La siguiente pregunta que se debe considerar es: ¿Por
qué predicar el evangelio a toda criatura? Si Dios Padre solo ha
predestinado a un número limitado para que sean salvos, si Dios Hijo solo murió
para llevar a cabo la salvación de los que el Padre le dio, y si Dios Espíritu
no está buscando dar vida a nadie salvo a los elegidos de Dios, entonces, ¿cuál
es el propósito de dar el evangelio al mundo en general y dónde está la
conveniencia de decir a los pecadores: «Para que todo aquel que en él cree, no
se pierda, mas tenga vida eterna»?
En primer lugar es
muy importante tener claro la naturaleza del evangelio mismo. El evangelio es
la buena noticia de Dios acerca de Cristo y no acerca de los pecadores: «Pablo,
siervo de Jesucristo, llamado a ser apóstol, apartado para el evangelio de
Dios… acerca de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo” (Ro 1:1, 3). Dios quiso que
se proclamara a lo largo y ancho el hecho increíble de que su propio Hijo
bendito «se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz». Se tiene que
transmitir un testimonio universal del valor inigualable de la persona y obra
de Cristo. Fíjate en la palabra ‘testimonio’ en Mateo 24:14. El evangelio es el
‘testimonio’ de Dios de las perfecciones de su hijo. Fíjate en las palabras del
apóstol: «Porque para Dios somos grato olor de Cristo en los que se salvan, y
en los que se pierden» (2 Co 2:15).
Una gran confusión prevalece hoy acerca del carácter y el
contenido del evangelio. El evangelio no es una ‘oferta’ para que la circulen
los vendedores ambulantes del evangelio. El evangelio no es una mera
invitación, sino una proclamación acerca de Cristo; es verdadera, ya sea que
los hombres la crean o no. A ningún hombre se le pide que crea que Cristo murió
por él en particular. El evangelio, en resumen, es esto: Cristo murió por
pecadores, tú eres un pecador, cree en Cristo y serás salvo. En el evangelio,
Dios simplemente anunció los términos mediante los cuales los hombres pueden
ser salvos (a saber, arrepentimiento y fe) y, de un modo indiscriminado, a
todos se les ordena cumplirlos.
En segundo lugar, el
arrepentimiento y la remisión de pecados deben ser predicados en el nombre del
Señor Jesús «a todas las naciones» (Lc 24:47), porque los elegidos de Dios
están ‘dispersos’ (Jn 11:52) entre todas las naciones, y es cuando el evangelio
es predicado y escuchado que son llamados a salir del mundo. El evangelio es el
medio que Dios usa para salvar a sus propios elegidos. Por naturaleza los
elegidos de Dios son hijos de ira «así como los demás»; son pecadores perdidos
que necesitan un Salvador, y separados de Cristo no hay solución para ellos.
Por tanto, deben creer el evangelio antes de poder gozarse en el conocimiento
de que sus pecados han sido perdonados. El evangelio es el aventador de Dios;
separa la cizaña del trigo y junta a estos últimos en su granero.
En tercer lugar, se
debe notar que Dios tiene otros propósitos con la predicación del evangelio
aparte de la salvación de sus propios elegidos. El mundo existe para el bien de
los elegidos; sin embargo otros se benefician de él. Así que la palabra se predica
por el bien de los elegidos, sin embargo otros tienen el beneficio de un
llamado externo. El sol brilla aunque los ciegos no lo vean. La lluvia cae en
las montañas rocosas, en los desiertos, lo mismo que en los fructíferos valles;
así también Dios permite que el evangelio caiga en los oídos de los no
elegidos. El poder del evangelio es uno de los agentes que Dios usa para
mantener a raya la maldad del mundo. Muchos de los que el evangelio nunca salva
son reformados, sus lujurias son refrenadas y se evita que se tornen peores.
Además, la predicación del evangelio a los no elegidos se convierte en una
prueba admirable del carácter de ellos. Exhibe la prolongada continuidad de su
pecado; demuestra que sus corazones están en enemistad contra Dios; justifica
la declaración de Cristo de que «los hombres amaron más las tinieblas que la
luz, porque sus obras eran malas» (Jn 3:19).
Por último,
para nosotros es suficiente saber que se nos ordena predicar el evangelio a
toda criatura. No nos toca a nosotros razonar en cuanto a la concordancia entre
esto y el hecho de que «son pocos los escogidos». A nosotros nos toca obedecer.
Hacer preguntas acerca de los caminos de Dios que ninguna mente finita puede
sondear completamente es un asunto sencillo. Nosotros también podemos volvernos
y recordar al objetor lo que nuestro Señor declaró: «De cierto os digo que
todos los pecados serán perdonados a los hijos de los hombres, y las blasfemias
cualesquiera que sean; pero cualquiera que blasfeme contra el Espíritu Santo, no
tiene jamás perdón» (Mr 3:28, 29) y no puede haber ninguna duda en cuanto a que
ciertos judíos fueron culpables de este mismo pecado (ver Mt 12:24, etc.), por
lo cual su destrucción era inevitable. Sin embargo, a pesar de eso, apenas dos
meses después, ordenó a sus discípulos predicar el evangelio a toda criatura.
Cuando el objetor nos pueda mostrar la concordancia entre estas dos cosas: el
hecho de que ciertos judíos habían cometido el pecado para el cual no hay
perdón y el hecho de que a ellos se les tenía que predicar el evangelio, nos
comprometemos a proporcionar una solución más satisfactoria que la que
ofrecimos antes para que exista una armonía entre una proclamación universal
del evangelio y una limitación de su poder salvador solo a aquellos que Dios ha
predestinado a ser conformados a la imagen de su Hijo.
Afirmamos una vez más que no nos toca a nosotros razonar en
cuanto al evangelio; nuestro deber es predicarlo. Cuando Dios ordenó a Abraham
ofrecer a su hijo en una ofrenda quemada, pudo haber objetado que su orden no
era consistente con su promesa: «En Isaac te será llamada descendencia». Pero
en lugar de discutir, obedeció, y dejó que Dios armonizara su promesa con su
precepto. Jeremías pudo haber argumentado que Dios le había pedido que hiciera
algo totalmente irracional cuando le dijo: «Tú, pues, les dirás todas estas
palabras, pero no te oirán; los llamarás, y no te responderán» (Jer 7:27), pero
en lugar de eso el profeta obedeció. Ezequiel también se pudo haber quejado de
que el Señor le estuviera pidiendo algo difícil cuando le dijo: «Hijo de
hombre, come lo que hallas; como este rollo, y ve y habla a la casa de Israel.
Y abrí mi boca, y me hizo comer aquel rollo. Y me dijo: Hijo de hombre,
alimenta tu vientre, y llena tus entrañas de este rollo que yo te doy. Y lo
comí, y fue en mi boca dulce como miel. Luego me dijo: Hijo de hombre, ve y
entra a la casa de Israel, y habla a ellos con mis palabras. Porque no eres
enviado a pueblo de habla profunda ni de lengua difícil, sino a la casa de Israel.
No a muchos pueblos de habla profunda ni de lengua difícil, cuyas palabras no
entiendas; y si a ellos te enviara, ellos te oirán. Mas la casa de Israel no te
querrá oír porque no me quiere oír a mí; porque toda la casa de Israel es dura
de frente y obstinada de corazón» (Ez 3:4–7).
«Pero, oh mi alma, si la verdad tan brillante
Deslumbrara y confundiera tu vista,
Con todo, de todas formas obedece su Palabra escrita,
Y espera el gran día
de la decisión.» —Watts
Bien se ha dicho: «El evangelio no ha perdido ninguno de sus
poderes antiguos. Es hoy exactamente lo mismo como cuando fue predicado por
primera vez, ‘el poder de Dios para salvación’. No necesita ninguna lástima,
ninguna ayuda, ninguna criada. Puede vencer todos los obstáculos y romper todas
las barreras. No se tiene que probar ningún recurso humano para preparar al
pecador para que lo reciba, porque si Dios lo ha enviado, ningún poder lo puede
estorbar; y si Él no lo ha enviado, ningún poder puede hacer que sea
eficaz».—(Dr. Bullinger)
Pink, A. W. La soberanía de Dios: Respuestas a
objeciones comunes.
Soli Deo Gloria