La teología patrística y la teología reformada no están en
contra la una con la otra. Por el contrario, se enriquecen mutuamente.
En este artículo me gustaría explicar en qué consiste esta
tendencia y cómo se puede evitar. No estoy acusando a la tradición reformada de
ninguna herejía (y de hecho me identifico como un heredero de mucho de ella),
pero sí estoy intentando suplir un elemento muy importante que la tradición
reformada suele o dar por sentado u omitir.
En este artículo me gustaría hablar de lo que llamo la
infusión de la teología patrística en la teología reformada, la cual explicaré
a continuación.
Primero resumo la teología patrística y luego vuelvo a
estudiar el consenso de la tradición reformada a la luz de la teología
patrística.
La teología patrística: un esquema
Igual que en el artículo previo me basé en el libro de Jon
Rohls, aquí me baso principalmente en el libro de Donald Fairbairn titulado
Vida en la Trinidad (título en inglés: Life in the Trinity) en que el autor
resume una porción significante de la teología de los primeros cinco siglos de
la Iglesia (estoy en deuda con su libro pero también he adaptado sus argumentos
para conformarlos al enfoque actual).
Los padres de la Iglesia no hablaban de la teología como si
fuera impersonal sino como algo personal, es decir, su enfoque era estudiar al
Dios trino y nuestra relación con él. La teología patrística llegó a muchas de
las conclusiones a las que llegó la tradición reformada pero llegó a ellas por
otro camino.
Los padres tenían un enfoque relacional porque veían que los
puntos de inflexión más importantes en la Biblia giraban en torno a las
relaciones intratrinitarias entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo y a
nuestra relación con ellos.
Aunque sea una simplificación, se puede decir que la
teología patrística entendía que la Biblia contenía cinco puntos de inflexión,
a saber, la eternidad pasada, la creación, la caída, la redención y la
consumación. A continuación los desarrollo con más detalle.
Sobre la eternidad pasada, los textos que constituían el
foco eran: Juan 1, Juan 17, Efesios 1, Colosenses 1 y Hebreos 1. Como no hay
tiempo para estudiar todos, solo cito Juan 17.24 que puede servir como un texto
ejemplar que capta bien la esencia de la enseñanza bíblica sobre este primer
punto. En este versículo Jesús está orando al Padre y dice: “me has amado desde
antes de la fundación del mundo”.
Este versículo (entre otros) muestra que desde siempre (y
realmente, más allá de “desde siempre” ya que Dios existe fuera del tiempo) ha
existido una íntima relación amorosa entre el Padre (el amador), el Hijo (el
amado) y el Espíritu Santo (el amor entre los dos; como se verá a continuación,
es importante notar que el Espíritu Santo es el vínculo de relación).
Sin exageración, esta relación es la fuente y el origen de
todo, y por lo tanto es la fuente y el origen de toda teología. De la creación,
es importante señalar cómo Dios creó al hombre: “Entonces Jehová Dios formó al
hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el
hombre un ser viviente” (Gén 2.7). Este versículo era interpretado por algunos
padres como el Espíritu Santo dando al hombre la misma vida de Dios y por lo
tanto permitiéndole participar en ella. En el momento de su creación el hombre
disfrutaba de una íntima relación amorosa con el Dios trino (de hecho, Dios
creó al hombre “varón y hembra”, implicando así que ser creado “a la imagen de
Dios” incluye la necesidad de vivir en comunidad; cf. Gén 1.26-28).
En el meollo de lo que significa ser creado a la imagen de
Dios (Gén 1.26-28) y poder participar en el amor de Dios, está la capacidad de
escoger, elegir, desear, querer; en resumen, el hombre fue creado con la
voluntad y aquella voluntad debería haber escogido, elegido, deseado y querido
al “otro” (Dios y prójimo) como el Padre y el Hijo lo hacen a través del
Espíritu.
¿Qué hizo el hombre con dicha capacidad? La respuesta a esta pregunta nos lleva al tercer punto
de inflexión, a saber, la caída.
La tentación propuesta a Adán y Eva tenía que ver con la
relación y la voluntad: podían, o bien seguir teniendo una íntima relación
amorosa con el Dios trino (aunque Satanás no se lo explicó así), o salir de
dicha relación y tener una nueva vida fuera del amor de Dios y fuera de una
relación con él: “sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos
vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal” (Gén 3.5).
La tentación de “ser como Dios” era un ataque directo contra
la relación que tenían con Dios, e implicaba un giro en el sentido opuesto a él.
En lugar de girar hacia el “otro”, su voluntad ahora giraba
hacia dentro de tal forma que escogía, elegía, deseaba y se quería a sí mismo.
Antes de este momento, la presencia de Dios entre su pueblo era dada por
sentada pero a partir de ahora está alejada e incluso es amenazadora. Mucho del
Antiguo Testamento tiene que ver con este mismo tema.
El cuarto punto de inflexión tenía que ver con la redención,
es decir, la respuesta de Dios frente a la ruptura de relación.
El Antiguo Testamento era visto como una preparación para la
llegada del Hijo, durante la cual el pueblo de Dios vivía en la promesa de que
Dios arreglaría la brecha entre Dios y hombre.
La llegada del Hijo, su encarnación y obra en la cruz, era
la culminación de toda la historia a raíz de Génesis 3. Por fin, en Cristo, el
único Dios-hombre, un hombre no dijo que sí a la tentación de “ser como Dios”
en el sentido de romper la relación con Dios, sino que vivió una vida en
perfecta comunión con él: “No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo
que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el
Hijo igualmente. Porque el Padre ama al Hijo, y le muestra todas las cosas que
él hace” (Jn 5.19-20).
Esta comunión entre Padre e Hijo culminó en la cruz, la cual
era interpretada como Dios restableciendo la relación con el hombre. De hecho,
varios versículos dicen explícitamente que la cruz era la demostración más
clara del amor de Dios: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos
amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en
propiciación por nuestros pecados” (1 Jn 4.10; cf. Jn 3.16; Rom 5.7-8; Gál
2.20; 1 Jn 3.16).
Para los padres de la Iglesia, lo que hizo Jesús a sus
discípulos después de su resurrección era muy significativo: “Y habiendo dicho
esto, sopló, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo” (Jn 20.22). Este versículo
era interpretado como el restablecimiento de la íntima relación amorosa entre
Dios y el hombre a través del Espíritu Santo (ver Gén 2.7 arriba).
En cierta medida Jesús, por haber enviado al Espíritu a sus
discípulos, envió las “arras” (cf. Ef 1.14) de la relación que Dios y el hombre
tenían en Génesis 1-2 y que tendrían en la eternidad futura.
Fue a la luz del reenvío del Espíritu Santo al hombre que
los Padres interpretaban el siguiente versículo: “nos ha dado preciosas y
grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la
naturaleza divina” (2 Ped 1.4). En otras palabras, Dios ha vuelto a darnos de
su propia vida a través del Espíritu Santo.
El quinto punto, la consumación, era entendido como un
regreso al comienzo, pero con una diferencia muy importante para nosotros:
ahora los seres humanos serán acogidos plenamente y para siempre en íntima
relación amorosa con el Dios trino: “Yo en ellos, y tú en mí, para que sean
perfectos en unidad … Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo
estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado”
(Jn 17.23-24).
La íntima relación amorosa que Dios tenía entre sí desde siempre,
que era la misma que otorgó al ser humano en el jardín, la misma que perdió
voluntariamente con el primer pecado (y que nosotros perdemos todos los días de
nuestras vidas), la misma que Jesús restableció en parte por su muerte y
resurrección—esta misma relación es la que disfrutaremos en plenitud y en la
cual participaremos para la eternidad.
La teología reformada a la luz de la teología patrística
En resumen, la teología patrística era una teología
coherente e íntegra, y el hilo que la cohesionaba era la relación y el amor.
Donald Fairbairn explica bien la relación entretejida de la
teología patrística: “Los padres de la Iglesia no hablaban primero de Dios, y
luego de la salvación y luego de la vida cristiana.
En cambio, la manera en que hablaban de Dios abarcaba su
discurso sobre la salvación y la vida cristiana. Se podría decir que no tenían
doctrinas distintas de Dios y de la salvación sino que su doctrina de Dios era
su doctrina de la salvación” (Vida, 6).
Cuando volvemos al sistema doctrinal reformado con este
entendimiento de la teología, lo vemos con otra luz. A continuación vuelvo a
resumir el mismo sistema doctrinal reformado pero esta vez lo filtro a través
del hilo de relación y amor.
- De la revelación, la Palabra de Dios y el rol de la tradición: Segunda a
Timoteo 3.16-17 dice: “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para
enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que
el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra”. La
palabra griega detrás de “inspirada por Dios” es θεόπνευστος y literalmente significa “expirada por Dios”. Evoca la idea de Génesis 2.7 y Juan 20.22 de que Dios nos
está
ofreciendo su vida por su Palabra. En otras palabras, podemos quedar con Dios y
tener relación y comunión con él en su Palabra.
- De la deidad y la trinidad: En lugar de decir que los atributos de Dios fluyen de
la simplicidad (y espiritualidad) del ser de Dios, me gustaría sugerir que la
íntima relación amorosa entre el Padre (el amador), el Hijo (el amado) y el
Espíritu Santo (el amor entre los dos) es el mejor lugar para empezar. No niego
que su simplicidad (y espiritualidad) sea básica para tal entendimiento sino
que sugiero que la definición debe ser ampliada con el amor.
- De la creación y la providencia: La creación es el resultado del amor desbordante del
Dios trino. Dios no creó desde alguna carencia sino desde su plenitud. El hecho
de que Adán y Eva fueran una sola carne y estuvieran desnudos y no se
avergonzaran (Gén 2.23-25) ilustra su plena comunión el uno con el otro, y esta
comunión reflejaba la que tenían con su creador.
- De los seres humanos y el pecado: La obediencia es nuestra forma de amar a Dios (cf. Jn
14.15). Al haber escogido el mal, perdimos nuestra relación con Dios, y como
consecuencia, su vida y todo lo que implica (su amor, paz, gozo, etc). Por lo
tanto, sólo nos queda la muerte y el giro perpetuo hacia dentro. Es instructivo
notar cuántas veces la Biblia habla del pecado en términos del amor: “los
hombres amaron más las tinieblas que la luz” (Jn 3.19; cf. Jn 12.43; 2 Tes
2.10; 1 Tim 6.10; 2 Tim 4.10; 1 Jn 2.15; 2 Ped 2.15). Jesús habló de la gente
que no tenía relación con Dios dentro del marco de amor así: “Mas yo os
conozco, que no tenéis amor de Dios en vosotros” (Jn 5.42).
- Del pacto de la gracia y la reconciliación: Dios siempre tuvo planeada la redención de su pueblo a
través de Cristo (cf. Ef 1.4). La obediencia activa de Jesús fue en realidad
una vida de amor: “Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor;
así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor”
(Jn 15.10; cf. Jn 14.31).
- De la cristología y la llamada “extra calvinística”: Cristo era el verdadero Adán que escogía, elegía,
deseaba y quería a Dios. Su obediencia (que es el amor) toma el lugar de
nuestra desobediencia (que es el “ser como Dios”). La Biblia dice que el amor
es el porqué de la encarnación: “En esto se mostró el amor de Dios para con
nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por
él» (1 Jn 4.9).
- De la justificación y la fe: Como vivimos en la muerte, no hay nada que podamos
hacer para reconciliarnos con Dios—siempre queremos “ser como Dios”. Por lo
tanto, Dios toma la iniciativa de hacer vivo al ser humano para que pueda
responder a su amor. Dios ofrece al ser humano una relación restaurada de forma
gratuita. Es impresionante notar que Pablo habla de la salvación en términos
del Espíritu Santo y el amor: “el amor de Dios ha sido derramado en nuestros
corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado” (Rom 5.5). Es decir, lo que
perdimos en el jardín, a saber, el amor de Dios, nos ha sido restaurado a
través del mismo Espíritu Santo que fue dado originalmente a Adán y Eva.
- De la santificación y la penitencia: Las buenas obras son la consecuencia necesaria de
tener una relación restaurada con Dios, porque Dios ha hecho volver al hombre a
su amor: “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Jn 14.15; cf. 1 Tm 1.5; 1 Jn
5.3; 2 Jn 6). La santificación culmina en el amor, que es la virtud cristiana
más alta: “Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero
el mayor de ellos es el amor” (1 Cor 13.13; cf. 2 Ped 1.5-7).
- De la elección y la reprobación: Dios ha elegido a su pueblo en amor: “en amor
habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de
Jesucristo” (Ef 1.5; cf. Rom 9.13). La seguridad eterna es el resultado de
haber comprendido el amor de Dios: “En esto se ha perfeccionado el amor en
nosotros, para que tengamos confianza en el día del juicio; pues como él es,
así somos nosotros en este mundo. En el amor no hay temor, sino que el perfecto
amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme,
no ha sido perfeccionado en el amor” (1 Jn 4.17-18).
- De la iglesia y sus marcas características: Las tres marcas de la verdadera iglesia, a saber, la
predicación del evangelio, la administración de los sacramentos y el
mantenimiento de la disciplina eclesiástica, están enfocadas en la declaración
y el mantenimiento de la relación que Dios tiene con su pueblo. Jesús está
presente a través del Espíritu Santo cuando haya dos o tres congregados en su
nombre (cf. Mat 18.20).
- De la Palabra y los sacramentos: El Espíritu Santo obra a través de la palabra
predicada (2 Tim 3.16) y los sacramentos (Tito 3.5); son los canales a través
de los cuales tenemos comunión con Dios. La Palabra es lo que el Espíritu Santo
usa para restaurar la imagen de Dios que perdimos a través del pecado: «Porque
el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad.
Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la
gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen,
como por el Espíritu del Señor» (2 Cor 3.17-18).
- La doble forma de la Palabra de Dios: A través de la obra del Espíritu Santo, la ley que
antes no podíamos guardar ahora sí la podemos guardar. La presencia de la
santidad de Dios, tan terrible para los que quieren “ser como Dios”, ahora es
el mayor deleite para los que han sido llamados a volver al jardín de Génesis
1-2. De hecho, en varios sitios la Biblia dice que el amor es el resumen de la
ley de Dios: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma,
y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es
semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos
depende toda la ley y los profetas” (Mt 12.37-40; cf. Rom 13.8-10; Gál 5.14;
San 2.8). Cuando amamos a través del Espíritu Santo, guardamos la ley de Dios.
- Del bautismo: Por el bautismo morimos al pecado y resucitamos a una nueva
vida en la cual podemos servir (obedecer, amar) a Dios (cf. Rom 6.1-14).
- De la cena del Señor: Los cristianos se acuerdan de su relación restaurada
con Dios y por lo tanto de su relación restaurada los unos con los otros (cf. 1
Cor 11.17-34). Es interesante que algunos de los primeros cristianos se
referían a la cena del Señor como un “ágape”, el cual es una transliteración de
la palabra griega ἀγάπη, que significa «amor».
- Del ministerio, la carga y los cargos: Los líderes de la iglesia llevan a sus miembros a una
relación cada vez más profunda con Dios. - De la iglesia y el estado: El
estado debe tener un rol de fomentar el bien y disminuir el mal.
Conclusión
En resumen, la teología patrística y la teología reformada
no están en contra la una con la otra. Por el contrario, se enriquecen
mutuamente.
Lo que la teología patrística puede aportar a la teología
reformada es el enfoque personal: la teología no es “una cosa” que hay que
estudiar, sino una persona con quien tenemos que relacionarnos.
En lugar de ser “fría”, la teología reformada puede ser muy
emocionante y algo que nos lleva a adorar a Dios porque cuando estudiamos la
“teología” estamos estudiando lo que el Dios trino ha hecho por nosotros. El
amor no solamente es el “vínculo perfecto” de las virtudes cristianas (cf. Col
3.14) , sino también de la teología.
Y para nosotros los cristianos, ¿qué es el amor? “Mas Dios
muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió
por nosotros” (Rom 5.8).
En otras palabras, este hilo de relación y amor con el cual
he intentado unir la teología reformada con la ayuda de la teología patrística
es ni más ni menos que una exégesis de la cruz.
Por Andrés Messmer