Cuando hablamos de lo que sucedió en la Reforma del siglo 15
lo relacionamos con las 95 tesis que en 1517 comenzaron una
transformación de dimensiones históricas. Lo relacionamos con la traducción que
permitió al pueblo alemán leer la Palabra de Dios en su propio idioma. Lo
relacionamos con el monje agustino que enfrentó el poder del papado como ningún
otro en Europa. Con lo que no se hace justicia es con el aporte que hizo Martín
Lutero al pueblo de Dios con sus himnos. Su música se convirtió en una verdadera
fuerza para la reforma. La letra de sus himnos le abrió las puertas a muchas de
sus enseñanzas en los corazones de los hombres. Ya no era únicamente el coro;
ahora toda la congregación, incluyendo a las mujeres, podía cantar a su Señor.
Uno de sus opositores llegó a expresar que los himnos de Lutero mataron más
almas que sus sermones.
Martín Lutero nació en Eisleben, en Sajonia, en 1483. A los
trece años fue a Eisenach a estudiar, y para poder pagar la escuela llegó a
cantar en las calles de Eisenach, para lo cual iba de casa en casa ofreciendo
sus canciones. Fue así que Ursula Cotta y su esposo, al ver su amor por la
música, le invitan a vivir con ellos durante la duración de sus estudios. Ella
le enseñó a tocar el laúd y la flauta, lo cual incrementó su pasión por el
canto y la música.
Luego pasó a estudiar leyes, y cierto día que caminaba junto
a un compañero de estudios, un rayo fulminó a su amigo. En medio de la
tormenta, Lutero prometió a Dios servirle si preservaba su vida. Fue así que
unas semanas más tarde entro a un monasterio en Erfurt. Pero en lugar de
encontrar la paz con Dios, se veía a sí mismo cada vez más miserable y lejos de
Dios. Comenzó a estudiar la Biblia diligentemente, llegando a aprender hebreo y
griego para leerla en sus idiomas originales. Pasaron diez años desde que
comenzó a leer la Biblia hasta que dio los primeros pasos para reformar la
iglesia; sólo después de comprender que Dios justifica al impío solamente por
medio de la fe en el Señor Jesucristo.
Lutero se opuso a la venta de indulgencias con que el papado
quería obtener recursos para sus proyectos en Roma, llegando al punto de clavar
sus 95 tesis en las puertas de la iglesia en Wittenberg. Para él, el papa no
tenía ninguna autoridad para perdonar pecados, y por lo tanto no debía
involucrarse en la venta de indulgencias. Ahí comenzó la gran batalla. No era
una lucha entre Lutero y la iglesia católica, sino entre la Palabra de Dios y
la tradición.
Fue llamado a dar cuenta de sus escritos ante las
autoridades católicas y el Emperador Carlos V en la dieta de Worms. Asistió
valientemente, y como buen cristiano permaneció inconmovible del lado de las
Escrituras, sin retractarse de las verdades salvadoras que halló en ellas.
Durante su regreso a Wittenberg, el Duque de Sajonia lo “secuestró” hasta su
Castillo en Wartburg para ponerle lejos del alcance de sus enemigos. Vivió allí
por un año; y siendo que él encontró la paz de Dios en las Escrituras, su deseo
ahora era que sus compatriotas pudieran hacer lo mismo leyendo la Biblia en su
propia lengua, por lo cual se dedicó a su traducción al alemán. Terminó esa
labor con la asistencia de Melanchton en 1522.
Tres años después de la Dieta de Worms, Lutero dejó sus
hábitos religiosos, y se casó con Catalina von Bora, una monja que había dejado
su convento. Continuó su obra de servicio a Dios escribiendo, predicando y
guiando al pueblo de Dios. Lo cual pudo hacer en relativa paz en Wittenberg
hasta su muerte en 1546.
Una de las cosas que habían estado fuera del alcance del
pueblo desde el siglo VI era el cántico congregacional. Para Lutero cada
creyente era un sacerdote con pleno acceso a la presencia de Dios, y capaz por
ende de ofrecer cánticos y oraciones directamente a su Señor. Procuró poner
algunos salmos en un lenguaje que fuera de fácil comprensión para los creyentes
cantar. Era una forma de mantener viva la Palabra en el corazón de los
hermanos. Lutero llegó a expresar: “El diablo aborrece la música porque no
puede soportar la alegría. Satanás puede sonreír, pero no puede reír; puede
mostrar una risa de desprecio, pero no puede cantar.”
“A Lutero pertenece el extraordinario mérito de haber dado
la Biblia al pueblo alemán en su propio idioma (una obra maestra de
traducción), el catecismo y el himnario, de modo que Dios pudiera hablarles
directamente en su Palabra, y ellos pudieran responderle directamente con sus
canciones” (Philip Schaff).
Su himno mejor conocido es Castillo Fuerte, una paráfrasis
del Salmo 46, llamado “la Marsellesa de la Reforma”.
¿Cuánto fue escrito? “Probablemente Martín Lutero lo
escribió para el tiempo cuando los líderes evangélicos estaban entregando su
protesta contra el ataque hacia sus libertades en la Dieta de Speyer. E
incidentalmente, el significado de la palabra protestante se derivó sin dudas
de ese encuentro en el que estos líderes entregaron su protesta” (William
& Ardythe Petersen, The Complete Book of Hymns, p. 370). Querían
mantenerse inconmovibles de la postura de servir a Dios conforme a su Palabra y
no conforme a las tradiciones de los hombres, y con tanta oposición, esto sólo
podía llevarse a cabo amparados bajo la sombra del Omnipotente.
Recibió muchas amenazas y libró intensas batallas
espirituales por la causa de Jesucristo. Y para esto, su amparo no fue ningún
otro que el Castillo Fuerte de su Dios.
“El eterno Dios es tu refugio” (Deut. 33:27).
“Jehová es mi roca y mi fortaleza, y mi libertador; Dios
mío, fortaleza mía, en él confiaré; mi escudo, y el fuerte de mi salvación, mi
alto refugio; Salvador mío; de violencia me libraste” (2 Sam. 22:2-3).
“Éstos confían en carros, y aquéllos en caballos; mas
nosotros del nombre de Jehová nuestro Dios tendremos memoria (Sal. 20:7).
“Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio
en las tribulaciones. Por tanto, no temeremos, aunque la tierra sea removida, y
se traspasen los montes al corazón del mar; aunque bramen y se turben sus
aguas, y tiemblen los montes a causa de su braveza” (Sal. 46:1-3).
“La verdad es que el genio de este hombre, con la ayuda de
Dios, había forjado una nueva y poderosa arma de la Fe, y las conquistas
obtenidas por ella fueron incalculables. Grandes masas de personas, con los
himnos y las melodías de Lutero en sus labios, se introdujeron por medio del
canto en el creo de la reforma protestante” (Elsie Houghton, Classic Christian
Hymn-Writers, p.29).
Sin lugar a dudas, Martín Lutero hizo
una contribución formidable para volver a colocar el cántico congregacional en
su justo lugar en la adoración. Muchos otros siguieron luego sus pasos,
inspirados en la obra de este gran reformador. ¡Gracias, Señor, por el aporte
que tu siervo Lutero hizo a tu pueblo.
Soli Deo
Gloria