I
EL
ESTADO DE HUMILLACION
A. INTRODUCCIÓN:
LA DOCTRINA DE LOS ESTADOS DE CRISTO EN GENERAL
1. LA DIFERENCIA
ENTRE ESTADO Y CONDICIÓN
Debe recordarse que,
aunque la palabra "estado" algunas veces es sinónima de
"condición", la palabra tal como se aplica a Cristo denota en esta
conexión un carácter de relación más que de condición. En general un estado y
una condición deben distinguirse como sigue: Un estado es la posición o estatus
que uno guarda en la vida, y en particular el modo de relación forense en el
que uno se coloca ante la ley, en tanto que una condición es el modo de
existencia personal, especialmente según la determinan las circunstancias de la
vida. Aquel que ante un tribunal de justicia resulta culpable se encuentra en
un estado de culpa o de condenación al que por lo general sigue una condición
de encarcelamiento con todos sus resultados de vergüenza y privaciones. En la teología
los estados del Mediador se consideran, generalmente, acompañados de las
condiciones resultantes. De hecho, los estados diferentes de humillación y
exaltación según se acostumbra definirlos, tienen la tendencia de poner más de
relieve las condiciones que los estados. No obstante, los estados son más
importantes que las condiciones y así deben considerarse.162 En el estado de
humillación Cristo estuvo bajo la ley, no únicamente como regla de vida, sino
como la condición del pacto de obras, y aun bajo la condenación de la ley; pero
en el estado de exaltación está libre de la ley, habiendo cumplido la condición
del pacto de obras y habiendo pagado el castigo del pecado.
2.
LA DOCTRINA DE LOS ESTADOS DE CRISTO EN LA HISTORIA
La doctrina de los estados
de Cristo realmente procede del Siglo XVII, aunque se encuentran ya rastros de
ella en los escritos de los reformadores, y hasta en algunos de los Padres de
la Iglesia primitiva. Se desarrolló primero entre los luteranos cuando
procuraron poner en armonía su doctrina de la communicatio idiomatum con la
humillación de Cristo tal como se contempla en los evangelios; pero pronto fue
adoptada también por los reformados. No obstante, difirieron en cuanto al
sujeto verdadero de los estados. Según los luteranos es la naturaleza humana de
Cristo, pero según los Reformados es la persona del Mediador. Hubo mucha
diferencia de opinión sobre el asunto hasta entre los luteranos. Bajo la
influencia de Scheleiermacher la idea de los estados del Mediador desapareció
por grados de la teología. Debido a su tendencia panteizante las líneas de
división entre el Creador y la criatura prácticamente fueron borradas. El
énfasis se deslizó del Dios trascendente al Dios inmanente; y el Dios soberano
cuya ley es la medida de lo justo desapareció. En efecto, la idea de lo justo
objetivo fue desterrada de la teología, y bajo semejantes condiciones se hizo
imposible mantener la idea de una posición judicial, es decir, de un estado
tomado por el Mediador. Además, en la medida en que la humanidad de Cristo se
acentuó excluyendo su deidad, y por una parte negando su preexistencia, y por
la otra su resurrección, todo lo referente a su humillación y exaltación perdió
su significado. El resultado es que en muchas de las publicaciones actuales
sobre dogmática buscamos en vano un capítulo sobre los estados de Cristo.
3.
EL NÚMERO DE LOS ESTADOS DEL MEDIADOR
Hay diferencia de opinión
con respecto al número de los estados del Mediador. Algunos opinan que si
aceptamos que la persona del Mediador es el sujeto de los estados, se requiere,
en estricta lógica, que hablemos de tres estados o modos de existencia: El
estado preexistente de ser eternamente divino, el estado terrenal de existencia
temporal humana, y el estado celestial de exaltación y gloria.163 Pero puesto
que podemos hablar de la humillación y exaltación de la persona de Cristo
únicamente considerándolo como Dios-hombre, resulta mejor hablar de dos estados
nada más. Los teólogos Reformados encuentran una anticipación tanto de la
humillación como de la exaltación de Cristo en su estado preexistente; de su
humillación, en que El por su voluntad colocó sobre sí mismo en el pactum
salutis para merecer y administrar nuestra salvación; y de su exaltación, en la
gloria que El cómo nuestro futuro Mediador disfrutó desde antes de la
encarnación, compárese Juan 17: 5. Los dos estados están indicados claramente
en II Cor. 8: 9; Gál. 4: 4, 5; Fil. 2: 6-11, Heb. 2: 9.
B.
EL ESTADO DE HUMILLACION
Fundándose en Fil. 2: 7,
8, la teología Reformada distingue dos elementos en la humillación de Cristo,
es decir, ( 1 ) la kénosis (vaciando, exinanitio), que consiste en haber puesto
El a un lado la divina majestad, la majestad del Soberano Gobernante del universo,
y haber tomado la naturaleza humana en la forma de un siervo ; y (2) la
tapeínosis (humiliatio), que consiste en haberse sujetado a las demandas y
maldición de la ley, y en que durante toda su vida se hizo obediente en acción
y sufrimiento hasta el extremo límite de una muerte vergonzosa. Fundándose en
el pasaje de Filipenses puede decirse que el elemento esencial y central en el
estado de humillación se encuentra en el hecho de que aquel que era Señor de
toda la tierra, el supremo Legislador, se colocó bajo la ley cumpliendo en
beneficio de su pueblo con todas las obligaciones representativas y penales que
ella imponía. Por esto se hizo legalmente responsable de nuestros pecados y se
atrajo la maldición de la ley. Este estado del Salvador, expresado con brevedad
en las palabras de Gál. 4: 4, "nacido bajo la ley", se refleja en la
correspondiente condición, que se describe en las diversas etapas de la
humillación. En tanto que la teología luterana habla hasta de ocho estados en
la humillación de Cristo, la teología Reformada menciona por lo general cinco,
es decir: (1) la encarnación, (2) el sufrimiento, (3) la muerte, (4) el
entierro y (5) el descenso al hades.
1.
LA ENCARNACIÓN Y EL NACIMIENTO DE CRISTO
Bajo este tema general hay
varios puntos que merecen atención.
a.
El sujeto de la encarnación. No fue el Dios trino sino
la segunda persona de la Trinidad la que tomó la naturaleza humana. Por esa
razón es mejor decir que el Verbo se hizo carne que decir que Dios se hizo
hombre. Al mismo tiempo debemos recordar que cada una de las personas divinas
estuvo activa en la encarnación, Mat. 1: 20; Luc. 1: 35; Juan 1: 4; Hech. 2:
30; Rom. 8: 3; Gál. 4: 4; Fil. 2: 7. Esto significa también que la encarnación
no fue, tan sólo, algo que aconteció al Logos, sino que fue de su parte un
cumplimiento activo. Al hablar de la encarnación para distinguirla del
nacimiento del Logos, tiene que acentuarse su participación activa y aceptarse
su preexistencia. No es posible hablar de la encarnación de uno que no existía
de antemano. Esta preexistencia está íntimamente enseñada en la Escritura:
"En el principio era el Verbo y el Verbo era con Dios y el Verbo era
Dios", Juan 1: 1. "Porque
he descendido del cielo", Juan 6: 38. "Porque ya conocéis la gracia
de nuestro Señor Jesucristo que por amor a nosotros se hizo pobre", II
Cor. 8: 9. "El cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a
Dios como cosa a que aferrarse. Sino que se despojó a sí mismo tomando forma de
siervo, hecho semejante a los hombres", Fil. 2: 6, 7. Pero cuando vino el
cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo", Gál. 4: 4. El Hijo de
Dios, preexistente, acepta la naturaleza humana y se hace de carne y sangre
humana, un milagro que sobrepasa nuestro entendimiento. Esto prueba claramente
que lo infinito puede entrar y entra en relaciones con lo finito, y que lo
sobrenatural puede de alguna manera entrar en la vida histórica del mundo.
b.
La necesidad de la encarnación. Desde los días del
escolasticismo ha estado a debate el asunto de si la encarnación debería
considerarse como envuelta en la idea de la redención, o como incluida ya en la
idea de la creación. Puesto en forma popular, el asunto era si el Hijo de Dios
se habría hecho carne aun en el caso de que el hombre no hubiera pecado.
Ruperto de Deutz fue el primero en afirmar clara y positivamente que se habría
encarnado aún cuando no hubiera habido pecado. Alejandro de Hales y Duns Escoto
participaron de este concepto; pero Tomás de Aquino tomó la posición de que la
razón de la encarnación estaba en la entrada del pecado en el mundo. Los
Reformadores participaron de este concepto, y las iglesias de la Reforma
enseñaron que la encarnación fue necesaria debido a la caída del hombre. No
obstante, algunos eruditos luteranos y Reformados, entre ellos Osiander, Rothe,
Dorner, Lange, Van Oosterzee, Martensen, Ebrard y Mestcott, fueron de opinión
contraria. Los argumentos que adujeron son como los que siguen: Un hecho tan
estupendo como la encarnación no puede ser contingente ni tampoco encontrar su
causa en el pecado como un hecho accidental y arbitrario del hombre. Tiene que
haber estado incluido en el plan original de Dios. La religión antes y después
de la caída no puede ser esencialmente diferente. Si ahora es necesario un
Mediador tenía que haber sido necesario también antes de la caída. Además, la
obra de Cristo no está limitada a las operaciones de expiación y de salvación.
El es Mediador, pero también, es cabeza; El no es únicamente el arché, sino
también el télos de la creación, I Cor. 15: 45-47; Ef. 1: 10, 21-23; 5: 31, 32;
Col. 1: 15-17. No obstante, debe notarse que la Escritura presenta
invariablemente la encarnación como condicionada por el pecado del hombre. La
fuerza de aquellos pasajes como Luc. 19: 10; Juan 3: 16; Gál. 4: 4; I Juan 3: 8
y Fil. 2: 5¬11 no puede quebrantarse fácilmente. La idea, expresada a veces, de
que la encarnación en sí misma era adecuada y necesaria para Dios, es muy a
propósito para conducir a la noción panteísta de un Dios eterno que se revela
en el mundo. No existe, pues, la dificultad que se relaciona con el plan de
Dios y que algunos consideran gravosa, si consideramos el asunto sub specie
aeternitatis. Hay un solo plan de Dios, y este plan incluye el pecado y la
encarnación desde el mero principio. De consiguiente, en último análisis, la
encarnación fue contingente tanto como la obra completa de redención no por
causa del pecado, sino por causa del beneplácito de Dios. El hecho de que
Cristo también tenga significado cósmico no es necesario negarlo; pero esto
también está ligado con su importancia redentora en Ef. 1: 10, 20-23; Col. 1:
14-20.
c.
El cambio efectuado en la encarnación. Cuando se nos dice que el
Verbo se hizo carne no se quiere decir que el Logos dejó de ser lo que había
sido antes. En cuanto a su ser esencial el Logos fue exactamente el mismo antes
y después de la encarnación. El verbo egéneto en Juan 1 : 14 (la palabra se
hizo carne) en verdad no significa que el Logos se cambió en carne, y que de
esta manera alteró su esencia natural, sino nada más que tomó aquel carácter
particular, que adquirió una forma adicional sin que en ninguna manera se
cambiara su naturaleza original. Sigue siendo el infinito e inmutable Hijo de
Dios. Además, la afirmación de que el Verbo se hizo carne no significa que se
apropió una persona humana, ni que por otra parte haya tenido únicamente un
cuerpo humano. La palabra sarx (carne) denota aquí naturaleza humana, que
consiste de cuerpo y alma. La palabra se usa en un sentido algo parecido en
Rom. 8: 3; I Tim. 3: 16; I Juan 4: 2; II Juan 7 (compárese Fil. 2: 7).
d.
La encarnación constituyó a Cristo uno de los miembros de la raza humana.
En oposición a las enseñanzas de los anabaptistas, nuestra confesión afirma que
Cristo hizo suya la naturaleza humana tomándola de la sustancia de su madre. La
opinión en boga entre los anabaptistas era que el Señor trajo su naturaleza
humana desde el cielo, y que María fue únicamente el conducto o canal por medio
del cual pasó esa naturaleza. Fundándose en este concepto su naturaleza humana
resultaría en verdad una creación nueva, parecida a la nuestra, pero no
conectada orgánicamente con la nuestra. Se descubre desde luego la importancia
de oponerse a este concepto. Si la naturaleza humana de Cristo no se derivó del
mismo tronco de la nuestra, sino que únicamente se parecía a la nuestra,
entonces no existe tal relación entre Él y nosotros como la que se necesita
para hacer que su mediación sea eficaz para nuestro bien.
e.
La encarnación se efectuó por medio de una concepción sobrenatural y un nacimiento
virginal. Nuestra confesión afirma que la naturaleza humana de
Cristo "fue concebida en el vientre de la bienaventurada virgen María por
el poder del Espíritu Santo, sin intervención del hombre". Esto acentúa el
hecho de que el nacimiento de Cristo nada tiene de ordinario sino que es
sobrenatural, en virtud de lo cual fue llamado "el Hijo de Dios". El
elemento más importante en relación con el nacimiento de Jesús fue la operación
sobrenatural del Espíritu Santo, porque a causa de eso únicamente fue posible
este nacimiento virginal. La Biblia se refiere a este hecho particular en Mat.
1: 18-20; Luc. 1: 34, 35; Heb. 10: 5. La obra del Espíritu Santo en relación
con la concepción de Jesús, fue doble; (1) fue la causa eficiente de lo que fue
concebido en el vientre de María, y de esta manera se excluyó como factor
eficiente la actividad del hombre. Esto estuvo completamente en armonía con el
hecho de que la persona que iba a nacer no era humana, sino la persona del Hijo
de Dios, que como tal no estaba incluido en el pacto de obras y se encontraba
libre de la culpa del pecado. (2) El Espíritu Santo santificó la naturaleza
humana de Cristo en su mero principio, y de esta manera lo conservó libre de la
corrupción del pecado. No podemos decir con exactitud como ejecutó el Espíritu Santo
esta obra santificante, porque todavía no se ha entendido lo suficiente de qué
modo pasa la contaminación del pecado ordinariamente de padres a hijos. Sin
embargo, debería notarse que la influencia santificante del Espíritu Santo no
estuvo limitada al momento de la concepción de Jesús, sino que continuó a
través de toda su vida, Juan 3: 34; Heb. 9: 14. Solamente por medio de esta
concepción sobrenatural pudo Cristo nacer de una virgen. La doctrina del
nacimiento virginal está basada en los siguientes pasajes de la Escritura, Isa.
7: 14; Mat. 1: 18, 20; Luc. 1: 34, 35, y está apoyada también por Gál. 4: 4.
Esta doctrina fue confesada en la iglesia desde los tiempos primitivos. Ya nos
encontramos con ella en las formas originales del Credo apostólico, y
posteriormente en todas las grandes confesiones de las iglesias católicas
romanas y protestantes. Si en la actualidad se le niega, no se debe ni a falta
de evidencia escritural que la favorezca, ni a falta de sanción eclesiástica,
sino a la conocida aversión general hacia lo sobrenatural. Los pasajes de la
Escritura en los que se basa esta doctrina sencillamente se desechan de la
discusión alegando bases críticas que están lejos de convencer; y eso a pesar
del hecho de que la integridad de la narración está probada más allá de toda
disputa; y se acepta sin base alguna que el silencio de los otros escritores
del Nuevo Testamento respecto al nacimiento virginal prueba que ellos no
estaban informados del supuesto hecho de un nacimiento milagroso. Toda clase de
intentos ingeniosos se hacen para explicar de qué manera la historia del
nacimiento virginal surgió y ganó actualidad. Algunos la buscan en las
tradiciones hebreas y otros en las gentílicas. No podemos entrar a discutir
aquí el problema y, por tanto, nada más nos referiremos a obras como las de
Machen, The Virgin Birth of Christ; de Orr, The Virgin Birth of Christ; de
Sweet, The Birth and Infancy of Jesús Christ; de Cooke, Did Paul Know the
Virgin Birthr y la de Knowling, The Virgin Birth. Se pregunta a veces si el
nacimiento virginal es asunto de importancia doctrinal. Brunner declara que él
no se interesa para nada en el asunto. Rechaza la doctrina del nacimiento
maravilloso de Cristo y sostiene que fue sólo natural, pero que en ningún
sentido está suficientemente interesado para defender su idea. Además dice:
"La doctrina del nacimiento virginal se habría abandonado desde hace mucho
si no fuera por el hecho de que parece como que hay intereses dogmáticos que se
preocupan por retenerla".164 Barth reconoce el milagro del nacimiento
virginal, y ve en él una prueba del hecho de que Dios ha establecido mediante
creación un nuevo principio, condescendiendo en hacerse hombre.165 También
encuentra importancia doctrinal en el nacimiento virginal. Según él la
"herencia pecaminosa" se transmite por parte del progenitor, de tal
manera que Cristo pudo tomar su "calidad de criatura" siendo nacido
de María, y al mismo tiempo escapó de "la herencia pecaminosa"
mediante la eliminación del padre humano.166 En respuesta a la pregunta de si
el nacimiento virginal tiene importancia doctrinal, puede decirse que sería
inconcebible que Dios hubiera hecho nacer a Cristo de una manera tan
extraordinaria de no haber servido eso para un cierto propósito. Este propósito
doctrinal puede definirse como sigue: (1) Cristo tenía que constituirse en el
Mesías y el Hijo mesiánico de Dios. En consecuencia, era necesario que naciera
de una mujer, pero también que no fuera fruto de la voluntad de un hombre, sino
que naciera de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es. Con toda
probabilidad este nacimiento maravilloso de Jesús estaba en el fondo mental de
Juan cuando escribió como lo hace en Juan 1: 13. (2) Si Cristo hubiera sido
engendrado por hombre habría sido una persona humana, incluida en el pacto de
obras, y por lo mismo, también participante de la culpa común de la humanidad.
Pero ahora que no son de Adán ni su sujeto, ni su ego, ni su persona, y no
estando en el pacto de obras, está libre de la culpa del pecado. Y estando
libre de la culpa del pecado su naturaleza humana puede conservarse libre de la
corrupción pecaminosa antes y después de su nacimiento.
f.
La encarnación misma es parte de la humillación de Cristo.
'¿Fue o no la encarnación una parte de la humillación de Cristo? Los luteranos
con su diferencia entre la incarnatio y la exinanitio niegan que haya sido, y
fundan su negativa en el hecho de que la humillación se limitó a su existencia
terrenal, en tanto que su humanidad continúa en el cielo. Cristo tiene todavía
su naturaleza humana; pero no en estado de humillación. Hubo alguna diferencia
de opinión sobre este punto hasta entre los teólogos Reformados. Parece que
esta pregunta tendría que contestarse con discriminación. Debe decirse que la
encarnación considerada absolutamente en abstracto, el mero hecho de que Dios
en Cristo tomara una naturaleza humana, aunque sea un acto de condescendencia,
no fue en sí una humillación, aunque Kuyper dice que fue.167 Pero en verdad fue
una humillación que el Logos se hiciera "carne", es decir, naturaleza
humana tal como es desde la caída, débil y sujeta al sufrimiento y a la muerte,
aunque libre de la mancha del pecado. Esto parece implicarse en los pasajes
como Rom. 8: 3; II Cor. 8: 9; Fil. 2: 6, 7.
2.
LOS SUFRIMIENTOS DEL SALVADOR
Deben acentuarse varios
puntos en relación con los sufrimientos de Cristo.
a.
Sufrió durante toda su vida. En vista del hecho de que
Jesús, hacia el fin de su vida, comenzó a hablar de sus futuros sufrimientos,
nos inclinamos frecuentemente a pensar que las agonías finales constituyeron el
total de sus padecimientos. No obstante, su vida toda fue de sufrimiento. Fue
de por vida el servidor del Señor de los ejércitos, la vida de un inmaculado
asociado diariamente con pecadores, la vida del único santo en medio de un
mundo maldecido por el pecado. El camino de la obediencia fue para El, a la
vez, un camino de sufrimiento. Sufrió a causa de los repetidos asaltos de
Satanás, a causa del odio e incredulidad de su propio pueblo, y a causa de la
persecución de sus enemigos. Puesto que pisó El solo el lagar, su soledad debe
haber sido opresiva y su sentido de responsabilidad, aplastante. Fue el suyo un
sufrimiento consagrado, creciendo en severidad a medida que se aproximaba al
fin. El sufrimiento que comenzó en la encarnación alcanzó finalmente su clímax
en el passio magna en el final de su vida. Y allí toda la ira de Dios en contra
del pecado cayó sobre El.
b.
Sufrió en cuerpo y alma. Hubo una época en que la atención se
fijaba demasiado exclusivamente sobre los sufrimientos corporales del Salvador.
No fue la ciega pena física, como tal, la que constituyó la esencia de su
padecimiento, sino que estuvo sobrecargado con aquel dolor acompañado con
angustia de alma y con un sentido conscientemente mediatorio respecto al pecado
de la humanidad. Después se hizo costumbre empequeñecer la importancia de sus
padecimientos corporales, puesto que se sentía que el pecado, siendo de una
naturaleza espiritual, tendría que expiarse mediante sufrimientos espirituales
nada más. Estos conceptos unilaterales deben evitarse. Tanto el cuerpo como el
alma fueron afectados por el pecado, y en los dos tenía que hacerse sentir el
castigo. Además, la Biblia enseña claramente que Cristo sufrió en cuerpo y
espíritu. Agonizó en el huerto en donde su alma se "entristeció
sobremanera hasta la muerte", y fue abofeteado, azotado y crucificado.
c.
Varias causas produjeron los sufrimientos de Cristo.
En último análisis todos los sufrimientos de Cristo fueron el resultado del
hecho de haber tomado el lugar de los pecadores vicariamente. Pero debemos
distinguir varias causas próximas, por ejemplo:
(1) El hecho de que el
Señor del universo haya tenido que ocupar la posición de sirviente, y es más,
la posición de un cautivo o esclavo, y que aquel que tenía derecho hereditario
de mando estuvo sujeto a obedecer.
(2) El hecho de que aquel
que era puro y santo tuviera que haber vivido en una atmósfera pecaminosa y
corrompida, en asociación diaria con pecadores, recordando constantemente la
grandeza de la culpa con la que estaba cargado por causa de los pecados de sus
contemporáneos
(3) Su perfecto
conocimiento y clara anticipación, desde el mero principio de su vida, de los
extremos sufrimientos que habían como de derramarse sobre El en el término de
ella. Supo exactamente lo que tenía que venir y la perspectiva estaba muy lejos
de ser agradable
(4) Por último, también
las privaciones de la vida, las tentaciones del diablo, el odio y rechazamiento
de su pueblo, y el maltrato y las persecuciones a las que estuvo sujeto.
d.
Los sufrimientos de Cristo fueron únicos. A veces hablamos
de los sufrimientos "ordinarios" de Cristo, cuando pensamos que
fueron el resultado de las causas ordinarias de miseria en el mundo. Pero
deberemos recordar que estas causas fueron mucho más numerosas para el Salvador
que lo que son para nosotros. Además, aun estos sufrimientos comunes tuvieron
un carácter extraordinario en el caso de Cristo, y por tanto, fueron únicos. Su
capacidad de sufrimiento se midió por el carácter ideal de su humanidad, con su
perfección ética y con su sentido de justicia, santidad y veracidad. Nadie pudo
sentir lo penetrante del dolor, la pena, y el mal moral como lo sintió Jesús.
Pero aparte de estos sufrimientos más comunes hubo también los sufrimientos causados
por el hecho de que Dios hiciera caer sobre El nuestras iniquidades como un
diluvio. Los sufrimientos del Salvador no fueron meramente naturales, sino
también el resultado de un hecho positivo de Dios, Isa. 53: 6, 10. Entre los
sufrimientos más particulares del Salvador debemos colocar también las
tentaciones en el desierto, y las agonías del Getsemaní y del Gólgota.
e.
Los sufrimientos de Cristo en las tentaciones.
Fueron las tentaciones parte integral de los sufrimientos de Cristo. Fueron
tentaciones que encontró en el camino del sufrimiento, Mat. 4: 1-11 (y
paralelos); Luc. 22: 28; Juan 12: 27; Heb. 4: 15; 5: 7, 8. Su ministerio
público comenzó con un período de tentación, pero todavía después se repitieron
las tentaciones, en intervalos, hasta llegar al oscuro Getsemaní. Únicamente
por haber entrado a pruebas idénticas a las de los hombres, en sus tentaciones,
pudo Jesús convertirse en el sumo sacerdote profundamente compasivo, y alcanzar
las alturas de una perfección probada y triunfante, Heb. 4: 15; 5: 7-9. No
debemos defraudar la realidad de las tentaciones de Jesús en su carácter de
último Adán, aun cuando sea muy difícil concebir a uno que no podía pecar, y
que no obstante, podía ser tentado. Se han sugerido varias maneras para
remediar esta dificultad, por ejemplo, que en la naturaleza humana de Cristo,
como en la del primer Adán, había la nuda possibilitas peccandi, la mera
posibilidad abstracta de pecar (Kuyper) ; que la santidad de Jesús era una
santidad ética, la cual había alcanzado un alto desarrollo por medio de la
tentación y manteniéndose en ésta (Bavinck) ; y que las cosas con las que
Cristo fue tentado fueron en sí mismas perfectamente legales, y apelaron a
instintos y apetitos perfectamente naturales (Vos). Pero a pesar de todo esto
el problema permanece, ¿cómo fue posible que uno que en concreto, es decir tal
como estaba constituido, no pudiera pecar ni estuviera inclinado al pecado y
que, no obstante, fuera sometido a verdaderas tentaciones?
3.
LA MUERTE DEL SALVADOR
Los sufrimientos del
Salvador culminaron, finalmente, en su muerte. En relación con esto se deben
acentuar los siguientes puntos.
a.
La extensión de su muerte. Resulta natural que cuando hablamos
de la muerte de Cristo tengamos en esta conexión, primero que todo, la idea de
una muerte física que consiste en la separación del cuerpo y del alma. Al mismo
tiempo deberemos recordar que esto no agota la idea de la muerte tal como se
presenta en la Escritura. Allí se la mira con un concepto sintético del cual la
muerte física se considera únicamente como una de sus manifestaciones. La
muerte es la separación de Dios, pero esta separación puede verse de dos modos
diferentes. El hombre se separa de Dios a causa del pecado, y la muerte es el
resultado natural, de tal manera que se puede decir que el pecado es muerte.
Pero no fue en este sentido en el que Jesús quedó sujeto a ella, puesto que El
no tenía pecado personal. En relación con esto debe recordarse que la muerte no
es únicamente la consecuencia natural del pecado, sino sobre todo es el castigo
judicial impuesto y cumplido sobre el pecado. Es Dios mismo retirándose primero
del hombre con las bendiciones de la vida y de la felicidad para luego en su
ira volver a visitarlo. Hay que considerar la muerte de Cristo desde este punto
de vista judicial. Dios impuso el castigo de la muerte sobre el Mediador,
judicialmente, puesto que éste emprendió por su voluntad el pago de la pena por
el pecado de la raza humana. Habiéndose apropiado Cristo la naturaleza humana,
con todas sus debilidades, tal como existía después de la caída, y habiéndose
hecho, de esta manera, semejante a nosotros en todas las cosas, con excepción
única del pecado, se sigue que la muerte operó en El desde el mero principio y
se manifestó en muchos de los sufrimientos a los cuales El se sometió. Fue un
varón de dolores y experimentado en quebranto. El Catecismo de Heidelberg dice
correctamente que "durante el tiempo que vivió en la tierra, pero
especialmente en el final de su vida, llevó en su alma la ira de Dios en contra
del pecado de toda la raza humana"168 Estos sufrimientos fueron seguidos
por su muerte en la cruz. Pero. esto no fue todo; estuvo sometido no sólo a la
muerte física sino también a la eterna, aunque esto lo sufrió intensiva y no
extensivamente, cuando agonizó en el jardín y cuando clamó en la cruz,
"Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" Durante un breve
período de tiempo sufrió la ira infinita en contra del pecado hasta el final y
salió victorioso. Esto fue posible para El únicamente a causa de su naturaleza
extraordinaria. No obstante en este punto nos debemos poner en guardia contra
un error. La muerte eterna en el caso de Cristo no consistió en una abrogación
de la unión del Logos con la naturaleza humana, ni en que la naturaleza divina
hubiera sido dejada de Dios, ni en que el Padre hubiera retirado su amor y
beneplácito de la persona del Mediador. El Logos permaneció unido con la
naturaleza humana aun cuando el cuerpo estaba en la tumba; la naturaleza divina
no podía ser abandonada de Dios; y la persona del Mediador estaba y continuaba
siendo objeto del favor divino. La muerte eterna se dejó ver en la conciencia
humana del Mediador como un sentimiento de ser dejado de Dios. Esto implica que
la naturaleza humana, durante un momento, perdió el consuelo consciente que
debería derivar de su unión con el Logos divino y el sentido del amor divino, y
se sintió dolorosamente consciente de la plenitud de la ira divina que estaba
cayendo sobre El. Pero no hubo desesperación, porque aun en la más negra hora,
en tanto que exclama que está abandonado, dirige su oración a Dios.
b.
El carácter judicial de su muerte. Era del todo esencial que
Cristo no muriera de muerte natural ni de muerte accidental; y que no muriera
por la mano de un asesino, sino bajo sentencia judicial. Tenía que ser contado
con los transgresores, tenía que ser condenado como un criminal. Además, por
arreglo providencial de Dios, tenía que ser procesado y sentenciado por un juez
romano. Los romanos tenían el genio de la ley y la justicia, y representaban el
más alto poder judicial del mundo. Se podía esperar que un proceso delante de
un juez romano serviría para probar nítidamente la inocencia de Jesús, y así
sucedió, de tal manera que quedó perfectamente claro que no fue condenado porque
hubiera cometido crimen alguno. Fue un testimonio al hecho de que, como lo dice
el Señor: "Fue cortado de la tierra de los vivientes, y por la rebelión de
mi pueblo fue herido". Y cuando, a pesar de todo, el juez romano condenó
al inocente, también verdaderamente se condenó él y condenó a la justicia
humana, tal como la aplicó; pero al mismo tiempo, como representante del poder
judicial más alto en el mundo, que por la gracia de Dios funcionaba y
dispensaba justicia en el nombre de Dios, impuso sentencia sobre Jesús. La
sentencia de Pilato fue también la sentencia de Dios, aunque sobre bases
enteramente diferentes. Fue también significativo que Cristo no haya sido
decapitado o apedreado para morir. La crucifixión no era una forma judía de
castigo, sino romana. Se consideraba tan infame e ignominiosa que no se
aplicaba a los ciudadanos romanos sino solamente a la escoria de la humanidad,
a los más viles criminales y a los esclavos. Muriendo de esa muerte, Jesús
cumplió las demandas extremas de la ley. Al mismo tiempo, murió de muerte
maldita y dio de este modo la evidencia del hecho que se había convertido en
maldición por causa nuestra, Deut. 21: 23; Gál. 3: 13.
4.
EL ENTIERRO DEL SALVADOR
Parecía que la muerte de
Cristo era la última etapa de su humillación, especialmente en atención a una
de las últimas palabras que habló en la cruz, "Consumado es". Pero
aquella palabra con toda probabilidad se refiere al sufrimiento activo que
padeció, es decir, el sufrimiento en el cual El mismo tomó una parte activa.
Esto, es cierto, terminó cuando murió. Es claro que su entierro formó parte
también de su humillación. Nótese, especialmente, lo siguiente:
(a) El
regreso del hombre al polvo del que fue tomado, se presenta en la Escritura
como parte del castigo del pecado, Gen 3 : 19
(b) Varias
declaraciones de la Biblia implican que la estancia del Salvador en la tumba
fue una humillación, Sal 16: 10; Hech. 2: 27, 31; 13: 34; 35. Fue un descenso
al hades, en sí mismo, lúgubre y espantoso, un lugar de corrupción, aunque en
él Cristo fue preservado de ella
(c) El
entierro es un descenso, y por tanto una humillación del pecador
(d) Hay
cierto acuerdo entre las etapas, en la obra objetiva de redención y. el orden
de la aplicación subjetiva del trabajo de Cristo. La Biblia habla de que el
pecador ha sido sepultado con Cristo. Pues bien, esto tiene que ver con el
rechazamiento del viejo hombre y no con el hecho de vestirse del nuevo,
compárese Rom. 6: 1-6. En consecuencia, también el entierro de Jesús forma
parte de su humillación. Su entierro, además, no sólo sirvió para probar que
Jesús verdaderamente había muerto, sino también para quitar de los redimidos
los terrores de la tumba, y para santificar la de ellos.
5.
EL DESCENSO DEL SALVADOR AL HADES.
a.
Esta doctrina en el Credo de los Apóstoles. Después de que el
Credo de los Apóstoles ha mencionado los sufrimientos, muerte y sepultura del
Señor, continúa con las palabras "descendió a los infiernos (hades)".
Esta afirmación no estaba en el Credo desde muy al principio, ni es tan universal
como las otras. Por primera vez se usó en la forma del Credo de Aquilea
(alrededor del 390 A. D.), "Descendit in interna". Entre los griegos
algunos tradujeron "inferna" por "hades", y otros por
"partes bajas". Algunas formas del Credo en donde se encuentran estas
palabras no hacen mención del entierro de Cristo, en tanto que, en las formas
romana y oriental, se menciona por lo general el entierro, pero no el descenso
al hades. Rufino hace notar que estas últimas formas contienen la idea del
descenso en la palabra "sepultado". No obstante, posteriormente, la
forma romana del Credo añadió la afirmación de que estamos tratando, después de
mencionar el entierro. Calvino arguye correctamente que para aquellos que las
añaden después de la palabra "sepultado", debe denotar algo
adicional.169 Debe recordarse que estas palabras no se encuentran en la
Escritura, y que no se basan en declaraciones directas de la Biblia como el
resto de los artículos del Credo.
b.
La base bíblica de esta expresión. Hay cuatro pasajes de la
Biblia que especialmente debemos considerar aquí.
(1) Ef.
4:9, "Y eso de que subió ¿qué es, sino que también había descendido
primero a las partes bajas de la tierra?" como equivalente a
"infierno". Pero esta es una interpretación dudosa. El Apóstol arguye
que el ascenso de Cristo presupone un descenso. Pues bien, lo opuesto de la
ascensión es la encarnación, compárese Juan 3: 13. De aquí que la mayoría de
los comentadores toman la expresión como refiriéndose tan sólo a la tierra. La expresión
puede derivarse del Salmo 139: 15 y referirse más particularmente a la
encarnación.
(2) I
Ped. 3: 18, 19, que habla de Cristo como "siendo a la verdad muerto en la
carne, pero vivificado en espíritu; en el cual también fue y predicó a los
espíritus encarcelados". Este pasaje se refiere, según se supone, al
descenso al infierno y al propósito del descenso. El Espíritu a que se refiere
tiene que entenderse que es el alma de Cristo, y la predicación de que se habla
debió haber tenido lugar entre su muerte y la resurrección. Pero lo uno es
precisamente tan imposible como lo otro. El Espíritu mencionado no es alma de
Cristo sino el espíritu vivificante, y fue ese mismo Espíritu viviente por el
que Cristo predicó. La interpretación que comúnmente dan los protestantes a
este pasaje es que Cristo en espíritu predicó por medio de Noé a los
desobedientes que vivieron antes del diluvio, que eran espíritus aprisionados
cuando Pedro escribió, y por lo mismo, podían ser designados de ese modo.
Bavinck considera que esto es insostenible e interpreta el pasaje como que se
refiere a la ascensión, la que él considera como una rica, triunfal y poderosa
predicación a los espíritus en prisión.
(3) I
Ped. 4: 4-6, particularmente el versículo 6, que dice como sigue: "Porque
por eso también ha sido predicado el evangelio a los muertos, para que sean
juzgados en carne según los hombres pero vivan en espíritu según Dios." En
relación con esto el Apóstol advierte a los lectores que no deben vivir el
resto de su vida en la carne conforme a la concupiscencia de los hombres, sino
conforme a la voluntad de Dios, aun cuando con ello ofendan a sus anteriores
compañeros y sean ultrajados por ellos, puesto, que éstos tendrán que dar
cuenta de sus hechos a Dios que está listo para juzgar a los vivos y a los
muertos. Los "muertos" a quienes el evangelio fue predicado
evidentemente todavía no estaban muertos cuando se les predicó, puesto que el
propósito de esta predicación era en parte "que pudieran ser juzgados
según los hombres en la carne". Esto podría haber tenido lugar sólo
durante la vida terrenal de ellos. Con toda probabilidad el escritor se refiere
a los mismos espíritus aprisionados de los que ya habló en el capítulo
precedente.
(4) Sal
16: 8-10 (compárese Hech. 2: 25-27, 30, 31). Especialmente el versículo 10 es
el que viene a consideración aquí, "porque no dejarás mi alma en el Seol
ni permitirás que tu santo vea corrupción". Pearson partiendo de este
pasaje llega a la conclusión de que el alma de Cristo estuvo en el infierno (hades)
antes de la resurrección, porque se nos dice que no fue dejada allí171 Pero
debemos notar lo siguiente :
(a) La
palabra nephesh (alma) se usa con frecuencia en el hebreo como pronombre
personal y sheol como el estado de muerte.
(b) Si
entendemos aquí de esa manera esta palabra, tendremos un claro paralelismo de
sinónimos. La idea expresada sería que Jesús no fue dejado en poder de la
muerte.
(c) Esto
está en perfecta armonía con la interpretación de Pedro en Hech. 2: 30, 31, y
la de Pablo en Hecho. 13: 34, 35. En los dos casos está citado el salmo para
probar la resurrección de Jesús.
c.
Interpretaciones diferentes de esta expresión del Credo.
(1) La
iglesia católica la toma para dar a entender que, después de su muerte, Cristo
fue al Limbus Patrum, en donde los santos del Antiguo Testamento estaban
esperando la revelación y aplicación de la redención de Cristo, y les predicó
el evangelio, y los sacó de allí para llevarlos al cielo.
(2) Los
luteranos consideran al descenso al hades como el primer paso de la exaltación
de Cristo. El fue al bajo mundo para revelar y consuman su victoria sobre
Satanás y los poderes de las tinieblas, y para pronunciar contra ellos
sentencia de condenación. Algunos luteranos colocan esta marcha triunfal entre
la muerte de Cristo y su resurrección; otros después de la resurrección.
(3) La
Iglesia de Inglaterra sostiene que, entre tanto que el cuerpo de Cristo estuvo
en la tumba, el alma fue al hades, más en particular, al paraíso, la morada de
las almas de los justos, y les dio una muy amplia exposición de la verdad.
(4) Calvino
interpreta la frase metafóricamente172 como refiriéndose a los sufrimientos
penales de Cristo en la cruz, en donde El, de verdad, sufrió las angustias del
infierno. Similarmente lo hace el Catecismo de Heidelberg. Según la posición
acostumbrada entre los Reformados, las palabras se refieren no solamente a los
sufrimientos en la cruz sino también a las agonías del Getsemaní.
(5) Verdaderamente
la Escritura no enseña un descenso literal de Cristo al infierno. Además, hay
serias objeciones a este concepto. No pudo haber descendido al infierno en el
cuerpo, porque éste estaba en la tumba. Si descendió realmente al infierno,
tenía que haber sido solamente en su alma, y esto indicaría que solamente la
mitad de su naturaleza humana participó en esta etapa de su humillación (o de
su exaltación), Además, en tanto que Cristo no se levantara de los muertos no
llegaría la hora de una marcha triunfal tal como la consideran los luteranos.
Y, finalmente, en la hora de su muerte Cristo encomendó su espíritu al Padre.
Esto parece indicar que El estaría pasivo más bien que activo desde el momento
de su muerte hasta levantarse de la tumba.
En resumen, parece mejor combinar
dos pensamientos:
(a) Que
Cristo sufrió las penas del infierno antes de su muerte, en el Getsemaní, y en
la cruz, y
(b) Que
entró a la más profunda humillación en el estado de muerte.
Extracto:
Teología Sistemática Louis Berkhof
Soli Deo Gloria