miércoles, 13 de noviembre de 2024

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Cómo educar a los hijos para Dios

" Llévate a este niño y críamelo, y yo te daré tu salario". —Éxodo 2:9

Estas palabras fueron dichas por la hija de Faraón a la madre de Moisés. Es muy probable que no sea necesario informar de las circunstancias que las ocasionaron. Seguramente no es necesario decir que, al poco tiempo de nacer este futuro líder de Israel, sus padres se vieron obligados, por la crueldad del Faraón egipcio, a esconderlo en una arquilla de juncos a la orilla del río Nilo. Estando allí, fue encontrado por la hija de Faraón. Su llanto infantil la movió a compasión con tanto poder que decidió, no sólo rescatarlo de una tumba de agua, sino educarlo como si fuera de ella. Miriam, la hermana de Moisés, quien había observado todo sin ser vista, se acercó ahora como alguien que desconocía las circunstancias que habían ocasionado que el niño estuviera allí. Al escuchar la decisión de la princesa, Miriam ofreció conseguir una mujer hebrea para que cuidara al niño hasta tener edad suficiente como para aparecer en la corte de su padre. Este ofrecimiento fue aceptado, por lo que Miriam fue inmediatamente y llamó a la madre a quien la princesa le encomendó el niño con las palabras de nuestro texto: “Lleva este niño y críamelo, y yo te lo pagaré”.

Con palabras similares, se dirige Dios a los padres. A todos los que les da la bendición de tener hijos, dice en su Palabra y por medio de la voz de su Providencia: “Lleva este niño y edúcalo para mí, y yo te lo pagaré”. Por lo tanto, usaremos este pasaje para mostrar lo que implica educar a los hijos para Dios.

1.     Son hijos de Él más bien que nuestros

Lo primero que implica educar a los hijos para Dios, es tener conciencia y una convicción sincera, de que son propiedad de Él, hijos de Él más bien que nuestros. Nos encarga su cuidado por un tiempo, con el mero propósito de formarlos de la misma manera como ponemos a nuestros hijos bajo el cuidado de maestros humanos con el mismo propósito. A pesar de lo cuidadosos que seamos para educar a los hijos, no podemos decir que los educamos para Dios, a menos que creamos que son de Él porque, si creemos que son exclusivamente nuestros, los educaremos para nosotros mismos y no para Él. Saber que son de Él es sentir profundamente y estar convencidos de que Él tiene un derecho soberano de hacer con ellos lo que quiere y de quitárnoslos cuando Él disponga. Que son de Él y que Él posee este derecho es evidente, según innumerables pasajes de las Sagradas Escrituras. Éstas nos dicen que Dios es el que forma nuestro cuerpo y es el Padre de nuestro espíritu, que todos somos sus hijos y que, en consecuencia, no somos nuestros, sino de Él. También nos aseguran que tal como es de Él el alma del padre y la madre, de Él  es el alma de los hijos. Dios reprendió y amenazó varias veces a los judíos porque sacrificaban los hijos de él en el fuego de Moloc (Ez. 16:20-21). A pesar de lo claro y explícito que son estos pasajes, son pocos los padres que parecen sentir su fuerza. Son pocos los que parecen sentir y actuar como si tuvieran conciencia de que ellos y los suyos son propiedad absoluta de Dios, que ellos son meramente padres temporales de sus hijos y que, en todo lo que hacen para ellos, debieran estar actuando para Dios. Pero resulta evidente que tienen que sentir esto antes de poder criar a sus hijos para Él porque ¿cómo pueden educar a sus hijos para un ser cuya existencia no conocen, cuyo derecho a ellos no reconocen y cuyo carácter no aman?

2. Dedícalos para ser de Él eternamente

Una segunda implicación, muy relacionada con lo anterior de educar a los hijos para Dios, se trata de dedicarlos o entregarlos sincera y seriamente para ser de Él eternamente. Ya hemos demostrado que son propiedad de Él y no nuestra. Al decir, dedicarlos a Él, queremos decir sencillamente que reconocemos explícitamente esta verdad o que reconocemos que los consideramos enteramente de Él y que los entregamos sin reservas a Él para el tiempo y la eternidad… Si nos negamos a dárselos a Dios, ¿cómo podemos decir que los educamos para Él?

3. Ten las motivaciones correctas

En tercer lugar, si educamos a nuestros hijos para Dios, tenemos que hacer todo lo que hacemos por ellos basados en motivaciones correctas. Casi la única motivación que las Escrituras consideran correcta es hacerlo para la gloria de Dios y tener un anhelo devoto de promoverla; y no considerar que nada se hace realmente para Dios que no fluya de esta fuente. Sin esto, por más ejemplar que sea, no hacemos más que dar fruto para nosotros mismos y no somos más que una vid sin vida. Por lo tanto, tenemos que ser gobernados por esta motivación al educar a nuestros hijos si queremos educarlos para Dios y no para nosotros mismos. En todos nuestros cuidados, trabajos y sufrimientos por ellos, una consideración por la gloria divina debe ser el incentivo principal que nos mueve. Si actuamos meramente basados en nuestro afecto paternal y maternal, no actuamos basados en un principio más elevado que el de los animales irracionales a nuestro alrededor, muchos de los cuales parecen amar a sus hijos con no menos ardor ni estar menos listos para enfrentar peligros, esfuerzos y sufrimientos para promover su felicidad que nosotros para promover el bienestar de los nuestros. Pero si el afecto paternal puede ser santificado por la gracia de Dios y las obligaciones paternales santificadas por un anhelo de promover su gloria, entonces nos elevamos por encima del mundo irracional para ocupar nuestro lugar correcto y poder educar a nuestros hijos para Dios. Aquí podemos observar que la verdadera religión, cuando prevalece en el corazón, santifica todo. Hace que aun las acciones más comunes de la vida sean aceptables a Dios y les da una dignidad e importancia que en sí mismas no merecen… Por lo tanto, el cuidado y la educación de los hijos, por más insignificantes que le parezcan a algunos, deben realizarse teniendo en cuenta la gloria divina. Cuando así se hace, se convierte en una parte importante de la verdadera religión.

4. Edúcalos para su servicio

En cuarto lugar, si hemos de educar a nuestros hijos para Dios, tenemos que educarlos para su servicio. Los tres puntos anteriores que hemos mencionado se refieren principalmente a nosotros mismos y nuestras motivaciones. Pero este punto tiene una relación más inmediata con nuestros hijos mismos. A fin de capacitarnos para instruir y preparar a nuestros hijos para el servicio de Dios, tenemos que estudiar diligentemente su Palabra para asegurarnos de lo que Él requiere de ellos, tenemos que orar con frecuencia pidiendo la ayuda de su Espíritu para ellos, al igual que para nosotros… Hemos de cuidarnos mucho de decir o hacer algo que pueda, ya sea directa o indirectamente, llevarlos a considerar la fe cristiana como algo de importancia secundaria. Por el contrario, hemos de trabajar constantemente para poner en sus mentes la convicción de que consideramos la fe cristiana como la gran ocupación de la vida, el favor de Dios como el único objetivo al cual apuntamos y el disfrutar de Él de aquí en adelante como la única felicidad, mientras que, en comparación, todo lo demás es de poca importancia.

Tomado de “Children to Be Educated for God” (Los hijos han de ser educados para Dios) en The Complete Works of Edward Payson, Vol. III (Las obras completas de Edward Payson, Tomo III), reimpreso por Sprinkle Publications.

Edward Payson (1783-1827): Predicador norteamericano congregacional; pastor de la Congregational Church de Portland, Maine; nacido en Rindge, Nueva Hampshire, Estados Unidos.

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Soli Deo Gloria



martes, 12 de noviembre de 2024

EL PELIGRO DEL ANTINOMIANISMO

¿Continuaremos en pecado para que la gracia abunde?  Romanos 6:1

La premisa es verdadera de que donde el pecado ha abundado, la gracia ha abundado aún más. Pero la conclusión que se saca de esa premisa de que, por lo tanto, podemos seguir pecando a nuestro antojo, como demuestra el apóstol, es una conclusión que debe recibir el anatema apostólico. Es de vital importancia que reconozcamos que la premisa en la que se basa esa conclusión de que la gracia sobreabunda sobre el pecado es una premisa que es bíblica, apostólica y verdadera, y que proviene del corazón mismo del evangelio y del corazón de nuestro Señor Jesucristo, también esta premisa alerta no a una vida licenciosa para abusar de la gracia recibida de parte del Señor.

Entonces veamos...

En primer lugar, quiero que examinemos juntos algo de la naturaleza del antinomianismo. Uno podría incluso decir, como veremos, la naturaleza del antinomianismo, porque tiene muchas caras.

En segundo lugar, quiero dirigir su atención a una causa práctica del antinomianismo, no la causa exclusiva, sino una causa práctica y común del antinomianismo.

Y en tercer y último lugar, quiero que examinemos, según nos lo permita el tiempo, los asuntos que están en juego en la controversia antinomiana.

En primer lugar, entonces, permítanme decir algo sobre la naturaleza del antinomianismo.

El uso histórico de la expresión antinomiano, como probablemente usted sepa, parece haber surgido en los días del gran reformador Martín Lutero. Tal vez recuerde su énfasis en la justificación por la gracia gratuita que produce la libertad del hombre cristiano, como él nos llama, el hombre más libre de todos, que es Señor de todo. Y en el período de finales de la década de 1530, alrededor de 1537, uno de los amigos de Lutero, tomó esta gran predicación de la gracia gratuita y comenzó a llevarla a conclusiones lógicas que no eran bíblicas y comenzó a hablar acerca del creyente como libre de la ley de Dios como regla de su vida.

Y, por supuesto, de estas conclusiones a partir de premisas verdaderas, Martín Lutero se retractó y comenzó a hablar acerca del antinomianismo de su amigo.

En términos generales, entonces, y en este sentido fundamental, el antinomianismo es la visión de que la ley moral, el Decálogo que Moisés recibió, ya no es vinculante para los cristianos como regla de vida. 

Ahora bien, es obvio, seguramente, por lo que ya se ha dicho y por lo que ustedes saben, que el antinomianismo, la cosa misma, existía mucho antes de que se le diera el nombre. Incluso las jirafas eran jirafas antes de que Adán les diera ese nombre. Y lo mismo es cierto del antinomianismo.

Pero si podemos, en nuestro propio contexto, en el desarrollo en curso de la teología reformada, simplificar un poco las cosas, podríamos decirlo así.

Cito la Confesión Bautista fe de 1689, Cap. 19 Parr. 6...

"Aunque los verdaderos creyentes no están bajo la ley como pacto de obras para ser por ella justificados o condenados, sin embargo ésta es de gran utilidad tanto para ellos como para otros, en que como regla de vida les informa de la voluntad de Dios y de sus deberes, les dirige y obliga a andar en conformidad con ella,..." 


Y es esto, de una manera u otra, la ley de Dios como regla de la vida del creyente. Es esto, digo, de una manera u otra lo que el antinomianismo niega .

En el día de hoy es importante para nosotros, importante para nuestra comunión con los hermanos cristianos, importante para nosotros, para que podamos guardar nuestra lengua casta, reconocer que el antinomianismo adopta una variedad de formas. Y siempre es un peligro, hermanos, que usemos el antinomianismo como una palabra de maldición peyorativa sobre aquellos que pueden ser verdaderos cristianos. Si hemos de recibir el encargo apostólico, necesitamos recordar que en estos asuntos el siervo del Señor no debe ser pendenciero. Debe ser capaz de exhortar a otros de manera consistente a no disputar meramente sobre palabras. Debe recordar que está llamado a corregir a sus oponentes con amabilidad. Y ustedes recuerdan cómo en las epístolas pastorales uno de los grandes temas que ya estaba en juego era el lugar de la ley en la vida del creyente. Y es en ese contexto que el Señor a través de su apóstol nos da estas restricciones sobre nuestros propios espíritus naturales ardientes, nos da estas restricciones sobre esos restos de corrupción que se encenderían y acusarían a los hermanos al lanzar palabras tontas e irracionalmente. Por eso es importante, digo, que tengamos una comprensión clara de lo que significan estas palabras y también que reconozcamos fielmente que este antinomianismo, por erróneo que sea, aparece en una gran variedad de formas. Y tengamos cuidado, hermanos, no siempre somos conscientes de esto, pero muy a menudo atribuimos las peores conclusiones lógicas posibles de las posiciones teológicas a hombres que ellos mismos evitarían tales conclusiones lógicas y cuyas mentiras personales están más allá de todo reproche. Y, por lo tanto, este es un asunto en el que no sólo necesitamos la sabiduría de Salomón, sino que necesitamos algo de la mansedumbre y la gentileza del siervo del Señor mismo. Y debemos orar en estos días para que Dios nos dé algo de ese espíritu.

Y eso es lo que quiero sugerirles, que en nuestra consideración de la naturaleza del antinomianismo, es, de hecho, un deber pastoral y teológico para nosotros distinguir entre diferentes tipos de enseñanzas antinomianas. Y permítanme, por lo tanto, sugerirles que probablemente encontraremos antinomianismo en una de tres formas diferentes.

En primer lugar, el antinomianismo puede aparecer en lo que podríamos llamar una forma doctrinal. Ha habido hombres que han sostenido que la ley de Dios queda abrogada tanto como pacto de obras como regla de vida para el creyente, fundamentalmente sobre bases doctrinales. En otras palabras, la abolición de la ley como regla de vida del creyente ha sido la conclusión lógica de una premisa o presuposición teológica o doctrinal. Y todos ustedes saben que esto ya tuvo lugar dentro del contexto de la teología reformada, no sólo en los días de Martín Lutero, como en la enseñanza de citado por su amigo sino también en los días de nuestros antepasados ​​puritanos y se asoció tan a menudo con los nombres de hombres como John Saltmarsh, Tobias Crisp y John Eaton. ¿Y cuál fue la posición que adoptaron? Bueno, simplemente fue ésta: hicieron tanto hincapié en la gracia preveniente, eterna, electiva y distintiva de Dios que sintieron que cualquier cuestión de ley era antitética y opuesta a la poderosa gracia de Dios. Como ustedes saben, ellos enfatizaban que la justificación era eterna y que la justificación temporal era meramente una expresión de esa justificación eterna. Ellos enfatizaban la seguridad inmediata por el testimonio del Espíritu Santo que mora en nosotros, casi aparte de la Palabra de Dios. Y la consecuencia, por supuesto, el desarrollo lógico de tales puntos de vista fue que la ley de Dios en toda su objetividad realmente no tenía un lugar relevante para el creyente cristiano si tenía toda esta justificación desde la eternidad, la justificación en el tiempo, el Espíritu de Dios dando testimonio con su Espíritu de que él era un hijo de Dios. Entonces, ¿qué necesidad había de un estándar objetivo para un creyente que estaba tan en gracia?

Y así, en aquellos días, el antinomianismo en realidad estaba asociado con el hipercalvinismo. Y no logró, hasta donde yo lo entiendo, ver esas claras conexiones bíblicas entre los poderosos indicadores de la gracia de Dios que nos unen al Señor Jesucristo y nos elevan a los lugares celestiales y esos imperativos morales inmediatos que fluyen de los indicadores de la gracia de Dios, ese gran modelo establecido para nosotros en la entrega de la ley en el Sinaí.

"Yo os saqué de la tierra de servidumbre, de la casa de Egipto". Éxodo 20:1

Por lo tanto, podemos ir. Somos hombres libres. No necesitamos ninguna ley. Tenemos la redención de Dios que nos cambia y nos moldea. Somos personas libres. ¿Qué necesidad hay de ley?

No, no, dice el Señor. Por lo tanto, por lo tanto, acuérdate de proteger tu libertad, de proteger tu redención. No amarás a otros dioses antes que a mí. Vivirás una vida que sea digna de tu llamado. Y aquí están mis 10 grandes palabras para ti para guiarte en la forma en que debes vivir.

De modo que el gran error de aquellos antinomianos, aquellos hipercalvinistas del siglo XVII, fue desgarrar las cosas que Dios había unido en su Palabra inspirada.

Y es interesante también notar que en los primeros días y a medida que comenzó a desarrollarse, si se me permite decirlo sin ofender a nadie aquí, el movimiento que conocemos en el Reino Unido como los Hermanos Cristianos fue la base del énfasis del Dispensacionalismo y algunas formas de Fundamentalismo en los Estados Unidos. Ese gran estallido de interés y preocupación por la pureza y la unidad de la Iglesia que tuvo lugar en el siglo XIX, especialmente bajo la influencia de John Nelson Darby, tenía tantas similitudes, curiosamente, con el énfasis del Hipercalvinismo en el siglo XVII. Allí también encontramos las mismas conclusiones lógicas que se extraen de las premisas de la gracia de Dios. Y tal vez sepan cuán poco tiempo tenía John Nelson Darby para el tipo de enseñanza que aparece en un libro como el libro de Patrick Fairbairn, La revelación de la ley en las Escrituras, y cuánto menos tiempo tenía Darby para cualquier noción de que había un pacto entre Dios y Adán en el Jardín del Edén. De hecho, en un momento dado habla del pacto de obras como si fuera una fábula, una fábula maliciosa. Por eso no sorprende que, con su visión de las dispensaciones de los tratos de Dios con su pueblo, desde un punto de vista teológico no pudiera ver lugar alguno para la ley moral de Dios y el Decálogo en la vida del creyente. Y en el dispensacionalismo que Darby llegó a desarrollarse plenamente, la ley de Dios como regla de vida quedó confinada a la dispensación de la ley y, estrictamente y lógicamente hablando, no tenía nada que decir sobre el período de gracia.

Y si se me permite decir, hablando enteramente por mí mismo como individuo sin conexión con ninguna organización eclesiástica ni con nadie más en el mundo entero, creo que esa es, tal vez, la razón principal por la que en nuestro país y en muchos asentamientos de hermanos cristianos hoy en día, hay tanto énfasis en la tradición y tan poco énfasis en la enseñanza y aplicación rigurosa, ética y minuciosa de la Palabra de Dios. De modo que, al final del día, lo único que importa en un hogar que profesa ser cristiano es que el niño haya tomado una decisión por Cristo. Y porque la ley de Dios, que es la norma de nuestras vidas, que es el espejo en el que nos miramos para probarnos a nosotros mismos según la obra del Espíritu de gracia en nosotros, cuando eso ya no tiene relevancia para nosotros, cuando no hay imperativos éticos en la vida del creyente, entonces no son necesarios los frutos como señales que evidencian una obra del poderoso Espíritu de la gracia de Dios en nosotros y el decisionismo toma el lugar de la gracia y la creencia fácil toma el lugar del fruto del Espíritu. Y dondequiera que no se vea que la gracia incondicional nos involucra en las obligaciones más serias e incondicionales hacia el Dios que nos ha redimido, donde no se vea que Cristo hizo lo que la ley no podía hacer para que lo que la ley no podía hacer en y por sí misma, Dios pudiera hacerlo en nosotros por el poder de su Espíritu cumpliendo los justos requisitos de la ley. Donde esto pasa desapercibido en el pensamiento teológico, puede haber una generación que sea capaz de aferrarse a los remanentes de la ley moral de Dios. Pero llega el día, y siempre ha llegado históricamente, aunque no necesariamente tenga que llegar de manera lógica, siempre llega histórica y prácticamente, en que el cristianismo se convierte más en una cuestión de decisión que en una cuestión de vida. Y la gracia se convierte en una excusa para el libertinaje.

Y así el antinomianismo aparece en forma doctrinal.

En segundo lugar, y no necesariamente como antagónico a esa primera expresión, el antinomianismo ha aparecido a veces en forma exegética y probablemente en ningún momento con más frecuencia que en estos días en que vivimos. Se ha convertido en un lugar común hoy en día, como todos ustedes saben, al leer tratados teológicos modernos, se ha convertido en un lugar común para los abogados, para los teólogos y escritores y eruditos y abogados, en realidad, también, adoptar una visión de la ley que, para su horror, si lo supieran, es asombrosamente similar a la posición adoptada por un lado por los hipercalvinistas y por el otro por los dispensacionalistas. Es decir, se sostiene, sobre la base de la exégesis del Nuevo Testamento, que ya no hay lugar para la ley de Dios como ley de moralidad en la vida del creyente. El cristiano no necesita la ley, pues Jesús la abolió.

En el mundo angloparlante, esa posición ha sido adoptada a menudo por muchos eruditos liberales. Pero no sólo la han adoptado eruditos liberales, sino también hombres de reputación evangélica que han publicado declaraciones similares.

Según uno de los eruditos más conocidos del Reino Unido, cito: “Según Pablo, el creyente no está bajo la ley como regla de vida. Pablo, por tanto, no hace distinción entre el fin de la ley ceremonial y la conservación de la ley moral".

Ahora, permítanme decir nuevamente, para que no se me malinterprete, que uno no está impugnando la moralidad de los Hermanos en Cristo al decir que esta posición es antinomianismo. En el caso de esta posición hay muchos hombres que mantienen, para todos los efectos prácticos, el mismo estilo de vida que muchos que consideran el Decálogo como la regla de vida de los creyentes, excepto que la cuestión de la continuación del sábado se ha convertido necesariamente en un punto de gran vergüenza para ellos. Pero, ¿cómo mantienen la misma forma de vida cristiana? Lo hacen de esta manera.

Han reemplazado el Decálogo Mosaico con el Novemalogo Cristiano. En otras palabras, en lugar de tener 10 Mandamientos arraigados en el capítulo 20 de Éxodo, tienen Nueve Mandamientos que encuentran arraigados en la enseñanza de nuestro Señor Jesucristo y los apóstoles.

Y quiero decirles, hermanos, que tengo la ligera sospecha de que es la ausencia del mandamiento del sábado lo que es, tal vez, lo más significativo de todo. Y es esto lo que a veces nos da una pista, como veremos a medida que desarrollemos todo este punto, nos da una pista para entender la mentalidad y, de hecho, la espiritualidad de algunos hombres, digo algunos, no todos los hombres que evangélicamente sostienen que el antinomianismo es la posición del Nuevo Testamento. Porque si bien desde un punto de vista la diferencia entre este antinomianismo exegético y la posición de la Confesión de Fe Londres / Westminster es sólo una cuestión del 10 por ciento de los mandamientos, sus repercusiones son mucho más considerables que un 10 por ciento de divergencia en la manera en que vivimos. En cuanto a la razón de que implica un desplazamiento básico del lugar de la ley de Dios como veremos en la historia de la redención.

Ahora bien, obviamente me he entregado lo suficiente para sugerirles que no comparto la opinión de quienes exponen esta posición novemalóga. Pero quiero decirles esto, que incluso si tuvieran razón y la posición que yo personalmente defiendo fuera incorrecta y la posición reformada tradicional equivocada, hay una brecha mucho mayor entre estas dos posiciones que la brecha del 10 por ciento de los mandamientos de Dios. Y es vital que comprendamos esto si queremos ver algunos de los asuntos que están perennemente en juego al entender la relación entre la ley y el evangelio.

Así que el antinomianismo aparece en una forma doctrinal. Aparece en una forma exegética. Y en tercer lugar, el antinomianismo aparece en una forma experimental.

Fue Thomas Shepherd quien escribió que aquellos que niegan el uso de la ley a cualquiera que esté en Cristo se convierten en patrocinadores del vicio libre bajo el mástil de la gracia libre. Y este tipo de antinomianismo, hermanos, es pura maldad. Convierte la gracia de Dios en lascivia. Es reminiscente, espantosamente reminiscente de ese verso sarcástico: "Libre de la ley, oh bendita condición. Puedo pecar como me plazca y aún así tener remisión”. Eso no es evangelicalismo. Eso es catolicismo romano.

En su forma más suave, en el caso del creyente profesante, no es más que un comentario casual cuando le indicas que está sobrepasando el límite de velocidad en la carretera y se encoge de hombros y dice: “Bueno, no importa, porque no estoy bajo la ley. Estoy bajo la gracia".

En otros casos, cada vez más en los tiempos en que vivimos, aparece bajo la apariencia de autoaceptación; como lo dice el Dr. Dee Witwe, y sabemos bien en el mensaje del evangelio que, como hombres que han sido sacados del hoyo y del lodo cenagoso, necesitamos aprender a vernos reflejados como los amados en el Cantar de los Cantares, sobre cuyas vidas el estandarte del Señor Jesús es el amor. Necesitamos ser abrazados cada vez más, amados, para ver las riquezas de la gloria de la gracia que Cristo nos ha otorgado y si tenemos una debilidad como aquellos que enfatizan la importancia de la ley de Dios como regla de vida, hermanos, es que a veces no ponemos un fundamento lo suficientemente misericordioso en la obra de redención en las mentes y corazones de nuestro pueblo que los capacite para llevar ese yugo bendito de la ley de Dios. No les mostramos a partir de las riquezas de las Escrituras la obra poderosa que Dios ha hecho por ellos en Cristo. No es cosa pequeña el que sean regenerados. Solo puede ser paralelo a la creación del mundo cuando Dios dijo: “Que de las tinieblas resplandezca la luz”, y la resurrección de su Hijo cuando lo levantó del sueño de la muerte y lo trajo a la vida eterna. Convertirse en cristiano es la cosa más sobrenatural y milagrosa del mundo, aunque sucede silenciosa y secretamente en la vida del creyente. Y sólo una comprensión evangélica completa de todo lo que la gracia ha hecho puede sostener al creyente mientras vive bajo la ley de Dios como regla de su vida.

Pero es muy diferente vivir bajo el disfraz de la autoaceptación como nos plazca, como si el Dios que nos ha enriquecido y agraciado con el poder del evangelio no nos hubiera llamado desde toda la eternidad a sí mismo para que fuéramos conformados a la imagen de su único Hijo, cuya única vida se conformó al modelo de la santa ley de Dios y vino a cumplirla.

Y, de hecho, aquellos que dicen que, puesto que Dios me acepta como soy, no debo encorsetarlo en la ley de Dios, debo ser yo mismo, incluso mi peor yo, sólo podemos decir con lástima que nunca han entendido la gracia de Dios y el evangelio que hace que los hombres no sean como ellos mismos, ni siquiera como su mejor yo, sino como Jesús y los conforma a su imagen.

Muy a menudo, en nuestros días de individualismo, en nuestros días de libertinaje y en nuestros días en que el mundo aprieta a los creyentes profesantes para que entren en su molde, el antinomianismo en su peor forma es simplemente un vicio autorizado. La gracia gratuita se convierte en gracia barata y el Hijo de Dios es crucificado nuevamente por la maldad de los hombres. Que Dios impida que la Iglesia pervierta tanto la gracia de Dios y el pecado que está atrayendo el poder de la muerte de nuestro Señor Jesucristo, que los hombres digan: “Podemos continuar en el pecado para que la gracia abunde".

Y así, existe el antinomianismo doctrinal. Existe el antinomianismo exegético y existe el antinomianismo experimental.

Y es en este contexto que quiero tratar de decirles algo sobre la causa práctica del antinomianismo y luego sobre las cuestiones que están en juego. Y, nuevamente, permítanme darles una advertencia. Dado que el antinomianismo adopta estas formas variadas, no todo lo que se dice ahora será aplicable a cada individuo que se adhiera a una de estas formas. Sería una desgracia si condenáramos a los hombres en Cristo por posiciones que no expusieron, y no estoy usando en este discurso la palabra antinomianismo como una maldición teológica, sino simplemente como una expresión conveniente, entendida históricamente, para esa posición que deja de lado el Decálogo como regla de vida para el creyente.

Y por eso quiero abordar con ustedes un asunto que no es sólo teológico, sino profundamente pastoral. Al considerar en segundo lugar, bajo este segundo encabezado, una gran causa práctica del antinomianismo.

Todos reconoceríamos que el antinomianismo a menudo surge de una incapacidad para comprender y apreciar el lugar de la ley de Dios en la mente cristiana. Pero me pregunto si ustedes han descubierto, como yo lo he descubierto en esa medida de experiencia pastoral que he tenido el privilegio de conocer, que muy a menudo hay mucho más en juego que simplemente la comprensión intelectual de la posición de la ley en la economía de Dios.

Verán, muy a menudo nuestra tentación es pensar en el antinomianismo como si fuera lo opuesto al legalismo. ¿No es eso cierto? Cuando asociamos estas cosas, decimos: “Ahora bien, el opuesto del legalismo es el antinomianismo”. Ahora bien, creo que hay una buena base bíblica para decir esto: que el antinomianismo y el legalismo no son opuestos entre sí, sino que ambos son opuestos a la gracia de Dios en el evangelio.

Como veis, el antinomianismo nunca puede ser la cura para el legalismo, porque sólo la gracia es la cura para el legalismo, y es muy importante para nosotros, hermanos, reconocer que aunque un hombre reaccione contra el legalismo y se convierta en antinomianismo, muy a menudo la verdad del asunto es ésta: que retiene exactamente el mismo espíritu de esclavitud y el mismo marco legal que tenía cuando pensaba que era legalista. En lo más profundo de su corazón piensa en Dios exactamente de la misma manera que pensaba cuando pensaba que era legalista.

Ralph Erskine, uno de los Hombres Marrow, dijo una vez que el mayor antinomiano era el legalista. Y, como sabéis, se puede decir al revés: el mayor legalista es muy a menudo el antinomiano. ¿Por qué? Porque ambos distorsionan la gracia de Dios y ambos distorsionan la gracia de Dios y no la reconocen en la ley de Dios. Y muy a menudo descubriréis que los hombres que son antinomianos son hombres que han huido al antinomianismo y, sin embargo, nunca han escapado del fantasma del pacto de obras con el que han estado casados ​​ en su antigua esclavitud del legalismo. En su espíritu, nunca se han divorciado de la ley de Dios como pacto de obras y, por lo tanto, buscan abandonar la ley de Dios por completo.

Escuchemos, de nuevo, a Thomas Boston.

"Este principio antinomiano de que no es necesario que un hombre perfectamente justificado por la fe se esfuerce por cumplir la ley y hacer buenas obras es una evidencia evidente de que la legalidad está tan arraigada en la naturaleza corrupta del hombre que hasta que un hombre venga verdaderamente a Cristo por la fe, la disposición legal seguirá reinando en él. Dejemos que se calme y adopte la forma o los principios que desee en la religión, aunque caiga en el antinomianismo, llevará consigo su espíritu legalista, que siempre será un espíritu servil e impío".

Y muy a menudo en la tradición reformada y en los círculos reformados, aquellos que se han vuelto antinomianos han sido aquellos que externamente han abrazado una posición reformada en teología, pero internamente han tenido un espíritu de esclavitud y un marco legal y en lo más profundo de su corazón, sin importar cómo hayan entendido la confesión de fe y Dabney y Hodge y Berkhof y Calvino y todos los demás, en lo más profundo de su corazón nunca han sido tocados completa y radicalmente por el conocimiento de la gracia libre de Dios en el evangelio de nuestro Señor Jesucristo.

Encontramos lo mismo en los escritos de J. H. Thornwell. Sin embargo, sea cual sea el foro, el antinomianismo puede suponer que surge del legalismo. Nadie se precipita a un extremo excepto aquellos que han estado en el otro.

Y esto es algo, hermanos, que aprendemos en la experiencia pastoral y lo aprendemos, ¿no es así?, inevitablemente de nuestros propios corazones. Citando por ejemplo la controversia de Marrow no es una controversia de hace un par de cientos de años en la historia. Es una controversia que a menudo tenemos con nosotros mismos. Y la única respuesta para el corazón que se inclina hacia el legalismo y luego hacia el antinomianismo es que se le dirija hacia nuestro Señor Jesucristo.

Este es mi Hijo amado. Escúchenlo. Y no sólo escúchenlo, sino sientan el poder de la promesa persuasiva y llena de gracia del Espíritu Santo de que tomará la gracia que pertenece a Cristo y nos la mostrará. Gracias a Dios que nos la mostrará. Y sabremos algo de esa seguridad de fe y esa persuasión de que Dios es un Padre benévolo para nosotros.

Y, vean, casi podríamos deducir esto a partir de los primeros principios, porque el hombre por naturaleza es legalista. Y, por lo tanto, nunca puede escapar de ser legalista volviéndose antinomiano. El único escape del legalismo, les repito, amados, es la gracia.

Escuchen una vez más a John Calhoun mientras habla de la manifestación de esta cosa en la vida del verdadero creyente.

"Algunos grados de espíritu legalista o de inclinación de corazón hacia el camino del pacto de obras aún permanecen en los creyentes y a menudo prevalecen contra ellos. A veces les resulta sumamente difícil resistir esa inclinación a confiar en sus propios logros y actuaciones para obtener parte de su derecho al favor y disfrute de Dios".

Y es así porque eso está en cada uno de nosotros. Pero cada hijo de Dios en estos días tendrá una tendencia a huir hacia el antinomianismo, a escapar de esta tensión de estar en Cristo y, sin embargo, al mismo tiempo estar en mí y estar en los Estados Unidos de América, Escocia, Canadá, Latam o donde sea. Pero la Palabra de Dios para nosotros es que no hay escape de esta tensión en la vida del creyente aquí y ahora. Mientras esté en este mundo, mientras esté en Cristo y conozca las glorias y el poder de la gracia de Cristo, y sin embargo sea un hombre que vive en una vida que ha sido vendida al pecado, en la que la hipoteca de la ley ha sido cerrada y sólo recientemente Cristo ha venido para redimirnos por el precio de compra de su propia sangre. Es inevitable que surja tal tensión que a veces clamamos: “¡Miserable de mí! ¿Quién me podrá librar de este cuerpo de muerte?” Pero la respuesta, amados, no es ni legalismo ni antinomianismo, sino gracias a Dios por medio de Jesucristo, quien a través del poderoso poder de su muerte para romper el pecado ha comenzado a cumplir por el Espíritu en la vida del creyente los justos requisitos de la ley.

Y esa es, por supuesto, la razón por la cual en estas poderosas exposiciones del lugar de la ley de Dios, lo único que el apóstol nunca puede decir es que la ley ha muerto para el creyente.

Aunque, como sabéis, muchos comentaristas tratan de encontrar algún significado en la ilustración de Romanos 7:1-6, la mujer ligada a un marido hasta que él muere, lo que parecería llevar a sus mentes a la conclusión necesaria de que la ley ha muerto.

Verán, Bunyan tenía el secreto de ese pasaje. Esa inclinación secreta hacia Adán el primero que está en todos nosotros, pero lo único que el apóstol nunca puede decir es que la ley ha muerto para el creyente, sino que, más bien, el creyente ha muerto para la ley. La ley todavía existe y el creyente casado con Jesucristo en su estado imperfecto de santificación conocerá cada vez más la tensión porque está casado con un nuevo esposo e incluso reconoce que no cumple con esa ley en la que se deleita durante esta peregrinación mortal. Y no hay otra manera de vivir para el hijo de Dios que sabe que Dios ha revelado y grabado su carácter en los 10 Mandamientos de gracia que nos ha dado. No hay otra manera de vivir para él que buscar la gracia del Espíritu para cumplir lo que la ley requiere como forma de vida y hacer frente a esos días de tensión cuando Satanás viene y busca empujarnos en nuestros espíritus al legalismo y en nuestras mentes al antinomianismo.

Y, vean, esta es una lección pastoral, ¿no es así? No se trata simplemente de un asunto de la cabeza, sino del corazón, y esto es importante por dos razones. Porque, como veis, esta realidad del corazón del antinomianismo se esconde muy a menudo y con mucha facilidad en discusiones doctrinales, teológicas y exegéticas, y muy a menudo sólo se puede detectar cuando un hombre disloca la relación de una Escritura con otra y no en su exégesis aislada de una Escritura en particular, o quizás incluso más importante, por difícil y peligroso que pueda ser detectarlo, cuando el Espíritu de la Escritura está ausente de la exposición de la Escritura.

Mis queridos hermanos, es peligroso decir esto, pero probad los espíritus. No sólo probad los espíritus en el sentido de las palabras que salen de la boca, sino probad los espíritus para preguntar si estas palabras vienen en el equilibrio de la Escritura y si vienen en el espíritu humilde del siervo del Señor, porque el antinomianismo se esconde bajo todo tipo de disfraces. Y muy a menudo en nuestros días ha habido disfraces de alto intelecto y exégesis escrutadora.

Ya veis, esta es una de esas cosas que es casi imposible expresar en forma proposicional. Sentimos que estamos luchando con algo y ofrecemos todos los argumentos en contra. Aplicamos lo que creemos que es el peso de las Escrituras y, sin embargo, de una forma u otra, parece que no somos capaces de entenderlo. Y la razón es que no es un asunto de la cabeza en absoluto. Es un asunto del corazón. Y a veces, ya sabéis, hermanos, hablamos con hombres que se han convertido en antinomianos y hablamos con el fin de establecer la santa ley de Dios y su perpetuidad en la enseñanza de las Escrituras. Y esto es cierto y exacto. Y, sin embargo, todo el tiempo lo que tenemos que abordar pastoralmente no es el antinomianismo, sino el legalismo en el corazón.

Y por eso es un asunto pastoral muy vital y necesita el discernimiento espiritual de un Sherlock Holmes espiritual y un Perry Mason espiritual. Necesitamos clamar a Dios por esa sabiduría.

Y, sin embargo, es importante ver que este espíritu de legalismo, este espíritu de esclavitud, es también una causa frecuente del antinomianismo, porque significa que muy a menudo no trataremos el antinomianismo meramente en el nivel de la polémica dogmática, sino que en última instancia sólo se puede tratar en el nivel del cuidado pastoral, ese desarrollo pastoral, amable, paciente, fiel y cristiano de la Palabra de Dios en el evangelio aplicado de tal manera que libere a los hombres de la legalidad de sus Espíritus que se apodera de sus vidas y de esta manera extraordinaria los hace abogar por el antinomianismo.

Y, como veis, de nuevo, qué problema pastoral psicológico tan profundamente arraigado es éste. Estamos de nuevo en el Jardín del Edén. El antinomianismo, como veis, surgió del marco legal del espíritu que Satanás plantó en los corazones de nuestros primeros padres. Y por eso es sorprendente notar que cuando el apóstol Pablo trata con esta situación, no sólo habla, como lo hace, por ejemplo, en Gálatas capítulo tres, acerca del lugar de la ley en la economía de Dios y su posición en la revelación redentora, sino que él tiene que tratar con estas personas como pastor. Y él les habla y les dice: "Mi querido amigo, tu verdadero problema no es meramente intelectual que no entiendes el lugar de la ley de Dios en la economía de la redención. Tu problema es que nunca has sentido realmente el poder de la gracia de Dios para liberarte de un espíritu de legalismo para servir en servidumbre a Jesucristo".

Y en toda su sabiduría pastoral, como ves, él aborda este asunto en ambos niveles, el teológico y el doctrinal, y sin embargo, al mismo tiempo reconoce que es una enfermedad espiritual que yace en el corazón del asunto.

Hombres que se han sentido incómodos bajo el yugo de Cristo cuando él les ha dado la gracia de la ley y que sólo serán alejados de su actual antinomianismo por la gracia del Señor Jesucristo.

Así que no se trata solamente de tener una visión equivocada de la ley. Se trata, en última instancia, de una visión equivocada de la gracia, ya sea revelada en la ley o en el evangelio.

Hasta aquí hemos considerado y pasaremos a la tercera sección...

Hemos examinado la naturaleza del antinomianismo.

Hemos trabajado en esta causa práctica del antinomianismo.

Pero ahora tratemos de prestar alguna atención a las cuestiones doctrinales que están en juego en el antinomianismo. No pensemos que se trata de un asunto nuevo. Se trata de una cuestión tan antigua como las epístolas pastorales. Es una cuestión tan antigua como la pregunta apostólica: ¿Por qué entonces la ley? Y es necesario reconocer que hay afirmaciones en el Nuevo Testamento que parecen hablar con cierta dureza acerca de la ley de Dios y la esclavitud que se generaba bajo ella y el ministerio de muerte que se asociaba con ella y, por otro lado, afirmaciones que parecen sugerir que el creyente está libre de la ley y que está muerto para aquello que lo tenía cautivo.

La pregunta que se plantea es si no es, por tanto, cierto decir que el creyente no tiene nada que ver con la ley de Dios y, por lo tanto, sería erróneo considerar la ley como la regla de vida del creyente. ¿No es esta la carta que se dice a menudo de tanto legalismo en el cristianismo reformado, que la ley se coloca en una posición que realmente no le corresponde?

Ahora bien, si nos entregáramos, como confío que usted se entregará en privado, al estímulo, la comunión, al estudio de la ley de Dios como tal y no a esta controversia histórica particular que estábamos investigando, creo que habría sido posible aplicar la enseñanza bíblica sobre la ley de Dios y sacar conclusiones de dicho estudio que estarían de acuerdo con algunas de las cosas que hemos notado.

Pero quiero sugerirle varias cosas que pueden ayudarlo en su estudio de la ley de Dios y en su intento de lidiar con toda esta cuestión del antinomianismo, algunos indicadores que pueden ayudarlo en su propia investigación de las cuestiones doctrinales que están en juego.

Permítame sugerirle que hay, me parece, una serie de errores o equivocaciones que comete el antinomianismo. El primero es éste: el antinomianismo no toma en cuenta el vocabulario restrictivo con el que opera el Nuevo Testamento. Ahora bien, eso es un buen trabalenguas, así que permítame repetirlo. El antinomianismo no toma en cuenta el vocabulario restrictivo con el que opera el Nuevo Testamento.

C E B Canfield, cuyo reciente comentario sobre la epístola a los Romanos y cuyo comentario sobre Marcos muchos de ustedes conocerán, escribió un artículo muy importante en una revista teológica en 1964 y dijo lo siguiente. Creo que es algo muy sorprendente.

"El idioma griego utilizado por Pablo no tiene un grupo de palabras para denotar legalismo, legalista y legalista".

Y, por supuesto, no tenían allí una palabra para antinomianismo.

"Esto significa no sólo que no tenía una terminología conveniente para expresar una idea clave, sino que no tenía un concepto definido y ya elaborado del legalismo con el que trabajar en su propia mente. Y esto significa, seguramente, que estaba en una desventaja muy considerable".

Usted entiende el espíritu con el que escribe Canfield.

"... una desventaja muy considerable en comparación con el teólogo moderno cuando tuvo que intentar aclarar la posición cristiana con respecto a la ley".

No está diciendo que Pablo no comprendía la posición de la ley como la entienden los teólogos modernos, sino que no tenía el equipo lingüístico, que no estaba a su disposición como lo ha estado a lo largo de siglos de teología histórica.

"En vista de esto”, dice Canfield, “creo que deberíamos estar preparados para considerar la posibilidad de que a veces, cuando parece estar menospreciando la ley, lo que realmente tiene en mente puede no ser la ley en sí, sino el malentendido y el mal uso de ella para los cuales tenemos un término conveniente, pero para los cuales él no tenía ninguno".

Y encontrará exactamente el mismo punto planteado de manera muy llamativa por Juan Calvino muchos siglos antes en el capítulo siete, segunda parte del Volumen II de la Institución. Y, hasta donde yo sé, ningún escritor antinomiano en la historia del antinomianismo ha pensado seriamente en las consecuencias e implicaciones exegéticas de largo alcance de esa declaración.

Esto significa que una exégesis, una interpretación gramatical de las afirmaciones del apóstol Pablo, en particular sobre la ley, que no tenga un control teológico adecuado, nunca podrá desentrañar el significado correcto de la actitud de Pablo hacia la ley. Y, por otra parte, solo cuando comprendamos esto podremos empezar a entender por qué en los mismos pasajes en los que Pablo y otros parecen adoptar una visión tan dura de la ley, él tiene las cosas más elogiosas que decir sobre ella en todo el Nuevo Testamento.

¿Han notado alguna vez que al leer estos grandes pasajes acerca de la ley, se encuentran aquellas cosas que los teólogos antinomianos se aferran a ellas y dicen: “Bueno, ahí está. Allí está la perspectiva del apóstol Pablo sobre la ley”. Y en esos mismos pasajes él alcanza casi alturas de éxtasis cuando habla acerca de la ley?

Amados, no es en este capítulo 20 de Éxodo donde la Biblia nos dice que la ley es santa y que el mandamiento es santo y bueno, sino que la ley es espiritual y buena, que el creyente se deleita en la ley de Dios en lo más íntimo de su ser. Ni siquiera es en el Salmo 119 donde leemos esto, aunque es verdad. Es en ese capítulo donde el poderoso apóstol lucha con su pecado frente a la ley de Dios y si él fuera un hombre natural, inmediatamente habría caído en el antinomianismo y habría dicho: “Dios, líbrame de esta ley”.

Y sin embargo, lo que dice es que la ley es espiritual, la ley es buena. Lleva el carácter mismo de Dios. Y se deleita en la ley de Dios según el hombre interior.

¿Dónde aprendemos de la gloria del ministerio de la ley? No es en el Monte Sinaí donde se nos habla precisamente de la gloria del ministerio de la ley. Está codo a codo con aquellas declaraciones de 2 Corintios 3 sobre la condenación y muerte que trajo consigo todo ese mal uso del ministerio de la ley cuando los hombres creían que el Sinaí era un pacto de obras.

En otras palabras, aunque a menudo el antinomiano teológico acusará a la posición de la confesión de no dar cuenta del desarrollo de la historia de la redención desde la ley hasta Cristo, lo que en realidad el antinomiano no ha logrado ver es que se acerca a la Escritura con gafas matizadas y coloreadas, con un cierto marco exegético que es ajeno a la Escritura misma y que nunca puede explicar ni entender la antinomia que existe en muchos de los pasajes del Nuevo Testamento sobre la ley. Y la clave es que estamos tratando con un hombre que está lidiando con los problemas más fundamentales de la experiencia humana cuando se trata de la órbita de la gracia de Dios en el evangelio y no tenía simplemente los términos que usted y yo encontramos como nuestro pan de cada día como estudiantes de teología.

Y les sugiero que eso es algo muy significativo. El antinomianismo no toma en cuenta el vocabulario restringido con el que opera el Nuevo Testamento.

En segundo lugar, el antinomianismo constantemente no acepta de todo corazón la gracia de Dios en la entrega de la ley.

Hay una diferencia enorme, tan enorme es la diferencia que la presencia del Espíritu Santo en el Nuevo Testamento puede ser descrita por Juan comparándola con su presencia en el Antiguo Testamento, cuando el Espíritu Santo aún no estaba. Es sorprendente. Es una diferencia tan radical como esa.

Y, sin embargo, al mismo tiempo, sería igualmente un error ir al otro extremo y no ver la presencia maravillosamente consistente de la gracia de Dios en ambos testamentos bajo ambas dispensaciones, tanto en el antiguo como en el nuevo pacto.

Permítanme explicárselo de manera sencilla y directa a su corazón. ¿Hay aquí un hombre que sea un verdadero creyente que no daría todos los tesoros del mundo para probar la gracia de Dios y deleitarse en la gracia de Dios como lo hizo el hombre que escribió el Salmo 119? ¿No es eso cierto? Gracia, ¿no había gracia en la ley?

Ah, está muy bien que el antinomiano diga que la Torá significa mucho más que el Decálogo. Por supuesto que sí. Pero nunca puede significar menos que el Decálogo. Nunca. Y si quieren ser honestos, la mayoría de los antinomianos prácticos y muchos antinomianos doctrinales y algunos antinomianos exegéticos se ahogarían antes de poder decir las palabras:

"¡Oh, cuanto amo la ley! Me deleito en la ley según el hombre interior”. No podían decir verdaderamente con Pablo: “Encuentro que la ley es espiritual y cuando estoy en mi mejor momento y quiero hacer el bien, me deleito en la ley de Dios según el hombre interior".

El único hombre que podría decir eso era el hombre que veía que en la entrega de los mandamientos estaba la operación de la gracia de Dios. Y un hombre como nuestro Señor Jesucristo en su humanidad se encontraría alejado tanto del legalismo como del antinomianismo. No sólo porque distorsionaba la ley, sino porque distorsionaba al Dios de gracia que dio la ley.

Y luego, en tercer lugar, el antinomianismo no hace justicia a la relación de la ley con la historia de la redención. Ustedes saben que es una presuposición básica en nuestra teología reformada que el propósito de la revelación, la historia redentora y la salvación es la restauración de la imagen de Dios en el hombre. Y eso significa, por supuesto, que la salvación y la economía de Dios para lograr la salvación siempre tienen un alcance restaurador y recreativo.

Y encontramos mucha evidencia de este patrón de cosas en las Escrituras. Encontramos invariablemente que la revelación progresiva hace eco y se basa en la revelación anterior y mientras todo estaba llevando al pueblo de Dios a una visión radical y fresca del carácter de Dios y les daba nuevos niveles de comprensión y libertad, la revelación redentora de Dios a medida que progresa, invariablemente los llama de regreso a lo que había sido revelado previamente. Y además encontramos que el patrón de los tratos de Dios, así como los imperativos de obediencia invariables, siempre deben deducirse de los indicadores de la gracia de Dios.

Ahora bien, ¿qué debemos descubrir en ese contexto en relación con la ley divina? Pues bien, descubrimos que la ley natural, la ley que fue innata en el hombre en la creación, encontramos que esa ley continúa en la entrega de la ley en el Sinaí. Esa ley que fue innata en el hombre y se evidencia en la presencia continua, incluso de la obediencia pagana, a veces gentil, a los dictados de la ley de Dios escrita en el corazón del hombre.

Ahora bien, esa ley natural surge de la gracia de la creación. Tiene que ver con el orden creado de las cosas, con lo que somos. Y estas leyes fueron escritas en el corazón de Adán y en la estructura misma de la sociedad que salió de las manos del Creador, de modo que La Médula de la Divinidad Moderna puede decir esto: “Adán recibió tanta ley y escuchó tanto de la ley en el Jardín como Israel en el Sinaí, pero sólo en menos palabras y sin truenos”.

Pero, ¿qué vemos cuando llegamos al Sinaí? Vemos el mismo patrón que obró la gracia.

"Yo soy el Señor que te saqué”.

Y esto ya no es la gracia creada que da lugar a la ley natural. Esto es la gracia recreada, redentora que da lugar a la ley moral.

Pero, ¿qué encontramos cuando tratamos de relacionar la ley natural, la ley creada con la ley sinaítica? Encontramos que hay una exposición más clara. Encontramos que hay una aplicación intensiva. Pero ¿son las leyes diferentes? Oh, sí, hay una aplicación de ellas que es temporal y adecuada al período de tiempo con el que Dios está llamando a un pueblo como una nación santa para sí mismo.

Hay judaísmo en Levítico y Deuteronomio. Pero eso no radica en el contenido de la ley moral, sino en la aplicación de la ley moral para producir un pueblo evangélico que sea una luz para las naciones debido a su carácter distintivo y un pueblo evangélico que crea en Cristo y tenga persuasión de su gracia a través de las ceremonias que Dios les ha dado para indicar que les está enviando un Salvador. Las leyes que fueron entregadas en el Monte Sinaí, ¿no son anteriores al éxodo? Cada una de ellas está escrita en la fibra de la creación, de modo que lo único que es nuevo es la plenitud de la revelación y la intensidad de la aplicación.

Y encontramos lo mismo cuando recorremos las páginas de la historia del Antiguo Testamento, cuando el pacto del Sinaí yace pisoteado bajo los pies de los hombres en mil pedazos.

¿Qué sucede? Dios viene a través de sus profetas y llama a su pueblo de regreso al pacto del Sinaí. Esta es la clave para la exégesis y la exposición de toda la profecía, los libros proféticos históricos y los libros que comúnmente llamamos los libros de los profetas. La clave es que Dios está llamando a su pueblo de regreso a su pacto en el Sinaí. Y es en medio de eso que Dios revela que hará un nuevo pacto.

Pero ¿qué es lo más característico del nuevo pacto? Es que en aquellos días, dice el Señor, “pondré mi ley en su interior y la escribiré en sus corazones; y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo”. No sólo prometida, amados, en Jeremías 31:31-33, sino mencionada en la epístola a los Hebreos como la verdadera naturaleza del nuevo pacto, la ley de Dios escrita en el corazón del hijo de Dios. Y la única ley a la que eso se refiere no es ningún Novemalogo bajo el sol, sino el Decálogo dado en el Sinaí, que fue la reedición de aquellos dones y direcciones de gracia que Dios había dado a su pueblo en el Jardín del Edén.

Y el significado de estas palabras nunca debe subestimarse, ya que se refieren a que toda revelación progresiva hace eco de la revelación anterior. Es su ley la que Dios pone en los corazones de su pueblo en el nuevo pacto. Este es el nuevo pacto en la sangre de Cristo y su fruto, fundado ahora no sólo en lo que Dios ha hecho en la creación o en lo que Dios ha hecho en Éxodo, sino fundado ahora en un fundamento más firme y seguro en el derramamiento de sangre del Hijo de Dios en el Monte Calvario. 

Y, como veis, es este marco de la historia de la redención. ¿No es cierto que a menudo quienes adoptan una posición antinomiana dicen exegéticamente de la posición de la CBL de 1689No entendéis el lugar de la ley en la historia de la redención”? Y, sin embargo, como veis, la acusación es al revés. Como diríamos, la bota está en el otro pie. Es un fracaso en ver la conexión de las cosas que Dios ha unido. Y es cuando vemos eso, cuando vemos este marco básico, que reconocemos la rectitud de la clásica división triple de la ley en moral, civil y ceremonial. Además de esta ley comúnmente llamada moral, dice la confesión de fe, Dios se agradó de dar al pueblo de Israel y a la Iglesia y a su época leyes ceremoniales que contienen varias leyes típicas y esto es en parte de adoración prefigurando a Cristo, su gracia, sus acciones, sufrimientos y beneficios y en parte presentando diversas instrucciones de deberes morales. A ellos también como cuerpo político les dio diversas leyes judiciales.

Ahora bien, esta es la piedra angular de su visión extranjera de la posición de la ley de Dios y a menudo se dice, ¿no es así?, que esta es la división de la que el Antiguo Testamento no sabe nada. ¿Cómo pueden leer a los profetas y decir que no sabían nada acerca de esto? ¿Cómo pueden incluso, hablando como portavoces de Dios, decir: "En el nombre de Dios"? No es el sacrificio y la ofrenda quemada lo que viene primero, sino la obediencia lo que viene primero.

¿Eran tan ciegos que no podían ver la distinción en las cosas que Dios había hecho diferentes? Y sin embargo, por supuesto, hay una cierta necesidad acerca de la aparente uniformidad de la ley para estas personas bajo el Antiguo Testamento porque eso era lo que estaban bajo. Era la imagen de la salvación. No tenían otra. Era la regla de vida. No tenían otra. Era el medio por el cual serían entrenados para ser el pueblo de Dios. No había otra manera. Así podían ser entrenados.

Y sin embargo, aquí vemos este glorioso paralelo entre la profecía del Antiguo Testamento y la ley del Antiguo Testamento. La profecía del Antiguo Testamento hablaba de un Cristo que había venido para salvar a su pueblo. Pero fue solo a la luz de su venida que los hombres comenzaron a ver que, a medida que las profecías de su venida pasaban por el prisma de su presencia, aunque sus profecías se dividían en su primera venida y su regreso, solo a la luz de su venida podía verse que él era el fin de todas las profecías, tanto las que se referían a su encarnación y sufrimiento como las que se referían a su segunda venida.

Bueno, lo mismo es cierto de la ley. Sólo a la luz de Cristo podemos ver plena y finalmente que había dimensiones de la ley que eran aplicaciones del Decálogo para contener al pueblo como pueblo para Dios, luz para los gentiles. Había aplicaciones de la ley que se dieron para que en los días de la promesa los hombres pudieran tener esperanza en las ceremonias de un Salvador venidero que los libraría del pecado y la culpa, de modo que en Cristo, al cumplir y encarnar todas las dimensiones de la ley, es de la esencia misma del caso que la ley ceremonial que se cumple en su sangre ya no es ceremonial. La ley civil que se aplica a una nación especial ya no puede ser civil porque Cristo ha roto los límites y las ataduras que Dios había puesto alrededor de su pueblo, sino que él mismo se ha convertido en la luz del mundo. Pero como la encarnación perfecta de la ley moral de Dios, invitándonos a seguir su ejemplo y ser obedientes a sus mandamientos, coloca como yugo sobre nuestros hombros el Decálogo de Dios y dice: “Mi yugo es suave y mi carga ligera; si me amáis, guardaréis con alegría mis mandamientos”.

Y Efesios 2:15-16 y Colosenses 2:14-17 nos demuestran claramente que lo civil y lo ceremonial encuentran su cumplimiento y su abrogación en Cristo. Y Romanos 8:3-4 demuestra claramente que lo que se cumple moralmente en la obediencia activa y pasiva de Cristo, como lo cumple la gran mano del derramamiento de sangre de nuestro Señor Jesucristo, es que su cumplimiento de la ley de Dios se repita en el nuestro.

Y es en Cristo que verdaderamente vemos el fin de la ley y es por eso que Pablo dice: “¿Abrogamos la ley al enseñar la fe en Cristo? No”, dice él, “la fortalecemos. Porque Cristo no vino a abolirla, sino a cumplirla para que se cumpliera en nosotros”. Y es por eso que en Romanos 13:8-10, Efesios 6:1 y en otros lugares de otros escritos apostólicos los apóstoles pueden hablar acerca de la relevancia continua y permanente de la ley de Dios en la vida del creyente.

Los santos del Antiguo Testamento vieron en la ley a Cristo y abrazaron sus mandamientos. Sabía que no estaba bajo las obras de un pacto, pero se regocijaba en la ley como la regla de su vida y alababa a Dios por el poder que le dio para amarlo y obedecerlo. No debería, por lo tanto, sorprendernos ni entristecernos pensar que el creyente del Nuevo Testamento también aprende a ver a Cristo en la ley. Lo ve con sus hermanos y hermanas antes de la venida de Cristo como la regla de su vida. Ve con Calvino que Cristo es la vida de la ley. Ve que sin Cristo no hay vida en la ley. Ve que la ley misma está llena de vida. Él ve que puede apreciar la claridad de la ley sólo cuando mira completamente el rostro de Cristo, pero cuando mira dentro de la ley, ve algo del rostro descubierto de su Señor Jesucristo. Y por eso se emociona con su claridad. Se regocija en su profundidad de exposición. Busca la guía del Espíritu para su aplicación y por ninguna otra razón podría decir con el apóstol Pablo que él estaba εννοµος χριστω, en la ley de Cristo por medio del evangelio.

Podría haber dicho, por supuesto, que estaba en gracia para Cristo y todo antinomiano que sea de una raza en la faz de la tierra podría haber dicho amén, pero no debe silenciar a Pablo cuando dice que lo que él está en Cristo es la ley.

Verá, al final del día, el antinomianismo se ve obligado a la posición de que la ley en el Antiguo Testamento siempre implica legalismo. Pero de una manera u otra la ley mosaica era un pacto de obras, una forma de justificación. Y eso es así a menudo porque en lo más profundo de su corazón el antinomiano es un legalista disfrazado, que trata de liberarse de su terrible espíritu encadenado y, sin embargo, como veis, se equivoca cuando ata su corazón legalista con las cadenas del antinomianismo. Se vuelve como uno de los Gadarenos que ató al hombre poseído con cuerdas de soga y cadenas de metal, porque ningún poder natural puede jamás encadenar al espíritu legalista, sólo la gracia, sólo la gracia de nuestro Señor Jesucristo.

Y así, hermanos, os digo de nuevo que la controversia de Marrow se resolvió en la controversia de Jesús y los fariseos a quienes les contó esta historia de cierto hombre que tenía dos hijos, un pródigo antinomiano y que cuando despertó fue tentado al legalismo.

"Iré y seré esclavo en la casa de mi Padre".

Y un hermano mayor legalista que tenía sed de las aventuras antinomianas de su hermano menor. Oh, tener una aventura como la de mi hermano y ser libre de este terrible yugo de la ley de mi padre. Y entre ellos estaba el padre de las misericordias y la gracia ofreciendo a ambos la gracia gratuita, gracia que haría que un hijo fuera obediente a la ley de su padre, gracia que le daría una libertad en su espíritu para ser obediente con un corazón agradecido en lugar de servil, gracia gratuita que produciría obediencia evangélica y verdadero gozo en la ley del padre como la regla de gracia para toda su vida. 

Que Dios nos ayude juntos a dividir correctamente la Palabra de verdad para que podamos escapar del antinomianismo por un lado y del legalismo por el otro y saber lo que es ser bienvenido al final en la casa de nuestro Padre y abrazarnos en ese día cuando todos conoceremos la libertad del gozo de los hijos de Dios. Que Dios bendiga su Palabra. Amén.

Soli Deo Gloria



viernes, 25 de octubre de 2024

CARACTERÍSTICAS PELIGROSAS DEL ANTINOMIANISMO

“Los antinomianos… hacen que toda santificación sea justificación… los papistas hacen que toda justificación sea santificación; por lo tanto, aprenderíamos a distinguir estas dos, pero no de modo que las separemos”. James Durham

A modo de introducción a este tema, reconozcamos que dondequiera que se predique plenamente la gracia gratuita desde un espíritu evangélico sin trabas, siempre ha surgido la acusación de antinomianismo.

Tomemos a nuestro bendito Señor Jesús mismo. Cuando Juan el Bautista vino predicando la gracia de la ley como el instrumento de Dios para conducir a los hombres al arrepentimiento y bajo las restricciones especiales de la dispensación durante la cual vivía, no comía ni bebía. Y cuando los hombres reconocieron su sensible espíritu profético contenido en este gran juramento que había hecho de servir a Dios de esta manera especial, los hombres inmediatamente exclamaron: "Legalista, legalista, legalista".

Pero tan pronto como el Hijo del Hombre apareció comiendo y bebiendo, los hombres lo llamaron glotón y bebedor de vino y, en otras palabras, clamaron contra el mismo Hijo de Dios: “El antinomianismo ha llegado”.

Y la constante crítica de los fariseos y los rabinos contra el Hijo del Hombre era que, en su gracia gratuita hacia la humanidad pecadora, abrogó la ley de Moisés.

Entonces pasemos a definir las implicaciones que trae el antinomianista y legalista.

Antinomianismo: Cualquier énfasis en la doctrina bíblica de la justificación que tiende a minimizar o redefinir la doctrina bíblica de la santificación.

- “La justificación implica la obediencia vicaria de Cristo a la ley de Dios; por lo tanto, también lo hace la santificación.”

- “La justificación se recibe pasivamente por la fe ‘aparte de las obras de la ley’; por lo tanto, también lo hace la santificación.”

- “La justificación imputa la justicia vicaria de Cristo como un estatus legal; por lo tanto, también lo hace la santificación.”

- “La justificación se ocupa principalmente de la culpa del pecado; por lo tanto, también lo hace la santificación.”

Legalismo: Cualquier énfasis en la doctrina bíblica de la santificación que tiende a minimizar o redefinir la doctrina bíblica de la justificación.

- “La santificación implica nuestra obediencia personal a la ley de Dios; por lo tanto, también lo hace la justificación”.

- “La santificación es por fe que ‘trabaja activamente por amor’; por lo tanto, también lo es la justificación”.

- “La santificación imparte la justicia de Cristo en mi propia naturaleza; por lo tanto, también lo hace la justificación”.

- “La santificación se ocupa principalmente de la inmundicia y corrupción del pecado; por lo tanto, también lo es la justificación”. 

OCHO CARACTERÍSTICAS PELIGROSAS DEL ANTINOMIANISMO

1. EL ANTINOMIANISMO DIVORCIA LA LEY DE DIOS DEL EVANGELIO DE CRISTO.

- “Cuando se trata de la salvación, la ley y el evangelio representan dos principios antitéticos: la ley solo dice ‘¡Hazlo!’ (imperativo) y el evangelio solo dice ‘¡Hecho!’ (indicativo)”

- “El evangelio me ha liberado de la esclavitud y la carga de esforzarme por cumplir perfectamente la ley de Dios”.

- “El papel exclusivo (o principal) de los Diez Mandamientos es resaltar la justicia perfecta de Cristo para nosotros, no definir y promover el aumento de la justicia de Cristo en nosotros”.

- “El evangelio (pero no la ley) es un medio de santificación, ya que la ley es letra muerta separada de la obra salvadora del Espíritu Santo”.

2. EL ANTINOMIANISMO DIVORCIA LA SUSTITUCIÓN DE LA TRANSFORMACIÓN.

- “La justificación es la sustancia de la salvación, mientras que la santificación es meramente un resultado de la salvación.”

- “Cuando la palabra de Dios contrasta a los justos con los malvados (p. ej., Salmo 1), siempre tiene en mente principalmente la justicia imputada de Cristo (no el carácter y la conducta santificados del creyente).”

- “La vida de un creyente justificado no será necesariamente más justa que la vida de un incrédulo.”

- “La única justicia que deseo es la justicia de Jesús, mi sustituto de obediencia perfecta.”

- “Las buenas obras muestran mi gratitud por la salvación, pero no son una característica necesaria del camino al cielo.”

3. EL ANTINOMIANISMO DIVORCIA LA SEGURIDAD PERSONAL DE LA SANTIDAD PERSONAL.

- “Es legalista considerar mi santificación como evidencia de mi justificación.”

- “Tengo seguridad de mi salvación, no porque crucifique mis deseos pecaminosos, sino porque no los crucifico, sino que creo en Cristo, quien los crucificó por mí.”

4. EL ANTINOMIANISMO DIVORCIA LA SANTIDAD PERSONAL DEL ESFUERZO PERSONAL.

- “Es legalista lucha activamente contra el pecado, ejercitando mí propia fuerza personal para crucificarlo.”

- “Trabajar por mi salvación es meditar en mi justificación y descansar en la obra terminada de Cristo por mí.”

- “En lugar de cultivar activamente las gracias espirituales y perseguir deberes espirituales, elijo descansar en Cristo.”

5. EL ANTINOMIANISMO DIVORCIA LA FELICIDAD PERSONAL DE LA SANTIDAD PERSONAL.

- “Si verdaderamente comprendiera mi justificación, no me lamentaría por mis pecados, sino que me regocijaría en la justicia de Cristo.”

- “Puesto que Cristo murió por mis pecados, no debería sentirme culpable por mis pecados personales, ni ser acusado de culpa.”

- “Al estar espiritualmente unido a Cristo y revestido de su justicia perfecta, soy tan santo como lo seré siempre y, por lo tanto, debería ser tan feliz como siempre.”

6. EL ANTINOMIANISMO DIVORCIA EL BUEN AGRADO DE DIOS DE LA CONDUCTA PERSONAL.

- “Mi propia santidad (o falta de ella) no tiene ningún impacto en el amor o favor de Dios hacia mí.”

- “Dios considera todas mis buenas obras santificadas como trapos miserables y de inmundicia y de ninguna manera se complace con ellas.”

- “Cuando Dios me mira, no ve mi pecado, sino solo a Su Hijo.”

7. EL ANTINOMIANISMO SEPARA LAS CONSECUENCIAS PERSONALES DE LA CONDUCTA PERSONAL.

- “Es legalista que los creyentes obedezcan a Dios con la vista puesta en las recompensas y los castigos.”

- “Dado que Jesús pagó la pena por todos mis pecados (pasados, presentes, futuros), Dios ya no puede castigarme por ellos.”

- “Todas las bendiciones y maldiciones del Antiguo Testamento se cumplen en Cristo, quien mereció nuestras recompensas y llevó nuestros castigos.”

8. EL ANTINOMIANISMO SEPARA LA OBSERVANCIA DE LA LEY MORAL DE LA CONDUCTA PERSONAL.

- “Cuando la palabra de Dios nos llama a guardar su ley o habla de intachabilidad y pureza de corazón (p. ej., Salmo 15, 24), esto solo puede referirse a la perfección inalcanzable, lo que nos señala solo la obediencia vicaria de Cristo”.

- “El cumplimiento imperfecto de la ley por parte de un creyente regenerado y justificado no es en absoluto cumplimiento de la ley”. 

Confío en que estos estudios en conjunto nos lleven de nuevo a la Palabra del Dios viviente, para ahondar de nuevo en la exégesis de esos grandes pasajes donde se expone la ley y se explica la gracia, y las dos se unen en la más gloriosa armonía para que podamos estar mejor preparados para ser ministros capaces del nuevo pacto.

Este es uno de los nudos más difíciles de desatar en toda la teología y es un asunto que debe arder en nuestras conciencias, hermanos, en estos días para que podamos luchar con él y orar por nosotros mismos para que Dios haga brotar luz de su santa Palabra para nuestros propios corazones y para nuestros propios ministerios.

Soli Deo Gloria