El libro de La Espiritualidad Puritana
y Reformada, tras una lectura el Dr. Joel R. Beeke
muestra en la vida de los puritanos en sus vidas personales una teología en
llamas de los cuales hoy podemos aprender lecciones espirituales. Estos hombres
aún hoy son citados y mencionados en las confesiones de fe y en pulpitos
dejándonos un legado. Un texto de historia, teología sistemática y práctica,
biografía y apologética todo en uno: un ejemplo de las vidas de los puritanos
en el contexto de la historia, doctrina y práctica de la Iglesia.
Cuando comencé a leer literatura
reformada, en varios libros se decía que existe la necesidad de ir a las
fuentes, de escudriñar y descubrir nuestra historia como creyentes en Cristo
Jesús. Bueno, fui uno de los que por la providencia de Dios llegué a descubrir
una teología cubierta de piedad y fuego, ese fuego que no se encuentra en la
ortodoxia muerta o, mejor dicho, en el academicismo que profesa ser la cúspide
de la razón pero que no mueve un solo musculo del corazón por vivir en piedad.
En mi búsqueda llegué a los Puritanos
de los cuales: John Owen, Thomas Watson, William Ames y otros, me dieron una
perspectiva más clara y contundente de lo que es vivir para la gloria de Dios.
Hoy más que nunca es necesario mirar al pasado y escarbar en una teología que
se ha olvidado. Por esto deseo escribir y mostrar el pensamiento de algunos
siervos de Dios, los llamados “Puritanos”.
Los puritanos, según Dr. Martyn Lloyd
Jones, “empezaron a pensar que la Reforma en Inglaterra había sido incompleta,
y que no bastaba con cambiar la doctrina y librarse de la falsa enseñanza
católica romana. Había que reformar hasta sus últimas consecuencias: también en
el terreno de la práctica. Surgió la opinión de que la Reforma se había quedado
corta. Estas es, indudablemente, la nota más esencial y característica del
puritanismo: el sentimiento de que no se había llegado lo suficientemente lejos
reformando”.
Puritanismo una pequeña introducción
Originalmente, el termino Puritano fue
peyorativo. Como Leonard Trinterud dice: “A lo largo del siglo dieciséis fue
usado más a menudo como un adjetivo menospreciador que como un nombre
sustantivo, y fue rechazado como difamatoria en cualquier lugar que fuese
aplicado”.
Los primeros puritanos eran hombres que
no podían aceptar que la obra estuviera ya completa ni descansar satisfechos
con ella en su imperfección. Deseaban hacer a la Iglesia un instrumento tan
perfecto como fuera posible para la promoción de la verdadera religión y por
tanto rechazaban completamente todo lo que tolerara el error y la superstición
católica. No ponían objeciones a la relación de la Iglesia con el Estado o a
algún control por las autoridades civiles. Se sometieron a las regulaciones que
tales autoridades aprobaban, pero, ya sea consistente o inconsistentemente,
resistieron aquellas que les parecía inapropiadas o contrarias a los intereses
de la verdad protestante. No actuaron solo o principalmente, como a veces se
les ha acusado, por hostilidad al gobierno eclesiástico de los obispos, sino
por la intensa convicción de que la jerarquía, tal como era y parecía que iba a
quedar siendo, era destructiva para la pureza de la verdadera religión.
Las Escrituras fueron la pieza central del pensamiento y vida de los puritanos. El puritanismo fue, por sobre todas las cosas, un movimiento bíblico. Para los puritanos la Biblia era en verdad la posesión más preciosa que el mundo podría permitirse. Su convicción más profunda era que la reverencia a Dios significaba reverencia por las Escrituras, servir a Dios significa obediencia a las Escrituras. Por lo tanto, para su mente no podría darse un insulto mayor al Creador que rechazar su palabra escrita y, por el contrario, no podría haber un acto de reverencia más elevado que apreciarla, estudiarla con detenimiento y luego vivirla y enseñarla a otros. La intensa veneración por las Escrituras como la palabra viva del Dios viviente y un devoto interés por conocer y hacer todo lo que prescriben, fue el distintivo sobresaliente del puritanismo.
La Meditación
La mayoría de nosotros no estamos
acostumbrados a temas como estos, no se nos enseñó sobre la “Meditación” en la
Palabra de Dios, algo que debería ser una práctica normal dentro de la
cristiandad: “Alzaré asimismo mis manos a tus mandamientos que amé, y meditaré
en tus estatutos” (Sal. 119:48). Y debido a esto, existe un obstáculo
para el crecimiento de los cristianos de hoy, y es la falta de cultivación del
conocimiento espiritual. Somos faltos en dar el tiempo suficiente a la oración
y la lectura de la Biblia, y hemos abandonado la práctica de la meditación.
Los puritanos jamás se cansaron de
decir que la meditación bíblica implica pensar en el Dios trino y su Palabra.
Anclando la meditación en la Palabra viva, Jesucristo, y en la Palabra escrita,
la Biblia, los puritanos se distanciaron del tipo de espiritualidad falaz o
misticismo que acentúa la contemplación a expensas de la acción, y acude a la
imaginación a expensas del contenido bíblico. No se debe evitar este tema,
aunque parezca innecesario a primera vista, somos llamados a meditar en Su
Palabra de día y de noche, pero no solo elevar la razón a tan altos preceptos
sin que éstos produzcan transformación en la totalidad de nuestra vida. Thomas
Watson definió la meditación como “un santo ejercicio de la mente por el que
traemos a la memoria las verdades de Dios y, con seriedad, reflexionamos sobre
ellas y nos las aplicamos.
La Biblia habla a menudo de la
meditación: “Sean avergonzados los soberbios, porque sin causa me han
calumniado; pero yo meditaré en tus mandamientos” (Sal. 119:78);
“Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos, ni estuvo en camino
de pecadores, ni en silla de escarnecedores se ha sentado; sino que en la ley
de Jehová está su delicia, y en su ley medita de día y de noche” (Sal. 1:1-2).
La meditación era un deber diario que potenciaba todos los demás deberes de la
vida cristiana del puritano. Así como el aceite lubrica un motor, la meditación
facilita el diligente uso de los medios de gracia (la lectura de la Escritura,
la audición de sermones, la oración y todas las demás ordenanzas de Cristo),
acentúa las marcas de la gracia (arrepentimiento, fe, humildad) y fortalece las
relaciones con los demás (amor a Dios, a los otros cristianos, al prójimo en
general).
Edmund Calamy escribió: “La verdadera
meditación es cuando un hombre medita en Cristo de tal manera que logra que su
corazón se inflame del amor de Cristo; medita en las verdades de Dios de tal
manera que se transforma en ellas; y medita en el pecado de tal manera que
logra que su corazón aborrezca el pecado”.
Lamentablemente muchos se equivocan al pensar que el estudiar teología sólo trata de afirmaciones acerca de Dios, y debido a esto, el academicismo los ha llevado a tener vidas frías y alejadas de lo que ellos mismos profesan. La meditación sobre estas verdades teológicas debería llevarlos a que la totalidad de su corazón se dirija al único y santo Dios digno de gloria y alabanza, pero ellos, lamentablemente, desconocen que la teología es más bien el conocimiento de cómo vivir para Dios. Por esto es necesario el estudio y compresión de estas prácticas. La meditación puritana era más que un particular medio de gracia. Era un método comprensivo de devoción puritana –un arte bíblico, doctrinal, experimental y práctico-. William Bridge dijo: “La meditación es la aplicación vehemente o intensa del alma a alguna cosa, sobre la que la mente del hombre reflexiona, se detiene y se aferra, para su propio provecho y beneficio” que, a su vez, conduce a la gloria de Dios.
La Santificación
“La santificación no es una forma
muerta, sino que está inflamada de celo. Decimos que el agua está caliente
cuando lo está en tercer o cuarto grado; así aquel cuya religión ha alcanzado
cierto punto de calor, y cuyo corazón hierve de amor hacia Dios, es santo” (Thomas
Watson).
La santidad es un sustantivo que guarda
relación con el adjetivo santo y el verbo santificar, lo cual quiere decir para
“hacer santo”. En ambos lenguajes bíblicos, el hebreo y el griego, santo
significa separado y apartado para Dios. Para el cristiano, apartarse
significa, negativamente separado del pecado, y positivamente, consagrado o
dedicado para Dios y conformado para Cristo.
Para el puritano la santificación es
hermosa; hace que Dios y los ángeles se enamoren de nosotros: “La hermosura de
la santidad” (Sal. 110:3). La santificación es para el alma lo que el
sol es para el mundo: la embellece y la adorna a los ojos de Dios. La
importancia de la santificación en el creyente para un puritano tenía que ver
directamente con la justificación, ya que de ella se manifiestan consecuencias,
por así decirlo, que son vistas en un creyente verdadero. Para ellos es un
cambio real en el hombre de la miseria del pecado a la pureza de la imagen de
Dios.
“Más ahora que habéis sido libertados
del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación,
y como fin, la vida eterna” (Romanos 6:22). Para los puritanos, puesto
que ha habido tales intervenciones divinas en nuestras vidas estamos obligados
a vivir de una manera que refleje ese milagro interno. Martyn Lloyd Jones
escribe: “Habiéndosenos liberado del pecado y hechos esclavos de Dios,
vivimos una vida de santidad y experimentamos cada vez más la semejanza con
Cristo, dando fruto que confirme nuestra fe a medida que maduramos y avanzamos
en la vida cristiana. Más y más fruto para Dios y una santidad creciente, en
vez de ¡pecado desenfrenado porque no estamos bajo la ley sino bajo la gracia que
siempre sobreabunda!”.
Como vemos la búsqueda de la santidad
es bíblica, y los puritanos en un sano deseo de agradar a Dios hacían el
llamado a la santificación como algo necesario a partir del fruto de una
verdadera conversión, lo cual llevaba a la auto examinación que es vital en la
vida del creyente. Juan Calvino escribió: “Si no somos demasiado necios
estas cosas deben producir en nosotros odio y horror al pecado, y amor y deseo
de justicia”.
El pensamiento puritano creía que la
verdadera fe se manifiesta en obediencia y santificación con respecto a la
verdad revelada de Dios en su santa Palabra, como algo natural que fluye de una
nueva criatura. John Owen escribe: “La manera por la cual la verdadera fe
se manifiesta en las almas y en las conciencias de los creyentes, en su apoyo y
consuelo en todos sus conflictos con el pecado, en todas sus pruebas y
tentaciones, es una constante aprobación de la revelación de la voluntad de
Dios en La Escritura concerniente a nuestra santidad, y la obediencia a ella
que él requiere de nosotros. La fe nunca renunciará a esto, cualesquiera que
sean las pruebas que pueda sufrir, cualquiera que sea la oscuridad en que pueda
caer la mente. Se ajustará a esto en todas las extremidades”.
La santificación solo es aprobada y
deseada por aquel que ha sido realmente traído de las tinieblas a la Luz,
porque él se deleita en la ley de su Señor y busca agradar a su amado Salvador,
por el contrario, el impío no se sujetará a las demandas de Dios, ni puede
hacerlo. John Owen escribe: “Ningún hombre, sin la luz de la fe salvadora,
puede aprobar constantemente y universalmente la revelación de la voluntad de
Dios, en cuanto a nuestra santidad y obediencia”.
La santificación, como vemos, fluye de
un verdadero hijo de Dios. Somos llamados a vivir para la gloria de Dios, y
cuando nos referimos a este tema, la santificación toca cada área de nuestras
vidas llevándonos a ser imagen de nuestro amado Salvador Jesucristo. Por esto,
es urgente examinarnos y ver cuál sea nuestro andar en esta vida, con esto no
estoy negando nuestra libertad en Cristo, pero es terrible, y debería serlo,
cuando esa libertad se vuelve en libertinaje.
Para terminar, John Owen
escribe: “Como la santidad reside en los creyentes, es un principio
permanente de vida espiritual, de luz, de amor y de poder, que actúa en toda el
alma y en todas las facultades de la mente, permitiéndoles aferrarse a Dios con
propósito de corazón y vivir para él en todos los actos y deberes de la vida
espiritual. Esto es lo que el Espíritu Santo es “en ellos un pozo de agua, que
salte para vida eterna” (Juan 4:14).”
Confesionalidad
Para la mayoría el Puritanismo es un
término “nuevo” y extraño, y cuando digo mayoría, hablo de la línea “reformada”
en el presente, que desconoce nuestras raíces. Existe una crítica apresurada y
despiadada con respecto a estos hombres piadosos, y muchas veces somos guiados
por caricaturas fuertemente marcadas por el liberalismo teológico que se ve en
peligro ante una Ortodoxia que va de la mano con la Ortopatía.
Los Puritanos eran confesionales, es más, dentro de aquellos 121 teólogos que se reunieron para confeccionar la Confesión de fe de Westminster habían Puritanos: “El 1º de julio de 1643 la Asamblea se reunió en la capilla del Rey Enrique VIII. Sin embargo, según comenta Warfield, debido a la llegada de un otoño muy frío, el 12 de octubre de 1643 el lugar de reuniones fue transferido a una sala más cómoda, llamada «sala Jerusalén». Aquí se llevó a cabo todo el trabajo de la Asamblea de teólogos (Warfield 1991, 3). Para seleccionar los miembros de la Asamblea se procedió de la siguiente manera: dos de cada condado inglés, uno de cada condado de Gales, dos de las Islas del Canal de la Mancha, uno de cada universidad, y cuatro de Londres. En total se reunieron 121 teólogos (Warfield 1991, 11-12). La Iglesia de Escocia envió 8 delegados: Robert Douglas, Alexander Henderson, Robert Baillie, el conde de Cassilis y el Lord de Matiland (del partido puritano), y Samuel Rutherford, George Gillespie y Archibald Johnston of Wariston (del partido del viejo orden eclesial) (Warfield 1991, 30, nota 58; Hetherington 1991, 126)”.
Según Martyn Lloyd Jones, Knox es el
fundador del Puritanismo porque exhibe con enorme claridad los principios que
seguían a los Puritanos y entre los cuales se encuentra, primeramente y ante
todo, la suprema autoridad de las Escrituras como Palabra de Dios. Este mismo
hombre del cual se habla, debido a su constante predicación de la Palabra de
Dios nacieron grandes grupos de cristianos cuya fe estaba fundada en la Palabra
de Dios, quienes a su vez constituyeron la base para dar nacimiento a la
Iglesia Presbiteriana de Escocia en 1560. Dicha iglesia elaboró su propia confesión
de fe denominada La confesión de fe de los escoceses, la cual fue reconocida
por el Parlamento escocés en el año 1657.
Como vemos, la estructura confesional
estaba arraigada en el pensamiento Puritano, es más, nuestra confesión está
confeccionada por hombres piadosos que buscaban aplicar la Palabra de Dios a
sus propias vidas y, por supuesto, en todas las esferas de la vida cristiana,
no por nada naciones completas fueron impactadas por una predicación coherente
con la doctrina, pero mucho más abundante en la piedad y la llenura del
Espíritu Santo.
Thomas Watson, un teólogo Puritano,
publicó una serie de libros acerca de temas prácticos, y de una naturaleza
provechosa, pero su obra principal fue un tratado de Teología, en 176 sermones,
acerca del Catecismo de la Asamblea de Westminster, que no apareció hasta
después de su muerte. Se publicó en un libro en folio en 1692… Durante muchos
años este libro se siguió utilizando para instruir a la gente corriente en
cuestiones de teología, y aún es muy común encontrarlo en cabañas de los
campesinos escoceses. Al igual que los reformadores, los puritanos eran
catequistas. Creían que los mensajes del púlpito debían ser reforzados por el
ministerio personalizado mediante la catequesis – la instrucción en las doctrinas
de la Escritura usando los catecismos-. La catequesis puritana fue
evangelizadora en varios sentidos. Varios de los ministros puritanos crearon
catecismos con la mentalidad de ayudar a los niños, jóvenes y adultos en
comprender las doctrinas de la Escritura. En su mayoría la catequesis era la
continuación de los sermones, y una manera de alcanzar al prójimo. Joseph
Alleine, según dicen, continuaba su obra del domingo, cinco días a la semana,
catequizando a miembros de la Iglesia y alcanzando con el evangelio a gente que
se encontraba en las calles. Como vemos la catequesis era evangelizadora, y con
razón de examinar el corazón de las personas. Tanto Reformados como puritanos
usaron estos métodos bíblicos de enseñanza y evangelización, un sistema que con
el tiempo fue perdiéndose y quedando en el olvido. En los siglos en que el
avivamiento protestante estuvo en su más alto nivel, estos métodos eran las
bases en las comunidades de creyentes. La base doctrinal es una falencia dentro
de las iglesias confesionales en este siglo, y al echar una mirada al pasado,
es necesario reconocer que el vino viejo es mejor que el nuevo.
Debo decir que he leído ya varias veces
el libro de Thomas Watson, y en su totalidad ha sido de mucha ayuda y bendición
para mi vida personal. Cada tratado que aborda tiene aplicaciones para la vida
cotidiana, como también de exhortación que muchas veces me llevaron a corregir
mi comportamiento en arrepentimiento. No es mi deseo discutir de cosas vanas
sobre estos temas, solo expresar de forma sincera la riqueza que puede
encontrarse en literatura como esta. Hoy más que nunca la Iglesia debe
detenerse y examinarse con respecto a lo que profesa, y supuestamente vivimos.
Hoy tenemos a muchos teólogos encantados con la literatura y vidas de hombres
que fueron usados grandemente por Dios, pero lamentablemente lo doctrinal solo
ha quedado en las paredes que rodean la razón y no han producido un corazón
nuevo que viva para la gloria de Dios. Sé que algunos se alborotan ante el
Puritanismo y lo entiendo, debido a que ellos también cayeron en errores, pero
queridos hermanos, no levantemos “hombres de Paja” al ver a hermanos sinceros
en la búsqueda y práctica de la piedad. Por otro lado, sabemos que existen
extremos (como en todos lados), pero no tengamos la vista tan corta, examinemos
y probemos, ya que a su tiempo se verán los frutos.
Te animo a que leas y examines la vida
y teología de estos hombres, la cual, por la gracia y providencia de Dios me ha
ayudado y fortalecido en los momentos más secos de mi vida espiritual, y donde
muchas veces mi corazón a ardido por la gloria de Dios.
“Como todas las cosas que pertenecen a
la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el
conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, por medio de
las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas
llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la
corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia; vosotros también,
poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe virtud; a la
virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio,
paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto
fraternal, amor. Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os
dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor
Jesucristo. Pero el que no tiene estas cosas tiene la vista muy corta; es
ciego, habiendo olvidado la purificación de sus antiguos pecados. Por lo cual,
hermanos, tanto más procurad hacer firme vuestra vocación y elección; porque
haciendo estas cosas, no caeréis jamás. Porque de esta manera os será otorgada
amplia y generosa entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador
Jesucristo. Por esto, yo no dejaré de recordaros siempre estas cosas, aunque
vosotros las sepáis, y estéis confirmados en la verdad presente. Pues tengo por
justo, en tanto que estoy en este cuerpo, el despertaros con amonestación;
sabiendo que en breve debo abandonar el cuerpo, como nuestro Señor Jesucristo
me ha declarado. También yo procuraré con diligencia que después de mi partida
vosotros podáis en todo momento tener memoria de estas cosas” (2 Pedro 1:3-15).
Así podéis descubrir por vosotros
mismos el gran gozo que acompaña la lectura de la literatura puritana.
Joel Beeke, La Espiritualidad Puritana
y Reformada.
Soli Deo
Gloria