Los padres de la iglesia
también creían en la autoridad, inerrancia, suficiencia, necesidad y claridad
de la Biblia. La doctrina de ‘Sola scriptura’ no fue un invento del siglo XVI.
En la época patrística, los grandes predicadores de la fe cristiana estaban
convencidos de que la Escritura era la suprema norma de fe y conducta. Creían
en la autoridad, inerrancia, suficiencia, necesidad y claridad de la Palabra de
Dios. Hoy mostraré algunas citas de catorce de los padres de la iglesia para
demostrar que el protestantismo no procuró crear nada nuevo sino recuperar una
pasión por la supremacía de las Escrituras que se había perdido en la Iglesia
Católica Romana a lo largo de la edad media. Empecemos.
1.- Clemente de Roma
(¿?100) “Habéis escudriñado las Escrituras, que son verdaderas, las cuales
os fueron dadas por el Espíritu Santo y sabéis que no hay nada falso o
fraudulento escrito en ellas”. (1 Clemente 45)
2. Justino Mártir
(100-165) “Puesto que estoy plenamente convencido de que ningún texto de
la Escritura contradice a otro […] procuraré persuadir a aquéllos que creen que
las Escrituras son contradictorias para que piensen como yo” (Diálogo con
Trifón, 65). “Hay que creer la Escritura por su nobleza y por la confianza en
Aquél que la envía. La palabra de verdad es enviada por Dios […] Ya que ha sido
enviada con autoridad, no hace falta preguntarse por pruebas acerca de lo que
afirma puesto que no hay otra prueba más allá de sí misma, la cual es Dios”
(Fragmentos de la obra de Justino Mártir sobre la resurrección, 1). “El día
llamado del sol [el domingo], se reúnen todos en un lugar, lo mismo los que
habitan en la ciudad que los que viven en el campo, y según conviene, se leen
los tratados de los apóstoles y los escritos de los profetas, según el tiempo
permita. Luego, cuando el lector termina, el que preside se encarga de
amonestar, con palabras de exhortación, a la imitación de cosas tan admirables”
(Primera apología, 67).
3.- Ireneo (130-202) “Esta
es su teoría [la de los herejes gnósticos], que ni los profetas anunciaron, ni
el Señor enseñó, ni los apóstoles transmitieron. Y, sin embargo, ellos se
glorían de haber recibido de estas cosas un conocimiento más elevado que todas
las demás personas. Todo el tiempo citan textos que no se hallan en las
Escrituras y, como se dice, fabrican lazos con arena. Y no les preocupa
acomodar sus doctrinas de una manera confiable, sea las parábolas del Señor,
sea los dichos de los profetas, sea la predicación de los apóstoles. Lo único
que tratan de hacer es que sus creaciones no parezcan carecer de pruebas. Por
eso enredan el orden y el texto de las Escrituras, y en cuanto pueden separan
los miembros (del cuerpo) de la verdad. Transponen y transforman todo, y
mezclando una cosa con otra, seducen a muchos mediante la fantasiosa
composición que fabrican a partir de las palabras del Señor” (Contra Herejías,
1.8.1). “Las Escrituras son perfectas porque fueron habladas por la Palabra de
Dios y su Espíritu” (Contra Herejías, 2.28.2). Ireneo. “De este modo toda la
Escritura que Dios nos ha dado nos parecerá congruente, concordarán las
interpretaciones de las parábolas con expresiones claras, y escucharemos las
diversas voces como una sola melodía que eleva himnos al Dios que hizo todas
las cosas” (Contra Herejías, 2.28.3). “Nosotros no hemos conocido la economía
de nuestra salvación sino por aquellos a través de los cuales el Evangelio ha
llegado hasta nosotros [los apóstoles]: ellos primero lo proclamaron, después
por voluntad de Dios nos lo transmitieron por escrito para que fuese columna y
fundamento (1 Timoteo 3:15) de nuestra fe” (Contra Herejías, 3.1.1).
4.- Tertuliano (155-240) “Las
afirmaciones de la Sagrada Escritura nunca estarán en desacuerdo con la verdad”
(Tratado del alma, 21).
5.- Orígenes (185-254) “Nadie
debe establecer una doctrina a partir de un libro que no forme parte de la
Escritura canónica” (Comentario sobre Mateo, 26). “No hay que consultar otra
fuente [más allá del Antiguo y el Nuevo Testamento] para conceder autoridad a
cualquier conocimiento o doctrina” (Homilía sobre Levítico, 5).
6.- Dionisio de Alejandría
(¿?264) “Aceptamos todo aquello que se puede probar mediante las
enseñanzas de la Sagrada Escritura” (Citado en Historia eclesiástica de
Eusebio, Libro 7).
7. Atanasio (296-373) Atanasio,
el campeón de la ortodoxia trinitaria. “Algunos piensan que las Escrituras no
son congruentes o que Dios, quien dio el mandamiento, es falso. Pero no hay
ninguna discrepancia. Tampoco podría el Padre, el cual es la verdad, mentir
porque es imposible que Dios mienta” (Carta pascual, 19.3). “Estos libros son la
fuente de la salvación de modo que los sedientos se puedan saciar con las
palabras vivas que contienen. Se proclama la doctrina de la piedad en estos
libros. Qué nadie añada ni quite nada de lo que está escrito en esos libros”
(Carta pascual, 39.6). “Las sagradas e inspiradas Escrituras son suficientes
para declarar la verdad” (Contra los paganos, 1.3).
8.- Cirilo de Jerusalén
(313-386) “Acerca de los divinos y santos misterios de la fe, no debe
transmitirse nada sin las Sagradas Escrituras, ni deben aducirse de modo
temerario cosas simplemente probables y apoyadas en argumentos construidos con
palabras artificiosas. Y no creas, pues, que voy a proceder de este modo, sino
probando por las Escrituras lo que te anuncio. Pues esta fe, a la cual debemos
nuestra salvación, no recibe su fuerza de los comentarios y las disputas, sino
de demostración por medio de la Sagrada Escritura” (Catequesis, 4.17).
9.- Basilio de Cesárea
(330-379) “Aquellos que son instruidos en las Escrituras deberían examinar
lo que dicen los profesores, recibiendo todo lo que está en conformidad con la
Escritura y rechazando lo que se opone a ella; y deberían evadir a los
profesores que persisten en enseñar semejantes doctrinas [falsas]” (Las moralia
y regulae, 72).
10.- Gregorio de Nisa (335-395) “Las
Escrituras son el canon de todos los dogmas. Fijemos nuestros ojos en ellas y
solamente aceptemos las enseñanzas que pueden armonizar con ellas” (Sobre el
alma y la resurrección, 5).
11.- Ambrosio (340-397) “No
sigáis las tradiciones de la filosofía ni a aquéllos que dan la apariencia de
buscar la verdad con el fin de engañar por medio del arte de la persuasión. Por
el contrario, aceptad, de acuerdo a la regla de la verdad, lo que se afirma en
las palabras inspiradas de Dios” (Seis días de la creación, 2.1.3).
12.- Juan Crisóstomo
(349-407) “Tu palabra es verdad, es decir, no hay falsedad en ella y todo
lo que se dice en ella se tiene que cumplir” (Homilía sobre Juan 17:17). “Es
necesario establecer todos los argumentos a partir de la Escritura y así
demostrar con precisión que no son un invento del razonamiento humano, sino el
mismísimo veredicto de la Escritura. Así todo lo que decimos tendrá más
credibilidad y se profundizará más en vuestra mente” (Homilía sobre los
estatutos, 1.14).
13.- Agustín (354-430) “Opino
que es deletéreo creer que en los libros santos se contiene mentira alguna, es
decir, que aquellos autores por cuyo medio nos fue otorgada la Escritura hayan
dicho alguna mentira en sus libros. Una cosa es preguntarse si un hombre bueno
puede en algunas circunstancias mentir, y otra cosa muy distinta es preguntarse
si pudo mentir un escritor de la Sagrada Escritura. Mejor dicho, no es otra
cuestión, sino que no hay cuestión. Porque, una vez admitida una mentira por
exigencias del oficio apostólico en tan alta cumbre de autoridad, no quedará
defendida partícula alguna de los libros. Por la misma regla deletérea podrá
siempre recurrirse a la intención y obligación del autor mentiroso, según a
cada cual se le antoje, cuando un pasaje resulte arduo para las costumbres o
increíbles para la fe” (Cartas 28.3). “Porque quien recurre a tal engaño
[diciendo que las Escrituras contienen errores y contradicciones], prefiere que
le crean a él, y obra así para que no creamos en la autoridad de las divinas
Escrituras” (Cartas 28.4). “Confieso que a tu caridad que sólo a aquellos
libros de las Escrituras que se llaman canónicos he aprendido a ofrendar esa
reverencia y acatamiento, hasta el punto de creer que ninguno de sus autores se
equivocó al escribir. Si algo me ofende en tales escritos, porque me parece
contrario a la verdad, no dudo en afirmar o que el códice tiene una errata, o
que el traductor no ha comprendido lo que estaban escrito, o que yo no lo
entiendo (Cartas 82.3). “La verdad de las divinas Escrituras es por todas
partes segura e indiscutible, puesto que los mismos apóstoles, y no
cualesquiera otros, la encomendaron a nuestra memoria para edificar nuestra fe;
por esa razón fue asimismo recibida en la cumbre canónica de la autoridad
(Cartas 82.7). “Te digo, sin embargo, algo que necesariamente ha de ser
verdadero o falso […] sólo te queda el creerlo o el no creerlo. Si va
garantizado por una autoridad neta de las Sagradas Escrituras, de aquellas digo
que se llaman canónicas en la Iglesia, sin duda alguna hay que creerlo” (Cartas
148.4). “No puede suceder que esta autoridad de las Escrituras diga mentira por
parte alguna” (Cartas 148.14). Agustín de Hipona, el teólogo más importante en
la historia de la Iglesia. “A mí no me has de creer como a Ambrosio, de cuyos
libros puse testimonios tan grandes. Y si crees que a ambos nos has de creer
con iguales motivos, ¿acaso podrás compararnos con el Evangelio o igualarás
nuestros escritos con las Escrituras canónicas? Si eres recto en tus juicios,
verás que estamos muy distantes por debajo de aquella autoridad. Yo estoy
todavía muy lejos, pero, sea lo que quiere lo que opines de nosotros dos, no
podrás compararnos en modo alguno con aquella excelencia” (Carta 148.39).
“¿Quién ignora que la santa Escritura canónica, tanto del Antiguo como del
Nuevo Testamento, está contenida en sus propios límites, y que debe ser
antepuesta a todas las cartas posteriores de los obispos, de modo que a nadie
le es permitido dudar o discutir sobre la verdad o rectitud de lo que consta
que está escrito en ella?” (Tratado sobre el bautismo, 2.3.4). “La Escritura es
santa, es veraz, es irreprensible. […] Nada hay de qué acusar a la Escritura si
tal vez nosotros, no habiéndola entendido, nos desviamos en algo. Cuando la
comprendemos, somos rectos cuando no entendiéndola, estamos torcidos, la
dejamos a ella recta; pues, aunque nos torzamos nosotros, no la torcemos a
ella; al contrario, ella se mantiene recta, para que volviendo a ella, nos
hagamos rectos” (Sermones 23.3). “Dios, hablando por los profetas primero,
luego por sí mismo, y después por los apóstoles, es el autor de la Escritura
llamada canónica, que posee la autoridad más eminente. En ella tenemos nosotros
la fe sobre las cosas que no debemos ignorar, y que nosotros mismos no seríamos
capaces de conocer” (Cuidad de Dios, 11.3). “Se ha establecido la distinción
entre los libros de los autores posteriores y la excelencia de la autoridad
canónica del Antiguo y Nuevo Testamento, que afianzada desde los tiempos
apostólicos […] se ha establecido como en cierta sede, a la que ha de servir
toda inteligencia fiel y piadosa. […] En las obras de autores posteriores,
contenidas en innumerables libros, pero que en ningún modo pueden equipararse a
la excelencia sacratísima de las Escrituras canónicas, aunque se encuentre en
cualquiera de ellas la misma verdad, su autoridad es muy distinta” (Réplica a
Fausto, 11.5). “Por la doctrina conocemos lo que debemos hacer. ¿Y yo qué te
podrá enseñar sino lo que leemos en el apóstol? Porque la Sagrada Escritura ha
fijado las normas de nuestra doctrina para que no osemos saber más de lo que
conviene saber […] No voy, pues, a enseñarte otra cosa sino a exponerte las
palabras del doctor apostólico” (Sobre la bondad de la viudez, 2).
14.- Teodoreto de Ciro (393-460) “Algunos
han dicho que no todos los salmos son de David, pero que son productos de otros
autores. No tengo ninguna opinión al respecto. ¿Qué importa si son los salmos
de David o si son obra de otros autores cuando está claro que todos son fruto de
la inspiración del Espíritu Santo?” (Prefacio a los salmos). Conclusión Si
sumamos el testimonio de los padres citados, podemos resumir la teología de las
Escrituras de la siguiente manera. La iglesia patrística creía: Que las
Escrituras no se contradicen. Que las Escrituras son fiables. Que las
Escrituras son autoritativas en cuanto a cualquier asunto doctrinal. Que los
herejes no hablan conforme a las Escrituras. Que las Escrituras son perfectas.
Que las Escritura son inspiradas por Dios y por lo tanto, son congruentes. Que
hay una clara unidad en las Escrituras (a pesar de que sean muchos libros
diferentes). Que las Escrituras son el verdadero fundamento de la fe. Que las
Escrituras no contienen nada falso (por ejemplo, errores). Que las Escritures
no mienten. Que las Escrituras son suficientes para declarar la verdad. Que no
hay que hacer caso a los que no respetan la autoridad de la Escritura. Que las
Escrituras son santas, veraces e irreprensibles.
En conclusión, ‘Sola
Scriptura’ no fue un invento de los reformadores protestantes.
Soli Deo Gloria