El Caso del CREDO BAUTISMO
Lo que
aparece aquí es el inicio de la Primera Confesión Bautista de Londres de 1644.
Dice lo siguiente:
“Una
Censura de un libro publicado en el año 1644, titulado La Confesión de Fe de
aquellas Iglesias comúnmente (aunque erróneamente) llamadas Anabaptistas.
Suscrita
por ellos en representación de siete congregaciones de Cristo en Londres y
también de una congregación Francesa de la misma convicción.”
La
práctica de bautizar creyentes profesantes está basada en dos fundamentos
complementarios. El primero es un argumento que se desprende de los pactos en
las Escrituras. El segundo es un argumento a partir de los mandamientos en las
Escrituras relacionados con los pactos. Los credo-bautistas y los
paido-bautistas asumen con frecuencia, que el pueblo de un pacto dado recibe la
señal del pacto. Así, en el caso de los sujetos del bautismo uno tendría
simplemente que identificar el pueblo del pacto. Esto es insuficiente. La
administración de las ordenanzas del pacto está gobernada por leyes
específicas, las cuales deben ser obedecidas estrictamente. Por ejemplo, las
mujeres eran miembros del pacto con Abraham pero ellas no recibían la señal del
pacto, que era la circuncisión. Del mismo modo, los bebés varones eran
circuncidados, pero al octavo día. Como resultado, para determinar los sujetos
del bautismo uno tendría primero que identificar los pactos involucrados y
examinar las leyes que lo acompañan.
Un
argumento positivo de los credo-bautistas asegura que el pacto relevante
involucrado es el nuevo pacto, y que este es distinto de los demás pactos
bíblicos que le precedieron en la historia, en particular que el pacto con
Abraham. Para ponerlo de manera simple, el pacto con Abraham prometía
bendiciones terrenales a un pueblo terrenal (Abraham y su descendencia) en una
patria terrenal. Esta relación de pacto fue expandida y desarrollada en el
pacto con Moisés y en el pacto con David (el pacto con Moisés añadió leyes para
la vida en Canaán, y el pacto con David proveyó reyes sobre el pueblo). Estos
tres pactos establecieron y gobernaron el reino de Israel, compuesto por el
pueblo de Abraham. El nuevo pacto (i.e., el pacto de gracia) promete
bendiciones celestiales a un pueblo espiritual. Así, el nuevo pacto está
establecido sobre mejores promesas, promesas diferentes. Solamente el nuevo
pacto es el pacto de gracia, distinto de los pactos con los Israelitas.
El
reino de Israel y el reino de Cristo (la iglesia), aunque se distinguen por sus
pactos, están relacionados como un andamio a un edificio. La descendencia
natural de Abraham actuó como los trabajadores, constructores, recibiendo la
promesa del nacimiento del Mesías y encargados de preparar el camino para su
advenimiento (Mateo 20:1-16; Isaías 28:16; Mateo 21.42; Hechos 4.11; Efesios
2.20; I Pedro 2.6-7). Jesús estableció el reino de
Dios basado en la regeneración,
el arrepentimiento y la fe. Él predicó a su propio pueblo, Israel, pero su
verdadero y permanente pueblo era de un reino que no es de este mundo. Jesús
recibe como su propio pueblo a todos los que creen en Él, y el resto es
condenado por su pecado de incredulidad. La fe en Cristo, la cual es dada
solamente por Dios, es lo que define al pueblo de Cristo.
A
través de la historia de Israel, muchos entendieron las promesas mesiánicas y
miraron a Jesús por la fe antes de su venida (Hebreos 4.2-3; 11.13-16). El
pueblo de Dios (y por lo tanto la iglesia), considerado según el liderazgo y
beneficios de Cristo, no comienza con la encarnación. Esto fue posible porque
el reino de Israel y sus pactos fueron tipológicos. La tipología sostiene dos
verdades: por un lado un tipo tenía significado en su propio contexto mientras
que por el otro lado un tipo apuntaba a un significado más grande en Cristo, su
reino, y su pacto. Así como una huella no es un pie, ni una sombra es una
persona, pero nos da información acerca de lo que representan, así un tipo no es
su anti-tipo pero revela al anti-tipo. El autor de los Hebreos establece muy
claramente que la sangre de los sacrificios Israelitas no podían perdonar ¿Por
qué? Porque aunque aquellos sacrificios tenían un significado en el contexto de
Israel, i.e., la purificación de la carne, no eran el sacrificio de Cristo y no
podían purificar la conciencia (Hebreos 10-1-4, 12-14). Pablo mira los tratos
de Dios con Abraham de la misma manera al llamar a los creyentes descendientes
de Abraham y encontrando un significado mayor en la palabra “simiente”
relacionándola con Cristo y no simplemente con la posteridad de Abraham
(Gálatas 3.7,9, 16, 27-29). No se trata de uno o el otro, como si las promesas
hubieran sido hechas solamente a Abraham y a sus hijos naturales o a Cristo y a
su descendencia (incluido Abraham). Es a ambos, cada uno en particular pero
relacionados en un contexto de tipo o anti-tipo. Y así el reino y los pactos de
Israel no fueron el reino y el pacto de Cristo aunque conducían hacia su
nacimiento y la revelación de verdades sobre él a lo largo del camino. Los
santos del Antiguo Testamento fueron salvados por la promesa de aquel que
habría de venir, y el pacto que sería establecido. En consecuencia los
Bautistas no usan el reino de Israel y sus pactos como el modelo para la
iglesia. Son distintos.
Podemos
añadir mayor claridad a la membresía de un pacto dado al mirar a la cabeza
federal. Dios establece pactos con la humanidad por medio de cabezas federales,
y designa la descendencia que ellos representan. Adán, Noé, y Abraham cada uno
representa un grupo de personas, su descendencia natural. David representa su
descendencia natural en el pacto que Dios hizo con David, y él y sus hijos
representaron a la nación de Israel en el pacto mosaico. Cristo también
representa un grupo de personas, su descendencia natural (o sobrenatural) – los
elegidos.
Dios el
Padre asigno al Hijo como cabeza del pacto en el pacto de la redención. Los
cantos del Siervo en Isaías proveen un reflejo de este encargo (Isaías 42.1-7; 49.1-13;
52.13; 53.12). Jehová declara que el Siervo del SEÑOR verá descendencia al
ofrecerse a sí mismo como substituto sacrificial por medio de lo cual ellos
serían contados por justos (Isaías 53.10-11). El Siervo representa un pueblo, y
sus pecados son perdonados en su sangre. Esta es una descripción del nuevo
pacto, establecido en la sangre de Cristo y trayendo perdón de pecados a todo
el pueblo de Cristo (Jeremías 31.31-34; Mateo 26.26-29; Hebreos 8). Los
evangelios contienen expresiones magníficas del entendimiento consciente de
Jesús con respecto a su misión, habiendo sido enviado por el Padre para redimir
a un pueblo específico (Lucas 4.16-21; Juan 6.35-40; 8.42-47; 10.25-30;
17.1-26). Por lo tanto nosotros usamos el pacto de redención, no el pacto con
Abraham, como patrón para la membresía en el nuevo pacto porque es ahí donde se
establece a Cristo como la cabeza federal.
La
descendencia de Cristo nace mediante el poder regenerador del Espíritu Santo y
unida a Cristo por el Espíritu por medio de la fe. Como Pablo dice enRomanos
8.9, “… si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él”. Por estas
razones, debemos reconocer la seriedad de afirmar que uno es de Cristo y de su
pacto. Es una afirmación que implica la posesión de salvación.
Mirar la
relación padres-hijos es un intento incorrectamente dirigido para entender la
membresía del pacto. Re-dirigir nuestra atención a la cabeza federal, trae
claridad y precisión escritural al asunto. Nosotros culpamos a Adán, no a
nuestros padres, por la maldición. Los Israelitas miraban a Abraham, no a sus
padres, para reclamar a Canaán y sus bendiciones, y miraban a la conducta del
rey, no a sus padres, para seguir poseyendo la tierra. Del mismo modo, los
niños tienen que mirar a Cristo, no a sus padres, para pertenecer a su pacto.
De manera consecuente, nunca ha habido un pacto en el cual “los creyentes y sus
hijos” constituyan el paradigma de la membresía del pacto. La promesa
(salvación en general, y recibir el Espíritu en particular) es ofrecida a todo
el mundo (Hechos 2.16-41). Nacemos bajo Adán como la cabeza federal, y nadie
escapa del dominio de las tinieblas hasta que Dios lo transfiera “al reino de
su amado hijo, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados”
(Colosenses 1.12-14).
El
primero de los siete argumentos demuestra la distinción del nuevo pacto con los
pactos Israelitas y la restricción de sus miembros a Cristo, su cabeza federal.
Ahora podemos examinar los mandamientos del pacto. Esto es importante porque el
razonamiento (“si esto, entonces aquello”), aunque importante, válido y
necesario en la teología en general, no es válido al observar las leyes
positivas (leyes que dependen solamente de lo que ha sido mandado). Únicamente
un mandamiento de las Escrituras, sea de Cristo, las epístolas, o el ejemplo
apostólico, puede instituir o regular los sacramentos del nuevo pacto que son
el bautismo y la cena del Señor. No solamente sería ilegítimo usar otras
ordenanzas para gobernar el nuevo pacto, sino que no podemos desviarnos del
mandamiento de Dios basados en inferencias: Si Dios demanda las primicias del
rebaño, ¿las primicias de mis frutos deberían agradarle también? No funciona
así (Génesis 4.1-7; Levítico 10.1-3)
El
mandamiento de Cristo es hacer discípulos a las naciones y luego bautizarlos
(Mateo 28.18-20). Los candidatos para el bautismo son aquellos que han
respondido al evangelio en fe (Hechos 2.41). Esto concuerda con la naturaleza
del nuevo pacto y con el ejemplo de los apóstoles. Aun en el caso del
“silencio” relativo de bautismos de casas [familias], lo cual tendemos a leer a
través de los lentes de sistemas extensivos que les preceden, podría al menos
decirse que aunque no se mencionan infantes, las profesiones de fe de casas
completas sí son mencionados (Hechos 10.44-48; 11.14, 17; 16.31; 18.8).
La
naturaleza objetiva del pacto, y la naturaleza subjetiva de la profesión de fe
produce una eclesiología bautista y una doctrina del bautismo. La iglesia es el
reino de Cristo, establecida y gobernada por su pacto y llenada por su pueblo,
nacido de nuevo y por el poder del Espíritu Santo. La elección y la
regeneración son realidades objetivas del pacto realizado por Dios mismo. Pero
¿cómo debe ser gobernada la iglesia visible? ¿Cómo se identifican los hijos de
Dios? El llanto del nuevo nacimiento de un hijo de Dios, sin importar su edad,
es la fe en Jesucristo. Y deben ser admitidos o removidos por la profesión
práctica de fe y doctrina de cada individuo.
Como
creemos que la fe es el don de Dios (Efesios 2.9) y que todo aquel que invocare
el nombre del Señor será salvo (Romanos 10.13), tenemos razones escriturales
para presumir que todos los creyentes profesantes son verdaderos hijos de Dios.
Pero como la profesión de fe es subjetiva, habrá falsos creyentes en medio nuestro.
¿Cuál es su relación con el pacto de Cristo? Objetivamente, no hay ninguna.
Ellos no pertenecen a Cristo, tomando en cuenta que nunca se han arrepentido ni
han creído. Sin embargo, se les hace responsables por su traición. Cuando un
espía es descubierto, un país no debe liberarle y enviarle a su tierra bajo la
falsa noción de que no tienen autoridad sobre él. Por el contrario, el espía es
responsable ante las leyes del país en el cual cometió los crímenes. Así
también, los falsos creyentes no son liberados sin acción alguna. Ellos son
responsables ante el Rey, Jesucristo, y son removidos del cuerpo de Cristo por
la excomunión. Los pasajes de advertencias en las Escrituras hacen que las
ovejas corran a Cristo y que las cabras huyan de Cristo.
Admitir
y sacar individuos con base en la profesión de fe produce un valor de identidad
a futuro para unirse y dejar la iglesia. Aquellos que se unen al reino de
Cristo afirman tener salvación en Él mientras que aquellos que son excluidos
son declarados fuera de la salvación, ambas cosas por la operación del juicio
humano según el criterio y mandamientos escriturales.
El
bautismo representa las promesas de Dios y la confianza del creyente en ellas.
Simboliza la promesa de que todos aquellos que confían en Cristo han probado la
muerte y el juicio en Él y se han levantado como nuevas criaturas. El bautismo
es también la afirmación pública de confianza en esas promesas y una
declaración de que son una nueva creación. Sepultados con Cristo en las aguas
de la muerte, el creyente se levanta, simbólicamente, vivo en Él (Romanos
6.1-11). No es un símbolo de lo que podría darse en el futuro, sino lo que el
individuo lo afirma como una verdadpresente.
En
conclusión, todo comienza y termina con Jesucristo. Debemos ser fieles a su
pacto y a sus mandamientos. Los Bautistas creen que las Escrituras enseñan que
el pacto de Cristo perdona los pecados de todos sus miembros, que las ovejas
falsas son simplemente ovejas falsas, y que el bautismo es un símbolo de las
realidades objetivas del nuevo pacto y de la participación del creyente en
ellas. Sabiendo que todos los que invocan el nombre del Señor serán salvos,
luchemos junto con nuestros hermanos paido-bautistas, por proclamar ese
precioso nombre al mundo, a pensar de las diferencias que tenemos en este
punto.
Por
Samuel Reniham (traducido con permiso por Alexander León)
Soli Deo Gloria