LOS
NOMBRES DE CRISTO
Hay especialmente cinco
nombres que piden una breve discusión en este lugar. Son parcialmente
descriptivos de las naturalezas de Cristo, parcialmente descriptivos de su posición
oficial, y parcialmente descriptivos de la obra que El vino a hacer en el
mundo.
EL
NOMBRE JESÚS
El nombre Jesús es la
forma griega del hebreo Jehoshua, Joshua, Josué 1: 1; Zac. 3: 1, o Jeshua (la
forma regular usada en los libros históricos post-exílicos), Esd. 2: 2. La derivación
de este nombre común del Salvador está velada en la oscuridad. La opinión generalmente
aceptada es que se deriva de la raíz yasha', que se cambió en hoshia', salvar, pero
no es fácil explicar como Jehoshua' se convirtió en Jeshua'. Probablemente
Hoshea', se derivó del infinitivo que era la forma original (compárese Núm.
13:8, 16; Deut. 32: 44), que expresa únicamente la idea de redención. La letra
yod, que es el signo del imperfecto, debe haber sido añadida para expresar la certidumbre
de la redención. Esto concordaría muy bien con la interpretación que se da al
nombre en Mat. 1:21. Para otra derivación de Jeho (Jehová) y shua, que es ayuda
(Gotthilf) compárese el Diccionario Dogmático de Kuyper.1 El nombre nació de dos bien conocidos
tipos de Jesús en el Antiguo Testamento.
(1 De
Christo, I, pp. 56 y siguientes)
EL
NOMBRE CRISTO
Si Jesús es el nombre
personal, Cristo es el nombre oficial del Mesías. Es equivalente al Mashiach
del Antiguo Testamento (derivado de mashach, ungir), y de este modo significa "uno
ungido". Los reyes y los sacerdotes, regularmente, fueron ungidos en la
antigua dispensación, Ex 29 : 7 ; Lev. 4 : 3, Jueces 9 : 8 ; I Sam 9 : 16 ; 10
: 1 ; II Sam 19 : 10. Al rey se le llamaba "el ungido de Jehová", I Sam
24: 10. Hay un solo ejemplo de un profeta que fue ungido según se relata en I
Reyes 19: 16, pero seguramente hay referencias a ello en el Sal 105: 15 y en
Isa. 61: 1. El aceite usado para la unción de estos oficiales simbolizaba el
Espíritu de Dios, Isa. 61: 1; Zac. 4: 1-6, y la unción representaba la transferencia
del Espíritu a la persona consagrada, I Sam 10: 1, 6, 10; 16: 13, 14. La unción
era un signo visible de 1. Una
designación para el oficio 2. El
establecimiento de una relación sagrada y la consiguiente santidad de la
persona ungida, I Sam 26: 6; 26 : 9 ; II Sam 1: 14 3. Una comunicación del Espíritu para el que había sido ungido, I
Sam 16: 13, compárese también II Cor. 1: 21, 22. El Antiguo Testamento se
refiere a la unción del Señor en Sal 2: 2; 45: 7; y en el Nuevo Testamento, en
Hech. 4: 27 y 10: 38. Anteriormente se
encontraron referencias a esto en Sal 2: 6 y Prov. 8: 23. Pero los actuales
hebraístas aseguran que la palabra nasak, usada en estos pasajes, significa "establecer"
más bien que "ungir". No obstante, compárese también Isa. 11: 2; 42. Cristo
fue establecido o designado para sus oficios desde la eternidad, así lo indica
la palabra que señala a la realidad de la primera cosa simbolizada en la unción,
pero históricamente su unción tuvo lugar cuando El fue ungido por el Espíritu
Santo, Luc. 1: 35, y cuando recibió al Espíritu Santo, especialmente a la hora
de su bautismo, Mat. 3: 16; Mar. 1: 10; Luc. 3: 22; Juan 1: 32; 3: 34. Sirvió para
capacitarlo para su gran tarea. El nombre "Cristo" se aplicó por vez
primera al Señor como nombre común acompañado del artículo, pero por grados se
desarrolló en la forma de nombre propio, y fue usado sin el artículo.
EL
NOMBRE HIJO DEL HOMBRE
En el Antiguo Testamento
se encuentra este nombre en Sal 8: 4; Dan 7: 13, y frecuentemente en la
profecía de Ezequiel. Se Te encuentra también en los libros apócrifos, en Enoc
46 y 62, y II Esdras 13. En la actualidad se admite casi por lo general que el
uso que el Nuevo Testamento hace de este nombre depende del pasaje de Daniel,
aunque en aquella profecía es sólo una frase descriptiva y todavía no se
considera como título. La transición desde la frase descriptiva hasta el nombre
tuvo lugar en tiempo posterior y parece que ya era un hecho cumplido cuando fue
escrito el libro de Enoc. Este nombre fue el que Jesús usó más comúnmente para
designarse. Se aplicó el nombre en más de 40 ocasiones, en tanto que otros se
eximieron por completo de dárselo a Él. La única excepción en los evangelios se
encuentra en Juan 12: 34, en donde aparece como una cita indirecta de lo que dice
Jesús; y en el resto del Nuevo Testamento solamente lo emplean Esteban y Juan,
Hech. 7: 56; Apoc. 1: 13; 14: 14.
El Dr. Vos, en su obra
titulada Self-Disclosure of Jesús, divide en cuatro clases los pasajes en donde
el nombre ocurre 1. Pasajes que
claramente se refieren al regreso escatológico del Hijo del Hombre, por ejemplo,
Mat. 16: 27, 28; Mar. 8 : 38 ; 13 : 26; etc., y paralelos 2. Pasajes que hablan particularmente de los sufrimientos y la
muerte de Jesús, y (algunas veces) también de su resurrección, como por
ejemplo, Mat. 17 : 22 ; 20: 18, 19, 28; 12 : 40, etc. y paralelos 3. Pasajes del Cuarto Evangelio, en los
que se acentúa el lado celestial sobre-humano y la preexistencia de Jesús, por
ejemplo, 1: 51; 3: 13, 14; 6: 27, 51, 62; 8: 28, etc. 4. Un corto número de pasajes, en los que Jesús revela su
naturaleza humana, Mar. 2: 27, 28; Juan 5: 27; 6: 27, 51, 62. Es difícil
determinar por qué prefirió Jesús este nombre como designación propia.
Originalmente el nombre se consideró, por lo general, como un título de
significado oculto, por medio del cual Jesús intentó velar más bien que revelar
su carácter mesiánico. Esta explicación se desechó cuando se prestó más atención
al elemento escatológico de los Evangelios, y al uso del nombre en la
literatura apocalíptica de los judíos. Dalman revivió la idea y consideró una vez
más al título como "una manera intencional de velar el carácter mesiánico
bajo un título que afirmara la humanidad de Aquel que lo llevaba".1 (1 Words Of Jesus, p. 253)
La supuesta prueba de esto
se encuentra en Mat. 16: 13; Juan 12: 34. Pero la prueba es dudosa; el último de
estos pasajes hasta demuestra que el pueblo entendía el nombre en sentido mesiánico.
El Dr. Vos es de opinión que Jesús probablemente prefería el nombre, porque
estaba del todo alejado de toda posible prostitución judía del oficio mesiánico.
Llamándose Hijo del Hombre, Jesús impartía a su carácter mesiánico su propio
espíritu centrado en el cielo. Y la altura a la que de esta manera elevó su persona
y obra pudo haber tenido que ver con los titubeos de sus primeros seguidores
para nombrarlo con el más celestial de todos los títulos.1 (1The Self-Disclosure of Jesus, pp. 251 y siguientes)
EL
NOMBRE HIJO DE DIOS
El nombre "Hijo de
Dios" se aplicó de diversos modos en el Antiguo Testamento: 1. Al pueblo de Israel, Ex 4 : 22 ;
Jer. 31 : 9 ; Oseas 11: 1 2. A los
oficiales de Israel, especialmente al rey prometido de la casa de David, II Sam
7: 14; Sal 89: 27 3. A los ángeles,
Job 1: 6; 2 : 1; 38: 7; Sal 29: 1; 89: 6 4.
Al pueblo piadoso en general, Gen 6: 2; Sal 73: 15; Prov. 14: 26. En Israel
adquirió el nombre un significado teocrático. En el Nuevo Testamento encontramos
a Jesús apropiándose el nombre, y a otros que también se lo concedieron a Él. El
nombre se le aplica a Jesús en cuatro sentidos diferentes que no siempre se
conservan con entera distinción en la Escritura, puesto que algunas veces se
combinan. Se aplica el nombre a Jesús:
1. En el sentido oficial o mesiánico,
como una descripción del oficio más bien que de la naturaleza de Cristo. El
Mesías pudo ser llamado Hijo de Dios como heredero y representante de Dios. Los
demonios claramente entendieron al nombre en sentido mesiánico, cuando se lo
dieron a Jesús. Parece haber tenido este sentido también en Mat. 24: 36; Mar.
13: 32. Aun cuando el nombre, tal como fue pronunciado por la voz que se oyó en
el bautismo de Jesús y en su transfiguración, Mat. 3: 17; 17: 5; Marc. 1: 11;
9: 7; Luc. 3: 22; 9: 35, puede interpretarse así, con toda probabilidad, tiene
un sentido más profundo. Hay varios pasajes en los que el sentido mesiánico se
combina con el sentido trinitario, compárese lo que sigue.
2. En el sentido trinitario. El nombre se
usa algunas veces para denotar la deidad esencial de Cristo. En este sentido
señala el derecho de hijo desde la preexistencia, lo que trasciende
absolutamente de la vida humana de Cristo y de su llamamiento oficial como Mesías.
Encontramos ejemplos de esto en Mat. 11: 27; 14: 28-33; 16: 16, y paralelos;
21: 33-46, y paralelos; 22: 41- 46; 26: 63, y paralelos. En algunos de estos
ejemplos la idea del derecho de hijo como idea mesiánica entra también en mayor
o menor grado. También encontramos en pasajes juaninos, entretejidas, la idea
ontológica y la mesiánica de derecho de hijo, en los que Jesús declara con autoridad
que El es el Hijo de Dios, aunque no haga uso del nombre, por ejemplo en 6: 69;
8: 16, 18, 23; 10 : 15, 30 ; 14 : 20, etc. En las epístolas se designa frecuentemente
a Cristo como el Hijo de Dios en el sentido metafísico, Rom. 1: 3; 8: 3; Gal 4:
4; Heb. 1: 1; y muchos otros pasajes. En la moderna teología ancha es costumbre
negar el derecho metafísico de Hijo que tiene Cristo.
3. En el sentido de la natividad. También
se llama a Cristo el Hijo de Dios en virtud de su nacimiento sobrenatural. El
nombre se le aplica en el bien conocido pasaje del evangelio de Lucas, en el
que el origen de su naturaleza humana se atribuye a la paternidad de Dios
directa y sobrenatural, es decir, Luc. 1: 35. El Dr. Vos también encuentra
indicaciones de este sentido del nombre en Mat. 1: 18-24; Juan 1: 13. Naturalmente
este significado del nombre también lo niegan los modernos teólogos anchos, que
no creen en el nacimiento virginal ni en la concepción sobrenatural de Cristo.
4. En el sentido ético religioso. En este
mismo sentido el nombre "hijo" o "hijos de Dios" se aplica
a los creyentes en el Nuevo Testamento. Es posible que tengamos un ejemplo de
la aplicación del nombre "Hijo de Dios" a Jesús en ese sentido ético religioso
en Mat. 17: 24-27. Esto dependerá de saber si Pedro está aquí representado como
exento también del tributo del templo. Especialmente en este sentido la teología
ancha moderna atribuye el nombre a Jesús. Encuentra que el derecho de Hijo
correspondiente a Jesús es únicamente un derecho de hijo en el sentido ético religioso,
algo que en realidad es elevado pero que esencialmente no es diferente del derecho
que tenían sus discípulos.
EL
NOMBRE SEÑOR (KURIOS)
El nombre
"Señor" se aplica a Dios en la Septuaginta a. Como el equivalente de Jehová b. Como la traducción de Adonaí c. Como la traducción de un título honorífico humano aplicado a
Dios (el principal, Adon), Jos. 3: 11; Sal 97: 5. En el Nuevo Testamento
encontramos una parecida y triple aplicación del nombre a Cristo 1. Como una forma cortés y respetuosa
de dirigirse a Él, Mat. 8: 2; 20: 33 2.
Una forma que expresa propiedad y autoridad, sin implicar nada del carácter
divino de Cristo y de su autoridad, Mat. 21: 3 ; 24 : 42 3. En la forma que expresa un elevado carácter, con la más elevada
connotación de autoridad, y de hecho, equivalente prácticamente al nombre
Dios", Marc. 12: 36, 37; Luc. 2: 11; 3: 4; Hech. 2: 36; I Cor. 12: 3; Fil.
2: 11. En algunos casos es difícil determinar la connotación exacta del título.
Sin duda, después de la exaltación de Cristo, el nombre se aplicó generalmente
a Él en el más elevado sentido. Pero hay ejemplos de este uso aun antes de la
resurrección, en donde la importancia divina, de modo práctico, del título ya
ha sido alcanzada evidentemente, como en Mat. 7:22; Luc. 5: 8; Juan 20: 28. Hay
una grande diferencia de opinión entre los eruditos respecto al origen y desarrollo
de este título tal como se aplica a Jesús. A pesar de todo lo que se ha
adelantado en el sentido contrario, no hay razón para dudar que el uso del
nombre, en la forma que fue aplicado a Jesús, tiene su raíz en el Antiguo Testamento.
Hay un elemento constante en la historia de este concepto, y es el sentido de
derecho de propiedad con la debida autoridad. Las epístolas de Pablo sugieren
la idea adicional de que es una autoridad y derecho de propiedad que descansa
sobre los derechos adquiridos precedentemente. Es dudoso si este elemento ya
está presente en los Evangelios.
LAS
NATURALEZAS DE CRISTO
Desde los tiempos
primitivos, y más particularmente desde el Concilio de Calcedonia, la Iglesia
confesó la doctrina de las dos naturalezas de Cristo. El Concilio no resolvió
el problema que presentaba una persona que a la vez era humana y divina, sino
sólo trató de hacer a un lado las soluciones que se habían ofrecido y que eran
claramente reconocidas como erróneas. Y la Iglesia aceptó la doctrina de las
dos naturalezas en una persona, no porque entendiera por completo el misterio,
sino porque vio en ello un misterio revelado por la Palabra de Dios. Fue, y
permaneció desde entonces para la Iglesia, como un artículo de fe que está más
allá de la comprensión humana. Los ataques racionalistas sobre la doctrina no
escasearon, pero la iglesia permaneció firme en la confesión de esta verdad a pesar
del hecho de que una y otra vez se declaró que era contraria a la razón. En
esta confesión los católicos romanos y los protestantes permanecen hombro con
hombro. Pero desde la última parte del Siglo XVIII en adelante esta doctrina ha
sido hecha blanca de persistentes ataques. Vino la época de la razón y se
declaró ser indigno del hombre aceptar, sobre la base de autoridad de la
Escritura, lo que era en realidad contrario a la razón humana. Lo que no era
recomendable por sí mismo a este nuevo árbitro se declaró simplemente que era
erróneo. Filósofos y teólogos individualmente trataron de resolver el problema
presentado por Cristo, a fin de poder ofrecer a la iglesia una sustitución de
la doctrina de las dos naturalezas. Tomaron su punto de partida en la humanidad
de Jesús, y aun después de un siglo de penosa búsqueda no encontraron en Jesús
más que un hombre con un elemento divino en El. No pudieron levantarse hasta el
reconocimiento de El cómo su Señor y su Dios. Schleiermacher habló de un hombre
con una suprema conciencia de Dios; Ritschl, de un hombre que tuvo el valor de
un Dios; Wendt, de un hombre que permanecía en una íntima y continua comunión
de amor con Dios; Beyschlag, de un hombre lleno de Dios, y Sanday, de un hombre
con una irrupción de lo divino en la subconsciencia pero Cristo es y sigue
siendo únicamente un hombre. En la actualidad la escuela ancha representada por
Harnack, la escuela escatológica de Weiss y Schweitzer, y la más reciente, de
religiones comparadas, encabezada por Bousset y Kirsopp Lake, todos concuerdan
en despojar a Cristo de su verdadera deidad y reducirlo a dimensiones humanas.
Para el primero nuestro Señor es únicamente un gran carácter ético; para el segundo
es un vidente apocalíptico; y para el tercero un dirigente sin igual hacia un exaltado
destino. Considera- ron al Cristo de la Iglesia como creación del helenismo o
del judaísmo, o de los dos, combinados. No obstante, en la actualidad toda la
epistemología de los siglos anteriores está a discusión, y la suficiencia de la
razón humana para la interpretación de la verdad última se encuentra seriamente
controvertida. Hay un nuevo énfasis sobre la revelación. Teólogos muy
influyentes como Barth y Brunner, Edwin Lewis y Nataniel Micklem, no titubean
en confesar una vez más la fe en la doctrina de las dos naturalezas. Resulta de
la mayor importancia sostener esta doctrina tal como fue formulada por el
Concilio de Calcedonia y como está contenida en nuestros símbolos
confesionales. 1 (1 Conf. Belg., Art. XIX; Heidelberg Cat., Preguntas
15.18; Canons of Dort II, Art. IV.)
PRUEBAS
BÍBLICAS DE LA DEIDAD DE CRISTO
En vista de la extendida
negación de la deidad de Cristo, resulta de lo más importante estar perfectamente
informados de la prueba bíblica de ella. La prueba es tan abundante que nadie
que acepta la Biblia como la palabra infalible de Dios puede albergar duda
alguna sobre este punto. Para la clasificación ordinaria de las pruebas
bíblicas derivadas de los nombres divinos, los atributos divinos, las obras
divinas, y el honor divino que a Cristo se atribuye, tendremos que referirnos
al capítulo sobre la Trinidad. A continuación damos un arreglo un tanto
diferente, atendiendo a la reciente tendencia del criticismo histórico.
1. En el Antiguo Testamento. Algunos han
mostrado inclinación a negar que el Antiguo Testamento contenga predicciones de
un Mesías divino; pero esta negación es completamente insostenible en vista de
pasajes como Sal 2: 6-12 (Heb. 1: 5); 45:6, 7 (Heb. 1: 8, 9); 110: 1 (Heb. 1:
13); Isa. 9: 6; Jer. 23: 6; Dan. 7: 13; Miq. 5 2; Zac. 13: 7; Mal 3: 1. Varios
de los más recientes eruditos en historia de la Biblia insisten firmemente en
el hecho de que la doctrina de un Mesías sobrehumano nació antes del judaísmo
cristiano. Algunos hasta encuentran en ello la explicación de la Cristología
sobrenatural de algunas partes del Nuevo Testamento.
2. En los escritos de Juan y Pablo. Se ha
encontrado que es completamente imposible negar que tanto Juan como Pablo
enseña la deidad de Cristo. En el Evangelio de Juan se encuentra el más elevado
concepto de la persona de Cristo tal como lo revelan los siguientes pasajes
Juan 1 : 1-3, 14, 18; 2 : 24, 25; 3 : 16-18, 35, 36; 4:14, 15 ; 5 : 18, 20, 21,
22, 25-27; 11 : 41-44; 20 : 28 ; I Juan 1 : 3 ; 2 : 23 ; 4 : 14, 15; 5 : 5,
10-13, 20. Un concepto parecido se encuentra en las epístolas paulinas y en la
Carta a los Hebreos, Rom. 1 : 7; 9 : 5 ; I Cor. 1 : 1-3 ; 2 : 8 ; II Cor. 5 :
10; Gál. 2 : 20 ; 4 : 4 ; Fil. 2 : 6 ; Col. 2 : 9 ; I Tim. 3: 16; Heb. 1: 1-3,
5, 8; 4: 14; 5 : 8, etc. Los críticos eruditos tratan de varias maneras de
escapar de la doctrina que claramente enserian estos escritos, por ejemplo,
negando la historicidad del evangelio de Juan y la autenticidad de muchas de
las epístolas de Pablo ; considerando las explicaciones de Juan, Pablo y
Hebreos como interpretaciones infundadas, y esto, especialmente, en el caso de
Juan y de Hebreos a quienes suponen bajo la influencia de la doctrina de Filo
acerca del Logos, y en el caso de Pablo bajo la misma influencia o bajo la de
aquellos conceptos judíos de su época pre cristiana, o adscribiendo a Pablo un
concepto de Cristo más bajo del que se encuentra en Juan, es decir, el de que
Cristo fue un hombre celestial, preexistente.
3. En los sinópticos. Algunos sostienen que
los sinópticos son los únicos que nos proporcionan un verdadero retrato de
Cristo. Dicen que ellos dibujan al Jesús humano y en verdad histórico tal como
se le contrasta con la figura idealizada del cuarto evangelio. Pero es de
perfecta evidencia que el Cristo de los sinópticos es tan verdaderamente divino
como el Cristo de Juan. Sobresale como una persona por completo sobrenatural,
Hijo del Hombre e Hijo de Dios Su carácter y obras justifican lo que dice ser.
Nótense en particular los siguientes pasajes: Mat. 5: 17; 9: 6; 11: 1-6, 27;
14: 33; 16: 16, 17; 28: 18; 25: 31 y siguientes; Marc. 8: 38, y muchos pasajes
similares y paralelos. La obra del Dr. Warfield, The Lord of Glory, proporciona
mucha luz sobre este punto.
4. En la conciencia misma de Jesús. En años
recientes ha habido una tendencia a regresar a la conciencia propia de Jesús, y
a negar que él fuera consciente de ser el Mesías o el Hijo de Dios.
Naturalmente, no es posible tener conocimiento alguno de la conciencia de Jesús,
sino es por medio de sus palabras, tal como están consignadas en los
Evangelios; y siempre es posible negar que expresen en forma correcta el
pensamiento de Jesús. Para aquellos que aceptan el testimonio del evangelio no
puede caber duda del hecho de que Jesús fue consciente de ser el verdadero Hijo
de Dios. Los pasajes siguientes dan testimonio de esto: Mat. 11 : 27 (Luc. 10 :
22) ; 21: 37, 38 (Marc. 12 : 6 ; Luc. 20: 13) ; 22 : 41-46 (Marc. 13 : 35-37;
Luc. 20: 41-44); 24: 36 (Marc. 13 : 32) ; 28: 19. Algunos de estos pasajes testifican
la conciencia mesiánica de Jesús; otros al hecho de que era consciente de ser
el Hijo de Dios en el sentido más eminente. Hay varios pasajes en Mateo y Lucas
en los que El habla de la primera persona de la Trinidad como "mi
Padre", Mat. 7: 21; 10:32, 33; 11:27; 12:50; 15:13; 16:17; 18:10, 19, 35;
20:23; 25:34; 26 : 29, 53 ; Luc. 2: 49; 22: 29; 24: 49. En el Evangelio de Juan
la conciencia de ser el verdadero Hijo de Dios resalta mucho más en pasajes
como los siguientes: Juan 3: 13; 5: 17, 18, 19-27; 6: 37-40, 57; 8: 34-36; 10:
17, 18, 30, 35, 36, y otros pasajes.
LA
PRUEBA BÍBLICA DE LA VERDADERA HUMANIDAD DE CRISTO.
Hubo un tiempo cuando la
realidad (gnosticismo) y la integridad natural (docetismo, apolinarismo) de la naturaleza
humana de Cristo fueron negadas, pero actualmente nadie objeta en serio la
verdadera humanidad de Jesucristo. De hecho, hay en nuestro día un énfasis
extremo sobre su verdadera humanidad, un siempre creciente humanitarismo. La única
divinidad que muchos atribuyen todavía a Cristo. Es nada más la de su perfecta humanidad.
Sin duda alguna, esta tendencia moderna es en parte una protesta en contra del énfasis
unilateral sobre la deidad de Cristo. Los hombres algunas veces han olvidado al
Cristo humano en su reverencia por el divino. Es muy importante sostener la
realidad e integridad de la humanidad de Jesús admitiendo su desarrollo humano
y sus limitaciones humanas. El esplendor de su deidad no debe acentuarse tanto
que se oscurezca su verdadera humanidad. Jesús se llamó hombre, y así le
llamaron otros, Juan 8: 40; Hech. 2: 22; Rom. 5: 15; I Cor. 15: 21. El nombre
con que más comúnmente se designa el mismo Jesús, "el Hijo del
Hombre", indique lo que indique, en verdad señala la verdadera humanidad
de Jesús. Además, se dice que el Señor vino o que fue manifestado en la carne,
Juan 1: 14; I Tim. 3: 16; I Juan 4: 2. En estos pasajes el término "carne"
denota naturaleza humana. La Biblia indica claramente que Jesús poseyó los
elementos esenciales de la naturaleza humana, es decir, un cuerpo material y
una alma racional, Mat. 26: 26, 28, 38; Luc. 23: 46; 24: 39; Juan 11: 33; Heb.
2: 14. Hay también pasajes que demuestran que Jesús estaba sujeto a las leyes
ordinarias del desarrollo humano, y a las necesidades y a los sufrimientos humanos,
Luc. 2: 40, 52; Heb. 2: 10, 18; 5: 8. Se deduce hasta el detalle que las experiencias
normales de la vida del hombre fueron suyas, Mat. 4: 2; 8: 24; 9: 36; Marc. 3: 5;
Luc. 22: 44; Juan 4: 6; 11: 35; 12: 27; 19: 28, 30; Heb. 5: 7.
PRUEBA
BÍBLICA DE LA HUMANIDAD INMACULADA DE CRISTO
Atribuimos a Cristo no
solamente la perfección natural sino también la moral, integridad o perfección
moral, es decir, la impecabilidad. Esto significa no sólo que Cristo pudo
evitar el pecado (potuit non peccare),
y que verdaderamente lo evitó, sino que también era imposible para El cometer
pecado (non potuit peccare) debido a
la unión esencial entre sus naturalezas humana y divina. La impecabilidad de
Cristo fue negada por Martineau, Irving, Menken, Holsten y Pfleiderer, pero la
Biblia testifica claramente de esa impecabilidad en los pasajes siguientes:
Luc. 1: 35; Juan 8: 46; 14: 30; II Cor. 5: 21; Heb. 4: 15; 9: 14; I Ped. 2: 22;
I Juan 3: 5. En tanto que Cristo tenía que ser hecho pecado en el sentido
judicial, no obstante éticamente estaba libre tanto de la depravación hereditaria
como del pecado actual. Nunca hizo El una confesión de error moral; ni se unió
con sus discípulos para orar, diciendo: "Perdónanos nuestros
pecados". Pudo desafiar a sus enemigos a que lo redarguyeran de pecado. La
Escritura hasta lo presenta como el único en quien el hombre ideal está
cumplido, Heb. 2: 8, 9; I Cor. 15: 45; II Cor. 3: 18; Fil. 3: 21. Además, el
nombre "Hijo del Hombre", que se apropió Jesús, parece declarar con
autoridad que El responde al ideal perfecto de la humanidad.
LA
NECESIDAD DE LAS DOS NATURALEZAS EN CRISTO
De lo anterior se deduce
que, actualmente, muchos no reconocen la necesidad de aceptar dos naturalezas
en Cristo. Para ellos Jesús es nada más un hombre; pero al mismo tiempo se sienten
constreñidos a atribuirle el valor de un Dios, o a reclamar la divinidad para
El en virtud de la inmanencia de Dios en El, o de la morada del Espíritu en El.
La necesidad de las dos naturalezas en Cristo se sigue de lo que es esencial a
la doctrina bíblica de la expiación.
1. La necesidad de su humanidad. Puesto que
el hombre pecó, era necesario que el castigo lo recibiera el hombre. Además, la
paga del castigo envolvía el sufrimiento del cuerpo y del alma, en tal forma
que sólo el hombre es capaz de sufrirlo, Juan 12: 27; Hech. 3: 18; Heb. 2: 14;
9: 22. Era necesario que Cristo tomara la naturaleza humana, no únicamente con
todas sus propiedades esenciales, sino también con todas las flaquezas a las
que está propensa desde la caída, y que de esta manera bajara hasta las
profundidades de la degradación a la que el hombre ha caído, Heb. 2: 17, 18. Al
mismo tiempo tenía que ser un hombre sin pecado, porque uno que fuera pecador y
que hubiera arruinado su propia vida ciertamente no podría hacer expiación por
otros, Heb. 7: 26. Tan sólo un Mediador como El, verdaderamente humano, que
tuviera el conocimiento experimental de las miserias de la humanidad y que se
levantara por encima de todas las tentaciones, podría entrar con toda simpatía
a todas las experiencias, las pruebas y las tentaciones de los hombres, Heb. 2:
17, 18; 4: 15-5: 2, y ser un ejemplo humano perfecto para sus seguidores, Mat. 11:
29; Marc. 10: 39; Juan 13: 13-15; Fil. 2: 5-8; Heb. 12: 24; I Pedro 2: 21.
2. La necesidad de su divinidad. En el plan
divino de salvación era absolutamente esencial que el Mediador también fuera
verdadero Dios. Esto era necesario, para que a. Presentará un sacrificio de infinito valor y diera perfecta
obediencia a la ley de Dios b.
Soportara la ira de Dios con propósito redentor, es decir, para liberar a los otros
de la maldición de la ley y c.
Pudiera aplicar todos los frutos de su trabajo cumplido a aquellos que lo recibieran
a El mediante la fe. El hombre con su vida deshecha no puede pagar el castigo
del pecado, ni prestar obediencia perfecta a Dios. Puede soportar la ira
divina, y si no fuera por la gracia redentora de Dios, la tendría que soportar
eternamente, pero no podría sobrellevarla de una manera tal que pudiera abrirse
una vía de escape, Sal 49: 7-10; 130: 3.
(Extracto Teología Sistematica de L. Berkhof)
Soli Deo Gloria