante aroma, sacrificio aceptable, agradable a Dios”.
Era lo que la iglesia ofrendaba como
expresión de su adoración. Estaba destinado al sostén del evangelio para que el
reino y la extensión de la adoración de Dios prosiguieran adelante. Y Pablo les
da las gracias por haber suplido sus necesidades, pero esto era un acto de
adoración a Dios, un aroma fragante, un sacrificio aceptable.
El Nuevo Testamento no pone el énfasis
en la cantidad, sino en el corazón del dador. En segunda de Corintios capítulo
nueve, versículo siete vemos: “Que cada uno dé como propuso en su corazón, no
de mala gana ni por obligación, porque Dios ama al dador alegre”.
Lo que importa es el corazón, no la
cantidad, pero el importe es el tema en cuestión porque lo que se da es una
cantidad. Creo que estos son elementos prescritos en la Biblia para
acercarnos a Dios.
Pero entonces ¿qué es lo que se hace en
la adoración para que Dios se acerque a nosotros? En primer lugar yo diría que
son las ordenanzas del bautismo y la Santa Cena. En Romanos capítulo seis,
versículos tres y cuatro leemos:
“¿O no sabéis que todos los que hemos
sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Por tanto,
hemos sido sepultados con Él por medio del bautismo para muerte, a fin de que
como Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también
nosotros andemos en novedad de vida”.
En el bautismo hay una demostración de
nuestra unión con Jesucristo en su muerte y su resurrección. En el bautismo hay
una comunicación visual del Evangelio. Cuando el discípulo es sumergido en el
agua, Cristo nos está dando una imagen que describe nuestra unión con Jesús en
su muerte.
¿Os habéis fijado en el discípulo justo
después de haber sido sumergido en el agua? Intentad reproducir en vuestra
mente la imagen de ese individuo que está justo debajo de la superficie del
agua, cuando le estás bautizando. ¿Qué parece? Parece que está en su ataúd.
Hemos tenido bautismos en nuestra
iglesia en los que he llevado a toda la iglesia hasta el borde del bautisterio,
he puesto a los niños delante y los demás mirando por encima y les he dicho:
“quiero que veáis lo que yo veo cuando bautizo a esta persona, porque lo que se
ve es una imagen de la muerte”.
Si tomas una fotografía justo cuando
está sumergido, y el agua se calma, y lo miras ahí debajo del agua, yaciendo
sin más, os digo que parece estar muerto. ¿Qué representa eso? Es su unión con
Cristo en su muerte.
Pero no lo dejas ahí, bajo el agua.
Vuelve a levantarse porque ahí en la muerte se encuentra con alguien, en el
momento en el que toma su cruz y se niega a sí mismo, y sigue a Jesús a la
muerte.
Se encuentra con Jesús en esa agua de
muerte y, unido a Él ahora en su resurrección, se levanta a una vida nueva. Es
una imagen del Evangelio. Es una comunicación de Dios sobre nuestra unión con
Jesucristo en la ordenanza del bautismo.
En primera de Corintios capítulo diez,
versículo dieciséis, acerca de la Santa Cena dice:
“La copa de bendición que bendecimos,
¿no es la participación en la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la
participación en el cuerpo de Cristo?”
Pablo nos dice que así como los
sacerdotes comían los alimentos sacrificiales, en el Antiguo Pacto, así
nosotros también, en el Nuevo Pacto, tenemos que comer nuestro cordero pascual.
Tenemos que comer nuestra cena sacrificial, y es una comida que nos recuerda la
obra completa que Jesucristo llevó a cabo en el pasado.
Es una comida que nos proporciona
también una comunión presente con el Cristo resucitado Quien es el Cordero de
Dios. En un culto de adoración sacrificial, los adoradores saben qué hacer
cuando encuentran al cordero. ¡Se lo comen!
En el Nuevo Pacto nosotros también
somos conducidos a la comunión con el Cordero. ¿Qué hacemos con esto? ¡Nos lo
comemos! Tenemos contacto con Él en su comida sacrificial. Y es también un
testimonio, no solo de nuestra comunión presente sino un anticipo de la fiesta
de las bodas del Cordero, donde comeremos con el Señor, y Él nos cumplimentará
en esa glorificada comida escatológica del Cordero.
Este es el motivo por el cual Pablo
dice, en primera de Corintios capítulo once, versículo veintiséis: “Porque
todas las veces que comáis este pan y bebáis esta copa, la muerte del Señor
proclamáis hasta que Él venga”.
La proclamáis, la recordáis; tenéis
contacto con Él ahora comiéndolo, y a causa de ello testificáis que Él vuelve
otra vez. En Hechos capítulo veinte, versículo siete, leemos que la iglesia
estaba reunida para partir el pan.
Esta es una declaración de intenciones
que señala que la iglesia se reunía con el propósito de partir el pan. En
primera de Corintios capítulo once y versículo veinte, Pablo dice: “Por tanto,
cuando os reunís, esto ya no es comer la cena del Señor”.
Ahora bien, este es el primer tema que
Pablo aborda en esta sección de primera de Corintios, en la que da
instrucciones, en el versículo diecisiete, con respecto a sus reuniones. En
primer lugar, esto es lo primero que tiene en mente; el versículo dieciocho
dice: “Cuando os reunís como iglesia”. Hechos capítulo veinte, versículo siete
dice: “Cuando estábamos reunidos para partir el pan”.
¿Qué es lo que Pablo tiene en mente,
cuando el pueblo de Dios se reúne como iglesia? La Santa Cena. Pablo los
reprende porque lo que hacen no es celebrar la Cena del Señor.
Lo que está diciendo en realidad es: lo
que deberíais hacer es celebrar la Santa Cena. Deberíais reuniros para tomar la
Santa Cena. Lo que hacéis es un insulto. En el versículo treinta y tres leemos:
“Así que, hermanos míos, cuando os reunáis para comer […]”.
El propósito de su reunión era comer la
Santa Cena y, a la vez que tenían una comida con Jesús, junto con Su presencia
en Hechos capítulo 20 vemos que entonces se hacía uso de los dones y se
ejercían los ministerios de la iglesia, entre los que destacaba el ministerio
de la palabra de Dios.
Yo me pregunto, ¿piensa nuestra gente
que se reúnen para escuchar un sermón, o que se están reuniendo para tener
contacto con Cristo? La iglesia primitiva se reunía, en el Nuevo Testamento,
para comer con Cristo y cenar con Cristo. Esto es lo que, en Apocalipsis
capítulo tres versículo veinte, Jesús le recuerda a su iglesia díscola: “He
aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta,
entraré a él, y cenaré con él y él conmigo”. Jesús dice estas palabras a esa
iglesia tibia y autocomplaciente de Laodicea.
La palabra para “cenar” en el original
es la misma palabra que se utiliza para “la cena” en primera de Corintios once,
en referencia a la comida de la Pascua, es decir la Santa Cena. Lo que Jesús
está diciendo es: si escucháis mi voz y os arrepentís de vuestro letargo,
vendré y cenaré con vosotros.
Al escuchar esto, la iglesia debería
levantarse y decir: ¡arrepintámonos de esta forma de vida tibia y descuidada y
adorémosle, porque Jesús va a venir a cenar con nosotros, a tomar la cena con
nosotros! La Santa Cena es comer y beber de Cristo por fe; es comer y beber con
Cristo por fe; y es un anticipo de comer y beber con Cristo por toda la
eternidad en las glorias que han de venir.
Me gustaría exhortaros, queridos
hermanos, a considerar seriamente si la Santa Cena tiene el papel destacado que
debería, en la vida de vuestra asamblea. En Flemington, y solo puedo hablar de
nosotros, estas consideraciones y algunas otras más nos llevaron hace unos tres
años a empezar a celebrar la Santa Cena cada día del Señor.
Puedo daros testimonio de que ha
resultado ser una bendición para nuestras almas, y ha sido una oportunidad de
glorificar el Evangelio de Jesucristo. No importa en qué parte del paisaje de
la verdad bíblica nos encontremos, siempre terminamos sentados a la mesa.
Siempre terminamos a los pies de la
cruz. Siempre acabamos alabando a Cristo por su sangre y por el triunfo de su
resurrección. El día del Señor implica la Santa Cena, y empezamos la semana
habiendo tenido contacto con Cristo en su cena.
Sugiero que os preguntéis si le hemos
dado la debida importancia al hecho de que la iglesia primitiva en Hechos
capítulo dos, versículo cuarenta y dos, estaba dedicada a la predicación apostólica,
a la oración, al partimiento del pan, y a la comunión.
El partimiento del pan era uno de los
componentes fundamentales de la iglesia primitiva, y yo me pregunto si no
haríamos bien en darle una mayor relevancia, ya que nuestra Biblia nos dice que
el propósito por el cual se reunía la iglesia era para partir el pan y comer en
la mesa del Señor.
Bien, en segundo lugar, junto con estas
ordenanzas se encuentra la lectura pública de las Escrituras. En primera de
Timoteo capítulo cuatro y versículo trece leemos: “Entretanto que llego,
ocúpate en la lectura de las Escrituras, la exhortación y la enseñanza”.
Es más que probable que la mayoría de
nosotros, en el transcurso de nuestro ministerio pastoral, no llegue a predicar
sobre toda la Biblia. Sin embargo, deberíamos leer toda la Biblia con nuestra
gente en una lectura sistemática y pública de la Palabra de Dios; de acuerdo
con esto, deberíamos exhortar, alentar y enseñar por medio de ella.
En primera de Tesalonicenses capítulo
cinco y versículo veintisiete leemos: “Os encargo solemnemente por el Señor que
se lea esta carta a todos los hermanos”. En Colosenses capítulo cuatro y
versículo dieciséis vemos: “Cuando esta carta se haya leído entre vosotros,
hacedla leer también en la iglesia de los laodicenses; y vosotros, por vuestra
parte, leed la carta que viene de Laodicea”.
En este caso, debemos tomar los
escritos de Pablo como una carta. Esto significa que se empieza por el
principio y se lee hasta el final. ¿Cuántos de vosotros recibís un e-mail, leéis
la salutación, lo cerráis y lo guardáis; volvéis al día siguiente, leéis la
primera frase lo cerráis, lo guardáis; al día siguiente leéis otra frase, lo
cerráis… ¡No! Cuando recibís una carta la leéis de principio a fin. Eso es lo
que se hace con una carta. Y eso es lo que debemos hacer con la Palabra de
Dios. Debemos leerla; y lo saludable es leerla desde el principio hasta el
final.
Ahora bien, lo que hacemos en nuestra
iglesia es leer consecutivamente, como sé que lo hacen los hermanos en North
Bergen, y sé que muchos de vosotros también lo hacéis. Leemos de forma
consecutiva, y es bíblico que lo hagamos así. En nuestro culto matinal de
adoración, leemos de forma consecutiva en el Nuevo Testamento. En nuestro culto
vespertino de adoración, leemos de forma consecutiva en el Antiguo Testamento.
En el transcurso de los años habremos
leído el Nuevo Testamento varias veces juntos, y habremos leído el Antiguo
Testamento menos veces, pero habremos leído toda la Biblia en el ministerio
público de la Palabra de Dios. Haciendo esto Dios se acerca a nosotros.
En tercer lugar, hay una proclamación
de la Palabra de Dios. La enseñanza, la predicación, la exhortación por medio
de la Palabra de Dios debe ser realmente la pieza central de lo que se hace en
la presencia de Dios; por medio de esto, Dios se acerca a nosotros.
Me temo que hoy, hay demasiadas
actividades no reguladas que se están introduciendo en la adoración a Dios y
que desplazan a la predicación de la Palabra de Dios. Se le está dando
demasiado lugar a actividades que no nos dejan suficiente tiempo, ni lugar,
para la exposición de la Palabra de Dios.
Recuerdo que una vez visité una reunión
de discípulos en la que me pidieron que predicara y, cuando por fin me levanté
y subí al púlpito para predicar, después del tiempo dedicado a los testimonios
personales; después del tiempo para los niños; después de la música especial;
después de todas las cosas cuando me puse al frente, detrás del atril, el
hombre me miró haciéndome una seña y me dijo: “aquí solemos terminar alrededor
del mediodía”. Miré mi reloj y vi que eran las doce menos veinte, y le
repliqué: “me estás tomando el pelo”.
En ese momento pensé que me iba al día
siguiente y que si me pasaba de las doce, ¿qué podrían hacer? Pero esto no es
más que un testimonio de la falta de respeto tan desconsiderada por la
predicación.
La predicación debe ser la parte
central porque nos reunimos en la presencia de Dios para recibir de Él la
transmisión de su amor, la comunicación de su Verdad. La iglesia es el pilar y
el sostén de la verdad.
Como nos exhortaba ayer el pastor
Piñero, se nos ha encomendado la verdad. Debemos luchar con fervor por la
verdad, y si la familia de verdad no da lugar a la verdad ¿cómo podemos
glorificar y honrar a Dios?
Debemos predicar la Palabra, estar
preparados a tiempo y fuera de tiempo, reprobar, reprender, exhortar con gran
paciencia e instruir como dice segunda de Timoteo capítulo cuatro, versículo
dos. En primera de Timoteo, capítulo cuatro y versículo trece leemos:
“Entretanto que llego, ocúpate en la
lectura de las Escrituras, la exhortación y la enseñanza. No descuides el don
espiritual que está en ti, que te fue conferido por medio de la profecía con la
imposición de manos del presbiterio. Reflexiona sobre estas cosas; dedícate a
ellas, para que tu aprovechamiento sea evidente a todos. Ten cuidado de ti
mismo y de la enseñanza; persevera en estas cosas, porque haciéndolo asegurarás
la salvación tanto para ti mismo como para los que te escuchan”.
Este tiene que ser el centro de vuestro
compromiso pastoral y de vuestra labor de pastoreo: abrir la palabra y
alimentar al rebaño con la Palabra de Dios. Reflexionad sobre estas cosas,
haced progresos, cansaos en la búsqueda de estas cosas. En el capítulo cinco,
versículo diecisiete dice: “Los ancianos que gobiernan bien sean considerados
dignos de doble honor, principalmente los que trabajan en la predicación y en
la enseñanza”.
La predicación y la enseñanza de la
Biblia representan un arduo trabajo. No os asustéis del trabajo duro. Pablo
sigue adelante y, más tarde, en segunda de Timoteo capítulo cuatro nos dice que
llegará un tiempo en el que los hombres no querrán recibir doctrina.
Los hombres no querrán oír
predicaciones. Los hombres querrán tener otras cosas que rasquen su comezón de
oídos. Querrán oír algo distinto a lo que se esté predicando. No seáis
transigentes en esto.
En primera de Corintios capítulo
catorce, versículo veinticuatro y veinticinco encontramos: “Pero si todos
profetizan, y entra un incrédulo, o uno sin ese don, por todos será convencido,
por todos será juzgado”. Los secretos de su corazón quedarán al descubierto, y
él se postrará y adorará a Dios, declarando que en verdad Dios está entre
vosotros”.
La declaración ordenada de la palabra
de Dios es un testimonio de la propia presencia de Dios. Dios no es un Dios de
confusión. Él es el Dios que habla, el Dios cuya palabra nos ha sido comunicada
por medio de sus profetas en nuestra Biblia, y que se ha hecho carne en su hijo
y ahora está utilizando a un médium para transmitírsela a los hombres. Vosotros
sois los médiums de Dios. Hubo un hombre enviado por Dios cuyo nombre era: el
vuestro. Vosotros sois los médiums de Dios.
Cada vez tenemos más dependencia de los
medios para la adoración. Somos los médiums de Dios, no necesitamos todos esos
aparatos eléctricos, micrófonos y altavoces. ¡No! Dios ya nos ha dado un medio
para la comunicación de Su palabra: el hombre, el predicador, el pastor, el que
proclama la palabra y la verdad de Dios.
Lo que lleva a las personas a
experimentar a este Dios es la proclamación de Su palabra, no las estrategias
comerciales ni los trucos publicitarios. Es el poder de la palabra de Dios
comunicada por medio de un modelo que ejemplifica la verdadera fe, el verdadero
arrepentimiento, el verdadero discipulado y que pone en práctica los dones
concedidos por el espíritu. Cuando esto ocurre, se oye la voz de Jesucristo.
En primera de Corintios capítulo uno,
versículo veinte y veintiuno leemos: “¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el escriba?
¿Dónde el polemista de este siglo? ¿No ha hecho Dios que la sabiduría de este
mundo sea necedad? Porque ya que en la sabiduría de Dios el mundo no conoció a
Dios por medio de su propia sabiduría, agradó a Dios, mediante la necedad de la
predicación, salvar a los que creen”.
Como el Pastor Meadows nos enseñó ayer,
he aquí el método de transformación utilizado por Dios. Esto es lo que Dios usa
para llevar a sus hijos e hijas a una mayor conformidad consigo, de forma que
Cristo pueda tener la preeminencia como primogénito entre muchos hermanos. Él
utiliza la necedad de la predicación.
Hoy en día hay muchas voces que nos
dicen que lo que necesitamos es algo distinto a la predicación, que necesitamos
predicar de una forma distinta a lo que se nos dice en la Biblia. ¿Dónde está
el polemista? ¿Dónde está el sabio? ¿No ha silenciado Dios su necedad? ¿Cómo lo
ha hecho? ¡Con la necedad de la predicación!
¡Predicad la palabra a tiempo, y fuera
de tiempo! Predicad la palabra y, al hacerlo, Dios se acercará a su pueblo y
ellos se postrarán sobre su rostro y dirán de verdad, “Dios está contigo”; de
este modo, la predicación se vuelve transparente a la presencia de Dios.
Al finalizar nuestros cultos, al
marcharse, la gente suele hacer muchas veces comentarios sobre nuestra
predicación ¿no es así? “Me gusta la forma en la que usted dijo esto; me gustó
la ilustración”. Yo me siento más estimulado cuando salen y dicen: “Yo no
conocía a Jesús de este modo. He aprendido quién es Dios. He obtenido una
apreciación mayor del amor de Dios por mi”. La predicación se vuelve
transparente al Dios que está presente.
Bueno, ¿pero cuál es la respuesta de la
Biblia a la pregunta: cómo debemos adorar? La respuesta no es ni más ni menos
que la Biblia. Orad la Biblia, cantad la Biblia, ved la Biblia en las
ordenanzas del bautismo y de la Santa Cena, leed la Biblia y predicad la
Biblia.
Estos son los elementos, los
ingredientes de la adoración por medio de la cual nos acercamos a Dios. Oramos
la Biblia; cantamos la Biblia; ofrendamos los diezmos a nuestro Dios en
obediencia a la Biblia. Recibimos gracia de parte de Dios en las ordenanzas del
bautismo y de la Santa Cena, y vemos la Biblia. Leemos la Biblia y, en nuestras
predicaciones, proclamamos la Biblia.
Ahora bien, esos elementos pueden
ordenarse de formas distintas para ministrar al pueblo de Dios, pero
caracterizarán la adoración bíblica. Se pueden expresar en una amplia gama de
normas, según las distintas variantes, pero la adoración bíblica siempre tendrá
estos elementos.
Y como conclusión, os traigo una
descripción que he recogido de la contribución de Ligon Duncan al práctico
volumen Give Praise to God [Alabad a Dios], donde ofrece cinco descripciones de
una adoración regulada por la Biblia, estimulada por el Espíritu y centrada en
Cristo.
Si el pueblo de Dios adora y se acerca
a Dios en sacrificio y adoración regulados por la Biblia, y conocen a Dios que
se va acercando a ellos en una comunión con Cristo que se centra en la palabra
y en Cristo, entonces así es cómo se puede describir esa adoración: En primer
lugar, es simple y yo diría que es espiritual.
Ligon Duncan dice simple, yo diría que
es espiritual. Escribe: “Meramente basada en los principios sin adornos, sin
pretensión, y ordenados que hallamos en la Biblia”.
Es justa, es simple, no tiene adornos y
no es pretenciosa. No es llamativa. Se trata exactamente de simple compromiso
espiritual. No es cuestión de satisfacer los sentidos carnales. No tiene nada
que ver con incienso y sotanas llenas de colorido, ni con todos los uniformes
secretos y los símbolos, y toda esa parafernalia. ¡Es algo simple!
No tiene nada que ver con esos
movimientos en masa, coreografiados, mientras desfilan desplegando todo el
boato. ¡No! La adoración bíblica es simple. Es espiritual; su interés está en
el movimiento del corazón, no en el boato coreografiado ni en el movimiento de
símbolos, vestimentas y todo lo demás.
En segundo lugar, es bíblica. Nosotros
no estamos preocupados por cómo se adapta nuestra adoración a la cultura. Lo
que nos interesa es: cómo ser bíblicos en todas las culturas. No se trata de
cómo adaptar nuestra adoración a nuestra cultura, ¡no!, sino cómo vamos a ser
bíblicos en los Estados Unidos, o cómo vamos a ser bíblicos en la República
Dominicana, en España, en Paquistán, en China, en Brasil o en Islandia. Esa es
la cuestión.
Se trata de ser bíblico sea cual sea la
cultura, y no adaptar la adoración a la cultura. Es algo bíblico. Solo tenéis
que orar la Biblia, cantar la Biblia, ver la Biblia, leer la Biblia y predicar
la Biblia. Es bíblico.
En tercer lugar, es transferible. La
adoración y las misiones van juntas. A medida que los elegidos de cada tribu y
nación son salvos, son admitidos en la presencia de Dios, quien les da la base
de su aceptación en la sangre de Cristo, y les da la salvación.
Luego, los dirige en lo que deben hacer
en su presencia de manera que los hombres de toda tribu, lengua, pueblo y
nación, nos reunamos en la presencia de Dios para hacer lo que Él nos ha dicho
que hagamos. Así pues es transferible. Es mucho más transferible que los
grandes ritos y rituales litúrgicos de la iglesia que hacen que, cuando
viajamos al extranjero y vemos ciertas iglesias que fundan misiones, nos
parezca que es la Iglesia de Inglaterra la que se ha establecido aquí.
Pero, ¡un momento! Esto no es
Inglaterra. Dondequiera que encontremos una iglesia fundada debería ser una
iglesia bíblica. La iglesia no puede ser lo que es a menos que lleve todos los
avíos, todos los ritos, el boato y todo lo demás; la elevada iglesia litúrgica
no transfiere demasiado bien. Lo que vemos hoy en día es también esta simple
adoración espiritual, mucho más transferible que la adoración dependiente del
sistema de sonido eléctrico que está más orientada al entretenimiento.
Participé en la adoración en algunas
iglesias que, por así decirlo, se podrían denominar tercermundistas. Eran muy
pequeñas y pobres, pero nadie podía hacer nada hasta que los micrófonos y los
amplificadores estuvieran preparados. Este tipo de cosas no transfiere bien.
Recuerdo a mi querido hermano Amresh
Semurath, de Trinidad. Fuimos juntos y predicamos en aquella pequeña iglesia en
la isla de Granada, hace años. Venían predicadores invitados, venía un
americano y tuvimos que asegurarnos de que todos los amplificadores estuviesen
instalados, todos los micrófonos ajustados, y todo estuviese bien a punto.
El Pastor Semurath tiene una voz muy,
muy fuerte. Se colocó detrás del púlpito y lo primero que hizo fue apagar el
micrófono, lo quitó de allí y empezó a hablar en aquella habitación. ¡Vaya!
Todos parecían pensar: este hombre no necesita micrófono. ¡No, no necesitáis
toda esa parafernalia! Nada de eso es necesario para adorar.
La adoración bíblica puede transferirse
a lugares donde no hay electricidad y no necesitáis ninguno de los trucos de
los medios de comunicación modernos, ni todo lo demás, como si no pudiésemos
adorar a menos que todo se amplifique por los altavoces. ¡No, no necesitáis
nada de esto!
Ligon Duncan dice: “En los entornos más
simples, con frecuencia en condiciones peligrosas, personas sacudidas por la
pobreza y el terrorismo se reúnen cada Día del Señor para escuchar la
proclamación de las doctrinas de gracia”.
¿En qué consiste su adoración? Leen la
Biblia; predican la Biblia; cantan la Biblia; oran la Biblia. Es verdad que
existen distintas costumbres y que las cosas se hacen a veces en un orden
diferente, pero enseguida se reconoce su adoración bíblica. Es transferible a
las diferentes culturas. No depende de las tecnologías, no está sujeta a boatos
externos. Es simple; es bíblica; es transferible.
En cuarto lugar, es flexible. Podrán
verse variaciones en el orden y en la presentación de la adoración bíblica, en
las diferentes nacionalidades, o en las distintas tradiciones de iglesia. ¡Es
flexible!
Los bautistas ofrecen una adoración
bíblica. Los presbiterianos ofrecen una adoración bíblica. Las iglesias
congregacionales ofrecen una adoración bíblica y las Iglesias Bajas Anglicanas
ofrecen una adoración bíblica.
Es inmediatamente reconocible; es
flexible, tiene algunas variantes de cultura y nacionalidad, así como factores
tradicionales y socioeconómicos. Sin embargo, en todo el mundo, la adoración
bíblica se está ofreciendo a Dios por fe en Jesucristo, y el Espíritu Santo la
vivifica.
Duncan dice también: “No os
encontraréis con algo manido, tampoco con un afán de estar al día; no
encontraréis ninguna cosa excéntrica que destaque, solo carne y patatas; solo
la adoración simple, espiritual, apasionada, bíblica y reverente”.
No se persigue lo que está de moda;
nadie piensa: “Soy más relevante; soy más contemporáneo que tu”, solo
concentrarse simplemente en el Dios que está presente. ¡Venid a Él, y orad
vuestra Biblia, cantad vuestra Biblia, ved vuestra Biblia, leed vuestra Biblia
y predicad vuestra Biblia!
Y, finalmente, esta adoración es
reverente. Se trata de un encuentro con Dios. No es algo que se hace en broma;
no es algo informal; no es algo social.
Hughes Old nos dice: “La mayor
contribución simple que la herencia litúrgica reformada, es decir, el principio
regulativo puede hacer al protestantismo contemporáneo es su sentido de la
majestad y de la soberanía de Dios; es el sentido de reverencia y de simple
dignidad; es la convicción de que la adoración debe servir sobre todo a la
alabanza de Dios”.
¡Es reverente! “Dado que recibimos un
reino que es inconmovible, ¡mostremos una gratitud por medio de la cual podamos
ofrecer un servicio aceptable a Dios”. Él es quien nos dice lo que es
aceptable; no se trata de un servicio popular sino de un servicio aceptable.
¿Cómo ofrecerlo? Con reverencia y con
temor porque nuestro Dios es fuego consumidor. Todo ese juego, toda esa
artificiosidad, todo ese egocentrismo… Dios es muy paciente, pero también es
fuego consumidor. Llegará un día en el que el fuego del juicio de Dios quemará
muchísima madera, heno y hojarasca de los ministerios de los hombres y de sus
cultos de adoración.
Debemos ser sabios y traer ante Él
aquello que es oro, plata y piedras preciosas porque Él es fuego consumidor y
todo lo que no sea aceptable se quemará en el fuego. Así es que empecemos por
no ofrecer aquello que no es aceptable, y vengamos con reverencia; vengamos con
temor.
Dios está ciertamente en medio de
vosotros. Dejemos de mirarnos a nosotros mismos cuando adoramos, y
concentrémonos en el Dios que está en medio nuestro.
Para terminar, en Efesios capítulo dos
leemos acerca de la dignidad y de la gloria de la iglesia, en el versículo
diecisiete: “Y vino y anunció paz a vosotros que estabais lejos, y paz a los
que estaban cerca [gentiles y judíos]; porque por medio de Él los unos y los
otros [gentiles y judíos] tenemos nuestra entrada al Padre en un mismo
Espíritu. Así pues, ya no sois extraños ni extranjeros, sino que sois conciudadanos
de los santos y sois de la familia de Dios edificados sobre el fundamento de
los apóstoles y profetas, siendo Cristo Jesús mismo la piedra angular, en quien
todo el edificio, bien ajustado, va creciendo para ser un templo santo en el
Señor, en quien también vosotros sois juntamente edificados para morada de Dios
en el Espíritu”.
¡La morada de Dios! Mi oración es que
os llevéis de estos cuatro mensajes sobre la adoración, este pensamiento tan
fundamental: Dios está con nosotros. ¡Dios está con nosotros!
Si tenéis esto bien claro, todas las
demás cosas entrarán en la perspectiva correcta. Habrá muchas cuestiones que ya
no merezcan la pena debatirse o analizarse. El motivo es que la presencia de
Dios, ese fuego consumidor, quemará todo lo que no sea esencial y no dejará más
que la adoración a Dios, simple y espiritual, que se haga en espíritu y en
verdad solamente.
Oraremos nuestras Biblias; cantaremos
nuestras Biblias; veremos nuestras Biblias; predicaremos nuestras Biblias y
daremos la gloria a Dios que nos ha dado la siguiente promesa: “Yo seré vuestro
Dios y vosotros seréis mi pueblo, y moraré en medio de vosotros”. ¡Amén!
Oremos: Padre de gracia y Dios nuestro,
nuestros corazones arden dentro de nosotros y tenemos hambre y sed de Ti, que
eres el Dios vivo. Oramos pidiendo que nos concedas sabiduría y gracia para
que, como siervos en la familia de Dios, podamos ministrar tu palabra y que
podamos conducir a tu pueblo en el camino de la adoración aceptable. Padre,
confesamos que en estos tiempos nos sentimos tan fácilmente confundidos por
todos los debates y análisis, todas las opiniones que se expresan sobre estas
cuestiones de la adoración… Te pedimos que nos des sabiduría.
Te pedimos que nos concedas una
perspectiva clara y centrada en quien Tú eres, en cómo Te has revelado en
Cristo, y lo que has decidido que sea tu voluntad para nosotros, cuando por
medio de la fe en Cristo nos acercamos a Ti, en adoración.
No permitas que llevemos fuegos
extraños delante de Tí. No nos dejes incorporar los métodos, ni el ambiente, ni
las técnicas de los paganos que adoran sus entretenimientos, sus placeres y que
se adoran a sí mismos, observándose unos a otros para confeccionar una religión
de servicio egocéntrico.
¡No a nosotros, Padre, no a nosotros
Señor, sino a tu nombre da gloria por tu tierna bondad, por tu verdad! Haz que
nuestros ojos no estén fijados sobre nosotros mismos. Haz que nuestros ojos no
estén puestos en las cosas de este mundo, ni en lo que se hace a otros dioses
de este mundo. Fija nuestros ojos en Tí.
Haz que nuestros oídos estén pegados a
tus labios. Haz que veamos y oigamos tus palabras y hagamos tu voluntad; que
vengamos delante de ti con la belleza de la santidad, con la fuerza de tu
Espíritu, en unión con Cristo Jesús y para la gloria de tu gracia y amor por
nosotros en Él.
¡Ven, Dios nuestro, ven y mora en medio
de nosotros! Haz de nosotros un pueblo santo, un pueblo amado y que ame, para
que podamos adorarte y servirte todos los días de nuestra vida. ¡Amén!
Conferencia pastoral IBRNB
Soli Deo Gloria