viernes, 16 de junio de 2017

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¿Ama Dios a todo ser humano?

Una de las creencias más populares en la actualidad es que Dios ama a todos, y el hecho de que sea tan popular entre todas las clases debería ser suficiente para levantar las sospechas de aquellos que están sujetos a la Palabra de Verdad. El amor de Dios para todas sus criaturas es el postulado fundamental y favorito de los universalistas, unitarios, teósofos, científicos cristianos, espiritualistas, ruselitas, etc. No importa cómo viva un hombre, aun sea en abierto desafío al cielo, sin interesarse en lo absoluto en los intereses eternos de su alma, y mucho menos aún en la gloria de Dios, muriendo tal vez con una maldición en sus labios, a pesar de todo, se nos dice que Dios lo ama. Este dogma se ha proclamado tan ampliamente, y es tan consolador para el corazón que está en enemistad con Dios, que tenemos poca esperanza de convencer a muchos de su error. Podemos afirmar que la creencia de que Dios ama a todos es bastante moderna. Creemos que buscaríamos en vano en los escritos de los padres de la iglesia, de los reformadores o de los puritanos para encontrar ese concepto. Quizá el finado D. L. Moody, cautivado por «La cosa más grande del mundo» de Drummond, hizo más que cualquier otro en el siglo pasado para popularizar este concepto.

Se ha convertido en costumbre afirmar que Dios ama al pecador pero que odia su pecado. Pero tal distinción no tiene sentido. ¿Qué hay en un pecador sino pecado? ¿No es cierto que «toda cabeza está enferma» y «todo corazón doliente» y que «desde la planta del pie hasta la cabeza no hay en él cosa sana»? (Is 1:5, 6). ¿Es cierto que Dios ama a aquel que desprecia y rechaza a su bendito Hijo? Dios es luz y amor a la vez, por lo tanto, su amor debe ser un amor santo. Decir al que rechaza a Cristo que Dios lo ama es cauterizar su conciencia y proporcionarle un sentido de seguridad en sus pecados. El hecho es que el amor de Dios es una verdad solo para los santos y presentarlo a los enemigos de Dios es tomar el pan de los hijos y echárselo a los perros. Con la excepción de Juan 3:16, ¡ni una sola vez en los cuatro Evangelios leemos que el Señor Jesús, el Maestro perfecto, dijera a los pecadores que Dios los ama! ¡El libro de Hechos, que registra los esfuerzos y mensajes evangelísticos de los apóstoles, ni siquiera hace referencia al amor de Dios! Pero cuando llegamos a las Epístolas, que están dirigidas a los santos, tenemos una presentación completa de esta preciosa verdad: el amor de Dios por los suyos. Busquemos trazar correctamente la Palabra de Dios para que después no nos encontremos tomando verdades que están dirigidas a los creyentes y las apliquemos mal a los incrédulos. Lo que los pecadores tienen que poner ante ellos es la santidad inefable de Dios, la ira exigente de Dios. Digamos, arriesgándonos al peligro de ser malentendidos (y desearíamos poder decirlo a todos los evangelistas y predicadores del país) que a los pecadores hoy se les presenta demasiado a Cristo (por aquellos que son sanos en la fe) y se les muestra muy poco a los pecadores su necesidad de Cristo, es decir, su condición absolutamente arruinada y perdida, su peligro inminente y terrible de sufrir la ira venidera, la culpa espantosa que reposa sobre ellos ante los ojos de Dios. Presentar a Cristo a quienes nunca se les ha mostrado su necesidad de Él, nos parece que es ser culpables de echarles las perlas a los cerdos.

Si fuera verdad que Dios ama a cada miembro de la familia humana, ¿entonces por qué el Señor dijo a sus discípulos: «El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre… El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará» (Jn 14:21, 23)? ¿Por qué decir: «El que me ama, mi Padre le amará», si el Padre ama a todos? La misma limitación se encuentra en Proverbios 8:17: «Yo amo a los que me aman». Otra vez leemos: «Aborreces a todos los que hacen iniquidad», no únicamente las obras de iniquidad. He aquí pues un repudio rotundo a la enseñanza actual de que Dios odia el pecado pero ama al pecador. La Escritura dice: ¡«Aborreces a todos los que hacen iniquidad» (Sal 5:5)! «Dios está airado contra el impío todos los días» (Sal 7:11). «El que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él»; no dice «estará», sino que incluso ahora «está sobre él» (Jn 3:36). ¿Puede Dios ‘amar’ a aquel sobre quien está su ‘ira’? Una vez más, ¿no es evidente que las palabras, el «amor de Dios, que es en Cristo Jesús» (Ro 8:39) marca una limitación tanto en la esfera como en los objetos de su amor? Una vez más, ¿no queda claro que Dios no ama a todos en las palabras «A Jacob amé, mas a Esaú aborrecí» (Ro 9:13)? También está escrito: «Porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo» (Heb 12:6). ¿No enseña este versículo que el amor de Dios está restringido a los miembros de su propia familia? Si ama a todos los hombres sin excepción, entonces la distinción y limitación aquí mencionada no tiene mucho sentido. Por último, preguntamos: ¿es concebible que Dios ame a aquellos que serán condenados al lago de fuego? Porque si los ama ahora, también lo hará después, ya que sabemos que su amor no cambia. ¡En Él «no hay mudanza, ni sombra de variación»!

Volviendo ahora a Juan 3:16, debe ser evidente por los pasajes que se acaban de citar, que este versículo no resistirá el sentido que le suelen dar, «Porque de tal manera amó Dios al mundo». Muchos suponen que esto quiere decir toda la raza humana. Pero ‘toda la raza humana’ incluye a toda la humanidad desde Adán hasta el fin de la historia de la tierra; ¡tiene un alcance anterior y posterior! Considera, entonces, la historia de la humanidad antes del nacimiento de Cristo. Innumerables millones vivieron y murieron antes de que el Salvador viniera a la tierra, vivieron aquí «sin esperanza y sin Dios en el mundo» y, por lo tanto, pasaron a una eternidad de dolor. Si Dios los ‘amó’, ¿dónde se encuentra la menor prueba de ello? La Escritura declara que «en las edades pasadas (desde la torre de Babel hasta después de Pentecostés), Él (Dios) ha dejado a todas las gentes andar en sus propios caminos» (Hch 14:16). La Escritura declara que «como ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente reprobada, para hacer cosas que no convienen» (Ro 1:28). Dios dijo a Israel: «A vosotros solamente he conocido de todas las familias de la tierra» (Am 3:2). A la luz de estos sencillos pasajes, ¿quién sería tan necio como para insistir que Dios en el pasado amó a toda la humanidad? Lo mismo aplica con igual fuerza al futuro. Lee el libro de Apocalipsis, poniendo especial interés en los capítulos 8 al 19, donde se describen los juicios que se derramarán desde el cielo sobre esta tierra. Lee los terribles males, las espantosas plagas, las copas de la ira de Dios que serán derramadas completas sobre los malvados. Por último, lee el capítulo veinte de Apocalipsis, el juicio del gran trono blanco, y observa si puedes descubrir allí el más mínimo rastro de amor.

Pero el opositor regresa a Juan 3:16 y dice, ‘mundo significa mundo’. Cierto, pero hemos demostrado que ‘el mundo’ no quiere decir toda la familia humana. El hecho es que ‘el mundo’ se usa de una forma general. Cuando los hermanos de Cristo dijeron: «Muéstrate al mundo» (Jn 7:4), ¿lo que quisieron decir fue «Muéstrate a toda la humanidad»? Cuando los fariseos dijeron: «Mirad, el mundo se va tras él» (Jn 12:19), ¿lo que quisieron decir fue que ‘toda la familia humana’ acudía en masa a él? Cuando el apóstol escribió: «Vuestra fe se divulga por todo el mundo» (Ro 1:8), ¿lo que quiso decir fue que la fe de los santos de Roma era el tema de conversación de todo hombre, mujer y niño en la tierra? Cuando Apocalipsis 13:3 nos dice: «se maravilló toda la tierra en pos de la bestia», ¿debemos entender que no va a haber excepciones? Estos y otros pasajes que se podrían citar muestran que el término ‘el mundo’ muchas veces tiene una fuerza relativa más que una absoluta.

Ahora, lo primero que debemos tener en cuenta en relación a Juan 3:16 es que nuestro Señor estaba hablando a Nicodemo, un hombre que creía que las misericordias de Dios estaban confinadas a su propia nación. Cristo estaba anunciando que el amor de Dios, al dar a su Hijo, tenía a la vista un objetivo más grande y que fluía más allá de la frontera de Palestina y llegaba a ‘regiones más allá’. En otras palabras, este fue el anuncio de Cristo de que Dios tenía un propósito de gracia tanto para judíos como para gentiles. «De tal manera amó Dios al mundo», entonces, significa que el amor de Dios es internacional en su alcance. Pero, ¿quiere esto decir que Dios ama a todos los individuos entre los gentiles? No necesariamente, porque, como hemos visto, el término ‘mundo’ es general más que específico, relativo más que absoluto. El término ‘mundo’ en sí mismo no es concluyente. Para determinar quiénes son los objetos del amor de Dios debemos consultar otros pasajes en los que se menciona su amor.

En 2 Pedro 2:5 leemos del ‘mundo de los impíos’. Entonces, si hay un mundo de los impíos, debe haber también un mundo de los piadosos. Son estos últimos los que están a la vista en los pasajes que ahora vamos a considerar brevemente. «Porque el pan de Dios es aquel que descendió del cielo y da vida al mundo» (Jn 6:33). Ahora fíjate bien, Cristo no dijo, «ofrece vida al mundo», sino ‘da’. ¿Cuál es la diferencia entre estos dos términos? Esta: algo que se ‘ofrece’ se puede rechazar, pero algo que se ‘da’ necesariamente implica su aceptación. Si no se acepta, no se ‘da’ y simplemente se ofreció. Aquí, entonces, hay un texto bíblico que de una forma positiva declara que Cristo da vida (espiritual, vida eterna) ‘al mundo’. Ahora, Él no da vida eterna al ‘mundo de los impíos’ porque no la tendrán, porque no la quieren. Por lo tanto, estamos obligados a entender la referencia que se hace en Juan 6:33 como el ‘mundo de los piadosos’, es decir, el pueblo de Dios.
Uno más. En 2 Corintios 5:19 leemos: «Que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo». Lo que se quiere decir con esto claramente lo definen las palabras que siguen inmediatamente después: «no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados». Aquí otra vez ‘el mundo’ no puede significar el ‘mundo de los impíos’ porque sus ‘pecados’ les serán ‘imputados’ como lo mostrará el juicio del Gran Trono Blanco. Pero 2 Corintios 5:19 claramente enseña que hay un ‘mundo’ que ha sido ‘reconciliado’, reconciliado con Dios porque sus pecados no les han sido tomados en cuenta porque los sobrellevó su Sustituto. ¿Quiénes son ellos? Solo hay una respuesta posible: ¡el mundo del pueblo de Dios!

De manera similar, el ‘mundo’ en Juan 3:16 debe, en su análisis final, referirse al mundo del pueblo de Dios. Decimos ‘debe’ porque suponemos que no existe otra solución alternativa. No puede significar toda la raza humana, porque la mitad de la raza ya estaba en el infierno cuando Cristo vino a la tierra. Es injusto insistir en que quiere decir todos los seres humanos que ahora viven porque cualquier otro pasaje del Nuevo Testamento donde se menciona el amor de Dios, lo limita a su propio pueblo. ¡Busca y ve! Los objetos del amor de Dios en Juan 3:16 son precisamente los mismos objetos del amor de Cristo en Juan 13:1: «Antes de la fiesta de la pascua, sabiendo Jesús que su hora había llegado para que pasase de este mundo al Padre, como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin». Podemos admitir que nuestra interpretación de Juan 3:16 no es novedosa e inventada por nosotros, sino que es una que los reformadores y puritanos y muchos otros desde entonces dieron de un modo casi uniforme.

Es extraño, y sin embargo es verdad, que muchos que reconocen el gobierno soberano de Dios sobre las cosas materiales, pongan peros y discutan por nimiedades cuando insistimos en que Dios también es soberano en el ámbito espiritual. Pero su pelea es con Dios y no con nosotros. Hemos proporcionado la evidencia bíblica para apoyar todo lo presentado en estas páginas, y si eso no satisface a nuestros lectores, es inútil para nosotros tratar de convencerlos. Lo que nosotros escribimos está diseñado para los que sí se inclinan hacia la autoridad de la Santa Escritura, y es para su beneficio que nos proponemos examinar otros pasajes bíblicos que han sido reservados a propósito para este capítulo.

Pink, A. W.  La soberanía de Dios: Respuestas a objeciones comunes. (Extracto)
Soli Deo Gloria