En
estos días que vivimos existe mucha confusión sobre el verdadero significado de
la adoración. Pero se debe adorar a ÉL a causa de su naturaleza y sus
perfecciones, tanto internos como externos; tanto con los cuerpos y las almas
de los hombres; y tanto privados como públicos; en el armario, en la familia y
en la iglesia de Dios; como la oración, la alabanza, la asistencia en la
palabra y las ordenanzas y todo conforme á su voluntad.
En
muchas iglesias es conocido como un tiempo de canciones, una clase especial de
música, experiencias emocionales fuertes o incluso místicas de cierta
cercanía a Dios, etc. hasta se motiva a la gente a ser adoradores sin
saber lo que esto implica y por falta de conocimiento se los lleva a una
práctica distorsionada de la verdadera adoración.
La palabra hebrea para adoración tiene que ver con
inclinarse, postrarse. De ahí que Dios manda en su ley que no debemos
inclinarnos o postrarnos ante imágenes, pues sólo a Dios hay que adorar.
La palabra griega que encontramos en el N.T. nos amplia el concepto
relacionándolo al servicio y al culto, tanto en la expresión privada como
pública.
En términos generales podemos decir que la
adoración es mucho más que un acto, es la actitud que está detrás de
cada acto, particularmente aquellos donde somos conscientes de
la presencia de Dios.
En Juan 12:1-8 se relata la historia de María la hermana de
Lázaro y Marta que ungió los pies de Jesús con un perfume muy costoso y los
secó con sus cabellos. Este acto es una preciosa ilustración de la adoración
verdadera y como a Dios le agrada. Jesús había enseñado que los verdaderos
adoradores debía adorar en espíritu y en verdad, esa es la adoración que le
agrada al Padre. Si es en espíritu es gobernada por el espíritu, no por lo
físico o externo. Algunos pretenden dar rienda suelto a su cuerpo justificándolo como
adoración, pero es no es espiritual, es carnal, es físico e incluso muchas
veces es pecaminoso.
Cuando la adoración es en Espíritu el
espíritu gobierna al cuerpo. Empieza en el espíritu, en lo profundo del alma
humana en búsqueda de Dios y se rinde en obediencia y devoción con santo temor,
reconociendo lo sublime de Dios, humillándose ante su presencia, su
santidad, su gran poder. La verdadera adoración lleva más a postrarse, a
arrodillarse, a permanecer en reposo, a cerrar los ojos que a mover todo el
cuerpo en forma descontrolada. No es tampoco una expresión de
solemnidad fría y sin emociones; el ceremonialismo apático y
superficial es muchas veces evidencia de hipocresía, de cumplir con un rito sin
un corazón agradecido y sorprendido por la grandeza de Dios.
La adoración que es en verdad es conforme a
la palabra de Dios. No puede ser contraria a ella sino estaría basada en una
mentira y no sería adoración verdadera. Jesucristo es la verdad y su Palabra
correctamente interpretada en dependencia del Espíritu Santo nos guía
a toda verdad. La adoración que deja de lado el evangelio y la doctrina será
sin duda una adoración incorrecta, un fuego extraño en la presencia de Dios,
algo que él aborrece y rechaza de forma tan clara en las Escrituras. Con mucha
razón el Señor Jesucristo reprochó la hipocresía de muchos diciendo: Este
pueblo de labios me honra, pero en su corazón están lejos de mi.
La adoración verdadera contiene ciertos elementos que vemos
en María en esa cena en Betania:
Amor: Un amor que
brota hacia Cristo porque ha comprendido en alguna medida el amor de Cristo
hacia uno.
Fe en Jesucristo
como único medio de salvación y perdón de nuestros pecados para estar
en paz con Dios.
Gratitud por la
salvación y las bondades de Dios sobre nuestra vida.
Humildad al no
considerar la adoración como algo digno de mérito sino mas bien un privilegio
de su gracia. Se centra en Cristo y su gloria no en quien adora.
Entrega al rendir
nuestras vidas por completo y sin reservas en servicio y obediencia a Dios.
Intimidad, cercanía profunda
para conocerle más al saber que él nos conoce completamente y a pesar de eso
nos da el privilegio de estar en su presencia.
La verdadera adoración es exclusiva de los creyentes, de
los discípulos de Jesús. Quien no ha sido regenerado, quien no se ha
arrepentido de sus pecados y confiado en Jesucristo como el Señor y Salvador
nunca podrá adorar verdaderamente. Judas estuvo al lado del Señor por muchos
años, pero nunca entendió ni practicó la verdadera adoración. Sólo por medio
del nuevo nacimiento una persona puede ver el reino de Dios y entrar en él.
Sólo aquellos a quien Cristo ha abierto los ojos para que salgan de las
tinieblas a su luz admirable, sólo los que estuvieron muertos en delitos y
pecados pero Dios le dio vida, sólo aquellos que eran incrédulos y rebeldes
hijos de ira pero Dios les dio fe para creer en el evangelio y seguir al
Salvador, sólo ellos pueden adorar en espíritu y en verdad.
Confesión Bautista de fe de 1689 dice: De la
adoración religiosa y del día de reposo (Confesión Bautista de Londres 1689)
1. La luz de la naturaleza muestra que hay un Dios, que
tiene señorío y soberanía sobre todo; es justo, bueno y hace bien a
todos; y que, por lo tanto, debe ser temido, amado, alabado, invocado,
creído y servido con toda el alma, con todo el corazón y con todas las
fuerzas.1 Pero el modo aceptable de adorar al verdadero Dios fue instituido por
él mismo, y está de tal manera limitado por su propia voluntad revelada
que no se debe adorar a Dios conforme a las imaginaciones e invenciones de los
hombres o a las sugerencias de Satanás, ni bajo ninguna representación
visible ni en ningún otro modo no prescrito en las Sagradas Escrituras.2
1. Jer. 10:7; Mr. 12:33.
2. Gn. 4:1-5; Ex. 20:4-6; Mt. 15:3,8,9; 2 R. 16:10-18; Lv.
10:1-3; Dt. 17:3; 4:2; 12:29-32; Jos. 1:7; 23:6-8; Mt. 15:13; Col. 2:20-23; 2
Ti. 3:15-17.
¿Eres tu un verdadero adorador?
Soli Deo Gloria