MONERGISMO
Palabra que proviene del griego monos, uno y ergon, obra,
acción, logro. Teológicamente se refiere a la doctrina de que es Dios solo el
que salva. En este sentido se opone al sinergismo (del griego syn, con y ergon)
que enseña que Dios y el hombre deben obrar conjuntamente para la salvación. La
mayoría de las sectas son sinergistas; el cristianismo es monergista
“LA CAUTIVIDAD PELAGIANA DE LA IGLESIA” Inmediatamente
después que inició la Reforma, en los primeros años después de que Martín
Lutero clavará sus Noventa y Cinco Tesis sobre la puerta de la iglesia en
Wittenburg, publicó algunos cortos panfletos sobre una variedad de temas. Uno
de los más provocativos fue el titulado La Cautividad Babilónica de la Iglesia.
En este libro Lutero miró en retrospectiva al período de la historia del
Antiguo Testamento cuando Jerusalén fue destruida por los ejércitos invasores
de Babilonia y la elite del pueblo fue llevada a la cautividad. Lutero en el
siglo dieciséis tomó la imagen de la histórica cautividad babilónica y la
reaplicó a esa era y habló acerca de la nueva cautividad babilónica de la
iglesia. Habló de Roma como la nueva Babilonia que aprisionó el Evangelio
cautivándolo con su rechazó del entendimiento bíblico de la justificación.
Puede entender cuan fiera era la controversia, cuan polémico sería este título
en este período, al decir que la Iglesia no simplemente había errado o
extraviado, sino había caído – que ésta es en realidad ahora Babilonia; que
está en un cautiverio pagano.
A menudo he pensado que si Lutero viviera hoy y viniera a
nuestra cultura y echara una mirada, no en la comunidad de la iglesia liberal,
sino en las iglesias evangélicas, ¿qué podría decir? ¡Oh claro!, no puedo
responder esta pregunta con ningún tipo de autoridad definitiva, pero pienso
que sería esto: Si Martín Lutero viviera hoy y tomara su pluma para escribir,
el libro que podría escribir en nuestro tiempo sería titulado La Cautividad
Pelagiana de la Iglesia Evangélica.
Lutero vio la doctrina de la justificación como el
combustible de un profundo problema teológico. Él escribió extensamente acerca
de éste en La Esclavitud de la Voluntad. Cuando miramos a la Reforma y vemos
las solas de la Reforma – Sola Scriptura, Sola Fide, Solus Christus, Soli Deo
Gloria, Sola Gratia – Lutero estaba convencido que el verdadero punto de la
Reforma era el tema de la gracia; y que el subrayar la doctrina de Solo Fide,
justificación sólo por fe, estaba precedida por un compromiso con Sola Gratia,
el concepto de la justificación sólo por gracia.
En la edición de Fleming Revell de La Esclavitud de la
Voluntad, los traductores J. I. Packer y O. R. Johnston, incluyeron una
introducción teológica e histórica extensa y confrontante para este libro. El
siguiente párrafo es parte del fin de esta introducción: Estas cosas necesitan
ser consideradas por los Protestantes de hoy. ¿Con qué derecho podemos
llamarnos a nosotros mismos hijos de la Reforma? Mucho del Protestantismo
moderno ni podría llamarse Reformado o aún ser reconocido por los Reformadores
pioneros. La Esclavitud de la voluntad coloca ante nosotros lo que ellos creían
acerca de la salvación de la humanidad perdida. A la luz de esto, estamos
obligados a preguntar si la cristiandad protestante no ha vendido su legado
entre los días de Lutero y los nuestros. ¿No tiene el Protestantismo de hoy más
de Erasmianismo que de Luterano? ¿A menudo no hemos tratado de minimizar y
opacar las diferencias doctrinales en nombre de la paz entre grupos? ¿Somos
inocentes de la indiferencia doctrinal, la cual Lutero atribuyó a Erasmo?
¿Permanecemos creyendo que la doctrina importa?
Históricamente, apegándose a los hechos es claro que Lutero,
Calvino, Zwinglio y todos los principales teólogos protestantes de la primera
época de la Reforma sostuvieron en esto exactamente el mismo punto de vista.
Sobre otros puntos tuvieron diferencias. Pero en la afirmación de la
incapacidad del hombre en el pecado y la soberanía de Dios en la gracia, fueron
enteramente uno. Para todos ellos éstas doctrinas fueron la pura esencia de la
fe cristiana. Un editor moderno de las obras de Lutero dice esto: Quienquiera
que cierre este libro sin haber reconocido que la teología Evangélica se
sostiene o cae con la doctrina de la esclavitud de la voluntad lo ha leído en
vano. La doctrina de la justificación gratuita por la fe sola, la cual llegó a
estar en el centro de la tormenta de mucha de la controversia durante el
período de la Reforma, es a menudo considerada como el corazón de la teología
de los Reformadores, pero esto no es preciso. La verdad es que su pensamiento
estaba realmente centrado sobre el argumento de Pablo, que fue hecho eco por
Agustín y otros, que la salvación de los pecadores es totalmente sólo por la
gracia libre y soberana, y que la doctrina de la justificación por fe fue
importante para ellos porque salvaguardaba el principio de la gracia soberana.
La soberanía de la gracia encontraba expresión en un nivel más profundo de su
pensamiento al descansar en la doctrina de la regeneración monergista.
Esto quiere decir, que la fe que recibe a Cristo para
justificación es en sí misma el libre don del Dios soberano. El principio de
sola fide no es correctamente entendido hasta que es visto como afianzado al
principio más amplio de sola gratia. ¿Cuál es el origen de la fe? ¿Es la fe el
don de Dios, indicando por tanto que la justificación es recibida por la dádiva
de Dios, o es ésta una condición de la justificación la cual es dejada para que
el hombre la cumpla? ¿Puede percibir la diferencia? Déjame ponerla en términos
simples. Escuché recientemente a un evangelista decir, “Aunque Dios llevó a
cabo miles de pasos para alcanzarte y redimirte, sin embargo el punto
culminante es que debes llevar a cabo el paso decisivo para ser salvo”.
Considera la declaración que ha sido hecha por el más amado líder evangélico de
América del siglo veinte, Billy Graham, quien dice con gran pasión, “Dios hace
el noventa y nueve por ciento de ello, pero todavía debes hacer el último uno
por ciento.” (Arminianismo Disfrazado)
Ahora, regresemos brevemente a mi título, “La cautividad
pelagiana de la iglesia”. ¿De qué estamos hablando? Pelagio fue un monje quien
vivió en Bretaña en el siglo quinto. Él fue contemporáneo del más grande
teólogo del primer milenio de la historia de la iglesia si es que no de todo el
tiempo, Aurelio Agustín, obispo de Hipona en el Norte de África. Nosotros hemos
escuchado de San Agustín, de sus grandes obras de teología, de su Ciudad de
Dios, de sus Confesiones, las cuales permanecen como clásicos del Cristianismo.
Agustín, además de ser un teólogo titánico y tener un intelecto prodigioso, fue
también un hombre de profunda espiritualidad y oración. En una de sus oraciones
famosas, Agustín hizo a Dios un aparente daño, en una declaración inocente en
la cual dice: “Oh Dios, ordena lo que quieras, y concédeme hacer lo que
ordenas”. Ahora, ¿Quería Agustín que te diera una apoplejía al escuchar una
oración como esta? Como ciertamente le dio a Pelagio, el monje inglés que se
atravesó en su trayectoria. Cuando escuchó esto, protestó vociferadamente, aun
apelando a Roma para conseguir que esta oración de la pluma de Agustín fuera
censurada. Porque he aquí, él dijo: “¿Estás diciendo Agustín, que Dios tiene el
derecho inherente de ordenar cualquier cosa que desee de sus criaturas? Nadie
va a disputar eso. Dios inherentemente, como creador del cielo y la tierra,
tiene el derecho a imponer obligaciones sobre sus criaturas y decir, debes
hacer esto y no debes hacer eso.” La expresión ‘ordena cualquier cosa que
quieras’ es una oración perfectamente legitima.”
Es la segunda parte de la oración la que Pelagio aborrecía,
cuando Agustín dijo, “y concédeme hacer lo que ordenas.” Él dijo, “ ¿De qué
estás hablando? Si Dios es justo, si Dios recto y Dios es santo, y Dios ordena
de la criatura hacer algo, ciertamente que la criatura debe tener el poder en
sí misma, la habilidad moral en sí misma, para llevarla a cabo o Dios nunca
demandaría esto en primer lugar.” Ahora esto tiene sentido, ¿no es así? Lo que
Pelagio estaba diciendo es que la responsabilidad moral siempre y en todo lugar
implica capacidad moral o sencillamente habilidad moral. Entonces, ¿Por qué
deberíamos orar, “Dios concédeme, dame el don de ser capaz de hacer lo que me
ordenas que haga?” Pelagio vio en esta declaración una sombra que estaba siendo
puesta sobre la integridad de Dios mismo, quién requería responsabilidad de la
gente para hacer algo que no podían hacer.
Por ello, en el debate consecuente, Agustín dejó claro que
en la creación, Dios no mandó a Adán y Eva nada que fueran incapaces de hacer.
Pero una vez que la trasgresión entró y la humanidad llegó a estar caída, la
ley de Dios no fue cancelada ni Dios la ajustó rebajando sus requerimientos
santos para acomodarlos a la débil, condición caída de su creación. Dios
castigó a su creación al descargar sobre ellos el juicio del pecado original,
por lo que cada uno que nace en este mundo después de Adán y Eva, nace ya
muerto en pecado. El pecado original no es el primer pecado. Este es el
resultado del primer pecado; se refiere a nuestra corrupción inherente, por la
cual nacemos en pecado, y en pecado nos concibió nuestra madre. No nacemos en
un estado neutral de inocencia, sino que nacemos en una condición pecaminosa y
caída. Prácticamente cada iglesia dentro del histórico Concilio Mundial de
Iglesias en algún punto de su historia y en el desarrollo de su credo articula
algún tipo de doctrina del pecado original. Así que, es claro para la
revelación bíblica, que se tendría que repudiar el punto de vista bíblico de la
humanidad para negar el pecado original como un todo.
Este es precisamente el punto que estuvo en la batalla entre
Agustín y Pelagio en el siglo quinto. Pelagio dijo que no hay tal cosa como
pecado original. El pecado de Adán afectó a Adán y solamente a Adán. No hay
trasmisión o trasferencia de culpa o caída o corrupción a la progenie de Adán y
Eva. Cada uno es nacido en el mismo estado de inocencia en el cual Adán y Eva
fueron creados. Además él dijo, es posible para una persona vivir una vida de obediencia
a Dios, una vida de perfección moral, sin ninguna ayuda de Jesús ni de la
gracia de Dios. Pelagio dijo que la gracia-y he aquí la distinción clave-
facilita la justicia. ¿Qué significado tiene “facilita?” Esta ayuda, ésta hace
más fácil, hace más sencilla, pero usted no tiene que tenerla. Usted puede
estar perfectamente sin ella. Pelagio declaró aún más, que no es solamente
posible de manera teórica para algunos individuos vivir una vida perfecta sin
la asistencia de la gracia divina, sino que de hecho hay personas que lo hacen.
Agustín dijo, “No, no, no, no… nosotros estamos por naturaleza infectados por
el pecado, hasta las profundidades y raíz de nuestro ser- a tal punto que no
hay ser humano que tenga el poder moral para inclinarse a sí mismo y cooperar
con la gracia de Dios. La voluntad humana, como resultado del pecado original,
permanece sin tener el poder de escoger, sino que es esclava de sus malos
deseos e inclinaciones. La condición de la humanidad caída es tal que Agustín
podía describirla como incapacidad para no pecar. En términos sencillos, lo que
Agustín estaba diciendo es que en la Caída, el hombre perdió la capacidad para
hacer las cosas de Dios y quedó cautivo a sus propias inclinaciones malvadas.
En el siglo quinto la iglesia condenó a Pelagio como
herético. El Pelagianismo fue condenado en el Concilio de Orange, y fue
condenado de nuevo en el Concilio de Florencia, el Concilio de Cartago, y
también irónicamente, en el Concilio de Trento en el siglo dieciséis en los
primeros tres anatemas de los Cánones de la Sexta Sesión. Por lo tanto,
consistentemente a través de la historia de la Iglesia se ha condenado firme y
completamente el Pelagianismo- porque el Pelagianismo niega la caída de nuestra
naturaleza; éste niega la doctrina del pecado original.
Ahora, que es el llamado semi-Pelagianismo, como el prefijo
“semi” sugiere, era algo posicionado en medio del pleno Agustinianismo y el
pleno Pelagianismo. El semi-Pelagianismo dice esto: sí, hubo una caída; sí hay
tal cosa como pecado original; sí, la constitución de la naturaleza humana ha
sido cambiada por este estado de corrupción y todas las partes de nuestra
humanidad han sido significativamente debilitadas por la caída, a tal punto que
sin la asistencia de la gracia divina ninguno puede tener la posibilidad de ser
redimido, por consiguiente la gracia no es únicamente útil sino necesaria para
la salvación. Pero, aún cuando estamos tan caídos que no podemos ser salvos sin
la gracia, no estamos tan caídos que no podamos tener la capacidad para aceptar
o rechazar la gracia cuando nos es ofrecida. La voluntad está debilitada pero
no es esclava. Hay remanentes en el centro de nuestro ser, una isla de justicia
que permanece intocable por la caída. Es la respuesta de esta pequeña isla de justicia,
ésta pequeña pieza de bondad que está intacta en el alma o en la voluntad lo
que hace la diferencia determinante entre el cielo o el infierno. Es esta
pequeña isla que debe ser ejercida cuando Dios lleva a cabo sus miles de pasos
para alcanzarnos, pero en el análisis final es un paso que debemos tomar el que
determina ya sea el cielo o bien el infierno, el ejercitar ésta pequeña isla de
justicia que está en el centro de nuestro ser o no hacerlo. Agustín no
reconoció esta pequeña isla ni aún como un arrecife de coral en el Pacífico
sur. Él dijo que ésta era una isla mitológica, que la voluntad estaba esclava,
y que el hombre estaba muerto en sus delitos y pecados.
Irónicamente, la Iglesia condenó el semi-Pelagianismo tan
vehementemente como lo hizo cuando condenó el Pelagianismo original. Pasado el
tiempo usted llega al siglo dieciséis y lee el entendimiento Católico de lo que
sucede en la salvación, y la iglesia ha repudiado básicamente lo que Agustín
enseñó y también lo que Aquino enseñó. La Iglesia concluyó que hay remanentes
de esta libertad que están intactos en la voluntad humana y que el hombre debe
cooperar con-y asentir con-la gracia precedente que es ofrecida a ellos por
Dios. Si ejercemos esta voluntad, si ejercemos una cooperación con cualquiera
de los poderes que en nosotros han sido dejados, seremos salvos. Y por lo tanto
en el siglo dieciséis la Iglesia volvió a abrazar el semi-Pelagianismo.
En el tiempo de la Reforma, todos los reformadores estaban
de acuerdo en un punto: la incapacidad moral de los seres humanos caídos para
inclinarse a sí mismos a las cosas de Dios; que toda la gente, en el orden para
ser salvas, estaban totalmente dependientes, no noventa y nueve por ciento,
sino un cien por ciento dependientes de la obra de regeneración monergista como
primer paso para venir a la fe, y que la fe es en sí misma un don de Dios. La
fe no es lo que estamos ofreciendo para la salvación y que naceremos de nuevo
si escogemos creer. Sino que no podemos ni aún creer hasta que Dios en su gracia
y en su misericordia primero cambia la disposición de nuestras almas a través
de su obra soberana de regeneración. En otras palabras, en lo que todos los
reformadores estuvieron de acuerdo fue con, que a menos que un hombre nazca de
nuevo, no puede ni ver el reino de Dios, ni puede entrar en él. Tal como Jesús
dijo en Juan capítulo seis, “Ninguno puede venir a mí, a menos que le sea dado
por mi Padre”-la condición necesaria para la fe y la salvación de cualquiera
persona es la regeneración.
Los Evangélicos y la Fe
El Evangelicalismo moderno casi uniformemente y
universalmente enseña que en el orden para que una persona sea nacida de nuevo,
debe primero ejercer fe. Tienes que escoger nacer de nuevo. ¿No es ésto lo que
escuchas? En una encuesta de George Barna, más del setenta y cinco por ciento
de “cristianos evangélicos profesantes” en América expresaron la creencia que
el hombre es básicamente bueno. Y más del ochenta por ciento articularon el
punto de vista que Dios ayuda a aquellos que se ayudan a sí mismos. Estas
posiciones-déjeme decirlo de manera negativa- ninguna de estas posiciones son
semi-Pelagianas. Ambas son Pelagianas. El decir que somos básicamente buenos es
un punto de vista Pelagiano. Yo estaría dispuesto a asumir que en casi un
treinta por ciento de la gente quien está leyendo este tema, y probablemente
más, si realmente examinamos su pensamiento con detenimiento, encontraremos que
en sus corazones está latiendo el Pelagianismo. Estamos plagados con él.
Estamos rodeados por él. Estamos inmersos en él. Lo escuchamos cada día. Lo
escuchamos cada día en la cultura secular, lo escuchamos cada día en la
televisión y la radio Cristiana.
En el siglo diecinueve, hubo un predicador quien llegó a ser
muy popular en América, escribió un libro de teología, que surgió de su propia
formación en leyes, en el cual no abrevió su Pelagianismo. Él rechazó no sólo
el Agustinianismo, sino también rechazó el semi-Pelagianismo y sostuvo
claramente la posición Pelagiana sin encubrirla, diciendo en términos no inciertos,
sin ambigüedad, que no había Caída y que no había tal cosa como pecado
original. Este hombre vino a atacar cruelmente la doctrina de la expiación
sustitutiva de Cristo, y además de eso, repudió tan clara y tan fuertemente
como pudo la doctrina de la justificación por la sola fe por medio de la
imputación de la justicia de Cristo. La tesis básica de este hombre fue, no
necesitamos la imputación de la justicia de Cristo porque tenemos la capacidad
en y de nosotros mismos para llegar a ser justos. Su nombre: Carlos Finney, uno
de los más respetados evangelistas de América. Ahora, si Lutero estaba correcto
en decir que la sola fide es el artículo sobre el cual la iglesia se sostiene o
cae, si lo que los reformadores dijeron es que la justificación por la fe sola
es una verdad esencial del Cristianismo, quienes además argüían que la
expiación sustitutiva es una verdad esencial del Cristianismo; si ellos estaban
en lo correcto en su evaluación de que estas doctrinas son verdades esenciales
del Cristianismo, la única conclusión a la que podemos llegar es que Carlos
Finney no era Cristiano. Yo leo sus escritos y digo, “no veo cómo alguna
persona cristiana pudiera escribir esto.” Y aun, él está en el Salón de la Fama
del Cristianismo Evangélico de América. Él es el santo patrón del
Evangelicalismo del siglo veinte. Y él no es semi-Pelagiano; él es descarado en
su Pelagianismo.
La Isla de Justicia
Una cosa es clara: puedes ser Pelagiano puro y ser
bienvenido por completo en el movimiento evangélico de hoy. Esto no es
simplemente que el camello metió su nariz en la tienda; no solamente es que
está dentro de la tienda- sino que ha sacado al propietario de la tienda. El
Evangelicalismo moderno mira hoy con suspicacia a la teología Reformada, la
cual llegado a ser colocada como ciudadana de tercera clase del
Evangelicalismo. Ahora, usted dice,… “Espera un minuto R. C. No encierres a
todos en el argumento del Pelagianismo extremo, después de todo, Billy Graham y
el resto de las personas están diciendo que hubo una Caída; que debes tener la
gracia; que hay tal cosa como pecado original; y los semi-Pelagianos no están
de acuerdo con el simplista y optimista punto de vista acerca de la no caída
naturaleza humana de Pelagio.”Y esto es verdad. No cuestionaré acerca de ello.
Pero es esta pequeña isla de justicia donde el hombre todavía tiene la
habilidad, en y de sí mismo, para retornar, cambiar, inclinar, disponer, y
abrazar la oferta de la gracia, que revela porque históricamente el
semi-Pelagianismo no es llamado semi-Agustinianismo, sino semi-Pelagianismo,
éste realmente nunca escapa a la idea central de la esclavitud del alma, la
cautividad del corazón humano en pecado- que no está simplemente infectado por
una enfermedad que puede ser mortífera si es dejada sin tratamiento, sino que
es mortal.
Escuché a un evangelista usar dos analogías para describir
lo que sucede en nuestra redención. Él dijo, el pecado tiene tal fortaleza
sobre nosotros, un estrangulamiento, que es semejante a una persona quien no
puede nadar, quien cae por la borda en un mar furioso, y es la tercera vez que
se sumerge y únicamente las puntas de sus dedos permanecen fuera del agua; y a
menos que alguien intervenga a rescatarle, no tiene esperanza de sobrevivir, su
muerte es cierta. Y a menos que Dios le tire un salvavidas, no puede ser
rescatado. Y Dios no solamente le debe tirar un salvavidas en cualquiera área
donde él se encuentra, sino que el salvavidas tiene que caerle en el lugar
correcto donde sus dedos permanecen extendidos fuera del agua, y acertarle de
tal manera que pueda sostenerlo. El salvavidas tiene que haber sido tirado
perfectamente. Pero todavía este hombre se ahogará a menos que lo tome con sus
dedos y los sostenga alrededor del salvavidas, entonces Dios le rescatará. Si
esta pequeña acción no es hecha, él ciertamente perecerá.
La otra analogía es esta:Un hombre esta terriblemente débil,
enfermo de muerte, yaciendo en su cama de hospital con un padecimiento que es
terminal. No hay manera que pueda curarse a menos que alguien externo venga con
una cura, una medicina que curará su enfermedad fatal. Y Dios tiene la cura y
camina hacia el cuarto con la medicina. Pero el hombre está tan débil que no
puede tomarse la medicina por sí mismo; Dios tiene que ponerla en la cuchara.
El hombre está tan enfermo que se halla casi en un estado comatoso. El no puede
ni siquiera abrir su boca, y Dios tiene que inclinarse y abrirle la boca. Dios
coloca la cuchara en los labios del hombre, sin embargo el hombre todavía tiene
que tomarla.
Ahora, si vamos a usar analogías, usemos las adecuadas. El
hombre no se está sumergiendo por tercera vez; él está tan frío como una piedra
en el fondo del mar. Éste es el lugar donde usted estuvo cuando una vez estaba
muerto en sus delitos y pecados y andaba conforme a la corriente de este mundo,
de acuerdo con el príncipe de la potestad del aire. Y cuando estaba muerto Dios
le dio vida juntamente con Cristo. Dios se sumergió al fondo del mar y tomando
este cadáver sopló el aliento de su vida en él y resucitó de la muerte. Y no es
que usted estaba en la cama del hospital con cierta enfermedad, más bien,
cuando usted nació, llegó muerto. Esto es lo que la Biblia dice: que estamos
muertos moralmente.
¿Tenemos nosotros una voluntad? Sí, oh claro que la tenemos.
<em>Calvino dijo, si quieres decir por libre albedrío una
facultad de escoger aquello que tienes el poder en ti mismo, de escoger lo que
deseas, entonces tenemos libre albedrío. Si quieres decir por libre albedrío la
capacidad de los seres humanos caídos para inclinarse a sí mismos y ejercer la
voluntad para escoger las cosas de Dios sin la previa obra monergista de
regeneración, entonces, Calvino dijo, libre albedrío es un término
exorbitantemente grandioso para aplicarlo al ser humano.
La doctrina semi-Pelagiana del libre albedrío que prevalece
en el mundo evangélico de hoy es un punto de vista pagano que niega la
cautividad del corazón humano en el pecado. Esta visión desestima el dominio
que el pecado tiene sobre nosotros.
Ninguno de nosotros quiere ver las cosas tan mal como son realmente.
La doctrina bíblica de la corrupción humana es dura. No escuchamos al Apóstol
Pablo decir, “Usted sabe, es triste que tengamos tal cosa como pecado en el
mundo; ninguno es perfecto. Pero estemos de buen ánimo, somos básicamente
buenos.” ¿Puede ver que aún una lectura superficial de la Escritura niega esto?
Ahora,
regresemos a Lutero. ¿Cuál es el origen y la posición de la fe? ¿Es la fe el
don de Dios significando con ello que la justificación es recibida por la
dádiva de Dios? O ¿Es una condición de la justificación, la cual tenemos que
cumplir? ¿Es su fe una obra? ¿Es ésta la única obra que Dios le deja hacer?
Recientemente tuve una discusión con algunas personas en Gran Rapids, Michigan.
Estaba hablando sobre sola gratia, y una de las personas estaba en desacuerdo.
Él dijo, “¿Estás tratando de decirme que en conclusión es Dios quien
soberanamente regenera o no el corazón?”Y le dije, “Sí”; y él estuvo aún más en
desacuerdo por esto. Le dije, “Déjame preguntarte esto:
¿Eres cristiano?
Él dijo, “Sí.”
Le dije, “¿Tienes amigos que no son cristianos?”
Él dijo, “¡Oh!, claro que sí.”
Le dije, “¿Por qué eres cristiano y tus amigos no lo son?
¿Es por qué eres más justo que ellos? Él no era estúpido. El no iba a decir,
“¡Oh! claro es porque soy más justo. Yo hice la cosa correcta y mis amigos no”.
Él sabía a donde quería llegar con esta pregunta.
Y él dijo, “Oh, no, no, no.”
Le dije, “Dime por qué. ¿Es por qué eres más inteligente que
tus amigos?
Y él dijo, “No.”
Sin embargo el no estaba de acuerdo que al final, el punto
decisivo era la gracia de Dios. El no quería venir a esto. Y después de
discutir por quince minutos, él dijo, “ESTA BIEN, te lo diré. Soy un cristiano
porque hice la cosa correcta, tuve la respuesta correcta y mis amigos no lo
hicieron.”
¿En qué estaba confiando esta persona para su salvación? No
en sus obras en general, <strong>sino en una obra que había
hecho. Y él era un Protestante, un evangélico. Pero su punto de vista de la
salvación no era diferente del punto de vista Católico Romano.
La Soberanía de Dios en la Salvación
Este es el punto: ¿Es la fe una parte del don de Dios en la
salvación? O ¿Es ésta tu propia contribución a la salvación? ¿Es nuestra
salvación totalmente de Dios o depende finalmente de algo que hagamos por
nosotros mismos? Aquellos quienes dicen esto último, que finalmente depende de
algo que hagamos por nosotros mismos, por consiguiente niegan la absoluta
incapacidad de la humanidad en el pecado y afirman con ello una forma de
semi-Pelagianismo que es cierta después de todo. No es de maravillarse que más
tarde la teología Reformada condenara el Arminianismo en su esencia, porque en
principio, ambos regresan a Roma, en efecto, éste torna la fe en una obra
meritoria, y es un rechazo de la Reforma porque niega la soberanía de Dios en
la salvación de los pecadores, la cual fue el principio teológico y religioso
más arraigado del pensamiento de los reformadores. El Arminianismo era sin
lugar a dudas, a los ojos de los Reformados, una renunciación del Cristianismo
del Nuevo Testamento a favor del Judaísmo del Nuevo Testamento. En esencia
confiar en la fe de uno mismo no es diferente que confiar en las obras de uno
mismo, y el uno es tan sub-cristiano y anti-cristiano como el otro. A la luz de
lo que Lutero le dice a Erasmo no hay duda que tenemos que ratificar este
juicio.
Y aunque este punto de vista es el que predomina en las
encuestas de hoy en la mayoría de los círculos evangélicos profesantes. Y así
como el semi-Pelagianismo es en esencia simplemente una versión ligeramente
velada del Pelagianismo verdadero, de igual manera éste es el mismo que prevalece
en la iglesia, y no sé que pasará. Sin embargo, si sé que no sucederá: no
tendremos una nueva Reforma. Hasta que nos humillemos y entendamos que ningún
hombre es una isla y que ningún hombre tiene una isla de justicia, que somos
completamente dependientes de la pura gracia de Dios para nuestra salvación, no
empezaremos a descansar sobre la gracia y a regocijarnos en la grandeza de la
soberanía de Dios, hasta que no desechemos la influencia pagana del humanismo
que exalta y coloca al hombre en el centro de la religión. Hasta que esto
suceda no tendremos una nueva Reforma, porque en el corazón de la enseñanza
Reformada está el lugar central de la adoración y gratitud dadas a Dios y sólo
a Dios. Soli Deo gloria, solamente a Dios, la gloria.
Fuente: Bautistareformado.org
Soli Deo Gloria