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Una de las críticas de algunos hermanos presbiterianos hacia
nosotros los bautistas que confesamos las doctrinas de la gracia es que no
debemos llamarnos reformados. Para ellos el término reformado cabe
únicamente para aquellos protestantes que confiesan las doctrinas establecidas
por las iglesias reformadas y que sostienen el bautismo de infantes.
Nuestra confesión de Fe (creemos que los bautistas
tenemos un legado confesional precioso como la confesión bautista de Londres de
1689).
Hoy muchas Iglesias bautista se identifican con los bautistas
históricos (conocidos como calvinistas o reformados) en todo. Hoy
las iglesias están regresando a las fuentes originales que caracterizaron
a los que son considerados fundadores o baluartes de la fe bautista, los cuales
todos fueron reformados y se identificaron con lo que nosotros creemos hoy:
John Bunyan (el escritor del progreso del peregrino), Carlos Spurgeon (el
príncipe de los predicadores), Arthur Pink, etc.
El hermano Guillermo Green ha escrito
una excelente reflexión en su blog motivado, según expresa allí, por
roces que han surgido entre algunos presbiterianos y bautistas reformados sobre
el tema del bautismo.
El deseo es ofrecer una
exhortación desde el punto de vista Bautista Reformado a lo que considero roces
innecesarios en muchas ocasiones pecaminosos, divisivos, y como bien lo
pone el pastor Green, en la gran mayoría de las veces de creyentes inmaduros en
la fe que se afanan en ver las distinciones antes que las doctrinas que nos
unen como hermanos en la fe.
Con ese fin deseo describir brevemente
la historia Bautista con el fin de mostrar y dejar claro que nuestros padres,
tanto presbiterianos como bautistas, siempre creyeron en la unidad del cuerpo
universal de Cristo, entendiendo a la vez las diferencias doctrinales que
existían entre ellos y que de alguna manera los separaban formalmente en
iglesias específicas.
Breve historia
Bautista
Los Bautistas en Inglaterra surgieron
del movimiento puritano separatista de Inglaterra del siglo XVII. H. Leon
McBeth, un historiador bautista concluyó en su libro, “The Baptist Heritage:
Four Centuries of Baptist Witness,” lo siguiente,
"la evidencia muestra que los Bautistas se
originaron del Separatismo Inglés, ciertamente parte de la Reforma
Protestante.”
Esta teoría del origen de los
Bautistas, contrario a lo que afirma la teoría secesionista y la teoría de la
hermandad anabautista, prueba que los Bautistas son Protestantes en todo el
sentido de la palabra. Su origen, su pensamiento, su teología, surgieron de ese
ambiente teológico de intensa reforma que sacudió Europa y especialmente
Inglaterra, y que moldeó el pensamiento de grupos como los Puritanos y los
Separatistas.
Algunos de estos separatistas, como
veremos, adoptaron el bautismo de creyentes por inmersión; práctica que les dio
el apodo de ‘bautistas.’ Entre estos surgieron dos grupos distintos uno del
otro, y sin contacto el uno del otro, que compartían muchas cosas en el
aspecto doctrinal, pero que diferían principalmente en la doctrina de la
expiación de Cristo y en la organización de la iglesia.
El primero de ellos fueron los
Bautistas Generales. Este nombre se debió a que creían en que la muerte de
Cristo, su expiación, era general. Es decir, creían que Cristo había muerto por
todos los hombres y que lo único que logró en Su muerte fue abrir la
posibilidad de salvación para los hombres.
Sin embargo, en esos años iniciales
practicaban el bautismo de creyentes por rociamiento o poniendo paños mojados
sobre la cara del creyente.
Este grupo surgió de su contacto con
grupos holandeses. Hombres como John Smyth y Thomas Helwys, fueron los líderes
con mayor influencia entre ellos. Su teología fue menos influenciada por Juan
Calvino y mucho más por Jacobo Arminio, un teólogo holandés que rechazó las
doctrinas calvinistas de la Reforma Protestante.
La iglesia más antigua entre este grupo
se formó en 1609.
El segundo grupo fue el de los
Bautistas Particulares, los antepasados de los que se denominan hoy en día
“Bautistas Reformados.” Su nombre se debía a que creían en la expiación
particular. Es decir, creían que Cristo había muerto, como dice la Escritura,
por los pecados de Su pueblo, los elegidos, y por lo tanto, Su muerte había
sido eficaz para salvar a todos aquellos por los que se sacrificó.
Su teología, como lo dejan claro sus
confesiones, era ampliamente calvinista y se convirtieron en el mayor de los
dos grupos. Su primera iglesia fue formada en 1633, y a diferencia de los
generales, se originaron del movimiento separatista inglés y adoptaron, como veremos,
el credobautismo por inmersión.
Los Bautistas particulares se
originaron, como dije, “del torbellino de la Reforma del siglo dieciséis.”
Los postulados de sola Scriptura, sola gratia, sola fide, solus Christus
y soli Deo gloria, que surgieron de los años de reflexión teológica de
reformadores como Lutero, Calvino, Zwinglio, influenciaron ampliamente a los
grupos que dieron origen a los Bautistas.
Como dice Bebbington, los Bautistas
fueron “herederos de la Reforma, del Puritanismo, y Separatismo. Ellos
adoptaron los mismos principios de lealtad minuciosa a la Palabra de Dios, lo
que les llevó al deseo apasionado de adorar a Dios correctamente, y el deseo de
reestructurar la iglesia de acuerdo a los preceptos estipulados en las
Escrituras. Sus prioridades bíblicas, litúrgicas, y eclesiásticas los llevó de
la lealtad a los Puritanos a reformar sus vidas conforme a la Palabra de Dios.
Su deseo de mantener
la unidad de los creyentes
Fueron las convicciones a las que
habían llegado después de estudiar las Escrituras las que los llevaron a tener
diversos enfrentamientos, no sólo con la Iglesia de Inglaterra, sino con muchos
presbiterianos y congregacionalistas, quienes falsamente los habían acusado de
anabautistas.
Fue con el deseo de dar a conocer sus
convicciones bíblicas con el propósito de que sus hermanos presbiterianos y
congregacionalistas los abrazaran que formularon la Primera Confesión Bautista
de Londres, la cual fue redactada en 1643 pero impresa hasta 1644 (La segunda
edición de esta confesión fue impresa en 1646, en la cual se detalla más sobre
los requisitos del bautismo por inmersión para poder tomar la Cena del Señor).
En el prefacio de esa confesión dicen,
“Una confesión de Fe de siete congregaciones o iglesias de Cristo en Londres,
que son comúnmente, pero injustamente, llamadas Anabautistas; publicada para la
vindicación de la verdad e información de los ignorantes; así mismo para
deshacernos de aquellas aspersiones que son frecuentemente, tanto desde el
púlpito como impresos, injustamente echados sobre ellas.”
Tal fue su deseo de ser vindicados y de
que los hermanos presbiterianos y congregacionalistas pudieran comprobar su
ortodoxia que Benjamín Coxe, uno de los pastores firmantes de esa primera
confesión y padre de Nehemías Coxe, el editor de la Segunda Confesión Bautista
de Londres de 1677, se paró frente a la entrada de la Abadía de Westminster en
1646 para entregarle a los Teólogos de Westminster una copia de esta confesión
con el fin de vindicar a estas primeras siete iglesias Bautistas Particulares.
Daniel Featley, uno de esos
presbiterianos que se opusieron a los Bautistas Particulares inicialmente,
luego de haber analizado esta primera confesión escribió diciendo,
"No son herejes, ni cismáticos, sino Cristianos de
corazón tierno; sobre quienes, por medio de falsas sugerencias, la mano de la
autoridad cayó pesadamente, mientras estuvo la Jerarquía: pues, ellos no
enseñan el libre albedrío; ni la pérdida de la salvación con los Arminianos, ni
niegan el pecado original con los Pelagianos, ni rechazan al Gobierno con los
Jesuitas, ni mantienen pluralidad de esposas con los Poligamos, ni bienes en
común como los del Apostolado, ni andar desnudos con los Adanitas, ni mucho
menos la mortalidad del alma con los Epicúreos…y con este fin han publicado
esta confesión de Fe.”
Fue con ese mismo deseo que publicaron
la segunda Confesión Bautista de Londres de 1677, en la carta al lector
escribieron lo siguiente,
"Al cortés lector: Son ya muchos años
desde que algunos de nosotros (con otros sobrios Cristianos que vivían
entonces, y caminando en el camino del Señor, que nosotros profesamos)
concebimos estar bajo la necesidad de publicar una Confesión, de nuestra Fe,
para la información y satisfacción de aquellos que no entendían a profundidad
cuales eran nuestros principios, o que habían tenido prejuicios contra nuestra
profesión, por razón de la extraña representación de ellos por algunos hombres
que habían tomado medidas equivocadas, y así llevaron a otros a que nos
malentendieran a nosotros y a ellos. Y esto fue primeramente presentado cerca
del año 1643, en el nombre de siete congregaciones entonces reunidas en
Londres; desde entonces diversas impresiones han sido difundidas ampliamente, y
nuestro fin propuesto en buena medida respondido, entre la medida que muchos (y
algunos de esos eminentes hombres tanto por piedad y conocimiento) fueron así
satisfechos que nosotros no éramos en ninguna manera culpables de esas heterodoxias
y errores fundamentales que tan frecuentemente nos han sido imputadas sin
pruebas ni por ocasión dada por nuestra parte.”
Y más adelante confirman que su deseo
de mantener la unidad con sus hermanos presbiterianos fue lo que los motivó a
editar esta segunda confesión.
Y puesto que como esa Confesión no es
ahora comúnmente obtenida, y también porque muchos otros han desde entonces
abrazado la misma verdad que ahí es poseída, juzgamos necesario unirnos juntos
en dar testimonio al mundo de nuestra firme adherencia a aquellos sanos
principios por la publicación de esto que está ahora en su mano. Y puesto que
nuestro método y manera de expresar nuestros sentimientos en esto puede variar
del primero (sin embargo que la sustancia de este tema es el mismo), libremente
le impartiremos la razón y ocasión de esto. Una cosa que prevaleció grandemente
con nosotros para emprender este trabajo fue (no sólo dar una explicación
completa de nosotros a aquellos Cristianos que difieren de nosotros acerca del
tema del Bautismo, sino también)el provecho que podría surgir de esto para
aquellos que tienen cuenta de nuestras labores en su instrucción y
establecimiento en las grandes verdades del Evangelio, en el claro
entendimiento y firme creencia de nuestro confortable caminar con Dios, y el
gran fruto delante de Él en todos nuestros caminos, es lo que concierne más
cercanamente; y por lo tanto concluimos necesario expresarnos a nosotros
mismos más completamente y distintamente; y también para fijar en tal método
como podría ser más comprensible de aquellas cosas que diseñamos para explicar
nuestro sentido y creencia de eso; y no encontrando ningún defecto al respecto
en aquel fijado por la Asamblea, y, después de ellos por aquellos del camino
congregacional, concluimos prontamente que era mejor retener el mismo orden en
nuestra presente Confesión; y también cuando hemos observado lo que aquellos
últimos hicieron en sus confesiones (por razones que parecieron de peso tanto
para ellos como para otros) escogimos no sólo expresar nuestra mente en
palabras concurrentes con los primeros en sentido concerniendo a todos aquellos
artículos en los que estaban de acuerdo, sino también en la mayor parte sin
ninguna variación de términos, nosotros en la misma manera concluimos mejor seguir
su ejemplo en hacer uso de las mismas palabras con ellos tanto en estos
artículos (los cuales son muchos) en donde nuestra fe y doctrina son las mismas
con las de ellos; y esto lo hicimos más abundantemente para manifestar nuestro
consentimiento con ambos en todos los artículos fundamentales de la religión
Cristiana, así también con muchos otros cuyas Confesiones ortodoxas han sido
publicadas al mundo en nombre de los Protestantes en diversas naciones y
ciudades. Y también para convencer a todos que nosotros no tenemos ningún
anhelo de obstruir la religión con nuevas palabras, sino que consentimos en esa
forma de sanas palabras que han sido, en consentimiento con las Santas
Escrituras, usadas por otros antes que nosotros; declarando así, delante de
Dios, ángeles, y hombres, nuestro sustancioso acuerdo con ellos en esa entera
doctrina Protestante la cual, con tan clara evidencia de las Escrituras, ellos
han afirmado. Algunas cosas, de hecho, están en algunos lugares añadidas,
algunos términos omitidos, y algunos pocos cambiados; pero estas alteraciones
son de aquella naturaleza como la que sin duda no necesitamos ser acusados o
sospechados de irracionales en la fe de ninguno de nuestros hermanos a cuenta
de ellos.”
El apelativo
“Bautista Reformado”
Entonces, si ese fue lo que motivó a
nuestros antepasados en la fe, tanto presbiterianos como Bautistas, no debería
servirnos de ejemplo a todos nosotros en la actualidad? Por supuesto que sí.
Sin embargo, creo que muchos de esos roces surgen por cosas sin importancia
como un nombre. A algunos les resulta inconcebible que alguien que no se
adhiera a la Confesión de Westminster se pueda llamar “reformado.” A
muchos les gustaría que nosotros removiéramos ese apelativo.
Sin embargo, aquí hay otra historia
para nuestra instrucción.
Ese nombre “Bautista Reformado” no fue
adoptado por los Bautistas que se adherían a la segunda Confesión Bautista de
Londres de 1689. Ese nombre le fue dado a un grupo de Bautistas confesionales
que estaban estudiando en el Seminario Teológico de Westminster en la década de
los 1950’s y 60’s en Estados Unidos.
Fueron los presbiterianos de ese
Seminario los que, queriendo abrazar a sus hermanos bautistas, les pusieron ese
apelativo con el fin de enfatizar su unidad con ellos más que sus diferencias.
Este es el testimonio de hombres como Walter Chantry y Reisinger, quienes
estudiaron allí durante esos años.
Como Bautistas confesionales creemos
que ese nombre nos distingue en medio de la locura doctrinal en la que se
encuentra gran parte del Protestantismo de nuestros tiempos y son algunos los
que quisieran vernos separados de los presbiterianos antes que formando junto a
ellos un frente doctrinal sólido en contra de tanta falsedad.
El llamado, entonces, desde el lado
Bautista Reformado, es a mantener la unidad. Mostremos amor por los hermanos,
tanto bautistas como a los presbiterianos, y no seamos tan inmaduros como los
discípulos del Señor cuando viendo que un hombre estaba haciendo la obra del
Señor querían que el Señor lo amonestara porque no era uno de ellos.
Ciertamente hay cosas que nos
diferencian y que hacen de nuestras iglesias entes distintos. Tanto los
presbiterianos como nosotros los Bautistas Reformados estamos convencidos de que
nuestra Teología Federal, nuestra Eclesiología, y nuestra doctrina del Bautismo
y la Cena del Señor, son bíblicas. De lo contrario no seríamos ni Bautistas ni
presbiterianos.
Son esas convicciones bíblicas las que
nos hacen ser lo que somos, pero son esas mismas convicciones bíblicas las que
nos deben llevar a madurar y a entender que hay cosas en las que esas
diferencias no deben interponerse: en el amor que nos debemos los unos a los
oros frente a un mundo que desea vernos divididos; y en nuestra lucha por
llevarle el evangelio a un mundo pecador.
Que la historia de nuestros antepasados
sea una motivación para madurar en la fe y dejar que nuestras diferencias sea
lo que queramos enfatizar antes que nuestras similitudes doctrinales.
APROBADO POR LA ASAMBLEA
GENERAL DE LA IGLESIA DE ESCOCIA, PARA LA PIEDAD Y LA UNIFORMIDAD DEL CULTO
PERSONAL Y FAMILIAR, Y LA EDIFICACIÓN MUTUA, CON UNA ACTA DE LA ASAMBLEA
GENERAL DE 1647, PARA LA OBSERVANCIA DE LA MISMA
La Asamblea General, tras
madura deliberación, aprueba las siguientes Reglas e Instrucciones para
perfeccionar la piedad, y prevenir la división y cisma; e insta a los ministros
y los ancianos gobernantes de cada congregación a que duden especialmente de
que estas Directivas sean observadas y seguidas; asimismo, a que los
presbiterios y los sínodos provinciales se informen y juzguen si, dentro de sus
límites, las citadas Instrucciones son debidamente observadas; y reprueben o
censuren (según el grado de la ofensa), a los que sean hallados reprobables o
censurables por ellas. Y, con el fin de que estas instrucciones no sean hechas
ineficaces e infructuosas entre algunos, por el usual descuido de la misma
esencia del deber del culto familiar, la Asamblea aún requiere de los ministros
y ancianos gobernantes, y les insta a que hagan una diligente investigación en
las congregaciones que tengan a su cargo, por si existe entre ellos alguna
familia o familias que tengan por costumbre desatender este necesario deber; y
si es hallada alguna familia, el cabeza de familia será, en privado,
primeramente amonestado para corregir su falta; y, en caso de continuar en
ella, ha de ser grave y tristemente reprobado por la sesión (de ancianos y
ministros); después de la tal reprobación, si todavía es hallado descuidando el
culto familiar, que sea, por su obstinación en tal ofensa, suspendido y privado
de la Cena del Señor, por haber sido estimado indigno para tener comunión de
ella, hasta que se corrija.
INSTRUCCIONES
DE LA ASAMBLEA GENERAL, CON RESPECTO AL CULTO PRIVADO Y PERSONAL Y LA MUTUA
EDIFICACIÓN, PARA PERFECCIONAR LA SANTIDAD, MANTENER LA UNIDAD Y EVITAR LA
DIVISIÓN Y CISMA
Además del culto público
en las congregaciones, misericordiosamente establecidas en esta tierra en gran
pureza, es conveniente y necesario que se exija y establezca el culto secreto
de cada persona individualmente, y el culto privado de las familias; para que,
mediante una reforma nacional, la profesión y eficacia de esta piedad, tanto
individual como familiar, se extienda.
I. Y
primero, para el culto personal, lo más necesario es que cada uno se aparte, y
por sí solo se entregue a la oración y meditación, cuyos inefables beneficios
lo conocen mejor aquellos que más se ejercitan en ello; siendo éste el medio
por el cual, en una manera especial, se nutre la comunión con Dios, y por el
que se obtiene la preparación adecuada para otros deberes; por consiguiente,
conviene no sólo a pastores, en su diferentes cargos, insistir a personas de
toda clase a que cumplan con este deber mañana y noche, y en otras ocasiones,
sino también incumbe a la cabeza de cada familia cuidar que, tanto ellos mismos
como cada uno bajo su cuidado, sean a diario diligentes en ello.
II. Los
deberes ordinarios comprendidos bajo el ejercicio de la piedad los cuales deben
estar presentes en las familias, cuando se reúnen con este fin, son estos:
Primero, la oración y alabanzas hechas con especial referencia, tanto a la
condición pública de la iglesia de Dios y de este reino, como a la situación
presente de la familia, y de cada miembro de ella. Después, la lecturas de las
Escrituras, con un sencillo catecismo, para que el entendimiento de los más
simples sea más capacitado para entender las Escrituras cuando sean leídas;
junto con conversaciones piadosas que tiendan a la edificación de todos los
miembros en la santísima fe: así como exhortaciones y censuras, bajo razones
justas, por parte de aquellos que tengan la autoridad en la familia.
III.
Así como el cargo y oficio de interpretar las Sagradas Escrituras es parte de
llamamiento ministerial, el cual nadie, por más que esté cualificado, debe
tomar para sí en ningún lugar, sino aquel que ha sido debidamente llamado por
Dios y su iglesia, así también en cada familia donde hay alguien que pueda
leer, las Sagradas Escrituras deben ser leídas regularmente a la familia; y es
recomendable que, después de esto, ellos conversen, y por medio de la
conversación hagan un buen uso de lo que ha sido leído y oído. Así, por
ejemplo, si se condena algún pecado en la palabra leída, se puede hacer uso de
la misma para que la familia sea cuidadosa y vigilante en contra del mismo; o
si algún juicio es impuesto o amenazado en esta porción leída, se puede hacer
uso de la palabra para que toda la familia tema, no sea que un juicio igual o
peor caiga sobre ellos; a menos que se guarden del pecado que lo causó. Y
finalmente, si se requiere algún deber, o se ofrece algún consuelo en una
promesa, se puede hacer uso para estimularlos a que acudan a Cristo para
obtener fuerzas para hacer el deber mandado, y aplicarse el consuelo ofrecido.
En todo lo cual el jefe de familia ha de tener la responsabilidad principal; y
cualquier miembro de la familia puede hacer preguntas o exponer dudas, para que
sean resueltas.
IV.
El cabeza de la familia debe cuidar de que nadie de la familia se retraiga de
alguna parte del culto familiar; y puesto que el desarrollo normal de todas las
partes del culto familiar corresponde propiamente al cabeza de la familia, el
ministro ha de estimular a los (padres) perezosos, y capacitar a los
que son débiles, para que puedan llevar a cabo estos ejercicios; estando
siempre libres las personas de rango para invitar a alguien aprobado por el
presbiterio para el cumplimiento de los ejercicios familiares. Y en las demás
familias, donde el cabeza de familia no sea apto, que otro que resida
habitualmente con la familia, aprobado por el ministro y la sesión, sea
empleado en este servicio, de lo cual el ministro y la sesión han de ser
responsables ante el presbiterio. Y si un ministro, por la Divina Providencia,
es traído a una familia, es obligatorio que en ningún momento él convoque a una
parte de la familia para el culto, excluyendo al resto, excepto en casos
particulares que conciernen especialmente a estas partes, casos que, en cristiana
prudencia, (el ministro) no necesita, o no debe, divulgar a los
demás.
V.
Que a ningún holgazán, que no tiene un llamamiento particular, o una persona
errática bajo pretexto de haber sido llamada, se le permita cumplir el culto en
las familias, y para las mismas; ya que hay personas que, contaminadas con
errores, o que procuran hacer divisiones, están preparadas (de esta
manera) para meterse en las casas, y llevar cautivas a almas necias e
inestables.
VI.
En el culto familiar, se ha de tener especial cuidado de que cada familia se
mantenga en sus propios límites; sin andar demandando, invitando, ni admitiendo
a personas de otras familias, a no ser que se alojen con ellas, o coman juntas,
o que estén con ellos por alguna razón legítima.
VII.
Cualesquiera que hayan sido los efectos y frutos de las reuniones entre
personas de diferentes familias en los tiempos de corrupción o tribulación (en
los que son admisibles muchas cosas que, en otras circunstancias, no lo
serían), sin embargo, cuando Dios nos ha bendecido con paz y pureza del
evangelio, tales encuentros de personas de distintas familias (excepto en los
casos mencionados en estas Instrucciones) tienen que ser desautorizados, porque
tienden a obstaculizar el ejercicio religioso de cada familia por sí misma, al
perjuicio del ministerio público, al desgarro de las congregaciones y, con el
paso del tiempo, de toda la iglesia. Además, muchas ofensas pueden venir por
ello, para el endurecimiento de los corazones de los hombres carnales y el
dolor de los piadosos.
VIII.
En el día del Señor, después de que cada miembro de la familia a solas, y toda
la familia junta, haya buscado al Señor (un cuyas manos está la preparación del
corazón de los hombres) a fin de que Él los haga aptos para el culto público, y
para que Él los bendiga con las ordenanzas públicas, el jefe de la familia debe
cuidar de que todos los que estén a su cargo vayan al culto, a fin de que él y
ellos puedan unirse con el resto de la congregación. Y cuando el culto público
haya acabado, después de hacer oración, él ha de hacer preguntas acerca de lo
que han oído; y, después de ello, emplear el resto del tiempo que dispongan
catequizando, y con conversaciones espirituales sobre la Palabra de Dios; o
también (recogiéndose aparte) ellos deberían aplicarse en la lectura,
meditación, y oración privada, con el fin de confirmar y aumentar su comunión
con Dios; para que así el provecho que ellos encuentren en las ordenanzas
públicas sea alimentado y avivado, y que sean más edificados para vida eterna.
IX.
Todos aquellos que puedan hacer oración deben hacer uso de este don de Dios;
sin embargo, aquellos que son más simples y débiles, pueden comenzar con una
forma prescrita de oración, pero de manera tal que no se vuelvan perezosos para
avivar en ellos mismos (de acuerdo con sus necesidades diarias) un espíritu de
oración, que es dado, en alguna medida, a todos los hijos de Dios. Para este
fin, ellos deben ser más fervientes en oración privada a Dios, y frecuentarla
más, para que Él capacite sus corazones para concebir, y sus lenguas para
expresar, los deseos convenientes a Dios a favor de sus familias. Y entre
tanto, para su mayor ánimo, que estos temas de oración sean meditados, y
utilizados, de la siguiente manera.
“Que confiesen a Dios cuán
indignos son para venir a su presencia, y cuán incapaces para adorar su
Majestad; y por consiguiente, que rueguen fervientemente a Dios el espíritu de
oración.”
“Han de confesar sus
pecados, y los pecados de la familia; acusándose, juzgándose y condenándose a
sí mismos por tales pecados, hasta que lleven a sus almas a cierta medida de
verdadera humillación.”
“Han de derramar sus almas
a Dios, en el nombre de Cristo, mediante el Espíritu, para el perdón de
pecados; por la gracia para arrepentirse, creer, y vivir sobria, justa y
piadosamente; y que puedan servir a Dios con gozo y deleite, caminando delante
de Él.”
“Han de dar gracias a Dios
por sus muchas misericordias para con su pueblo, y para con ellos mismos, y
especialmente por su amor en Cristo, y por la luz del evangelio.”
“Han de orar por tales
beneficios particulares, espirituales y temporales, conforme a la necesidad que
tengan en tal ocasión (ya sea en la mañana o a la noche) como de salud o de
enfermedad, prosperidad o adversidad.”
“Han de orar por la
iglesia de Cristo en general, por todas las iglesias reformadas, y por esta
iglesia en particular, y por todos los que sufren por el nombre de Cristo; por
todos nuestros superiores, por su Majestad el rey, la reina y sus hijos; por
los magistrados, ministros, y todo el cuerpo de la congregación de la cual son
miembros, así como por sus vecinos ausentes en sus negocios lícitos, así como
por todos los que están en casa.”
“La oración puede terminar
con un ferviente deseo de que Dios sea glorificado en la venida de su Hijo, en
el cumplimiento de su voluntad, y con la seguridad de que ellos mismos son
aceptos, y que lo que han pedido conforme a su voluntad será concedido.”
X.
Estos ejercicios deben ser cumplidos con gran sinceridad, sin demora alguna,
dejando de lado todas las actividades o estorbos del mundo, a pesar de las
burlas de los hombres ateos y profanos; considerando las grandes misericordias
de Dios para con esta tierra, y los severos correctivos que ha ejercido sobre
nosotros últimamente. Y, con este fin, las personas de eminencia (y todos los
ancianos de la iglesia) no sólo deberían animarse a ellos y sus familias con
diligencia en esto mismo, sino también contribuir de manera eficaz, para que en
todas las demás familias, sobre las que tienen autoridad y están a su cargo,
los citados ejercicios se cumplan de manera cabal.
XI.
Viendo que la Palabra de Dios requiere que nos consideremos unos a otros, para
incitarnos al amor y las buenas obras; por consiguiente, en todas las épocas, y
especialmente en ésta, en la que la profanidad abunda, y los burladores,
andando tras sus propias concupiscencias, les parece extraño que los demás no
corran con ellos hacia el mismo exceso de libertinaje; cada miembro de esta
iglesia debe incitarse a sí mismo, y a los demás, para los deberes de
edificación mutua, por instrucción, exhortación, censura; exhortándose unos a
otros a manifestar la gracia de Dios negando la impiedad y deseos mundanos, y
viviendo de manera piadosa, sobria y justa en el mundo presente; consolando a
los de débiles, y orando unos por otros. Estos deberes han de ser cumplidos
bajo ocasiones especiales ofrecidas por la Divina Providencia; como, a saber,
cuando en alguna calamidad, cruz o gran dificultad, se busca consejo o
consuelo, o cuando se llama la atención a un ofensor por exhortación privada, y
si no da resultado, añadiendo uno o dos en la exhortación, conforme a la regla
de Cristo, que en la boca de dos o tres testigos conste toda palabra.
XII.
Y, porque no le es dado a cada uno hablar las palabras oportunas a una
conciencia fatigada o angustiada, es conveniente que una persona (en tal caso)
que no encuentre alivio, tras el uso de todos los medios ordinarios, privados y
públicos, se dirija a su propio pastor, o a algún cristiano con experiencia.
Pero si la persona inquieta en su conciencia es de tal condición, o sexo, que
la discreción, modestia, o temor de escándalo, requiera la presencia durante su
encuentro de un amigo piadoso, serio e íntimo, es conveniente que este amigo
esté presente.
XIII.
Cuando personas de diversas familias sean reunidas por la Divina Providencia,
estando fuera de casa debido a sus empleos particulares, o cualquier otra
ocasión necesaria; puesto que han de tener al Señor su Dios con ellos
dondequiera que vayan, deben andar con Dios, y no descuidar los deberes de
oración y acción de gracias, sino cuidar de que los mismos son cumplidos por
los que la compañía considere más adecuados. Y que ellos igualmente cuiden de
que ninguna conversación corrompida salga de sus bocas, sino aquello que es
bueno, para edificar, para que ministre gracia a los oyentes. El sentido y
alcance de estas Instrucciones no es sino éste. Por una parte, que la eficacia
de la piedad, entre todos los ministros y miembros de esta iglesia, conforme a
sus distintos lugares y vocaciones, pueda ser perfeccionado y avanzado, y toda
impiedad y burla de los ejercicios religiosos suprimidos; y, por otra parte,
que, bajo el mismo nombre y pretexto de ejercicios religiosos, no se permita
ninguna reunión o actividad religiosa que tienda a engendrar errores,
escándalos, cismas, descrédito, o menosprecio de las ordenanzas públicas y los
ministros, o el descuido de los trabajos particulares, o males semejantes, que
son las obras, no del Espíritu, sino las contrarias a la verdad y la paz.
El “cuartito de oración”
era una habitación pequeña entre las otras dos, que solo tenía cabida para una
cama, una mesita y una silla, con una ventana diminuta que arrojaba luz sobre
la escena. Era el Santuario de aquel hogar de campo. Allí, a diario, y con
frecuencia varias veces al día, por lo general después de cada comida, veíamos
a mi padre retirarse y encerrarse; nosotros, los niños, llegamos a
comprender a través de un instinto espiritual (porque aquello era demasiado
sagrado para hablar de ello) que las oraciones se derramaban allí por nosotros,
como lo hacía en la antigüedad el Sumo Sacerdote detrás del velo en el Lugar
Santísimo. De vez en cuando oíamos los ecos patéticos de una voz temblorosa que
suplicaba, como si fuera por su propia vida, y aprendimos a deslizarnos y a
pasar por delante de aquella puerta de puntillas para no interrumpir el santo
coloquio1.
El mundo exterior podía
ignorarlo, pero nosotros sabíamos, de dónde venía esa alegre luz de la sonrisa
que siempre aparecía en el rostro de mi padre: era el reflejo de la Divina
Presencia, en cuya concienciación vivía. Jamás, en templo o catedral, sobre una
montaña o en una cañada, podría esperar yo sentir al Señor Dios más cerca,
caminando y hablando con los hombres de forma más visible, que bajo el techo de
paja, zarzo2y roble de aquella humilde casa de campo. Aunque todo lo demás en
la religión se barriera de mi memoria por alguna catástrofe impensable, o
quedara borrado de mi entendimiento, mi alma volvería a esas escenas tempranas
y se encerraría una vez más en aquel cuartito Santuario y, oyendo aún los ecos
de aquellos clamores a Dios, rechazaría toda duda con el victorioso llamado:
“Él caminó con Dios, ¿por qué no lo haría yo?”…
Al margen de su elección
independiente de una iglesia para sí mismo, había otra marca y fruto de su
temprana decisión religiosa que, a lo largo de todos estos años, parece aún más
hermosa. Hasta ese momento, la adoración familiar se había celebrado en el Día
de Reposo, en la casa de su padre; pero el joven cristiano conversó con su
simpatizante madre y consiguió persuadir a la familia que debía haber una
oración por la mañana y otra por la noche, cada día, así como una lectura de la
Biblia y cánticos sagrados. Y esto, de buena gana, ya que él mismo accedió a
tomar parte con regularidad en ello y aliviar así al viejo guerrero de las que
podrían haber llegado a ser unas tareas espirituales demasiado arduas para él.
Y así comenzó, a sus diecisiete años, esa bendita costumbre de la Oración
Familiar, mañana y tarde, que mi padre practicó probablemente sin una sola
omisión hasta que se vio en su lecho de muerte, a los setenta y siete años de
edad; cuando, hasta el último día de su vida, se leía una porción de las
Escrituras y se oía cómo su voz se unía bajito en el Salmo, y sus labios
pronunciaban en el soplo de su aliento la oración de la mañana y la tarde,
cayendo en dulce bendición sobre la cabeza de todos sus hijos, muchos de ellos
en la distancia por toda la tierra, pero todos ellos reunidos allí ante el
Trono de la Gracia. Ninguno de ellos puede recordar que uno solo de aquellos
días pasara sin haber sido santificado de ese modo; no había prisa para ir al
mercado, ni precipitación para correr a los negocios, ni llegada de amigos o invitados,
ni problema o tristeza, ni gozo o entusiasmo que impidiera que, al menos, nos
arrodilláramos en torno al altar familiar, mientras que el Sumo Sacerdote
dirigiera nuestras oraciones a Dios y se ofreciera allí él mismo y sus hijos.
¡Bendita fue para otros como también para nosotros mismos la luz de semejante
ejemplo! He oído decir que muchos años después, la peor mujer del pueblo de
Torthorwald, que entonces llevaba una vida inmoral, fue cambiada por la gracia
de Dios y se dice que declaró que lo único que había impedido que cayera en la
desesperación y en el Infierno del suicidio fue que en las oscuras noches de
invierno ella se acercaba con cautela, se colocaba debajo de la ventana de mi
padre y lo escuchaba suplicar en la adoración familiar que Dios convirtiera “al
pecador del error de los días impíos y lo puliera como una joya para la corona
del Redentor”. “Yo sentía —contaba ella— que era una carga en el corazón de
aquel buen hombre y sabía que Dios no lo decepcionaría. Ese pensamiento me
mantuvo fuera del Infierno, y, al final, me condujo al único Salvador”.
Mi padre tenía el gran
deseo de ser un ministro del evangelio; pero cuando finalmente vio que la
voluntad de Dios le había asignado otro lote, se reconcilió consigo mismo
haciendo con su propia alma este solemne voto: que si Dios le daba hijos, los
consagraría sin reservas al ministerio de Cristo, si al Señor le parecía
oportuno aceptar el ofrecimiento, y despejarles el camino. Podría bastar aquí
con decir que vivió para ver cómo tres de nosotros entrábamos en el Santo
Oficio y no sin bendiciones: yo, que soy el mayor, mi hermano Walter, varios
años menor que yo y mi hermano James, el más joven de los once, el Benjamín de
la manada…
Cada uno de nosotros,
desde nuestra más temprana edad, no considerábamos un castigo ir con nuestro
padre a la iglesia; por el contrario, era un gran gozo. Los seis kilómetros y
medio (4 millas) eran un placer para nuestros jóvenes espíritus, la compañía por
el camino era una nueva incitación y, de vez en cuando, algunas de las
maravillas de la vida de la ciudad recompensaban nuestros ávidos ojos. Otros
cuantos hombres y mujeres piadosos del mejor tipo evangélico iban desde la
misma parroquia a uno u otro de los clérigos favoritos en Dumfries; durante
todos aquellos años, el servicio de la iglesia parroquial era bastante
desastroso. Y, cuando aquellos campesinos temerosos de Dios se “juntaban” en el
camino a la Casa de Dios, o al regresar de ella, nosotros los más jóvenes
captábamos inusuales vislumbres de lo que puede y debería ser la conversación
cristiana. Iban a la iglesia llenos de hermosas ansias de espíritu: sus almas
estaban en la expectativa de Dios. Volvían de la iglesia preparados e incluso
ansiosos por intercambiar ideas sobre lo que habían oído y recibido sobre las
cosas de la vida. Tengo que dar mi testimonio en cuanto a que la religión se
nos presentaba con gran cantidad de frescura intelectual y que, lejos de
repelernos, encendía nuestro interés espiritual. Las charlas que escuchábamos
eran, sin embargo, genuinas; no era el tipo de conversación religiosa fingida,
sino el sincero resultado de sus propias personalidades. Esto, quizás, marca
toda la diferencia entre un discurso que atrae y uno que repele.
Teníamos, asimismo,
lecturas especiales de la Biblia cada noche del Día del Señor: madre e hijos
junto con los visitantes leían por turnos, con nuevas e interesantes preguntas,
respuestas y exposición, todo ello con el objeto de grabar en nosotros la
infinita gracia de un Dios de amor y misericordia en el gran don de Su amado
Hijo Jesús, nuestro Salvador. El Catecismo menor se repasaba con regularidad,
cada uno de nosotros contestábamos a la pregunta formulada, hasta que la
totalidad quedaba explicada y su fundamento en las Escrituras demostrado por
los textos de apoyo aducidos. Ha sido sorprendente para mí, encontrarme de vez
en cuando con hombres que culpaban a esta “catequización” de haberles producido
aversión por la religión; todos los que forman parte de nuestro círculo piensan
y sienten exactamente lo contrario. Ha establecido los fundamentos sólidos como
rocas de nuestra vida religiosa. Los años posteriores le han dado a estas
preguntas y a sus respuestas un significado más profundo o las han modificado,
pero ninguno de nosotros ha soñado desear siquiera que hubiéramos sido
entrenados de otro modo. Por supuesto, si los padres no son devotos, sinceros y
afectivos, —si todo el asunto por ambos lados no es más que trabajo a destajo,
o, peor aún, hipócrita y falso—, ¡los resultados deben ser de verdad muy
distintos!
¡Oh, cómo recuerdo
aquellas felices tardes del día de reposo; no cerrábamos las persianas ni las
contraventanas para que no entrara ni el sol, como afirman algunos
escandalosamente! Era un día santo, feliz, totalmente humano que pasaban un
padre, una madre y sus hijos. ¡Cómo paseaba mi padre de un lado a otro del
suelo de losas3, hablando de la sustancia de los sermones del día a nuestra
querida madre quien, a causa de la gran distancia y de sus muchos impedimentos,
iba rara vez a la iglesia, pero aceptaba con alegría cualquier oportunidad,
cuando surgía la posibilidad, o la promesa, de que algunos amigos la llevaran
en su carruaje4! ¡Cómo nos convencía él para que le ayudáramos a recordar una
idea u otra, recompensándonos cuando se nos ocurría tomar notas y leyéndolas
cuando regresábamos! ¡Cómo se las apañaba para convertir la conversación de una
forma tan natural hasta alguna historia bíblica, al recuerdo de algún mártir o
cierta alusión feliz al “Progreso del peregrino”! Luego, sucedía algo parecido
a una competición. Cada uno de nosotros leía en voz alta, mientras el resto
escuchaba y mi padre añadía aquí y allí algún pensamiento alegre, una
ilustración o una anécdota. Otros deben escribir y decir lo que quieran como
quieran; pero yo también. Éramos once, criados en un hogar como este; y nunca
se oyó decir a ninguno de los once, chico o chica, hombre o mujer, ni se nos
oirá, que el día de reposo era aburrido o pesado para nosotros, o sugerir que
hubiéramos oído hablar o visto una forma mejor de hacer brillar el Día del
Señor y que fuera igual de bendito para los padres como para los hijos. ¡Pero
que Dios ayude a los hogares donde estas cosas se hacen a la fuerza y no por
amor!
John G. Paton (1824—1907):
Misionero presbiteriano escocés en las Nuevas Hébridas; empezó su obra en la
isla de Tanna, que estaba habitada por caníbales salvajes; posteriormente
evangelizó Aniwa; nació en Braehead, Kirkmaho, Dumfriesshire, Escocia.
Notas:
1 Coloquio:
conversación, sobre todo una de carácter formal.
2 Zarzo:
construcción de vigas entrelazadas con ramas y cañas usadas para hacer muros,
vallas y tejados.
3 Suelo de
losas: suelo de piedra.
4 Carruaje:
medio de transporte ligero con un juego de ruedas y tirado por un caballo.
Tomado de
Missionary Patriarch: La historia verídica de John G. Paton, evangelista para
Jesucristo entre los caníbales de los Mares del Sur, reeditado por Vision Forum.
De John G.
Paton, Missionary to the New Hebrides: an Autobiography, de John G. Paton y
James Paton.
Referencias -
Publicado originalmente en http:http://www.ibrnj.org/
La exposición de tus
palabras alumbra; hace entender a los simples. (Salmos 119:130)
En el siglo XIX un
misionero cristiano (John Patón) se enfrenta con uno del mayor desafío de la
historia misionera: De predicar el evangelio a una tribu muy especial…
¡LOS CANÍBALES!
Imaginemos en tal grado de
oscuridad espiritual que se encontraban estas pobres almas desgraciadas.
Adoraban cualquier objeto
o animales (Árboles, piedras, insectos etc.).
Vivían combatiendo
continuamente con tribus rivales, siendo seres sumamente agresivos.
Los perdedores en
batallas, eran hervidos y comidos por las familias de la tribu vencedora.
Si moría el hombre,
también debía su mujer ser entregada a muerte para “acompañarlo en el más
allá”.
No había entre ellos la
más mínima regla moral.
Vivían sin bañarse,
manchados de la sangre de las guerras y de toda suciedad.
Si habría un pueblo más
desdichado y sumido en la oscuridad: ¡Este era el de los antropófagos!
¿Cómo se podría cambiar
una “cultura” de este tipo? ¿Qué cosa podría efectuar tal milagro?
Pongamos cualquier escrito
filosófico griego y verán que nada puede hacer con ellos.
Elijamos la mejor obra de
literatura de esta tierra, y no podrá influirlos.
Démosle el mejor compendio
cultural y no podrá tan siquiera cambiar la mínima costumbre de esta tribu.
La inteligencia humana es
impotente para cambiar corazones.
Pero el misionero, creía
en el Libro que puede iluminar en la oscuridad: ¡LA SANTA BIBLIA! Les
enseñó a leer, y les tradujo partes de la Biblia enseñándole el camino al
verdadero Dios a través de Jesucristo.
¿Cuál fue el resultado de
que la Biblia, la Palabra de Dios, entrara dentro del pueblo de
caníbales? Aquel grupo que se reunía en una orgía de sangre para devorar a
sus semejantes, ahora estaban limpios, y escuchando la Palabra de Dios.
¡Dejaron las armas de
guerras, dejaron el canibalismo, dejaron la violencia, dejaron de adorar los
objetos, porque por sobre todas las cosas, sus corazones fueron iluminados por
la Palabra de Dios y conocieron a Cristo como su salvador!
El mismo misionero
describe este “cuadro” del pueblo luego que durante duros años, les pudo dar la
Palabra de Dios.
“Al colocar el pan y el
vino en las manos de esos ex antropófagos, otrora manchadas de sangre y ahora
extendidas para recibir y participar de los emblemas del amor del Redentor, me
anticipé al gozo de la gloria hasta el punto de que mi corazón parecía salírseme
del pecho. ¡Yo creo que me sería imposible experimentar una delicia mayor que
ésta, antes de poder contemplar el rostro glorificado del propio Jesucristo!
“La Biblia es el “Libro que alumbra” y puede cambiar la más oscura cultura,
puede hacer entender al alma más simple de esta tierra.
Reseña Biográfica –
Wikipedia
JOHN PATON 1824-1907
John se preguntaba cómo
iba a hacer para evangelizar, y aún a civilizar, a estas tribus, pero aun así
siguió haciéndolo. Comenzó a hacer amistad con algunos allí y a aprender el
idioma de los mismos; diseñó una manera de escribir el idioma; y utilizando una
pequeña imprenta, comenzó a reproducir algunos textos Bíblicos en el idioma
Tannense.
Luego de cuatro años en
Tanna, en medio de una guerra entre diferentes tribus, uno de sus amigos
Tannenses le advirtió que esa noche habían resuelto algunos de la tribu matarlo
y comérselo. John escapó de su casa con su Biblia y con los escritos traducidos
a Tannense para nunca volver. En todo este tiempo, John se apegó a las palabras
de Jesús “He aquí, estaré contigo siempre.”
Logró abordar un barco y
salir eventualmente a Australia y luego regresó a su tierra natal de Escocia
donde conoció y se casó con Margaret Whitecross. Dos años después, John y
Margaret regresaron a las Islas Nuevas Hébridas, estableciéndose una misión en
la isla Aniwa, donde encontraron tribus similares a los de la isla de Tanna,
pero donde corrieron con mejor suerte que en la previa.
En Aniwa, también
aprendieron el idioma, establecieron dos casas para huérfanos, enseñaron a leer
la Biblia, educaron a muchos en Doctrina Cristiana y enviaban a estos mismos a
las otras tribus a evangelizar. Allí John y Margaret tuvieron varios hijos más,
uno de los cuales cuando creció regresó a las Islas Nuevas Hébridas también
como misioneros. Treinta y tres años después de establecidos en Aniwa, se
publicó el Nuevo Testamento en el idioma Aniwence.
En sus últimos años, John
y Margaret se establecieron en Australia donde ayudaban a promocionar misiones
a las Islas Nuevas Hébridas – con mucho éxito ya que por lo menos 25 misiones
se establecieron en estas islas. John murió a los 83 años, dejando un ejemplo
para todos nosotros de alguien que dedicó su vida entera a Dios y que sufrió
por alcanzar a los necesitados de la Palabra de Dios. Recurso PDF:Testimonio de John Paton