Una de las creencias más populares en la actualidad es que
Dios ama a todos, y el hecho de que sea tan popular entre todas las clases
debería ser suficiente para levantar las sospechas de aquellos que están
sujetos a la Palabra de Verdad. El amor de Dios para todas sus criaturas es el
postulado fundamental y favorito de los universalistas, unitarios, teósofos,
científicos cristianos, espiritualistas, ruselitas, etc. No importa cómo viva
un hombre, aun sea en abierto desafío al cielo, sin interesarse en lo absoluto
en los intereses eternos de su alma, y mucho menos aún en la gloria de Dios,
muriendo tal vez con una maldición en sus labios, a pesar de todo, se nos dice
que Dios lo ama. Este dogma se ha proclamado tan ampliamente, y es tan
consolador para el corazón que está en enemistad con Dios, que tenemos poca
esperanza de convencer a muchos de su error. Podemos afirmar que la creencia de
que Dios ama a todos es bastante moderna. Creemos que buscaríamos en vano en
los escritos de los padres de la iglesia, de los reformadores o de los
puritanos para encontrar ese concepto. Quizá el finado D. L. Moody, cautivado por
«La cosa más grande del mundo» de Drummond, hizo más que cualquier otro en el
siglo pasado para popularizar este concepto.
Se ha convertido en costumbre afirmar que Dios ama al
pecador pero que odia su pecado. Pero tal distinción no tiene sentido. ¿Qué hay
en un pecador sino pecado? ¿No es cierto que «toda cabeza está enferma» y «todo
corazón doliente» y que «desde la planta del pie hasta la cabeza no hay en él
cosa sana»? (Is 1:5, 6). ¿Es cierto que Dios ama a aquel que desprecia y
rechaza a su bendito Hijo? Dios es luz y amor a la vez, por lo tanto, su amor
debe ser un amor santo. Decir al que rechaza a Cristo que Dios lo ama es
cauterizar su conciencia y proporcionarle un sentido de seguridad en sus
pecados. El hecho es que el amor de Dios es una verdad solo para los santos y
presentarlo a los enemigos de Dios es tomar el pan de los hijos y echárselo a
los perros. Con la excepción de Juan 3:16, ¡ni una sola vez en los cuatro
Evangelios leemos que el Señor Jesús, el Maestro perfecto, dijera a los pecadores
que Dios los ama! ¡El libro de Hechos, que registra los esfuerzos y mensajes
evangelísticos de los apóstoles, ni siquiera hace referencia al amor de Dios!
Pero cuando llegamos a las Epístolas, que están dirigidas a los santos, tenemos
una presentación completa de esta preciosa verdad: el amor de Dios por los
suyos. Busquemos trazar correctamente la Palabra de Dios para que después no
nos encontremos tomando verdades que están dirigidas a los creyentes y las
apliquemos mal a los incrédulos. Lo que los pecadores tienen que poner ante
ellos es la santidad inefable de Dios, la ira exigente de Dios. Digamos,
arriesgándonos al peligro de ser malentendidos (y desearíamos poder decirlo a
todos los evangelistas y predicadores del país) que a los pecadores hoy se les
presenta demasiado a Cristo (por aquellos que son sanos en la fe) y se les
muestra muy poco a los pecadores su necesidad de Cristo, es decir, su condición
absolutamente arruinada y perdida, su peligro inminente y terrible de sufrir la
ira venidera, la culpa espantosa que reposa sobre ellos ante los ojos de Dios.
Presentar a Cristo a quienes nunca se les ha mostrado su necesidad de Él, nos
parece que es ser culpables de echarles las perlas a los cerdos.
Si fuera verdad que Dios ama a cada miembro de la familia
humana, ¿entonces por qué el Señor dijo a sus discípulos: «El que tiene mis
mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado
por mi Padre… El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará» (Jn
14:21, 23)? ¿Por qué decir: «El que me ama, mi Padre le amará», si el Padre ama
a todos? La misma limitación se encuentra en Proverbios 8:17: «Yo amo a los que
me aman». Otra vez leemos: «Aborreces a todos los que hacen iniquidad», no
únicamente las obras de iniquidad. He aquí pues un repudio rotundo a la
enseñanza actual de que Dios odia el pecado pero ama al pecador. La Escritura
dice: ¡«Aborreces a todos los que hacen iniquidad» (Sal 5:5)! «Dios está airado
contra el impío todos los días» (Sal 7:11). «El que rehúsa creer en el Hijo no
verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él»; no dice «estará», sino
que incluso ahora «está sobre él» (Jn 3:36). ¿Puede Dios ‘amar’ a aquel sobre
quien está su ‘ira’? Una vez más, ¿no es evidente que las palabras, el «amor de
Dios, que es en Cristo Jesús» (Ro 8:39) marca una limitación tanto en la esfera
como en los objetos de su amor? Una vez más, ¿no queda claro que Dios no ama a
todos en las palabras «A Jacob amé, mas a Esaú aborrecí» (Ro 9:13)? También
está escrito: «Porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que
recibe por hijo» (Heb 12:6). ¿No enseña este versículo que el amor de Dios está
restringido a los miembros de su propia familia? Si ama a todos los hombres sin
excepción, entonces la distinción y limitación aquí mencionada no tiene mucho
sentido. Por último, preguntamos: ¿es concebible que Dios ame a aquellos que
serán condenados al lago de fuego? Porque si los ama ahora, también lo hará
después, ya que sabemos que su amor no cambia. ¡En Él «no hay mudanza, ni
sombra de variación»!
Volviendo ahora a Juan 3:16, debe ser evidente por los
pasajes que se acaban de citar, que este versículo no resistirá el sentido que
le suelen dar, «Porque de tal manera amó Dios al mundo». Muchos suponen que
esto quiere decir toda la raza humana. Pero ‘toda la raza humana’ incluye a
toda la humanidad desde Adán hasta el fin de la historia de la tierra; ¡tiene
un alcance anterior y posterior! Considera, entonces, la historia de la
humanidad antes del nacimiento de Cristo. Innumerables millones vivieron y
murieron antes de que el Salvador viniera a la tierra, vivieron aquí «sin
esperanza y sin Dios en el mundo» y, por lo tanto, pasaron a una eternidad de
dolor. Si Dios los ‘amó’, ¿dónde se encuentra la menor prueba de ello? La Escritura
declara que «en las edades pasadas (desde la torre de Babel hasta después de
Pentecostés), Él (Dios) ha dejado a todas las gentes andar en sus propios
caminos» (Hch 14:16). La Escritura declara que «como ellos no aprobaron tener
en cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente reprobada, para hacer cosas que
no convienen» (Ro 1:28). Dios dijo a Israel: «A vosotros solamente he conocido
de todas las familias de la tierra» (Am 3:2). A la luz de estos sencillos
pasajes, ¿quién sería tan necio como para insistir que Dios en el pasado amó a
toda la humanidad? Lo mismo aplica con igual fuerza al futuro. Lee el libro de
Apocalipsis, poniendo especial interés en los capítulos 8 al 19, donde se
describen los juicios que se derramarán desde el cielo sobre esta tierra. Lee
los terribles males, las espantosas plagas, las copas de la ira de Dios que
serán derramadas completas sobre los malvados. Por último, lee el capítulo
veinte de Apocalipsis, el juicio del gran trono blanco, y observa si puedes
descubrir allí el más mínimo rastro de amor.
Pero el opositor regresa a Juan 3:16 y dice, ‘mundo
significa mundo’. Cierto, pero hemos demostrado que ‘el mundo’ no quiere decir
toda la familia humana. El hecho es que ‘el mundo’ se usa de una forma general.
Cuando los hermanos de Cristo dijeron: «Muéstrate al mundo» (Jn 7:4), ¿lo que
quisieron decir fue «Muéstrate a toda la humanidad»? Cuando los fariseos
dijeron: «Mirad, el mundo se va tras él» (Jn 12:19), ¿lo que quisieron decir
fue que ‘toda la familia humana’ acudía en masa a él? Cuando el apóstol
escribió: «Vuestra fe se divulga por todo el mundo» (Ro 1:8), ¿lo que quiso
decir fue que la fe de los santos de Roma era el tema de conversación de todo
hombre, mujer y niño en la tierra? Cuando Apocalipsis 13:3 nos dice: «se maravilló
toda la tierra en pos de la bestia», ¿debemos entender que no va a haber
excepciones? Estos y otros pasajes que se podrían citar muestran que el término
‘el mundo’ muchas veces tiene una fuerza relativa más que una absoluta.
Ahora, lo primero que debemos tener en cuenta en relación a
Juan 3:16 es que nuestro Señor estaba hablando a Nicodemo, un hombre que creía
que las misericordias de Dios estaban confinadas a su propia nación. Cristo
estaba anunciando que el amor de Dios, al dar a su Hijo, tenía a la vista un
objetivo más grande y que fluía más allá de la frontera de Palestina y llegaba
a ‘regiones más allá’. En otras palabras, este fue el anuncio de Cristo de que
Dios tenía un propósito de gracia tanto para judíos como para gentiles. «De tal
manera amó Dios al mundo», entonces, significa que el amor de Dios es
internacional en su alcance. Pero, ¿quiere esto decir que Dios ama a todos los
individuos entre los gentiles? No necesariamente, porque, como hemos visto, el
término ‘mundo’ es general más que específico, relativo más que absoluto. El
término ‘mundo’ en sí mismo no es concluyente. Para determinar quiénes son los
objetos del amor de Dios debemos consultar otros pasajes en los que se menciona
su amor.
En 2 Pedro 2:5 leemos del ‘mundo de los impíos’. Entonces,
si hay un mundo de los impíos, debe haber también un mundo de los piadosos. Son
estos últimos los que están a la vista en los pasajes que ahora vamos a
considerar brevemente. «Porque el pan de Dios es aquel que descendió del cielo
y da vida al mundo» (Jn 6:33). Ahora fíjate bien, Cristo no dijo, «ofrece vida
al mundo», sino ‘da’. ¿Cuál es la diferencia entre estos dos términos? Esta:
algo que se ‘ofrece’ se puede rechazar, pero algo que se ‘da’ necesariamente
implica su aceptación. Si no se acepta, no se ‘da’ y simplemente se ofreció.
Aquí, entonces, hay un texto bíblico que de una forma positiva declara que
Cristo da vida (espiritual, vida eterna) ‘al mundo’. Ahora, Él no da vida
eterna al ‘mundo de los impíos’ porque no la tendrán, porque no la quieren. Por
lo tanto, estamos obligados a entender la referencia que se hace en Juan 6:33
como el ‘mundo de los piadosos’, es decir, el pueblo de Dios.
Uno más. En 2 Corintios 5:19 leemos: «Que Dios estaba en
Cristo reconciliando consigo al mundo». Lo que se quiere decir con esto
claramente lo definen las palabras que siguen inmediatamente después: «no
tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados». Aquí otra vez ‘el mundo’ no
puede significar el ‘mundo de los impíos’ porque sus ‘pecados’ les serán
‘imputados’ como lo mostrará el juicio del Gran Trono Blanco. Pero 2 Corintios
5:19 claramente enseña que hay un ‘mundo’ que ha sido ‘reconciliado’,
reconciliado con Dios porque sus pecados no les han sido tomados en cuenta
porque los sobrellevó su Sustituto. ¿Quiénes son ellos? Solo hay una respuesta
posible: ¡el mundo del pueblo de Dios!
De manera similar, el ‘mundo’ en Juan 3:16 debe, en su
análisis final, referirse al mundo del pueblo de Dios. Decimos ‘debe’ porque
suponemos que no existe otra solución alternativa. No puede significar toda la
raza humana, porque la mitad de la raza ya estaba en el infierno cuando Cristo
vino a la tierra. Es injusto insistir en que quiere decir todos los seres
humanos que ahora viven porque cualquier otro pasaje del Nuevo Testamento donde
se menciona el amor de Dios, lo limita a su propio pueblo. ¡Busca y ve! Los
objetos del amor de Dios en Juan 3:16 son precisamente los mismos objetos del
amor de Cristo en Juan 13:1: «Antes de la fiesta de la pascua, sabiendo Jesús
que su hora había llegado para que pasase de este mundo al Padre, como había
amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin». Podemos
admitir que nuestra interpretación de Juan 3:16 no es novedosa e inventada por
nosotros, sino que es una que los reformadores y puritanos y muchos otros desde
entonces dieron de un modo casi uniforme.
Es extraño, y sin embargo es verdad, que muchos que
reconocen el gobierno soberano de Dios sobre las cosas materiales, pongan peros
y discutan por nimiedades cuando insistimos en que Dios también es soberano en
el ámbito espiritual. Pero su pelea es con Dios y no con nosotros. Hemos
proporcionado la evidencia bíblica para apoyar todo lo presentado en estas
páginas, y si eso no satisface a nuestros lectores, es inútil para nosotros
tratar de convencerlos. Lo que nosotros escribimos está diseñado para los que
sí se inclinan hacia la autoridad de la Santa Escritura, y es para su beneficio
que nos proponemos examinar otros pasajes bíblicos que han sido reservados a
propósito para este capítulo.
Pink, A. W. La soberanía de Dios: Respuestas a
objeciones comunes. (Extracto)
Soli Deo Gloria