Conoce al Señor”, porque todos me conocerán...(Jeremías 31:34)
Todo en la obra de redención es
personal, individual y preparado para cada persona. Todo tiene su propia
dirección, número y título. No es una tienda al por menor donde se venden las
cosas y, por lo tanto, todos pueden tomar según su propia elección. Es un
palacio donde se distribuyen los dones y el don está designado, por lo tanto, a
cada uno de aquellos para quienes están destinados. (Abraham Kuyper, Gracia
Particular, 87.)
En círculos Reformados y
Presbiterianos, en los años recientes, ha habido un loable redescubrimiento de
la importancia del pacto de gracia y la iglesia en la comunicación de la gracia
de Dios en Jesucristo. Mientras que muchos Cristianos evangélicos colocan el
énfasis primario en tener una “relación personal con Jesucristo,” los
Cristianos Reformados reconocen que el compañerismo con Cristo ocurre
ordinariamente a través del compañerismo de la iglesia y su administración de
los medios de gracia, la predicación de la Palabra de Dios y la administración
de los sacramentos del bautismo y la santa comunión. La iglesia es la
“sociedad” divinamente señalada, para usar la expresión de Calvino, dentro de
la cual los creyentes y sus hijos son nacidos de nuevo espiritualmente y
nutridos en la vida Cristiana. En lugar de enfatizar, como de primera
importancia, que los pecadores individuales “tomen una decisión por Jesús,” el
Cristianismo Reformado comienza con la iniciativa de Cristo en reunir y
preservar Su iglesia por Su Espíritu y Su Palabra.
Hasta aquí, en lo que concierne a los
hijos de los creyentes, la fe Reformada los considera como “Cristianos” o
miembros de Cristo en virtud de la promesa del pacto, que es expresada y
sellada para ellos en el sacramento del bautismo. Tales hijos no son
considerados como “mundanos,” fuera del compañerismo de Cristo hasta que
escojan creer y arrepentirse. Más bien, son considerados como miembros de la
iglesia Cristiana, a quienes se les ha de enseñar a vivir y actuar de manera consecuente.
Los padres Cristianos no esperan a que sus hijos lleguen a la “edad de la
responsabilidad” antes que les enseñen a confesar que “su único consuelo en la
vida y en la muerte” es que pertenecen a su fiel Salvador, Jesucristo
(Catecismo de Heidelberg, Día del Señor 1). Confiando en la promesa del pacto,
instruyen a sus hijos en la Palabra de Dios y confiadamente anticipan que el
Señor confirmará Su promesa en las vidas de estos hijos mientras crecen y
maduran en Cristo.
Corporativismo
Sin embargo, la naturaleza pactal y
corporativa de la administración del evangelio puede fácilmente ser
distorsionada en otro error tan mayúsculo como el del individualismo
evangélico. Si un problema clave con el evangelicalismo es su individualismo,
un problema potencial dentro del Cristianismo Reformado contemporáneo es el
corporativismo. Por “corporativismo” quiero decir la idea de que es innecesario
cualquier énfasis en la apropiación personal de la gracia de Dios en Cristo.
Debido a que la gracia de Dios es comunicada a los creyentes por medio de la
iglesia y sus medios de gracia, nuestra respuesta personal al evangelio
disminuye en importancia. Esta idea puede tomar varias formas. Por ejemplo,
algunas personas Reformadas simpatizan con la afirmación de N. T. Wright de que
“si tienes lo corporativo, te deshaces de lo individual.”
Este lenguaje parece sugerir que es
suficiente simplemente saber que una persona es un miembro de la iglesia por
medio del bautismo. La soteriología está totalmente subordinada, y agotada, por
la eclesiología. Insistir en el punto de si un miembro bautizado de la iglesia
responde apropiadamente al sacramento por la vía de la fe y el arrepentimiento
es un asunto secundario en el mejor de los casos, quizás un individualismo mal
dirigido. En tanto que conozcamos la identidad de una persona a través del
sacramento del bautismo, no necesitamos enfatizar demasiado la respuesta
necesaria y personal que requiere el bautismo.
El sacramento del bautismo se vuelve,
en este esquema, un tipo de “ordenanza salvadora” que asegura la elección de
una persona y su favor para con Dios, independientemente de su apropiación del
evangelio por medio de la fe. De manera similar, están aquellos que censuran el
énfasis de la teología clásica Reformada en un ordo salutis, la manera en que
la gracia de Cristo se hace nuestra por medio de la obra del Espíritu de Cristo
en el renacimiento, conversión y demás. En tanto que vemos el gran cuadro de la
historia salutis, la historia de la obra salvadora del Dios Trino culminando en
la Persona y obra de Cristo, tenemos todo lo que es importante. Demasiado
enfoque en la apropiación del creyente individual de la gracia de Dios,
particularmente como esta ha sido entendida en las categorías tradicionales del
ordo salutis, conduce al subjetivismo y a una visión demasiado introspectiva de
la vida Cristiana.
Aunque esta es más bien una descripción
simplista del problema, me gustaría proponer que es una ilustración
sorprendente de lo que podría llamarse un falso dilema, una yuxtaposición
innecesaria de cosas que están genuinamente en armonía. El Cristianismo Bíblico
y Reformado no necesita escoger entre lo corporativo y lo personal, entre la
historia salutis y la ordo salutis. Para tomar el lenguaje Bíblico desde otro
contexto, no necesitamos “separar lo que Dios ha unido.”
El desafío real para el Cristianismo
Bíblico en nuestro día no es un énfasis en la respuesta personal del creyente
al evangelio, sino un énfasis en la fe y la vida Cristiana como un asunto
privado o meramente individual. Sin embargo, históricamente en la confesión y
práctica de las iglesias Reformadas, se ha entendido correctamente que lo
corporativo y lo personal están íntimamente ligados, aunque siguen siendo
distintos. Esto puede ser ilustrado fácilmente por ejemplos Bíblicos e
históricos. Si consideramos la predicación del Señor Jesucristo, como nos es
atestiguada en los evangelios del Nuevo Testamento, es difícil suprimir la
obvia verdad que Él consideraba la apropiación personal de Su mensaje como algo
de importancia crítica, cualquiera que fuese la naturaleza de la identificación
corporativa de una persona con el pueblo pactal de Dios.
Unas pocas citas aleatorias del
Evangelio de Mateo, que podrían multiplicarse por docenas, bastarán para
mostrar que este es el caso. Por tanto, os digo que si vuestra justicia no
fuera mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los
cielos (Mateo 5:20). Cuando ores, no seas como los hipócritas (Mateo 6:5). No
todo el que me dice: “¡Señor, Señor!”, entrará en el reino de los cielos, sino
el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos (Mateo 7:21). Pero
los hijos del reino serán echados a las tinieblas de afuera; allí será el lloro
y el crujir de dientes (Mateo 8:12). A cualquiera, pues, que me confiese
delante de los hombres, yo también lo confesaré delante de mi Padre que está en
los cielos (Mateo 10:32). (Hablando a los Fariseos) Toda planta que no plantó
mi Padre celestial será desarraigada (Mateo 15:13). Si alguien quiere venir en
pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame (Mateo 16:24). Por tanto,
os digo que el reino de Dios será quitado de vosotros y será dado a gente que
produzca los frutos de él (Mateo 21:43). Asimismo el apóstol Pablo, aunque
algunas veces ha sido interpretado hoy, de manera arbitraria, como si tuviese
poco, si es que algún, interés en las cuestiones personales de una ordo
salutis, parece ser bastante enfático acerca de la necesidad de responder
personalmente al evangelio. Considere solamente tres textos, que también
podrían ser multiplicados muchas veces. No que la palabra de Dios haya fallado,
porque no todos los que descienden de Israel son israelitas (Romanos 9:6). Con
Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y
lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me
amó y se entregó a sí mismo por mí (Gálatas 2:20). Palabra fiel y digna de ser
recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores,
de los cuales yo soy el primero (1 Timoteo 1:15).
La Comunidad del Pacto
Como sugieren claramente estos pasajes,
el evangelio de Jesucristo, que es comunicado a través de la predicación y los
sacramentos, no prescinde sino que acentúa la necesidad de una respuesta
dirigida por el Espíritu en la forma de fe y arrepentimiento personal. Sin
importar qué tan cierto es que la gracia de Dios es comunicada pactalmente, y
por lo tanto, corporativamente, el pacto no es meramente un asunto corporativo.
La comunidad del pacto está compuesta de personas, y entre esas personas hay
algunos que quebrantan el pacto por la incredulidad y la falta de penitencia, y
hay otros que guardan el pacto. Es imposible, por tanto, hablar solamente de la
comunidad corporativa y su medio objetivo de gracia, cuando hablamos de la
comunicación del evangelio.
La confesión y práctica histórica de
las iglesias Reformadas también confirma que este es el caso. Uno de los
catecismos más conocidos de la tradición Reformada es el Catecismo de
Heidelberg. Este Catecismo sirve (entre otras funciones) para instruir a los
niños en la Fe, quienes son miembros de la comunidad pactal o iglesia. Sin
embargo, lo que llama la atención acerca de este Catecismo es que es
dominantemente pactal (sin usar el término muy a menudo) y personal al mismo
tiempo. No hay en su lenguaje la más mínima insinuación que la inclusión
corporativa de los creyentes y sus hijos hagan superflua una respuesta personal
al evangelio de Cristo. Dentro del escenario del pueblo corporativo de Dios,
este catecismo le enseña a los creyentes (como es habitual en los símbolos
clásicos de la tradición Cristiana) a hablar en la primera persona del singular
mientras se une a toda la compañía de los fieles. Es más, en su tratamiento de
los sacramentos, este catecismo insiste que estos medios de gracia son
simultáneamente los actos más corporativos y personales imaginables.
En el bautismo cristiano, los creyentes
y sus hijos son abordados personalmente (¡por nombre!). Por medio del bautismo
Dios condesciende para darnos una señal o signo y una promesa de nuestra
incorporación en Cristo. Lejos de disminuir nuestra responsabilidad personal,
el sacramento lo acentúa. De igual forma, cuando los creyentes son nutridos en
la mesa del Señor, lo hacen solamente mientras vienen con la “boca” de la fe,
recordando, proclamando y discerniendo el cuerpo y la sangre de Cristo que les
son dados. Este sacramento significa y sella que “Su cuerpo [el de Cristo] fue
ofrecido y quebrantado en la cruz por mí, y Su sangre fue derramada por mí”
(Día del Señor 28, énfasis mío).
Por lo tanto, lo que estoy sugiriendo
es que no deberíamos oponer lo corporal y lo personal, la historia y el ordo
salutis. Todo tipo de daños se siguen por un fracaso en mantener juntos estos
dos lados de la realidad única de la obra salvadora del Dios Trino: los
sacramentos son separados de la Palabra de Dios y la respuesta de fe requerida;
la iglesia o comunidad del pacto en su expresión histórica es simplemente
identificada con la compañía de los elegidos, la distinción entre la iglesia
como Dios la conoce de manera infalible (la así llamada “iglesia invisible,” o
mejor, la “invisibilidad” de la iglesia) y como esta existe concretamente, como
la compañía mixta de creyentes verdaderos e hipócritas, es comprometida; y una
presuntuosidad ilegítima crece con respecto a la salvación de todos los que
están señalados pactalmente como Cristianos.
El Cristianismo Reformado, aunque ni
pietista ni individualista en sus mejores expresiones, nunca niega que la
gracia de Dios en Cristo requiera la confesión intensamente personal (aunque
común entre el pueblo de Dios): “Que no me pertenezco a mí mismo, sino que
pertenezco, en cuerpo y alma, a mi fiel Salvador Jesucristo, quien ha hecho
satisfacción plena por todos mis pecados.”
Por Cornelis Venema
Soli Deo Gloria