“No te harás imagen, ni
ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni
en las aguas debajo de la tierra” (Éx. 20:4)
Dios se opone a los ídolos
para que todos sepan que él es el único apto para dar testimonio de sí mismo. A
fin de acomodarse al intelecto rudo y burdo del hombre, las Escrituras usan,
usualmente, términos populares para lograr su objetivo de marcar una clara
diferencia entre el Dios verdadero y los dioses ajenos. De manera específica se
opone a los ídolos. No que apruebe lo que los filósofos enseñan con más
elegancia y sutileza, sino para poder exponer mejor la insensatez y la locura
del mundo en sus interrogantes relacionados con Dios, cuando cada uno se aferra
a sus propias especulaciones. Esta definición exclusiva, que uniformemente
encontramos en las Escrituras, anula toda deidad que los hombres conciben para
sí mismos de motu propio; siendo que el propio Dios es el único apto para dar
testimonio de sí mismo. Dado que esta brutal estupidez se ha extendido por todo
el globo, que los hombres ansían contar con formas visibles de Dios y, por
ende, fabrican deidades de madera, piedra, plata y oro, o de cualquier otra
materia muerta y corruptible, nosotros debemos mantener como un principio
primordial que toda vez que alguna forma es vista como Dios, su gloria se
corrompe por una mentira impía. En consecuencia, en la Ley, Dios se adjudicó la
gloria de la divinidad a él mismo solamente; cuando pasa a mostrar qué clase de
adoración aprueba y rechaza, agrega inmediatamente: “No te harás imagen, ni
ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni
en las aguas debajo de la tierra” (Éx. 20:4). Con estas palabras frena
cualquier intento licencioso que podemos hacer para representarlo por medio de
una forma visible y enumera brevemente todas las formas por medio de las cuales
la superstición había comenzado, aun mucho antes, de convertir su verdad en una
mentira. Porque sabemos que el sol era adorado por los persas. Cada estrella
que veían en el firmamento, representaba un dios para ellos. Para los egipcios,
cada animal era una figura de Dios. También los griegos se vanagloriaban de su
sabiduría superior de adorar a Dios bajo una forma humana. Pero Dios no hace
nunca ninguna comparación entre imágenes como si una u otra fuera apropiada en
mayor o menor grado; rechaza sin excepción toda forma e imagen y cualquier otro
símbolo por el cual los supersticiosos imaginan que lo pueden acercar a ellos.
2. Razones de esta
prohibición expresada por Moisés, Isaías y Pablo. Lo siguiente puede inferirse
de las razones que el Señor anexa a su prohibición. Primero, en los libros de
Moisés dice: “Guardad, pues, mucho vuestras almas; pues ninguna figura visteis
el día que Jehová habló con vosotros de en medio del fuego; para que no os
corrompáis y hagáis para vosotros escultura, imagen de figura alguna” (Dt.
4:15-16), etc. Veamos con cuánta claridad Dios se pronuncia contra toda figura,
para hacernos conscientes de que todo anhelo por tales formas visibles es
rebelión contra él. Segundo, en cuanto a los profetas, basta con mencionar a
Isaías, quien es el que más escribe sobre este tema (Is. 40:18; 41:7, 29; 45:9;
46:5), a fin de mostrar cómo la majestad de Dios es profanada por una ficción
absurda e inapropiada, cuando él, quien es incorpóreo, es asimilado a la
materia corporal, él, quien es invisible, a una imagen visible, él, que es
espíritu, a un objeto inanimado y él, que llena todo espacio, a un pedazo
miserable de madera, de piedra o de oro.
En tercer lugar, también
Pablo razona de la misma manera: “Siendo, pues, linaje de Dios, no debemos
pensar que la Divinidad sea semejante a oro, o plata, o piedra, escultura de
arte y de imaginación de hombres” (Hch. 17:29). Por lo tanto, es evidente que
cualquier estatua esculpida o cuadro pintado para representar a Dios le es
totalmente desagradable, un insulto a su majestad. ¿Y es de extrañar que el
Espíritu Santo brame tales respuestas del cielo, cuando compele a idólatras
ciegos y miserables que hagan una confesión similar sobre la tierra? La queja
de Séneca4, que Agustín5 recoge, dice: “Dedican imágenes hechas de materia sin
valor y sin movimiento a inmortales sagrados e inviolables. Les dan la
apariencia humana, de bestias y peces, algunos les asignan los dos sexos en un
mismo cuerpo o con partes del cuerpo mezcladas o heterogéneas. Los llaman
dioses cuando, si tuvieran aliento y de pronto se los encontraran, los considerarían
monstruos”.
Por lo cual, decimos
nuevamente, que es obvio que los defensores de las imágenes se justifican con
excusas vanas diciendo que se las prohibieron a los judíos por ser estos
propensos a la superstición, como si la prohibición que el Señor fundamenta en
sus propias esencias eternas y el curso uniforme de la naturaleza, pudiera
limitarse a una sola nación. Además, cuando Pablo refutó el error de
representar corporalmente a Dios, se estaba dirigiendo a los atenienses, no a
los judíos.
4. Lucio Anneo Séneca (c.
4 a. de JC-65 d. de JC) – Filósofo y estadista estoico romano.
5. Aurelio Agustín, obispo
de Hipona (354-430) – Tomado de City of God (La ciudad de Dios).
___________
Juan Calvino (1509-1564):
Padre de la teología reformada. Durante su ministerio en Génova, que duró casi
veinticinco años, Calvino dictaba conferencias a estudiantes de teología y
predicaba un promedio de cinco sermones por semana. Escribió comentarios sobre
casi todos los libros de la Biblia y numerosos tratados. Su correspondencia
llena once tomos. Nació en Noyon, Picardia, Francia.
Tomado de Institutes of
the Christian Religion (Instituciones de la religión cristiana), Tomo I, xi.
Traducción de Beveridge [al inglés] (1800).
Publicado con permiso de
Chapel Library.
“No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra” (Éx. 20:4)
Dios se opone a los ídolos
para que todos sepan que él es el único apto para dar testimonio de sí mismo. A
fin de acomodarse al intelecto rudo y burdo del hombre, las Escrituras usan,
usualmente, términos populares para lograr su objetivo de marcar una clara
diferencia entre el Dios verdadero y los dioses ajenos. De manera específica se
opone a los ídolos. No que apruebe lo que los filósofos enseñan con más
elegancia y sutileza, sino para poder exponer mejor la insensatez y la locura
del mundo en sus interrogantes relacionados con Dios, cuando cada uno se aferra
a sus propias especulaciones. Esta definición exclusiva, que uniformemente
encontramos en las Escrituras, anula toda deidad que los hombres conciben para
sí mismos de motu propio; siendo que el propio Dios es el único apto para dar
testimonio de sí mismo. Dado que esta brutal estupidez se ha extendido por todo
el globo, que los hombres ansían contar con formas visibles de Dios y, por
ende, fabrican deidades de madera, piedra, plata y oro, o de cualquier otra
materia muerta y corruptible, nosotros debemos mantener como un principio
primordial que toda vez que alguna forma es vista como Dios, su gloria se
corrompe por una mentira impía. En consecuencia, en la Ley, Dios se adjudicó la
gloria de la divinidad a él mismo solamente; cuando pasa a mostrar qué clase de
adoración aprueba y rechaza, agrega inmediatamente: “No te harás imagen, ni
ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni
en las aguas debajo de la tierra” (Éx. 20:4). Con estas palabras frena
cualquier intento licencioso que podemos hacer para representarlo por medio de
una forma visible y enumera brevemente todas las formas por medio de las cuales
la superstición había comenzado, aun mucho antes, de convertir su verdad en una
mentira. Porque sabemos que el sol era adorado por los persas. Cada estrella
que veían en el firmamento, representaba un dios para ellos. Para los egipcios,
cada animal era una figura de Dios. También los griegos se vanagloriaban de su
sabiduría superior de adorar a Dios bajo una forma humana. Pero Dios no hace
nunca ninguna comparación entre imágenes como si una u otra fuera apropiada en
mayor o menor grado; rechaza sin excepción toda forma e imagen y cualquier otro
símbolo por el cual los supersticiosos imaginan que lo pueden acercar a ellos.
2. Razones de esta
prohibición expresada por Moisés, Isaías y Pablo. Lo siguiente puede inferirse
de las razones que el Señor anexa a su prohibición. Primero, en los libros de
Moisés dice: “Guardad, pues, mucho vuestras almas; pues ninguna figura visteis
el día que Jehová habló con vosotros de en medio del fuego; para que no os
corrompáis y hagáis para vosotros escultura, imagen de figura alguna” (Dt.
4:15-16), etc. Veamos con cuánta claridad Dios se pronuncia contra toda figura,
para hacernos conscientes de que todo anhelo por tales formas visibles es
rebelión contra él. Segundo, en cuanto a los profetas, basta con mencionar a
Isaías, quien es el que más escribe sobre este tema (Is. 40:18; 41:7, 29; 45:9;
46:5), a fin de mostrar cómo la majestad de Dios es profanada por una ficción
absurda e inapropiada, cuando él, quien es incorpóreo, es asimilado a la
materia corporal, él, quien es invisible, a una imagen visible, él, que es
espíritu, a un objeto inanimado y él, que llena todo espacio, a un pedazo
miserable de madera, de piedra o de oro.
En tercer lugar, también
Pablo razona de la misma manera: “Siendo, pues, linaje de Dios, no debemos
pensar que la Divinidad sea semejante a oro, o plata, o piedra, escultura de
arte y de imaginación de hombres” (Hch. 17:29). Por lo tanto, es evidente que
cualquier estatua esculpida o cuadro pintado para representar a Dios le es
totalmente desagradable, un insulto a su majestad. ¿Y es de extrañar que el
Espíritu Santo brame tales respuestas del cielo, cuando compele a idólatras
ciegos y miserables que hagan una confesión similar sobre la tierra? La queja
de Séneca4, que Agustín5 recoge, dice: “Dedican imágenes hechas de materia sin
valor y sin movimiento a inmortales sagrados e inviolables. Les dan la
apariencia humana, de bestias y peces, algunos les asignan los dos sexos en un
mismo cuerpo o con partes del cuerpo mezcladas o heterogéneas. Los llaman
dioses cuando, si tuvieran aliento y de pronto se los encontraran, los considerarían
monstruos”.
Por lo cual, decimos
nuevamente, que es obvio que los defensores de las imágenes se justifican con
excusas vanas diciendo que se las prohibieron a los judíos por ser estos
propensos a la superstición, como si la prohibición que el Señor fundamenta en
sus propias esencias eternas y el curso uniforme de la naturaleza, pudiera
limitarse a una sola nación. Además, cuando Pablo refutó el error de
representar corporalmente a Dios, se estaba dirigiendo a los atenienses, no a
los judíos.
4. Lucio Anneo Séneca (c.
4 a. de JC-65 d. de JC) – Filósofo y estadista estoico romano.
5. Aurelio Agustín, obispo
de Hipona (354-430) – Tomado de City of God (La ciudad de Dios).
___________
Juan Calvino (1509-1564):
Padre de la teología reformada. Durante su ministerio en Génova, que duró casi
veinticinco años, Calvino dictaba conferencias a estudiantes de teología y
predicaba un promedio de cinco sermones por semana. Escribió comentarios sobre
casi todos los libros de la Biblia y numerosos tratados. Su correspondencia
llena once tomos. Nació en Noyon, Picardia, Francia.
Tomado de Institutes of the Christian Religion (Instituciones de la religión cristiana), Tomo I, xi. Traducción de Beveridge [al inglés] (1800).
Publicado con permiso de
Chapel Library.
Soli Deo Gloria