Al exponer la soberanía de Dios Espíritu en la salvación
hemos mostrado que su poder es irresistible, que por sus operaciones de gracia
sobre y dentro de ellos, ‘compele a los elegidos de Dios a venir a Cristo. La
soberanía del Espíritu Santo se establece no solo en Juan 3:8 donde se nos dice
que «el viento sopla de donde quiere… así es todo aquel que es nacido del
espíritu», pero también se afirma en otros pasajes. En 1 Corintios 12:11
leemos: «Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo espíritu, repartiendo a
cada uno en particular como él quiere». Y una vez más leemos en Hechos 16:6, 7:
«Y atravesando Frigia y la provincia de Galacia, les fue prohibido por el
Espíritu Santo hablar la palabra en Asia; y cuando llegaron a Misia, intentaron
ir a Bitinia, pero el espíritu no se lo permitió». De esta manera vemos cómo el
Espíritu Santo interpone su voluntad imperial en oposición a la determinación
de los apóstoles.
Pero se objeta en contra de la afirmación de que la voluntad
y el poder del Espíritu Santo son irresistibles diciendo que hay dos pasajes,
uno en el Antiguo Testamento y otro en el Nuevo, que parecen militar en contra
de tal conclusión. Dios dijo en la antigüedad: «No contenderá mi espíritu con
el hombre para siempre» (Gn 6:3) y Esteban declaró a los judíos: «¡Duros de
cerviz e incircuncisos de corazón y de oídos! Vosotros resistís siempre al
Espíritu Santo; como vuestros padres, así también vosotros. ¿A cuál de los profetas
no persiguieron vuestros padres?» (Hch 7:51, 52). Si en ese entonces los judíos
‘resistieron’ al Espíritu Santo, ¿cómo podemos decir que su poder es
irresistible? La respuesta se encuentra en Nehemías 9:30: «Les soportaste por
muchos años, y les testificaste con tu espíritu por medio de tus profetas, pero
no escucharon». Lo que Israel ‘resistió’ fueron las operaciones externas del
Espíritu. Era el Espíritu hablando por y a través de los profetas a los que
ellos ‘no escucharon’. Ellos no resistieron algo que el Espíritu Santo obró en
el interior de ellos, sino los motivos que les presentaron los mensajes
inspirados de los profetas. Tal vez ayudará al lector a captar mejor nuestro
pensamiento si comparamos Mateo 11:20–24: «Entonces comenzó a reconvenir a las
ciudades en las cuales había hecho muchos de sus milagros, porque no se habían
arrepentido, diciendo: ¡Ay de ti, Corazín!», etc. ¡Nuestro Señor pronuncia aquí
ayes sobre estas ciudades por no haberse arrepentido ante las ‘poderosas obras’
(milagros) que había hecho a su vista y no por ninguna operación interna de su
gracia! Lo mismo es cierto de Génesis 6:3. Al comparar 1 Pedro 3:18–20 se verá
que fue por y a través de Noé que el Espíritu de Dios ‘luchó’ con los
antediluvianos. La diferencia que se indicó anteriormente fue resumida muy
hábilmente por Andrew Fuller (otro escritor fallecido hace ya mucho tiempo de
quien nuestros contemporáneos podrían aprender mucho) quien lo expresó del
siguiente modo: «Existen dos clases de influencias por medio de las cuales Dios
obra en las mentes de los hombres. La primera, que es común y que se lleva a
cabo por el uso ordinario de los motivos que se presentan a la mente para su
consideración; la segunda, que es especial y sobrenatural. Una no contiene nada
misterioso más que la influencia de nuestras palabras y acciones sobre los
demás; la otra es un misterio del que no sabemos nada sino solo por sus
efectos. La primera puede ser eficaz; la segunda lo es». Los hombres siempre
‘resisten’ la obra del Espíritu Santo sobre o hacia ellos; su obra dentro de
ellos siempre tiene éxito. ¿Qué dicen las Escrituras? Esto: «El que comenzó EN
vosotros la buena obra, la perfeccionará». (Fil 1:6).
Pink, A. W. La soberanía de Dios: Respuestas a objeciones
comunes.
Soli Deo Gloria